Capítulo 7: Algo compartido
Lo que en un principio había sido una mañana tranquila de trabajo se había vuelto en un abrir y cerrar de ojos en algo extraño y sin sentido. Ima estaba callada, asimilando la información.
Ryu tenía la misma polaroid que ella y además a ambos se la había regalado la misma persona. Decenas de preguntas brotaron en su mente, una detrás de otra. ¿Es posible que Ryu tuviese la misma habilidad de que ella? ¿Sabrá Ryu encontrar a la anciana de la tienda de antigüedades?
Antes de que Ima pudiese articular palabra, Ryu cogió de nuevo el macuto, sacó de un bolsillo interior varias fotos de la polaroid y las colocó sobre la mesa.
Ima echó un vistazo rápido y pudo diferenciar en una de ellas una lápida. Miró a Ryu.
—¿Puedo? —preguntó Ima.
—Adelante.
Ima cogió la foto de la lápida y en cuanto se concentró en la foto, todo su alrededor se paró. Los coches de la calle que circulaban por la carretera se detuvieron, congelados, como si fueran parte de un lienzo. Su mente se vació y se preparó para la fuerza y el tirón que venían. Se dejó llevar y en un efímero instante, éxtasis, pero esta vez vino acompañado de una enorme y atroz tristeza. Se le hizo un nudo en la garganta y sintió una punzada en el corazón, que se fue haciendo poco a poco más fuerte. Fue como si le clavaran un hierro candente con una fuerza sobrehumana y lo mantuvieran presionado sobre su corazón durante toda una eternidad.
Sin ser consciente, Ima empezó a llorar. Sintió la perdida de alguien, aunque de manera muy difuminada. Le vinieron destellos y retazos de aromas: tierra, agua e incienso. ¿Un funeral?
Quería dejar ese dolor, soltarlo, pero entre sollozos, dolores y emociones estaba el éxtasis, embriagador, onírico, parecido al vértigo y a la sensación que surge en el momento de la caída libre de una montaña rusa. Le empujaba a mantenerse en ese estado de trance, a sufrir el hierro candente. Por suerte, Ima fue capaz de retomar el control y volvió a la realidad. Su conciencia y sus sentidos volvieron e Ima se tambaleó en su silla. Gotas de sudor le caían de su frente.
Miró a Ryu. La respiración entre cortada.
—Imposible —dijo Ryu.
Ryu lo había visto. Lo había visto todo. Había visto como el espacio se revolvía alrededor de Ima cuando esta había cogido la foto. Vio como todo su alrededor se congelaba, se quedaba inmóvil, mientras él e Ima no se veían afectados. Era como estar dentro de una burbuja donde el tiempo seguía corriendo, mientras que lo de afuera se detenía. Le vio llorar, le vio sentir las emociones y ver el recuerdo asociados a aquella foto.
—¿Lo... has visto? ¿Lo... has sentido? —balbuceo a duras penas Ryu.
Ima asintió. Un momento, eso significaba que...
—¿Tú también puedes?
—Sí, y gracias a dios que no soy el único, pensaba que me estaba volviendo loco.
—¿Pero cómo? —preguntó Ima. Su cabeza era un mar de dudas.
—No lo sé —dijo Ryu —. Volví a la tienda de antigüedades con la intención de devolver la cámara, pero
—La señora había desaparecido —le cortó Ima.
—Sí, así es.
—¿Cuándo te la regaló? —preguntó Ima. Tenía una acorazonada y quería comprobarla.
—Hace un par de días, ¿por? —respondió Ryu.
—A mí también.
Ryu bufó, abrumado por la situación e Ima le imitó. Ambos se sentían como si hubieran entrado en un inmenso laberinto, incapaces de encontrar la salida. Cada vez que respondían una pregunta surgían otras dos.
Se mantuvieron en silencio, tratando de asumir y comprender la situación. Ambos tenían una extraña habilidad asociada a una cámara que una señora extraña y misteriosa, actualmente desaparecida, les había regalado. Parecía una historia de una de esas series de anime que solían gustarle al novio de ...
—¿Y... has hecho muchas fotos? —preguntó con inocente curiosidad Ryu.
—No he tenido oportunidad, pero fui ayer por la mañana a probar la cámara.
—¿Fue entonces cuando descubriste que...?
—¿La... habilidad? No, fue en la lluvia de estrellas, ¿tú? —dijo Ima.
—Yo... también.
¿Podría ser esa coincidencia lo que los unía o simplemente estaban locos y todo era fruto de su imaginación?
—¿Puedo verlas? —continuó preguntando Ryu.
—No las traigo conmigo, pero vivo aquí al lado, podemos comprobar si realmente sucede lo que creemos que sucede.
—¿Te importa? —dijo Ryu encogiéndose en el banquillo.
—No, además tengo curiosidad y quiero saber qué demonios está pasando.
Kaori estaba en el salón con su portátil cuando Ima y Ryu llegaron a casa. En el preciso momento que Ima y Kaori cruzaron miradas, esta fue incapaz de esconder su sonrisa. A pesar del tiempo que llevaban viviendo juntas, Ima seguía fascinada por la incesante costumbre de Kaori de pensar que había una intención sentimental detrás de cada relación que entablaba con un chico. Kaori se levantó de un salto.
—Hola —saludó Ima mientras pasaba al salón acompañada de Ryu.
—Hola —contestó Kaori con una sonrisa de oreja a oreja mientras se acercaba. Sin miramiento alguno se acercó a Ryu y le hizo una reverencia —. Soy Kaori, encantada.
—Supongo que ya no hace falta que os presente —dijo Ima encogiéndose de hombros. Ryu se rio.
—Ryu Nishimiya — dijo Ryu —. Un placer.
—Puedes dejar tus cosas en mi habitación —sugirió Ima —. La del fondo del pasillo a la izquierda
—Gracias.
Cuando Ryu se alejó lo suficiente para no escuchar, Kaori se acercó a Ima dando saltitos de alegría y haciendo un esfuerzo sobre humano para no gritar de la emoción. "Menos mal que no le he contado lo de Makoto" pensó Ima.
—¿Y ese? ¿Quién es? ¿De dónde sale?
—Shh, no es nadie, solo un compañero de trabajo.
—Es mono.
Muy a su pesar, Ima tenía que reconocer que Kaori tenía razón, pero no se lo dijo. Únicamente puso los ojos en blanco y soltó una carcajada.
—Bueno, mejor os dejo solos —dijo Kaori al percatarse de que Ryu volvía de la habitación.
—No hace fal...
Pero ya era demasiado tarde. Kaori salió disparada como una flecha hacia su habitación, se cambió de ropa y se marchó, no sin antes despedirse de Ima y desearle suerte.
—Para ya, tonta —dijo Ima.
—Ya me contarás que tal —replicó Kaori ignorando por completo a su amiga —. Un placer conocerte, Ryu.
—Lo mismo digo —dijo Ryu con una sonrisa.
Nada más Kaori salió por la puerta, Ima suspiró. Menudo torbellino de persona. Era imposible no quererle.
—Bonito apartamento —señaló Ryu.
—No está mal la verdad, un pelín caro pero bueno. Dejó mis cosas y probamos lo de la cámara y la foto.
—Sí, desde luego.
—Genial, ponte cómodo, como si estuvieras en tu casa.
—Gracias.
Ima se dirigió a su habitación. No es que estuviese desordenada, pero desde luego que la cama desecha no daba buena imagen. La llamada de Nao había sido tan repentina, que a Ima se le había olvidado hacerla.
Ryu había dejado su macuto y su chaqueta en el suelo, en un rincón cerca del armario empotrado que quedaba a la derecha.
Ima volvió al salón. Ryu estaba sentado en el kotatsu, sin despegar la mirada de la cámara y la foto. Por suerte, Kaori no las había movido de sitio.
—¿Te apetece algo de beber? ¿Agua?
—No, gracias.
Ima se sentó frente a él.
—No mentías cuando decías que era idéntica —bromeó Ryu.
—Te lo dije.
—¿Puedo? —preguntó Ryu señalando la foto que había sobre el kotatsu.
—Adelante, para eso estamos aquí.
Ryu cogió la fotografía e Ima pudo vivir lo que hace escasos minutos había vivido Ryu. Vio como el aire y el espacio se retorcía alrededor de él. Una burbuja de distorsión se alzó entre ambos. Deteniendo todo lo que quedaba en el exterior. Percibió como las sensaciones, sentimientos e incluso aromas asociados a la fotografía eran absorbidos por Ryu. Era como si hilos fantasmales de tela, enredados unos con otros, conectaran a Ryu con la foto.
El momento pareció dilatarse por un momento, estirarse como un chicle. No obstante, en la realidad a penas transcurrieron escasos segundos.
Ryu volvió en sí, agitado, con la respiración entre cortada.
—Hay que... deshacerse... de esto —logró decir a duras penas.
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