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Capítulo 25

A Dante le tranquilizaba ver a Emilie a salvo. Su abuela se encargó de enseñarle la ciudad los siguientes días de su llegada, mostrándole principalmente los lugares que tenían un encanto especial para ella, como el lugar en el que conoció a su difunto esposo. En todo ese tiempo Emilie pudo despejar su cabeza, aunque siempre tenía un hueco para Eldrid.

La búsqueda de la pelirroja seguía en curso. Junto a Martino y dos amigos suyos que logró convencer pudieron formar un grupo lo bastante bueno en caso de que hubiera algún enfrentamiento con los chicos de Aldo, ahora ajenos a ellos. Dante todavía no era capaz de creerse nada, pero su fortaleza no podía disminuir ahora cuando sentía que necesitaba ser el más fuerte de todos.

Empezaron a buscar por el club que había mencionado Martino, donde la llevaron en el coche. El plan era tan simple como aparentar ser simples clientes, menos Dante, quien iba el último para poder captar todos los movimientos de los hombres de seguridad. No iba a ser difícil, ni él ni Aless pisaron esos lugares antes por lo que no sería reconocido.

Eldrid no estaba.

La frustración empezó a apoderarse poco a poco del rubio, quien sabía que Aldo no se lo pondría tan fácil.
Los días se alargaban más de la cuenta en la búsqueda de Eldrid, pero también se hacían tristes por la desesperación de Emilie al recibir la noticia cada día al llegar Dante a casa. Sentía que todo estaba perdido.

Hoy era un nuevo día. El italiano estaba dispuesto a cambiar de estrategia por un día, necesitaba saber qué ocurrió con Alessandro. El día era lluvioso, la tormenta se aproximaba pero su cabeza solo estaba llena de frustración y odio hacia los que un día fueron sus compañeros.

—Martino, quiero que lleves al bar a Lorenzo, necesito hablar con él. —ordenó en la llamada con el único compañero que le quedaba de la mafia. Estaba dispuesto a conseguir respuestas de cualquier manera.

Se acomodó la capucha de la sudadera antes de salir, pero un pequeño ruido lo hizo girar. Subió las escaleras y abrió la puerta de la habitación de Emilie, la cual ya se encontraba un poco abierta. Estaba tumbada en la cama con una de sus camisas puesta y recién duchada, dado su pelo húmedo. Estaba intranquila dando ligeros golpes con un lápiz sobre una libreta.

—¿Ocurre algo? —preguntó el rubio para hacerse notar.

La chica dejó escapar un suspiro y cerró la libreta, volviendo su vista hacia él.

—No, solo... —carraspeó sentándose en la cama, apoyando su espalda sobre el cabecero. —Es que los días de tormenta no son lo mío. —admitió llevando sus dedos al borde de la camisa, jugando con esta de manera nerviosa.

—¿Tienes miedo de los truenos? —preguntó Dante con una pequeña sonrisa burlona, para luego acercarse y sentarse a un lado de la cama. —Sabes que aquí estás a salvo, ¿verdad? —habló esta vez con tono suave mientras la miraba.

—¿Vas a irte? —preguntó mirando hacia su sudadera. —Dante, es de noche y está lloviendo, es peligroso salir con la moto.

—Solo será un momento. —puso su mano sobre la mejilla de la chica, acariciándola con su pulgar. —Verás que llegaré antes de que suene el primer trueno. —rió intentando calmarla.

—No tardes. —murmuró, como si de un ruego se tratara.

Dante sonrió y se inclinó para besar su frente, levantándose luego de la cama.

—Por cierto, bonitas bragas. —admitió mientras seguía su paso hacia fuera del dormitorio.

—Capullo.

Escuchó el murmullo por parte de la rubia, haciéndolo reír mientras cerraba la puerta.

Ahora sin ninguna distracción en su camino, cogió el casco de la moto que tenía preparado en la entrada y salió con paso decidido, no necesitaba motivación alguna cuando se trataba de defender a su hermano.

El camino al bar fue corto debido a la alta velocidad que alcanzaba con la moto. Lo primero que hizo al llegar fue sentarse de golpe en uno de los taburetes pegados a la barra y pedir un vaso de whiskey para asimilar lo que estaba apunto de escuchar. Los otros dos hombres que Dante esperaba habían llegado y tomaron asiento a su lado derecho.

—Ey Dan, ¿cómo lo llevas?

—No vengo a esto, Martino. —espetó en un intento fallido de simpatía para no sonar demasiado bruto antes de fijar su mirada en el acompañante de su ex compañero. —He venido para obtener la información que necesito.

—Oye Dan, yo...

Se le escuchaba nervioso ante la atenta mirada del rubio tatuado.

—Joder, no era lo que yo quería, eran órdenes de Aldo, sabes cómo son las cosas dentro de la mafia. —intentó explicarse sin apartarle la mirada, notando como una fina capa de sudor se iba formando sobre su frente.

—¿Qué mierda me estás contando? —gruñó apretando el vaso corto y ancho de cristal que sostenía entre la mano. —¿Que no querías? ¡Es una puta traición, tú nos ayudaste con el puto problema de la mafia de Gianni!

—No puedo decirle que no a Aldo tan fácil Dante, lo sabes mejor que nadie joder. —resopló moviéndose sobre la butaca, pasando una de sus manos por su pelo. —Me dolió demasiado que Aldo lo matara, te lo juro que me partió en dos pero esto es... trabajo.

Dante sentía que le empezaba a hervir la sangre. No podía llegar a entender cómo todos los que formaban parte de la mafia de Aldo podían hablar con tanta soltura sobre la muerte de uno de ellos.

—Ni siquiera puedes decir su nombre. —Dante escupió las palabras con asco, bebiéndose el contenido de su vaso de un trago. —Ni te imaginas lo que me estoy conteniendo para no rajarte la garganta y hacerte ahogar con tu propia sangre.

—Tranquilo Dannie, esto se solucionará. —Martino intentó aflojar la tensión del momento poniendo una mano sobre el hombro del rubio, la cual fue rechazada al momento.

—Y tanto que se solucionará, esto me lo vais a pagar. —en ningún momento apartó la vista de los ojos de Lorenzo, quien parecía un corderito ante sus ojos.

—Alessandro no supo hacer su trabajo, sabía donde se estaba metiendo.

Fue la gota que colmó el vaso.

Con un rápido movimiento agarró del cuello de la camisa a Lorenzo, estrujándolo y estampando su puño con fuerza en su nariz. La sangre que corría de los orificios comenzaba a mancharle los nudillos.

—Eres un hijo de puta Lorenzo, has sentenciado tu muerte. —hablaba mientras los golpes no dejaban de cesar. Martino intentaba agarrar al rubio para apartarlo al ver las miradas de los clientes y la expresión asustada de la camarera, quien tenía el teléfono en mano para llamar a la policía.

—Te vas a meter en líos Dante joder, lárgate de aquí. —le dijo con dureza al conseguir su cometido.

Las ganas de Dante por destrozarle la cara no se iban, pero necesitaba matarlo con la misma frialdad que él tuvo para ir hacia la muerte de Alessandro. A pesar de ello, después de otra mirada de asco cogió su casco con brusquedad de encima de la barra y salió del bar para marchar a casa.

La lluvia persistía, pero aún la tormenta no llegaba, al menos Emilie estaría medianamente tranquila. Pensar en eso le mantenía la cabeza despejada en el camino de vuelta, era lo único que no le hacía dar la vuelta y volver a partirle la cara a ese desgraciado. Llegó antes de lo previsto, a pesar de ir calmado la velocidad no era precisamente lenta. Dejó el casco en la mesa de la entrada dejando que las gotas que resbalaban por este cayeran sobre la mesa formando un pequeño charco y puso los guantes encima. Se pasó la mano por el pelo despeinándose mientras subía las escaleras con un suspiro pesado que hizo que se le vaciara el pecho de aire para luego tocar la puerta de la habitación donde se quedaba Emilie.

—¿Quién es?

Escuchó en un pequeño murmuro, aunque ella ya sabía que se trataba de Dante. Sonrió de manera burlona.

—Un villano que viene a rescatar a una princesa de la tormenta.

Ella vaciló antes de abrir, evitando que Dante escuchara su risa. Asomó la cabeza por la puerta para mirarlo, alzando una ceja.

—No estoy segura de que prefiera al villano antes que al héroe.

—Es mejor que vayas descubriendo que el villano solo piensa en ti y que el héroe solo piensa en el bien común. Este caso es un ejemplo.

Esbozó una sonrisa cuando Emilie finalmente abrió la puerta para dejarle pasar, volviendo a cerrar tras ella. Se dirigió a la cama para cerrar la libreta con la que había pasado el tiempo y la dejó a un lado en el suelo con el lápiz en medio de las hojas.

—¿A dónde has ido?

—A buscar respuestas.

Ante la pesada respuesta del rubio, Emilie pudo suponer que no había salido como él esperaba.

—Deberías darte un baño caliente Dan, estás empapado. —Lo ayudó a sacarse la chaqueta de cuero, la cual pesaba un poco más por la lluvia.

—Iré en un rato.

El primer trueno resonó en la distancia haciendo que Emilie diera un ligero respingo. Corrió hacia la cama y se cubrió con las sábanas tapándose los oídos una vez que estuvo completamente bajo ellas.

—Em, no pasa nada.

Se acercó al lado de la cama donde ella se escondía y destapó su cabeza para acariciar suavemente su mejilla. Emilie tenía los ojos cerrados con fuerza, pero el contacto de Dante logró relajar su cuerpo tenso, lo que provocó una sonrisa en el rostro de él.

—Estás a salvo con el villano. —bromeó, dejando escapar una risita cuando Emilie abrió los ojos únicamente para lanzarle una mirada asesina.

—¿Puedes ponerte a mi lado? —preguntó mordiendo su labio inferior, un gesto que hizo a Dante tragar en seco.

—Estoy empapado. —repitió recordando sus palabras anteriores mientras apartaba un mechón de su cabello detrás de la oreja.

—Estoy usando una camisa tuya Dante, no me importa si te quitas la ropa; no es como si yo estuviera vestida de gala. —bromeó aún sin destaparse los oídos.

Otro trueno hizo que volviera a cerrar los ojos de golpe, provocando la risa de Dante.

—¿Qué tipo de villano se ríe de la princesa? —preguntó con voz afectada, exagerando su sufrimiento.

Dante dejó escapar una risa suave, antes de inclinarse un poco más hacia Emilie.

—El tipo de villano que haría cualquier cosa para ver a la princesa sonreír, incluso reírse con ella en medio de una tormenta.

Emilie sintió como el calor se le subía a las mejillas, por lo que decidió darse la vuelta para ocultar su nerviosismo. Cuando escuchó los pasos de Dante a los pies de la cama, cerró los ojos con rapidez para no mirarlo y poco después sintió el peso de él a su lado sobre el colchón.

Dante observó cómo Emilie mantenía los ojos cerrados, como si intentara ignorar la tormenta que rugía fuera y a él. Se inclinó hacia ella, aún empapado, y susurró cerca de su oído:

—No voy a dejar que nada te asuste, Em. Ni siquiera esta tormenta.

Ella abrió los ojos lentamente, encontrándose con la intensidad de la mirada de Dante. Su corazón comenzó a latir más rápido, y el espacio entre ellos pareció volverse más pequeño, más íntimo. Dante levantó una mano y, con una delicadeza que contrastaba con su apariencia ruda, acarició nuevamente la mejilla de Emilie con su pulgar, rozando suavemente su piel.

—Dante... —murmuró ella, sintiendo cómo la tensión entre ellos crecía, volviéndose casi palpable.

—Estoy aquí, Em —respondió él, su voz baja, casi ronca.

El trueno volvió a resonar, pero esta vez Emilie no se inmutó. Sus ojos estaban fijos en los de Dante, como si el mundo exterior hubiera desaparecido. Dante se inclinó un poco más, sus rostros a escasos centímetros, el calor de su aliento mezclándose con el de ella. Hubo un momento de duda, una pausa en la que ambos parecían contener la respiración, antes de que finalmente cerrara la distancia que los separaba.

Sus labios se encontraron en un beso suave, casi tímido al principio, pero que rápidamente se tornó en algo más profundo, como si hubieran estado esperando ese momento durante mucho tiempo, y es que así era. Emilie respondió con la misma intensidad, sus manos encontraron el camino hasta el cuello de Dante, atrayéndolo más cerca, queriendo borrar cualquier espacio entre ellos.

Cuando finalmente se separaron, apoyaron sus frentes una junto a la otra.

—¿Sabes ahora que el villano es el mejor de la historia? —preguntó en un susurro con sus labios aún rozando los de ella.

Emilie sonrió de manera dulce pasando una mano por el pelo mojado de Dante, echándoselo hacia atrás.

—Puede que sí.

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