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Capítulo 22

Dentro del coche, el aire estaba impregnado con el olor a tabaco y cuero.

Los ojos de Eldrid estaban llenos de pánico, incapaces de ver el camino que Aldo estaba tomando. Solo podía sentir cómo su mundo se desmoronaba a su alrededor y el miedo que la consumía.

A medida que el coche avanzaba por las oscuras calles de la ciudad, alejándose de Trentino, Eldrid intentaba comprender lo que estaba sucediendo pero en su mente solo había una mezcla de pensamientos y emociones.

Escuchó a los hombres del interior hablar en tono serio y algo bajo, mencionaban direcciones y nombres que no lograba entender, pues para ella hablaban demasiado rápido y aún no conocía del todo bien el italiano. La voz rasposa del más viejo le causaban escalofríos, como su mirada a través del retrovisor. Solo podía ver una cicatriz atravesar su ojo derecho.

Cuando el coche se detuvo, miró con desespero por la ventanilla. Vio como Aldo salía del coche y se dirigía a la puerta de un local, donde había otro hombre con el mismo aspecto que él. Intercambiaban palabras que no lograba escuchar, por lo que miró con miedo a los que tenía a su lado intentando buscar una explicación.

—Si estás tranquila no te pasará nada.

Escuchó de uno de ellos, quizás en un intento de calmarla o quizás como amenaza.

Miró a su lado, otro de los chicos estaba mensajeando en su móvil, llevaba así un rato. No decía una palabra y en cierta parte le extrañaba verle tan ausente y nervioso. Pero no podía pensar en eso tanto para opacar sus miedos.

—Por favor, sacadme de aquí. —susurró.

Sus mejillas estaban húmedas de tanto llorar, pero lo único que logró escuchar fue la risa del que estaba a su derecha, el mismo que se encargó de meterla al coche a la fuerza. La misma fuerza que usó para sacarla cuando Aldo hizo una seña con su mano.

Eldrid solo podía pedir auxilio, mientras temblaba aún presa del miedo. El antro por dentro era oscuro, podía ver a más chicas allí.

—Bienvenida a tu nuevo mundo, principessa. —escuchó al hombre que se encontraba al lado de Aldo, sonriente.

—Por favor, yo no he hecho nada, no quiero estar aquí. —sollozó.

—Ni tú ni las otras. —rió vacilante. —Llevadla con el resto de las chicas, allí le dirán qué hacer. —ordenó.

—No por favor, ¡socorro!

Era un intento absurdo porque alguien pudiera ayudarla. Aldo había salido nuevamente del antro, solo quedaba el chico que trabajaba para él. La metió a la fuerza a una habitación, era tan grande como una sala y allí se encontraban otras chicas. Miraban asustadas a Eldrid, quien intentaba empujar al chico que la sostenía para poder impedir que la dejara allí. Otro intento absurdo.

—Informadla de lo que debe hacer, es vuestra nueva amiga.

Informó con voz seca antes de salir junto a un portazo. Eldrid no podía dejar de llorar y pedir ayuda, dando esta vez golpes en la puerta, presa del pánico. ¿Dónde estaba, qué la harían hacer, dónde está Alessandro?

Una de las chicas se acercó cuidadosamente a ella, acariciando su brazo.

—Tranquilízate, es una pérdida de tiempo ponerse así. —le dijo con voz tranquila.

—Nunca estarás sola aquí, ¿cuál es tu nombre? —se acercó otra de las chicas.

—Me llamo Eldrid. —respondió con la voz algo rota. —¿Lleváis aquí mucho tiempo? —preguntó al mirarlas.

—Algunas sí, otras son novatas pero... —suspiró la primera chica. —Al final es siempre lo mismo.

—¿Qué es esto? —acabó preguntando, confusa desde que la metieron al coche.

—Aquí... Solemos servir a... señores. —comentó. —Por cierto, me llamo Ángela.

—Yo soy Cam. —se pronunció la segunda chica que se le había acercado. —El resto se presentará cuando tengan tiempo, las noches suelen ser movidas.

—¿Movidas? —preguntó Eldrid frunciendo el ceño. —¿Qué se suele hacer aquí?

—Pues bailar, servir copas, acompañar... —enumeró Cam mientras se maquillaba. —Quizás algún señor quiera pasar la noche contigo pero no suele pasarle eso a las novatas.

—¿Pasar la... noche?

—Cam la estás asustando. —chasqueó su lengua en modo de queja. —Lo único que debes saber es que aquí nos vigilan por todos lados, este es el único espacio donde podemos hablar con tranquilidad.

—¿Vienes también por Aldo y sus hombres? —preguntó Cam mirándola a través del espejo.

—Sí yo... lo conocí hoy, no sé nada de ellos. —confesó acariciando su propio brazo. —Pero conocía a mi novio, creo. —notó cómo volvía a romperse su voz.

—Oh cielo... siento todo lo que haya pasado. —susurró Ángela, abrazándola. —Intentaremos cuidarte lo mejor posible aquí.

Eso no ayudaba para nada a Eldrid. A pesar de que esas chicas le habían parecido demasiado simpáticas, ella no debería ni quería estar ahí.

Mientras seguían hablando, intentando tranquilizarla, le probaron algunas de las prendas que tenían en la habitación. El dueño del club había dado la órden de que se cambiara. Esta noche sería su debut, hoy sería la nueva bailarina de la noche.

—Suerte preciosa.

Escuchó el susurro de Ángela antes de que tuviera que abandonar la habitación. Las miradas penetrantes de los hombres asistentes la incomodaron nada más pisar frente a ellos. Se había percatado de los otros hombres que la vigilaban en cada esquina, las chicas tenían razón.

También vio de lejos al hombre que hablaba con Aldo, quien de manera discreta la incitaba a quitarse poco a poco la ropa mientras bailaba. En su mano una pequeña navaja afilada era su advertencia.

No tardó en escucharse algún que otro silbido cuando Eldrid empezó a moverse lentamente, atemorizada por la amenazante mirada de su nuevo jefe. Sabía que el tiempo que estuviera allí dentro metida iba a pasarlo bastante mal. Su mirada la delataba, solo quería salir de allí corriendo y huir a cualquier lugar cercano para ir en busca de Alessandro. ¿Era él quien la había metido en eso?

Debía sacarse prendas, aunque no se sentía capaz. Sus manos temblorosas se posicionaron en el borde del corset apretado que Ángela le ayudó a poner, intentando sacar el primer broche pero no podía, no quería. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, asustada ante las palabras obscenas que estaba recibiendo como si solo fuera un trozo de carne. Notaba los latidos de su corazón acelerarse cada vez más.

"—¿Qué coño estás haciendo Eldrid?"

Se repetía una y otra vez en la cabeza, saliendo hacia la habitación con la cabeza baja y con las quejas de los presentes por no poder verla al completo. Se encerró en llanto, dejándose caer tras la puerta. Aún no podía creer nada de lo que estaba ocurriendo, ni siquiera sabía que este tipo de clubes existían, no fuera de las películas.

—¿Dónde mierda estás? —se escuchó con tono brusco al jefe del club, sobresaltándola.

—Lo siento, yo...

Se había levantado del suelo para recibirlo, pero un golpe en la cara acalló sus palabras.

—No me toques los cojones, pelirrojita. —la cogió del pelo, acercándola a él. —Esto no lo vuelvas a repetir o lo vas a pagar caro, ¿me has entendido? Yo no soy Aldo, oportunidades ningunas.

Eldrid no tenía palabras, solo podía quejarse en voz baja por el dolor que le causaban los agarres del hombre alto.

—Ponte a servir copas esta noche, te has lucido. —asqueado, la tiró al suelo, dejando a la chica sollozando y sola.

En ese momento comprendió lo difícil que sería de aquí en adelante su vida, comprendió que no solo existía su mundo entre libros junto a Emilie, que había otro mundo oscuro donde ahora se veía envuelta. Ahora vivía entre dos mundos totalmente opuestos, sus sueños se habían esfumado, ahora su único deseo era salir.

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