Capítulo 9: Puerta abierta
—¿Cómo? La señora ha desaparecido sin dejar rastro —recordó Ryu.
Ima dejó escapar su rabia con un bufido. No quería desprenderse de la cámara. A pesar de no tener ni idea de lo que estaba pasando y por extraño que pueda sonar, Ima se sentía especial. ¿Quién, en su sano juicio, sería capaz de desprenderse de aquello que le hace destacar, ser diferente?
Poseía algo que nadie tenía, a excepción de Ryu. Aquel artilugio "mágico" sería para ella o no sería de nadie.
—Quizá ya ha vuelto...
—No, Ima, no ha vuelto —dijo Ryu —. He ido esta mañana antes de ir al trabajo y nada.
—A ver, pensándolo bien, no es tan malo, ¿no? —dijo Ima quitándole hierro al asunto —. No hacemos daño a nadie.
—Hombre, dicho así, pues sí, pero no sabemos qué implican los Ecos ni qué magnitud tienen.
—De momento no parecen ofensivos.
—Exacto, de momento —dijo Ryu —. Además, ¿por qué nosotros?
—¿Pero es seguro que solo nos ha pasado a nosotros?
Ima y Ryu se miraron, sorprendidos de su propia estupidez. Internet era un mundo enorme. Si a alguien le había ocurrido lo mismo, podrían encontrarlo en la red.
Ima se levantó como un resorte, se dirigió a su habitación y volvió con su portátil bajo el brazo. Se sentó al lado de Ryu, que le empujó para hacerse sitio. Abrió el portátil y ambos se miraron, nerviosos, ante la posibilidad de descubrir no ser los únicos con acceso a los Ecos.
—Vamos a ver —dijo Ima mientras tecleaba.
Por desgracia, no encontraron nada. Saltaron de una página web a otra, leyendo relatos y leyendas urbanas, cada cual más cursi o cutre que el anterior. Historias sobre la aparición y captación de espíritus en diferentes fotografías, rostros borrados y tachados, pero nada de los Ecos o algo parecido.
Ima cerró el portátil y se aferró a él, como si fuera un peluche. Ryu se echó para atrás, igual de desesperado. Era como estar en un laberinto cerrado, sin la posibilidad de salir.
Dejaron que el silencio se instalara entre ellos. Quizá así podrían relajarse, pero no fueron capaces. Cada dos por tres se revolvían en su asiento, nerviosos, como si fueran niños pequeños hiperactivos.
—Escucha —dijo Ima —, dices que no comprendemos del todo los Ecos, bien, ¿Y si "entrenamos"?
—¿"Entrenamos"? —repitió Ryu imitando el gesto de las comillas con sus manos.
—Sí, no sé, exponernos a emociones diferentes, en situaciones diferentes —explicó Ima —. Además, si estamos juntos, podremos vigilarnos, controlarnos y evitar que se nos vaya de las manos.
Ima se detuvo y repitió la frase en su mente. ¿Era solo cosa de Ima o Ryu también tenía la sensación de que aquello era más una proposición encubierta para un cita?
Ryu le miró, temeroso y con dudas.
—¿Alguna idea en concreto? —preguntó Ryu para asegurarse al cien por cien de que entendía lo que Ima le proponía.
Por suerte o por desgracia, parecía que Ryu no tenía esa sensación.
Por su parte, Ima, ya había intentado algo por el estilo, pero a una pequeña escala, así que revisó en su mente. La idea de ir al parque de atracciones volvió a su cabeza, como si un imán la hubiera atraído del fondo de su mente. Seguramente era una idea pésima y parecía más una excusa para saciar su antojo y mono de diversión que un intento real por comprender el poder detrás de los Ecos, pero a ojos de Ima, también le una forma simple y segura de comprobar dicho poder.
—¿Qué te parece ir a probar en un parque de atracciones?
—¿Perdón? ¿Un parque de atracciones? —dijo Ryu, que reaccionó como si hubiera recibido una bofetada en la cara.
—Mh... sí —dijo Ima algo avergonzada.
Ryu le miró en silencio y una suave sonrisa se asomó por la comisura de sus labios.
—Una idea un poco extravagante, pero me gusta eso de convertir un parque de atracciones en nuestro "propio laboratorio".
—Entonces, ¿te apuntas?
Ryu lo sopesó varios segundos y contestó.
—Está bien, pero ¿tendremos suficiente solo con el parque?
—No creo —reconoció Ima.
—Ya, ¿y si hacemos una ruta? —sugirió Ryu.
—¿A qué te refieres?
—A justamente eso, hacer una ruta, con diferentes actividades —concretó Ryu —. Además... ¿Puedo?
Ryu señaló el portátil de Ima.
—Sí, claro —dijo Ima mientras lo abría y ponía la contraseña.
—Si mal no recuerdo, las polaroids llegaron a Japón después de que Yashica, la marca de cámaras, llegara a un acuerdo con Polaroid para poder fabricarlas y la primera fábrica se construyó en Tokio —dijo Ryu mientras buscaba la información por internet.
Un silencio incómodo empezó a surgir entre los dos.
—¿Qué? Lo siento, me gusta mucho la fotografía —añadió Ryu.
—No, tranquilo, no pasa nada, pero no deja de ser curioso —dijo Ima tratando de esconder y disimular su sonrisa.
—El caso es que podríamos ir allí e investigar.
—¿Quieres ir a la fábrica de Tokio? Pero si está a más de cinco horas de aquí —dijo Ima con los ojos abiertos como platos —. Además, no nos dejarán entrar así como así.
—No habrá problema, creo que está abandonada.
—¿Abandonada?
Ima dejó escapar toda su ansiedad y estrés con un suspiro largo y profundo. Tenía la cabeza a punto de estallar.
—¿Te apuntas? —preguntó Ryu.
—No sé, Ryu, no puedo abandonar así como así a Nao —reconoció Ima.
—Ima, deja un momento el trabajo a un lado y céntrate en lo que tienes entre manos —dijo Ryu —. No todos los días te despiertas con la capacidad de hacer fotos mágicas y está claro que tienes el mismo miedo e interés que yo por descubrir qué narices está pasando.
Desde luego, Ima no podía negarlo. Ryu había dado en el clavo e Ima sabía que ahora mismo, frente a ella, tenía una puerta abierta y tenía miedo de cruzarla. ¿Qué pasaba si aceptaba ir a la ruta con Ryu y no descubrían nada? No obstante, por otra parte, había algo al otro lado de la puerta que la llamaba. Cabía la posibilidad de que si la cruzaba podría encontrar lo que tanto tiempo había estado buscando y esperando, pero ¿y si no era así?
En aquel momento, Ima deseó parecerse más a Kaori y tener ese afán por vivir todo lo posible, salieran bien o mal las cosas. Pero fue entonces, cuando lo enfocó todo desde otra perspectiva. Ella también podía ser así, ella podía elegir ser así.
—Está bien, de acuerdo, pero vayamos poco a poco, paso a paso —dijo al fin Ima.
—Vale, primero, el parque de atracciones, ¿no?
—Exacto, ¿cuándo te iría bien? ¿Este fin de semana? ¿El sábado mismo? —preguntó Ima.
—Ningún problema, yo me encargo de las entradas, ¿te parece que pase a recogerte a las nueve?
—Sí, perfecto.
Ryu miró su móvil.
—Pues Ima, yo me marcho ya —dijo Ryu.
—Claro, adelante.
Ambos se levantaron. Ryu fue a la habitación de Ima a recoger su mochila y su chaqueta, mientras ella le esperaba en la puerta.
—Gracias por la comida —dijo Ryu a la vez que hacía una reverencia —. Nos vemos el sábado.
—No hay de qué —respondió Ima haciendo otra reverencia —. ¡Hasta el sábado!
Ryu se marchó e Ima se quedó sola, apoyando la espalda contra la puerta de su apartamento.
¿Por qué, a pesar de haber intentado no insinuar nada, tenía la sensación de que la quedada del sábado era una cita? ¿Qué leches le estaba pasando? No era una cita, ¿verdad?
Ima trató de serenarse. No era una cita, pero su mente le traicionó, brindándole imágenes de una posible cita con Ryu en el parque de atracciones y no podía negar que esas imágenes le gustaban.
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