
1
Tener un hijo es relativamente fácil.
Pero ser padre es algo totalmente distinto. Nadie te enseña como hacerlo.
Es una aventura infinita. Es como tener una licuadora con batido de plátano a máxima potencia, sin tapa. Así de caótica es. Pero al mismo tiempo una de las experiencias más increíbles y gratificantes de la vida. O al menos para Jungkook, que vive enamorado de su pequeña Yumi. Una linda niña de 7 años, la dueña de su sueldo, su tiempo y de su corazón.
La observa mientras termina de ordenar la pequeña cama, en aquella habitación llena de hermosos dibujos de arcoiris. Cada rincón de aquel espacio es una explosión de colores y brillos y a él, no le puede agradar más que ver a su niña feliz.
— No tienes que ser tan perfeccionista, ya está tendida la cama Yumi — comenta el padre desde el umbral de la puerta cruzado de brazos pero con una mirada cálida y llena de amor, mientras observa a su hija concentrada tendiendo la cama y alisándola para que no quede ni un rastro de arrugas.
— Papá, deberías hacer lo mismo — refuta la niña, su padre rueda los ojos y le extiende los brazos para que su hija pudiera correr a abrazarlo.
— ¿Para qué voy a tender la cama si la voy a volver a usar? — pregunta el hombre con tanta naturalidad que hizo fruncir el ceño de la pequeña quien se cruzó de brazos y negó con la cabeza.
— ¡Hombre tenías que ser! — soltó dejando con la boca abierta a su padre quien le empezó a hacer cosquillas como venganza a su descarada respuesta.
— ¿Señorita guapa, qué son esos modales con tu papá? ¡Las cosquillas te harán reflexionar! — decía entre risas el hombre hasta que ambos cayeron al piso de tanto jugar.
— ¿Hiciste panqueques, papi? — preguntó la menor, en lo que el hombre recobraba el aliento.
— Sí mi amor, panqueques de colores.
Los ojos de la niña se iluminaron y de un salto se levantó para correr escaleras abajo y dirigirse a la cocina. Jungkook fue detrás de ella, se sirvieron el desayuno y comieron juntos mientras Yumi le contaba a su padre lo que habían visto la semana pasada en clase de Ciencias. La pequeña es una dulzura, pero su padre tiene que llamarle la atención a cada momento para que coma, pues se distrae con facilidad.
— Yumi, vas a llenarte de aire, come por favor.
La pequeña asintió con una sonrisa y pinchó su panqueque rosa y lo llenó de miel para luego llenarse la boca como un hámster. Y así compartieron aquel momento.
El padre vio la hora en su teléfono y se apuró para llevar a su hija a la escuela, quien con su uniforme de cuadros azules y verdes la hacían lucir más hermosa.
Las idas en auto con la niña, nunca son callados, el hombre puede escuchar que la pequeña Yumi habla mil palabras por minuto y en realidad no se cansa de escucharla, mas bien disfruta de tener una pequeña muñeca parlanchina como copiloto.
— Papá, mira, se me está aflojando el diente — comentaba la niña tocándose la pieza dental.
— ¡Wow! Ese diente es muy grande, el hada vendrá pronto a casa. Verás que pronto saldrá por si solo si lo ayudas moviéndolo — afirmó dándole una sonrisa y volviendo su mirada al frente.
— Papá, ¿En serio existe el hada? ¡Quiero verla!
— Ella solo llega en la noche mi amor, cuando los niños duermen.
— ¿Es cómo Tinkerbell?
— Mmm algo así.
Jungkook puede ver a su hija de reojo con mucha emoción moverse el diente y está seguro que está ansiosa porque salga pronto. Al cabo de unos minutos más de camino llegaron a la escuela y la niña se despidió de su papá con un beso volado.
— No olvides prestar atención en clase, Yumi.
— Sí papá, lo sé, ya ándate — contestó la niña haciéndole de la mano y entrar por la puerta. El padre orgulloso sonríe y quisiera detener el tiempo y evitar que su hija crezca más. Tiene siete años y ya tiene vergüenza de su padre. No quiere ni imaginar cuando tenga trece.
El hombre camina hacia el auto acaparando todas las miradas, pues lleva las mangas de su camisa recogidas y se notan a simple vista sus tatuajes, Jungkook es ese padre moderno y descomplicado, saluda a todas las madres que lo observan con una mezcla de sorpresa y gusto, pues realmente es guapo, muy guapo. Su forma elegante y a la vez simple de caminar lo hace ver aún más varonil pero la vincha de color rosa Barbie que decora su cabello, le quita mucha seriedad.
Jungkook, a pesar de que ama tanto a su hija, no puede evitar sentirse de alguna manera solo. Mientras conduce a su trabajo, los pensamientos invaden su mente. Si bien es cierto pasaron ya cuatro años de aquella separación, a veces le duele. Haber estado casado por cinco años con una persona a la que creyó sería el amor de su vida y luego ser abandonado como cualquier cosa inservible y lo más doloroso, con una bebé de tres años que no tuvo la culpa de nada.
Su hija y su trabajo le absorben tanto tiempo que apenas y puede pensar en si mismo. Se acabaron las salidas, las reuniones con amigos, la privacidad. Todo. Y no es que no ame a su Yumi, simplemente se olvidó de cómo ser hombre. Ahora solo piensa como papá. Pero no todo es tan malo, tiene a sus padres que siempre están pendientes de ellos, le dan la mano cuando la vida se pone difícil y en los momentos en los que las fuerzas se le terminan. Y Jungkook no puede estar más agradecido con ellos.
Por fin llega a su trabajo, estaciona su auto en el lugar designado y su jornada comienza. Entre reuniones y largas horas en la planta de producción se le va el día.
Cuando sale del edificio, lo único que desea es tomar una ducha larga y cenar con su hija, no quiere perderse de nada, siempre quiere estar presente, aún en las más mínimas situaciones. Quiere estar ahí, de alguna manera no desea que Yumi sienta la falta que le hace no tener una mamá. Pues ya fue rechazada una vez. Y luego llegó el divorcio. Quiere evitarle más dolor.
Jungkook hace todo lo posible por llegar pronto. Ya son las siete de la noche y su madre de seguro estará preparando la cena con su pequeña, el solo hecho de imaginarla y recordar su hermosa sonrisa, su corazón se calienta de tanto amor y acelera un poco más para volver a casa pronto.
Cuando llega, unos hermosos y grandes ojos negros lo están esperando ya, el hombre se vuelve esclavo de aquellos ojos, lo debilitan y lo derriten, aún con todo el cansancio por el trabajo, corre a abrazarla y a darle vueltas tan solo para verla reír.
— ¡Papá ya bájame que se me bate el cerebro! — gritaba la niña entre risas ante la mirada de ternura de su abuela sobre ellos.
— Kook, en serio vas a hacerla vomitar, acaba de tomar batido — indica la mujer, el padre termina el corto juego con besos en la mejilla y por fin baja a su hija y saluda correctamente a su madre.
— ¿Cómo estuvo todo? Gracias por tu ayuda mamá.
— No me lo agradezcas hijo, cuidar a Yumi es todo un placer para mí. Mejor ve a bañarte, serviré la cena y comeremos. Ya luego me voy.
El hombre asintió y la abuela y la pequeña continuaron ordenando la mesa hasta que saliera su papá. Cuando volvió la cena estaba servida. La comida favorita de Yumi estaba frente a sus ojos, spaghetti con carne. Dieron gracias a Dios por los alimentos y comenzaron a comer mientras hablaban de cómo les fue en su día.
Jungkook terminó lavando los platos con la pequeña ayudante, su madre se había ido ya para no llegar tarde a casa y aunque se había ofrecido insistentemente en llevarla, la mujer se negó por completo y prefirió que descanse.
Yumi después de una larga conversación con su padre de como era el ciclo de las plantas por enésima ocasión, se alistó para dormir y como era de costumbre, acompañó a su padre a cepillarse los dientes.
Ya en la cama, el padre se inventó un cuento de un elefante rosado y haciendo reír a su niña, por fin la pudo hacer dormir. Un beso de buenas noches y salió de la habitación iluminada con una lámpara de estrellas. Yumi no duerme sin ella. Cerró la puerta despacio y se estiró un poco para poder simplemente echarse en el sofá hasta que el sueño le gane la batalla.
Son las ocho y media de la noche, es muy temprano para dormir, según él, así que recuerda que dejó una serie a la mitad por algunas semanas. Se acomoda en su lugar, se cruza de piernas y su serie comienza. Jungkook está tan concentrado en lo que está mirando que apenas se da cuenta que están tocando la puerta. Mira la hora y al parecer no es una hora para tener visitas, movido por la curiosidad se dirige hacia la entrada y al abrir un muchacho de cabello castaño, hablaba como una grabadora.
— Buenas noches señor, estoy vendiendo brownies. ¿Desearía apoyarme comprando uno?
El hombre observó con detenimiento al chico que se mostraba notablemente fastidiado. Al ver su canasta con unos diez cuadrados de chocolate, lo pensó y compró dos.
— ¿Si están buenos? — preguntó y el chico asintió con seguridad reiteradas veces. — Porque yo adoro el chocolate.
— Pues claro, sino no los vendiera. ¿Va a comprar?.
— Dos, por favor. Y, para tener éxito en tus ventas, deberías ser más amable, ¿no?
El chico no dijo nada, tomó el dinero y se despidió para continuar su camino. Jungkook ya con los dos brownies en su mano, dejó uno en el refrigerador para al día siguiente dárselo a su hija y tomó un vaso y lo llenó con leche para probar el otro.
Sentado sobre el sofá remojó la punta del cuadrado de chocolate que a simple vista se veía apetitoso y al morderlo se sintió en el cielo de lo delicioso que estaba.
— Dios, que rico está esto — decía para sí mismo saboreando cada bocado y no le bastó con comerse uno, sino que tomó el otro y se lo terminó. Nunca había probado algo tan delicioso en su vida. Ningún postre se igualaba a aquellos pequeños brownies que acabó de devorar.
Tenía el sabor a chocolate en su boca, estaba tan extasiado que quiso comer más pero solo había comprado un par y se arrepintió de no haber tomado otro. Pero se convenció de que la próxima vez que aquel muchacho pasara por su casa, compraría más de uno.
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