Capítulo 1: Tienda de antigüedades
Ima Otsuka salió de su casa a medio día, acompañada por su compañera de piso y amiga Kaori. Era el primer día de vacaciones que tenía después de estar medio año trabajando sin parar. Por mutuo acuerdo, ella, sus amigas y Kaori, que por fin empezaba a congeniar con el resto de chicas, habían planeado ir a la playa. Había quedado con ellas en la estación de tren.
Ima trabajaba a media jornada de camarera en un restaurante en pleno centro de la ciudad, a diez minutos de la estación de Noda. No era su trabajo soñado eso desde luego, pero le permitía compartir piso en la ciudad de Osaka, donde los precios empezaban a aumentar. Por suerte, en la universidad conoció a Kaori, una chica bajita y teñida de rubio que después de insistir y coger confianza, aceptó buscar un piso con ella. Además, Ima también trabajaba como fotógrafa en una agencia de talentos.
Ima y Kaori se dirigían a toda prisa hacia la estación. Llegaban casi media hora tarde.
—Va, que llegamos tarde, todo por tu costumbre de maquillarte para todo —se quejó Ima —Por dios, que vamos a la playa, no a una cita sorpresa.
—Cualquier momento es bueno para ponerse guapa.
Ima puso los ojos en blanco. Kaori vestía sus mejores prendas veraniegas: una falda beige ligeramente abierta por un lateral, un top blanco, gafas de sol y un sombrero moderno estilo cuenta de paja, además de la pertinente bolsa tote donde llevaba las toallas y escondía maquillaje de reserva. Ima iba mucho más sencilla, con unos shorts tejanos, una camiseta de tirantes que podía pasar por top y una totebag donde llevaba la crema solar, un libro y algunos snakcs. Pensó en llevarse la cámara. Solía llevarla a todos lados, pero en esa ocasión prefirió dejarla en casa y disfrutar al cien por cien de sus amigas y su compañía.
Por fin llegaron a la estación, aunque, por desgracia, tuvieron que esperar unos veinte minutos a que pasará el próximo que tren que les llevaría a la playa. Una vez dentro del tren, Kaori le contó sus dramas a Ima, que escuchaba atenta, o al menos fingía hacerlo.
—¿Te acuerdas de Ryosuke? —dijo Kaori.
<<¿Ese cuál era? ¿El alto o el que trabajaba en la tienda de deporte? >> Pensó Ima.
—Sí —respondió Ima.
–Pues me invitó a cenar hace poco —confesó Kaori. Ima ni siquiera trató de fingir sorpresa. Sabía como iba a acabar la historia. Siempre acababan igual.
—¿Y qué tal? –preguntó Ima.
—Genial, pero no me termina de convencer —dijo Kaori.
—¿Entonces?
—No sé, en persona no hubo esa chispa que pensaba que iba a haber —dijo Kaori —Aunque hemos quedado la semana que viene.
—¿Pero a ti te gusta? —preguntó Ima, sabiendo ya la respuesta.
—No —dijo Kaori.
—¿Entonces, por que le sigues el rollo? —preguntó Ima.
—No es verdad, no le sigo el rollo. Además, cuando quedemos le diré que no le veo de esa manera —dijo Kaori —¿Y tú qué? ¿Tienes alguna novedad?
Ima ansió por un instante decirle que sí, pero no era el caso. Había tenido un par de relaciones antes, pero no terminaron en buen puerto. Por suerte, las cosas acabaron de buenas maneras en ambas relaciones. Simplemente, los chicos con los que había estado, esperaban de ella un compromiso que, de momento, ella no estaba dispuesta a dar. Algunas de sus antiguas compañeras de clase ya hablaban de casarse o incluso de tener hijos, algo que para Ima aún estaba lejos de hacerse realidad. Además, fueron relaciones donde la atracción, la pasión y el interés se desinflaron y desvanecieron muy rápido.
—No —confesó por fin Ima.
—¿Y que pasa con Makoto? —preguntó Kaori.
—Se acabó, ya lo sabes Kaori —dijo Ima.
—¿Pero no os habláis ni nada? —preguntó sorprendida Kaori.
—No —mintió Ima —Cuando las cosas se acaban, se acaban.
Era una verdad a medias. Su relación había terminado y por unas escasas semanas mantuvieron la distancia reglamentaria que ocurre en todas las rupturas, pero poco después, ambos, retomaron el contacto, aunque por el momento no había vuelto a suceder nada.
Y tenía que reconocer que le daba rabia. No sentía nada por Makoto, pero mantenía aquella relación a duras penas por la desgana y el esfuerzo que le suponía entablar una relación completamente nueva y desde cero con un desconocido. Además, la presión de su familia y ver como todas sus amigas y conocidos avanzaban en ese aspecto no ayudaban.
La esperanza de encontrar alguien con el que congeniar de verdad y compartir momentos genuinos y vibrantes se esfumaba poco a poco y más de una vez Ima se había visto pensando en su solitario futuro.
—Es una pena —dijo Kaori —Estabais hechos el uno para el otro y me caía bien.
Ima se encogió de hombros y trató de cambiar de tema. Hoy era día de playa, así que no iba a dejar que aquel asunto arruinara el día. Pasaron a hablar y a planear más quedadas en sus vacaciones. Quince minutos más tarde llegaron, por fin, a su destino, Nishikinohama. Estaba al sur de Osaka y era una estación diminuta que cruzaba una urbanización entre lo rural y lo industrial, creando así el extraño encanto característico de algunas zonas de Japón.
Para sorpresa de Ima y Kaori, Azumi y Hana seguían esperándolas, sentadas en un banco cercano a la estación. Eran como el día y la noche.
Azumi era alta, la más alta de las cuatro. Vestía con un sencillo vestido verde con detalles florales de color blanco, un mochila de marinero de tela negra, gafas de sol y se había hecho una coleta para mantener su pelo negro recogido. Hana, en cambio, era bajita, con ligero sobre peso, aunque eso no le amedrentaba a la hora de mostrar su cuerpo, pues era la única que no llevaba nada encima, exceptuando el bikini y los shorts de deporte gris. Cubría su pelo corto con un pequeño sombrero de paja y llevaba una mochila de lona vintage. Desde luego que las cuatro juntas formaban un grupo peculiar.
Nada más acercarse, Kaori pidió disculpas mientras sonreía de manera bobalicona. Por suerte, hacía tiempo que no se veían todas juntas, así que se libró de la bronca.
Tuvieron que caminar durante varios minutos para llegar a la playa y de camino allí, Ima se fijó en un diminuto edificio con un letrero colgante. Solo tenía una planta, que contrastaba con la mezcla de edificios que tenían dos o más y los edificios más tradicionales de la zona. La puerta erra corredera y enfrente había un gato negro sentado, mirando hacía la calle. Parecía montar guardia. En ese instante, una señora mayor, de unos ochenta años salió con un cuenco lleno de agua, que dejo cerca del gato. Ima y la señora cruzaron las miradas por un momento y esta le hizo una reverencia o esa fue la sensación que tuvo Ima.
No era la primera vez que pasaba por allí, pero su sorpresa era cien por cien genuina al fijarse y ver que el letrero rezaba "Tienda de antigüedades". Quiso parar y echar un vistazo, pero el resto de chicas se lo impidieron. Ya habían perdido mucho tiempo por culpa de Kaori, así que no le quedó más remedio que ceder y hacerles caso. Ya volvería en otro momento.
Al llegar a la playa no desperdiciaron mucho tiempo en elegir sitio, ya que estaba prácticamente vacía. Solo estaba ocupada por un par de familias que disfrutaban de las escasas y modestas olas.
El encuentro prosiguió según lo esperado. Se pusieron al día, comentaron sus dramas y sus planes de vacaciones.
Hana se iba de vacaciones con su pareja a Europa, en concreto a París. Estaban nerviosos, a pesar de que todavía les quedaba un mes para irse. Era el destino soñado por ambos y ya tenían todo el viaje planeado.
Azumi iba a pasar una semana en la casa de sus suegros, en Nara y había empezado a buscar piso con su novio.
Se bañaron, rieron y disfrutaron.
—¿Oye, veréis la lluvia de estrellas? —preguntó Azumi mientras tomaban y picaban algo en las toallas. Ima había escuchado algo en las noticias. Al parecer, en aquella noche, habría una lluvia de estrellas, la más grande en la historia del mundo, o eso decían los informativos.
—Sí –contestó Hana —,he quedado con Touya para ir a verla.
—Pues, ahora que lo dices, podría quedar con Ryosuke para ir a verla —contestó Kaori.
—Yo no lo sé —dijo Ima —Seguramente.
No tenía nada que hacer esa noche, así que, ¿por qué no? Así, también podría aprovechar para practicar a hacer fotografía nocturna.
Durante el resto de la quedada no pasó gran cosa. Se volvieron a bañar, momento que Ima aprovechó para leer. Después, todas se pusieron de acuerdo para ir a comer a un restaurante cercano.
Estaba a unos cinco minutos de la playa y era tan pequeño que si no fuese por el toldo y los carteles pegados a la puerta, el edificio podía pasar por una casa normal y corriente. Dentro, solo había una mesa con cuatro sillas y un tatami con capacidad para ocho personas. Ima y el resto agradecieron ser las únicas clientas aquel día.
Después de comer, decidieron dar por terminada la quedada, así que Ima y Kaori se despidieron de Hana y Azumi y volvieron a la estación. Fue entonces, cuando Ima le pidió a Kaori que le esperase un momento, pues quería entrar en la tienda de antigüedades, a lo que Kaori no rechistó. Hasta cierto punto se lo debía, por haberle hecho esperar tanto. Ahora estarían en paz.
El gato aún se encontraba en la puerta, pero ya con el cuenco de agua vacío. Estaba tumbado, espachurrado en el suelo, panza abajo, dormitando.
Ima abrió la puerta y se encontró con una estancia tristemente iluminada por una luz naranja proveniente de una tosca lámpara colgante. Ima se sorprendió al ver una estancia bien ordenada, con vitrinas, estanterías y muebles libres de polvo, pero aun así el olor a madera envejecida, humedad y papel antiguo fluía por toda la sala.
Ima fue directa a las vitrinas del centro de la tienda, que estaban llenas de antiguos artefactos: telescopios, brújulas o incluso jarrones o juegos de tazas de té, pero todo eso eran baratijas. Ima solo tenía ojos para uno de todos esos objetos, una cámara. Era una Polaroid, negra, cuadrada y el flash sobresalía por la parte superior. A ojos de Ima y a través del cristal, parecía estar en buen estado.
Ima estaba tan absorta que no se percató de la presencia de la mujer anciana hasta que le habló.
—Bonita, ¿verdad? —dijo la anciana.
—Desde luego —reconoció Ima.
—Muchos dirían que es una reliquia —señaló la mujer.
–No me extraña —dijo Ima —¿De que año es?
—No lo se, jovencita —respondió la señora —.Me la regaló mi abuelo, que se la regaló su abuelo antes de mi.
—Debe ser uno de los primeros modelos —dijo Ima emocionada —Tendrá más de cincuenta años.
—Vaya, eres toda una experta, eh.
—No me considero tanto —reconoció Ima —, pero adoro la fotografía. ¿Está en venta?
La anciana, que mantenía sus manos detrás de una espalda encorvada, le miró de arriba ha abajo.
—No, no está en venta —dijo la señora. Los hombros de Ima se desinflaron como un globo —Aunque, hoy es un buen día para hacer regalos.
—¿Qué? —preguntó incrédula Ima.
—No te preocupes, chiquilla —dijo la anciana tratando de no darle importancia —.Además, a pesar de tener más o menos la misma edad que la cámara, no tengo ni la más remota idea de cómo funciona.
La anciana sacó una llave que llevaba colgada del cuello. Abrió la vitrina despacio, como si de un ritual antiguo se tratara y cogió la cámara de igual manera, después, de forma casi reverencial, se la dio a Ima.
La respiración se le cortó por un instante. La cámara desprendía un olor añejo mezclado con, por raro que suene, tinta fresca.
—Ahora es tuya —sentenció la anciana —Disfrútala.
—Muchísimas gracias —dijo Ima con una sonrisa que le recorría toda la cara. Hizo una reverencia tan exagerada que su cabeza casi tocaba sus rodillas.
Ima salió de la tienda con la cámara en mano, feliz, como una niña pequeña con un juguete nuevo.
—Listo, ya podemos irnos —dijo Ima, que sin pensárselo dos veces se dirigió a la estación a toda velocidad, seguida por Kaori.
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