Capítulo 7
—¡Dante me ha hablado!
Se mostraba emocionada Emilie entrando al apartamento de su amiga, del cual tenía una copia de las llaves.
—¿Qué? —preguntó Eldrid, a mitad de morder su tostada de desayuno.
—Hemos hablado casi toda la noche, ¿te lo puedes creer? Detrás de esos tatuajes y de esos ojazos hay un chico tan tierno... —suspiró como tal enamorada.
—Em, acabais de empezar a hablar, aún no caigas. —bromeó entre risas, mordiendo esta vez su tostada.
—Es que esos audios con ese acento, esa risa —se dejó caer en el sofá que tenía en la sala frente a la cocina americana de Eldrid. —¿A ti no te gusta Alessandro?
—Es un chico lindo, es tierno, atento, cariñoso, amable, gracioso... —enumeraba mientras agarraba la tostada a medio comer. —Pero nos estamos conociendo, no quiero ir rápido.
—No irás rápido, abuela. —se burló Emilie mirándola con una sonrisa molestosa. —Yo creo que a él si le gustas.
—Tú tienes muchas fantasías, ¿acaso no has visto cómo has entrado? —rió removiendo la cuchara dentro de la taza de café.
—Cambiarás de idea cuando despiertes una mañana, mires al lado y escuches un "Buongiorno principessa" de tu italiano favorito. —le enseñó la lengua, pensando por un momento. —Quiero un amor de película, ¿tú no?
—Em, has venido demasiado alterada, no te vienen bien los italianos. —alzó una ceja.
—Es que me he levantado feliz. —sonrió levantándose, acercándose hacia la cocina con ligeras vueltas como si fuera una bailarina de ballet y cogiendo una de las tostadas ya hechas. —Además, mañana ya trabajamos de nuevo, hay que disfrutar cada fin de semana, mañana toca taller, y de tus favoritos.
—Eso me gusta más. —sonrió dando un sorbo a su café, levantándose para prepararle un té a Emilie. —Em, tengo té de frutos rojos, ¿te sirve?
—Bueno, no es mi favorito pero sí. —asintió sentándose en una de las banquetas de la cocina. —Te compraré una caja de té matcha para que lo tengas aquí.
—Pues será solo para ti, a mí eso no me gusta. —hizo una mueca de asco, dejándole la taza de agua caliente con la bolsita del té.
—Deberías darle una oportunidad y dejar de beber tanto café, aún no sé cómo puedes dormir por las noches. —dijo mientras daba un pequeño trago a su taza. —Huele de maravilla.
—¿Te apetece ir hoy al museo? —preguntó Eldrid terminando su desayuno. —Me despejará de los libros un rato, necesito estar en mi salsa.
—Claro, tenemos tiempo de sobra, hoy no se trabaja.
Las visitas al Museo Metropolitano del Arte para Eldrid no podían faltar, allí encontraba la paz que necesitaba después de días largos trabajando en la biblioteca. Siempre que iba, se pasaba horas y horas admirando cada escultura, lienzo u objetos expuestos como si su vida se fuera en ello y, muchas otras veces, se sentaba frente a alguno de los grandes cuadros para intentar plasmarlo en su libreta de dibujos.
—Podemos ir después de dar un paseo, no quiero estar hoy en casa todo el día.
—¡Me pido no conducir! —se apresuró a decir la rubia, terminando el té.
—Qué raro. —ironizó Eldrid. —Espera a que me prepare, tú sigue hablando con tu príncipe italiano mientras.
Escuchó la risa de su amiga mientras se iba a la habitación para poder prepararse. Hoy el día estaba un poco nublado, por lo que optó por ponerse unos jeans junto a un suéter color burdeos, en su espacioso bolso metió su libreta de dibujos y su pequeño estuche. Cogió las llaves del coche y volvió a la sala, donde Emilie estaba tirada en el sofá con el móvil casi pegado a la cara.
—Sería una pena que se te cayera en la cara. —dijo con una sonrisa burlona, notando luego la mirada amenazante de Emilie. —Vamos, venga. —rió abriendo la puerta para que saliera su amiga primero.
—¿Qué te parece si vamos a Central Park primero? Me gustaría tomar algunas fotos. —comentó Emilie mientras se abrochaba el cinturón del asiento del copiloto.
—Allá vamos. —asintió Eldrid poniendo en marcha el coche.
Una vez que llegaron al amplio lugar, Emilie sacó su móvil para poder fotografiar varias cosas que tenía a la vista.
—¿No has pensado en comprarte una cámara profesional? Sacas unas fotos muy buenas. —preguntó Eldrid mientras caminaba a paso lento tras la rubia, mientras admiraba el paisaje.
—Sí, a veces lo pienso pero no sabría si le sacaría mucho partido, de momento el móvil hace justicia a mis ojos. —sacó otra foto, donde se veían dos pájaros de pequeño tamaño sobre la rama de un árbol.
Eldrid se sentó bajo una sombra, sacando la libreta y el estuche de su bolso, el ambiente no era tan malo a pesar de que aún el sol no hacía acto de presencia aún. El sonido de los pájaros, el murmullo lejano de las personas que paseaban por allí, el movimiento de las hojas que soplaba ligeramente el viento... Fue el momento perfecto para estar en paz, pero con su lápiz en la mano.
—Vaya, Eldrid... —susurró Emilie sentándose al lado de su amiga después de sacar un par de fotos más. —No me deja de sorprender lo que haces.
La pelirroja esbozó una sonrisa algo tímida mientras su mirada se mantenía fija en el dibujo.
—¿Esa soy yo? —preguntó al ver la figura a modo de sombra de una chica, con algo en la mano, parecido a un móvil.
—Sí, quedaba bastante bien con el jardín de fondo. —alzó su mano, finalizando el dibujo, sin apenas mucho detalle.
—Te ha quedado precioso.
Agradecida, recogió las cosas para luego poner en marcha de nuevo hacia el coche. Antes de que pudiera arrancar, el sonido de su móvil la sacó de su idea de ir al museo.
—Alessandro. —susurró mirando la pantalla.
—¿Te está llamando? Cógelo, tal vez quiere otra cita. —alzó ambas cejas la rubia, cotilleando la pantalla de su amiga.
—¿Hola?
Atendió la llamada. Su expresión cambió a una un tanto triste, pero con preocupación. Escuchaba atentamente las palabras de Aless y los gritos de Dante detrás hablando por su teléfono. Miró de reojo a Emilie, quien le preguntaba en voz baja qué pasaba y por qué se escuchaba Dante tan alterado.
—Seguimos en contacto Aless, no lo dudes.
Colgó.
—¿Qué ha pasado? ¿Están bien? —preguntó Emilie, ahora con un poco de preocupación.
—Sí, solo que deben irse ya a Italia. —comentó con un pequeño suspiro. —Al parecer han tenido un problema algo grave, pero no ha entrado en detalles.
—Oh... —susurró, la misma tristeza que a Eldrid le carcomió cuando lo supo. —¿Y volverán?
—No sé Em, sabe que podemos seguir hablando así que... si vuelven, lo sabré. —le regaló una media sonrisa a la rubia. —¿Vamos al museo? Luego pasamos el resto del día viendo películas en casa.
—Me gusta la idea. —sonrió mientras asentía con su cabeza a la idea de la pelirroja.
Puso en marcha el coche, el museo estaba un poco más lejos pero entre canciones el trayecto no se hacía tan pesado. Cuando llegaron, pagaron la entrada y a Eldrid se le dibujó una sonrisa en la cara cuando uno de los guías la saludó.
—Has vuelto, hacía tiempo que no pasabas por aquí. —dijo con tono dulce el chico de mediana edad, dejando dos besos en sus mejillas.
—No me he podido resistir, y hoy era el día perfecto. —sonrió alegre. —Ella es Emilie, mi mejor amiga. —señaló con la mano a la rubia, quien saludó con dos besos también al chico.
—Pues bienvenidas, a ti otra vez Eldrid, y espero que te guste todo lo que vas a ver Emilie, verás que vas a querer volver.
—Muchas gracias. —sonrió la rubia con amabilidad. —Vaya, eres famosa aquí dentro. —susurró a su amiga.
—No exageres. —rió adentrándose en los pasillos. —Desde la primera vez que vine me crucé con Andrew, era algo más joven que ahora, pero no pierde su esencia.
La visita duró más de lo esperado para Emilie, quien no se pensaba que hubieran tantas cosas ahí dentro. La zona de arte egipcia la había sorprendido, ver incluso tantas esculturas detalladas. Era algo que no iba a olvidar. Andrew las invitó a beber una copa de vino blanco en una de las zonas públicas de ocio, como cortesía y aprovechando el descuento que tenía Eldrid al ser miembro.
—Este lugar es maravilloso, Andrew. —admitió Emilie, aceptando la copa de vino que le entregaba el chico.
—Sabía que te iba a gustar, querida, me alegro mucho. —sonrió satisfecho. —¿Cómo va el trabajo en la biblioteca?
—Bien, a veces algo complicado con algunos talleres pero siempre sale todo bien. —respondió Eldrid luego de dar un pequeño sorbo a su copa.
—¿Robert no suele venir a estos sitios? Nunca viene mal tener gente nueva
—Robert es más de libros. —Emilie dejó escapar una pequeña risita, notando el tono con el que se refirió a su compañero. —Es un chico muy centrado en sus cosas y no es fácil sacarlo de ahí.
—Qué pena, pero bueno, ustedes pueden decirle que el museo está abierto. —dijo mientras se giraba para saludar a una pareja que había entrado al lugar. —Luego os veo, chicas.
—¿Le dirás a Robert? —preguntó Emilie mientras miraba a su amiga, apretando sus labios para aguantar una risa.
—Mejor dejémoslo con sus cosas. —la miró con la misma expresión. —¿Vamos a casa? Podemos preparar algo rico, muero de hambre.
—Estaba esperando a que lo mencionaras. —terminó el contenido de su copa, que no estaba tan llena, y esperó a Eldrid, quien se despedía por ambas de Andrew. —Conoces gente un poco rara, al final no me extraña que tengas una aplicación para conocer gente nueva. —bromeó en voz baja.
—Es buen tipo, y solo quería conocer a alguien de Italia, pero cállate que al final acabaste tú peor que yo. —rió haciéndose paso entre la poca multitud que había entre los pasillos hasta la salida.
—Es verdad, al menos algo fue bien con esa aplicación. —rió con ella, entrando al coche.
Al llegar al apartamento, Eldrid dejó su bolso sobre el sofá para ir hacia la cocina a lavarse las manos. Cocinaría para ambas el almuerzo y algún picoteo para la tarde mientras veían películas.
—¿Qué te apetece ver? —preguntó Emilie, haciéndole compañía en la cocina. —¿Maratón, serie?
—Podemos ver alguna serie, nos da tiempo de sobra de vernos bastantes capítulos. —opinó mirando hacia el reloj de pared del salón, las dos de la tarde. —Solo tengo en mente comer, créeme.
—Está bien. —rió mirando en su móvil las series que podían ver. —¿Qué te parece...? —pensó por un momento, mirando todas las opciones. —¿Breaking Bad?
—Uf no. —negó con su cabeza mientras picaba algunas verduras.
Así pasaron alrededor de media hora, decidiendo alguna serie que les gustara a ambas, pero ponerse de acuerdo en eso parecía misión imposible. Tanto, que acabaron por ponerse las películas de Shrek; a Emilie le recordaban a su infancia y Eldrid no tuvo pega alguna. La comida estuvo lista, así que el día concurrió no tan mal, aunque pudo haber acabado mejor si no fuera por la ida de ambos italianos.
—¡Eldrid ahora no pauses! —exclamó la rubia viendo a Eldrid correr hacia el cuarto de baño, justo cuando el padre de Fiona estaba más enfermo.
—¡Es un segundo Emilie, necesito hacer pis!
—Vaya aguafiestas. —cogió uno de los nachos que habían preparado para el picoteo y lo zambulló en el guacamole.
—Ya estoy, quejica. —puso Eldrid de nuevo el play, sentándose mientras cogía otro nacho. —Ese se va a morir pronto.
—Pues ya verás el drama que se forma, tú atenta a la película. —mandó a callar a la pelirroja, con la vista puesta en el televisor.
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