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Capítulo 30: El Umbral de los Ecos

El gato no desviaba la mirada.

—Imposible —dijo Ima al acercarse.

No tuvieron que fijarse mucho para darse cuenta de que aquel gato era el mismo que el de la tienda de antigüedades.

—Eso es buena señal.

—O todo lo contrario —replicó Ima.

El gato soltó un maullido, que fue contestado por muchos otros, provenientes del bosque. De entre los árboles empezaron a salir decenas de gatos negros. Todos marchaban hacia la fábrica, como una procesión. Una marea negra salida de la nada. El gato de la entrada los dirigió hacia el interior del edificio principal. Ima y Ryu se miraron, extrañados, pero no tenían más opción que seguir a toda la camada de gatos.

El edifico era bastante grande, con paredes de cemento gris desconchadas y las ventanas cubiertas por una persiana de polvo. Algunas partes del suelo estaban levantadas. La naturaleza, siempre inmutable, se abría camino a través del tiempo y el abandono. Enredaderas retorcidas cubrían parte de la fachada del edificio o pequeños charcos de hierba brotaban de suelo. La puerta corredera de cristal de la entrada estaba abierta de par en par, invitando a la pareja y a las decenas de gatos a entrar.

Ima y Ryu siguieron la columna negra de gatos hasta el interior. La recepción estaba desértica, a excepción del mostrador curvo, de los asientos de cuero situados a la derecha, raídos y llenos de polvo, y las plantas oscurecidas, decaídas y sin vida. El cartel de polaroid, colgado en la pared justo detrás del mueble, estaba descolorido y algunas de ellas se habían caído.

La pareja continuó adentrándose en la fábrica. Pasaron a un pabellón enorme, con el techo alto y vigas de metal. Partes del techo se habían caído, lo que permitía que la escasa luz del sol que llegaba de entre las nubes iluminara todo el pabellón. Era una cadena de montaje, destartalada y oxidada, o al menos eso parecía. Ninguno de los dos fue capaz de descubrir y adivinar que función cumplía hasta que, más adelante, se toparon con una montaña de polaroids desgastadas y mal trechas.

—Aquí debe ser donde construían los cuerpos —señaló Ryu.

Ima se quedó callada. El ambiente estaba tan enrarecido que se pegó a Ryu, algo asustada. El silencio se colaba por todos los rincones de la fábrica y solo era interrumpido, de vez en cuando, por el batir de las alas de alguna paloma despistada y solitaria.

El gato que lideraba la marcha se dirigió a una puerta doble situada al fondo del pabellón. Se levantó sobre sus cuartos traseros y la abrió sin ningún esfuerzo. Más allá, un pasillo totalmente vació conducía a otra puerta. En aquel caso, el gato se sentó justo enfrente, a esperar. El resto de gatos se situaron a los laterales del pasillo, en fila, dejando paso a Ryu e Ima. Una vez en la puerta, el gato líder hizo un gesto con la cabeza, señalándola. Con recelo, Ryu abrió la puerta, que soltó un chirrido estridente.

Daba a una zona abierta, redonda, que quedaba justo en el centro de la fábrica. En mitad del patio, había una puerta de madera blanca, destartalada. Parecía estar a punto de venirse abajo. Una fina capa de agua cubría todo el suelo. Ima y Ryu se quedaron allí plantados, atónitos. Sin darse cuenta, entraron todos los gatos, que se dispusieron en círculo alrededor del perímetro del patio, menos el gato de la tienda de antigüedades, que se colocó justo al lado de la puerta blanca.

—Esto cada vez es más raro —dijo Ima, sacando a la palestra lo que los dos pensaban.

—Ya lo era desde un principio.

Se encaminaron hacia la puerta y el gato. El chapoteo de sus pies al caminar era suave, delicado y elegante. Había algo oculto, pero apacible en él, que les ayudó a relajarse. Cuando llegaron a la puerta, el gato ¿les hizo una reverencia?

La puerta se abrió sola y una inmensa luz roja oscura salió de su interior, deslumbrando a Ima y Ryu.

"Adelante", sonó una voz aguda y grave a la vez en la mente de ambos. Miraron directamente al gato, que parecía sonreír.

"Os está esperando", continuó el gato en sus mentes.

Ima y Ryu se miraron. En un principio pensaban que no encontrarían nada en aquella fábrica abandonada y que su búsqueda seria en vano, pero por suerte o por desgracia habían estado equivocados. Se cogieron de la mano y se dejaron engullir por aquella luz roja.

Notaron como si una fuerza tirara de ellos y los separara de la realidad. La luz empezó a emitir flashes que iban incrementando a cada segundo que pasaba hasta que se estabilizó de nuevo. Cuando la vista se les acostumbró y pudieron enfocar lo que tenían delante, se percataron de que se encontraban en un cuarto oscuro de revelado. Además, la puerta había desaparecido.

La sala estaba llena de fotografías, enganchadas en las paredes, en el suelo y en el techo. Algunas, incluso, flotaban en el aire. De ellas salían ecos susurrantes, que se mezclaban unos con otros, creando un murmullo indescifrable. Además, algunas de las imágenes no eran estáticas, sino que se movían, como si alguien le hubiese dado al botón de rebobinar una y otra vez.

Al fondo de la sala, de pie e inmóvil como una estatua, se hallaba la señora de la tienda de antigüedades. Sin querer, Ima y Ryu se pusieron el alerta. Aquella mujer, o lo que fuera aquel ser, tenía la culpa de todo lo que había sucedido. En parte se sentían agradecidos, porque gracias a ella habían logrado conectar de un modo mucho más profundo, pero el poder que les había otorgado casi había conseguido atraparles en una espiral de confusión y éxtasis que hacía desconectarles de la realidad, hasta al punto de empezar a olvidar los recuerdos que generaban juntos.

Se acercaron a ella, recelosos. De camino, echaron un vistazo a las fotografías que flotaban en el aire.

—Un momento... —dijo Ima mientras se acercaba a una de ellas.

Era la fotografía que le había hecho a Ryu mientras dormía. ¿Cómo había llegado allí? Pasaron de una foto a otra. Las del parque de atracciones, las del viaje, estaban todas, y más, incluso, fotografías que no eran suyas.

—No puede ser —soltó Ryu mientras se acercaba a una fotografía. La cogió del aire y por muy extraño que parezca, dio la impresión de descolgarla de un tablón de corcho.

La mujer que aparecía en la foto era... y el hombre... con el niño. No, imposible, era imposible.

—Los recuerdos, pasados, presentes y futuros coexisten, se unen, y aquí es donde sucede.

—¿Qué significa esto? —preguntó alzando la voz y mostrando la fotografía a la señora.

La imagen empezó a moverse a gran velocidad, difuminándose y ocultando lo que aparecía en ella.

—¿Por qué preguntas cuando ya sabes la respuesta?

Ima se acercó a Ryu, con el ceño fruncido. Le cogió la foto y le miró con los ojos abiertos.

—¿Qué ocurre?

—Podéis intentar convenceros a vosotros mismos de que no es real, pero el umbral de los ecos no engaña.

Ima y Ryu se mantuvieron alejados. Sus intenciones iniciales se vieron opacadas por el miedo y el desconocimiento.

—Tranquilos, acercaros, no pretendo haceros daños.

—¿Qué eres? —preguntó Ima con clara confusión.

—Kioku, guardiana de las memorias y los recuerdos.

Al instante pensaron que se trataba de una broma, ignorando por completo todo lo que habían vivido y la propia estancia en la que se encontraban. Además, el tono de la mujer no daba pie a pensar que les estuviera tomando el pelo.

Dieron un paso al frente, dudando de las intenciones de aquella... cosa.

—¿Por qué nos diste las polaroids? —preguntó Ryu sin tapujos.

—Antes de nada, me gustaría pediros mis más sinceras disculpas. Siento si a causa de mi elección os he perjudicado o hecho daño, no era mi intención, pero erais mi única opción.

Ima y Ryu le miraban con una mueca de confusión el rostro.

—Supongo que os debo una explicación —añadió la señora.

—Como mínimo —replicó Ryu.

La señora tomó aire.

—De acuerdo. Todo empezó en la lluvia de estrellas, bueno, a decir verdad un poco antes y realmente una princesa rebelde y caprichosa es quien tiene la culpa de todo esto.

—¿La culpa de qué? —preguntó Ima.

—Veréis, la realidad está formada por varias capas, superpuestas unas encima de otras, coexistiendo en el espacio y tiempo en un fino y delicado equilibrio. Pues bien, ese equilibrio se rompió, lo que significa que esas capas empezaron a resquebrajarse. Una de esas capas es la de los recuerdos, la memoria y las emociones. Por suerte, la princesa arregló el desastre que ella misma había provocado, pero quedaron algunas secuelas.

—¿Qué tenemos que ver nosotros con todo eso? —preguntó la pareja al unísono.

—Nada, realmente nada. Os escogí y os ofrecí los Ecos por los sentimientos que os procesabais el uno al otro y por vuestra afición común por la fotografía, nada más.

—¿Por qué nos diste acceso a los Ecos, para que usarlos?

—Muy sencillo, sin los Ecos, la capa de los recuerdos y las emociones se rompería. Con los Ecos lo que conseguí fue recomponerla. Me alimenté de vuestros sentimientos, de vuestros recuerdos para poder lograrlo.

Ima y Ryu se miraban, sin comprender nada todavía. Por mucho que conocieran todas aquellas palabras, juntas perdían todo el sentido y el significado. Eran como dos niños recién nacidos a los que su padre o su madre tratase de explicarles como funcionaba el mundo. Lo que resultaba en algo ridículo.

—Por suerte, la capa ya está recompuesta —añadió la señora.

—Entonces, solo fuimos herramientas...

Sin poder explicar el porqué, Ima se sintió abatida, decepcionada e incluso ingenua. A pesar de que en su interior, desde el principio, había deducido que había algo más detrás de todo aquello, una parte de ella había deseado que no fuera así. Que simplemente todo aquello existiese sin más, fuera real, sin ninguna explicación detrás. Pero estaba equivocada. Lo que hacía tan especial su conexión con Ryu tenía una razón de ser, un propósito casi místico y que había sido concedido bajo los designios de un ente que había usado sus recuerdos y sentimientos como simples recursos sin valor. 

Puede parecer algo absurdo, pero donde muchos verían algo para enorgullecerse, Ima solo veía razones para disgustarse. ¿Pecaba de arrogante? Seguramente, pero ¿quién no lo es cuando se trata de sus sentimientos?








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