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Merengue; él

Jisung amaba mucho a su abuelo.

Había heredado de él su amor por la repostería y siempre le estaría agradecido por los días en los que le ayudó a escapar de la desastrosa situación de su familia.

Como aquel día en que su madre casi moría asfixiada, aunque nunca nadie le quiso contar por qué.  Era el tema tabú de la familia.

Pero no le costó mucho tiempo entender que seguramente se debía a otra de las tantas peleas que sus padres discutían a diario.

Pero el mini Jisung de aquellos tiempos no era consciente de que papá ya no amaba a mamá, y que mamá necesitaba únicamente el dinero de papá.

Abuelo, ¿qué significa "disorcio"?— Preguntó inocente, viendo cómo el mayor cortaba leña para su chimenea de la preciosa casita en el campo.

Han siempre soñó con vivir así; apartados de la ciudad, con la persona que ama, comiendo merengue y rodeado de gatitos de todos los colores existentes, en una pequeña casita de máximo tres habitaciones, cubierta de vegetación y flores, cerca de algún lago cristalino de película y un enorme árbol que les ofrezca sombra.

—Querrás decir "divorcio."— Respondió su abuelo. Jisung asintió rápidamente, pues en realidad no sabía con certeza cómo pronunciar aquella palabra.

Su abuelo no contestó. Quedó callado, contemplando el horizonte, tapado por árboles y carretera. Al fondo podían observarse algunos edificios, producto de nuevas construcciones. Suspiró internamente. Hace años aquel lugar era tan puro que el mero hecho de construir una simple casita dañaba completamente el paisaje. ¿Cómo era posible que los avances de la ciudad llegasen a tal escala?

Volvió a mirar al pequeño Han. Quizás su abuelo no era una persona muy extrovertida. De hecho, hablaban extremadamente poco. A veces compartían un par de palabras, pero incluso dudaba de si podían considerar conversaciones.

Pero Jisung sabía que podía confiar plenamente en él cuando un día su madre mencionó en la comida familiar que a él le encantaban los columpios y, a la semana siguiente, unas cuantas cuerdas aguantaban un trozo de madera, rodeando la rama más gruesa de aquel gigantesco árbol del jardín. "El abuelo lo hizo para ti" comentó su abuela.

Aunque dudó bastante de si debería haber hecho aquella pregunta, ya que el hombre no respondía, pero tampoco se movía. Parecía que buscaba la respuesta correcta. Sin embargo, nunca llegó a oírla, pues lo único que salieron de sus labios fue:

—¿Hacemos merengue?

🐾[🧁]🐾

Cada vez que Han se encontraba desanimado o su madre no le quería comprar de esos dinosaurios de chocolate blanco que vendían en la panadería, su abuelo siempre conseguía sacarle una sonrisa con una simple palabra: Merengue.

El merengue de su abuelo era fabuloso y le hacía querer terminar la bandeja entera en cuestión de segundos.

—¡Jisung! Te vas a poner malo y luego tendrás que ver al dentista.— Le regañó su madre, luego de haberse metido cuatro trozos en la boca, pareciendo una linda ardilla con sus nueces.

—Deja al niño, esto sí le hace feliz.— Replicó el mayor de la sala, callando a todos al instante.

—Ya te dije que no trates esos temas cuando estamos todos presentes.— Aclaró, refiriéndose a Jisung por "todos".

—Moriré y no te veré feliz.— Sentenció.

Su madre trató de excusarse, pero su abuelo habló primero.

—Ni siquiera te vi sonreír con franqueza el día que sostuviste entre tus brazos a Jisung por primera vez.

Y si mini Jisung hubiera entendido por qué su madre comenzó a llorar, le hubiera tratado de consolar. Pero el pequeño Han estaba tan feliz con su bandeja de merengue que se limitó a mirar la lastimosa escena.

Dentro de su burbuja, él estaba contento. Si el mundo hubiera sido así de bonito la primera vez que salió de esta, habría estado así toda su vida.

Una pena que el dulce dejó de saberle a dulce.

Y el empalagoso sabor del merengue se estaba volviendo amargo.

Su abuelo le tomó del brazo y le llevó fuera de la casa, donde los llantos de su madre se disipaban con la fuerza del viento.

—Hay un momento en nuestra vida, Jisung, en el que todo comienza a perder sentido. En el que dejamos de ver los colores de forma clara y todo se vuelve gris.

Jisung no llegó a comprender del todo sus palabras, pero hacía como que entendía, su abuelo era muy sabio.

—Es casi peor que una enfermedad cancerígena. Te mata por dentro.— El pequeño se asustó un poco por las fuertes palabras que estaba usando en aquel momento.— Es algo que yo denomino Monotonía. Desgraciadamente, tu madre empezó a sufrir de esto hace muchos años, cuando decidió casarse con tu padre.

Jisung seguía sin entender palabra.

—Pero mamá dijo que amaba mucho a papá.— Y cayó en su propia frase, pues al decirla en voz alta comprendió por qué "amaba" y no "ama".

—Tus padres se querían mucho, Jisung, lo recuerdo perfectamente. Jamás podré olvidar lo feliz que era mi pequeña al escuchar su propuesta de matrimonio.

—Abuelo, ¿tu sufres de mononía?

—Yo intento ver la vida de la mejor manera posible, y si comienzo a ver borroso me pongo las gafas y listo.— Burló.

Ambos rieron, olvidando las preocupaciones que absorbían a cada uno.

—Jisung, tienes que tener cuidado con la persona a la que amas. No puedes elegir a la ligera con quién pasar el resto de tu vida.

—¡Es cierto!— Contestó el pequeño.— Si no le gusta hacer merengue nosotros, entonces no merece nada mío.

—¿Con nosotros?

—Sí. Cuando tenga a la persona que ame a mi lado, abuelo, vendrá todos los fines de semana conmigo aquí y haremos merengue del que tanto me gusta. ¡Haremos merengue suizo!— Saltó ilusionado.

—Espero poder ver a la persona que te robe tantas sonrisas. Sonrisas verdaderas.

Unos meses después, sus abuelos decidieron mudarse a Jeju, y cuando Han montó una pataleta por saber la razón de su mudanza, el hombre simplemente respondió con "Allí se respira mejor."

Es por eso que aquel día cualquiera de verano, cuando despertó con un mensaje y una llamada perdida, temblando minutos después debido a que le comunicaron que su abuelo había fallecido, a Jisung se le vino el mundo encima.

El hombre que le enseñó a amar la vida había abandonado la suya.

Así que confió ciegamente en Minho cuando viajó a Jeju por su funeral.

Pero no soportó los recuerdos y las promesas rotas que ahora le agarraban del cuello y le impedían el paso de aire. "Me mentiste abuelo, aquí no se respira mejor" pensaba.

Y cuando llamó a Minho para asegurarse de que todo estaba bien por allí, cayó en que en realidad debería estar con él. Debería vivir la vida como su abuelo le había enseñado, llena de color y gracia.

Y aunque ahora mismo no llevaba sus gafas consigo para dejar de ver borroso, sabía que la felicidad que buscaba no estaba allí, en la antigua casa de su abuelo. Estaba en su cocina, entre harina y azúcar. Estaba en su casa, entre el aroma del merengue y los cantos mañaneros de los gorriones que le despertaban todos los días. Estaba en Merengue, su pequeño y peludo gatito, arisco como él mismo e igual de vago que perezoso. Y por supuesto, estaba con Minho, el vecino que aceptó cuidar de su felicidad sin previo aviso, y el cual siempre conseguía robarle una sonrisa.

"Abuelo, ¿te importa si comparto nuestra receta con alguien más?"

N/A

Me puse un poco triste porque basé algunos hechos de este capítulo en mi vida personal. Espero que os haya llegado tanto como a mí lo ha hecho. El siguiente será el último 🫶

3・🐱

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