Capítulo 12
Las cosas al fin se habían relajado en Sicilia. Las semanas pasaron sin peleas, sin disparos y con una notoria mejora de Aldo, quien ya deseaba salir de la cama. Dante se había encargado más que ninguno en que cumpliera a rajatabla todas las indicaciones de Niccolò, al fin y al cabo era el único médico al que debía hacer caso.
Por su parte, Alessandro con la tranquilidad del ambiente pudo saber más de la vida de Eldrid más seguido, pronto volvería a verla, moría de ganas por volver a abrazarla. Por mucho que le costara aceptarlo, se había creado un vínculo con la pelirroja que sus sentimientos no podían negar. Para él, era una chica atractiva, dulce, inteligente, graciosa... tenía todo lo bueno y él quería ayudarla a seguir creciendo. Aunque se saliera del plan de Aldo, intentó concertar alguna que otra reunión con sus contactos del Museo Nacional de Capodimonte, donde a Eldrid le podría gustar trabajar.
Con Dante ya informado, no les importaba que se quedara con ellos en el piso, incluso si Emilie llegaba a querer ir a Italia, era bastante amplio y al final los cuatro se habían llevado bastante bien.
Mientras los enamorados hablaban por chat o a veces llamada, planeaban cosas que podían hacer juntos, teniendo como plan a una gran visita por Italia que les tomaría tiempo. Eldrid se sentía segura con Aless, ¿quién mejor que él para llevarla a conocer el mundo?
—¿Cuándo te irás? —preguntó Dante, entrando a la habitación de su amigo.
—Pues en principio en dos días. — respondió con una pequeña sonrisa. —Me iré unos días y a la vuelta ella viene conmigo. —se notaba cierta emoción en sus palabras mientras revisaba la confirmación de los vuelos.
—No tardes mucho, que prácticamente me dejas solo. —rió tirándose a su cama. —¿Ella sabe el día que vas?
—Va a ser una sorpresa. —informó mirándolo. —¿Crees que todo irá bien?
Dante se encogió de hombros.
—Debería, eres un chico romántico. —bromeó escondiendo una sonrisa. —No lo preguntes Aless, tenéis buena química.
—Hablando de química... —se giró por completo en su silla para mirarlo, cruzándose de brazos. —¿Qué te traes con Emilie?
—¿Por qué lo preguntas?
—Me he enterado de que habláis. —sonrió malicioso. —No sabía yo que el malote de Dante tenía algo de sentimientos. —bromeó.
—No seas capullo. —rió negando con su cabeza. —Solemos hablar, pero no es nada serio, somos buenos amigos.
—Ya, ya... amigos. —no pudo evitar soltar una carcajada. —Digamos que te creeré solo por no ser pesado.
—Solo la conozco de los días que estuvimos allí, no seas tonto. —rió sacando de su bolsillo trasero el paquete de cigarros, encendiéndose uno. —¿Sabe Aldo que te vas y volverás con Eldrid?
—Sabe que me voy de nuevo. —suspiró agobiado tras pensar en su jefe. —Pero sobre ella no le he dicho nada. —se sentó en la cama junto al rubio, cogiéndole prestado un cigarro. —Y prefiero que siga así.
—Te has desviado de lo que tenía planeado, lo sabes, ¿no? —preguntó ofreciéndole el mechero.
—Sí, por eso prefiero que no sepa nada.
—Haré lo posible para que no pase nada cuando lleguen. —aseguró, brindándole su ayuda.
Y estaba claro que Alessandro podía confiar en él. Por mucho que Aldo fuera una persona importante para el rubio, Aless era el único que tenía a su lado cada día y quien en las caídas lo ha levantado, por lo que se quedó tranquilo con eso. No quería que nada estropeara la historia que podría comenzar entre ellos, aun sabiendo que perteneciendo a una mafia corría todo el peligro del mundo.
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Los días pasaron y las ganas de Alessandro de ver a Eldrid fueron aumentando. No dejaban de hablar en todo momento, menos de la vuelta de este.
Hoy tocaba coger el vuelo. Pero Aless lo sentía como un viaje distinto al de la primera vez. Esta vez iba solo y su objetivo era con otro tipo de sentimientos. En el aeropuerto esperó con la paciencia que no lograba tener muchas veces hasta que escuchó por la megafonía que ya debía embarcar.
《Todo va a ser distinto, esta vez todo va a ir como yo quiero》
Se decía a sí mismo mientras se abrochaba el cinturón de su asiento pegado a la ventana. Aldo esta vez no era protagonista de sus actos y eso, en parte, le ponía de los nervios. Siempre había acatado a rajatabla las órdenes del mayor y nadie podía negarse, ni siquiera Dante al ser su mano derecha, si lo hacías podías despedirte del mundo y, dependiendo de la situación, de la forma más dolorosa que podías pensar.
Llegó a Nueva York siendo de noche, por lo que optó por ver a Eldrid al día siguiente. Su estancia iba a ser nuevamente el hotel que visitó con Dante, no había tenido tiempo de disfrutarlo al completo, ni siquiera el spa.
Al día siguiente salió con el coche que había alquilado desde el aeropuerto, el no tener nada relacionado con la mafia, excepto dinero, le hacía sentir libre. Pasó por una cafetería y compró tres cafés para llevar y un par de dulces para luego poner rumbo a la biblioteca.
—Buenos días, hoy no hay ningún taller pero puede echar un vistazo a los libros que tenemos.
Escuchó la voz de Robert, sin prestar atención a quien acababa de entrar.
—Gracias Robert, una buena bienvenida. —apretó los labios para no reírse al ver al joven levantarse de la silla apresurado y avergonzado.
—Oh, hola Alessandro, disculpa las formas. —dijo con una risa nerviosa. —Es que no he dormido muy bien y estoy modo zombie, qué alegría volver a verte.
Salió de su escritorio para estrecharle la mano al italiano con una sonrisa sincera.
—Acerté entonces con el café. —rió Aless, ofreciéndole uno de los vasos altos con tapita. —En la bolsa también hay dulces, no te cortes, cortesía de la casa. —bromeó.
—Muchas gracias, no sabía que fueras tan amable, qué suerte la de Eldrid. —rió cogiendo el café y dando un sorbo. —O sea... —se apresuró negando con la cabeza. —Es que suele venir un tipo, ¿sabes? Algo pesado que dice estar interesado en los talleres pero en realidad es por ver a las chicas.
Alessandro alzó las cejas con notoria sorpresa.
—Vaya, qué romántico el tipo, buena manera de conquistar a una dama.
—Y yo soy el que lo echa. —sonrió mostrando sus dientes, orgulloso por ser el héroe. —Pero cambiando de tema, ¿qué te trae por aquí?
—Una pelirroja encantadora. —respondió alzando la comisura de sus labios. —¿Está Eldrid hoy por aquí?
—Por supuesto, pasa a la sala, está ordenando algunos libros. —lo ayudó cogiendo los cafés y la bolsa de los dulces, dejándolo en su escritorio.
Alessandro agradecido se hizo paso entre algunas personas y logró visualizar esa melena cobriza junto a Emilie, parecían inseparables. Con paso ligero pero firme se dirigió a esa estantería, las mesas que habían al lado estaban vacías.
—Emilie, no llego, ¿te lo vuelvo a repetir?
—Pues yo tampoco y Rob no mide dos metros, ¿dónde coño está la escalera?
—Te la llevaste ayer a la otra punta, la buscas tú.
Escuchó a las chicas refunfuñando.
—¿Necesitáis ayuda? —preguntó apoyando su hombro contra la estantería, viendo la cara de sorpresa de ambas.
—¡Aless! Qué alegría volver a verte. —sonrió Emilie, haciéndose a un lado para dejar ver a Eldrid.
—¿Qué haces aquí? —preguntó sorprendida la pelirroja, acercándose a él para abrazarlo. —No me habías dicho nada.
—Sorpresa. —sonrió el alto.
—¿Has venido solo esta vez? —preguntó Emilie, mordiéndose el labio inferior.
—Sí, Dante tenía que quedarse por tema de trabajo, ¿tan mala visita soy? —bromeó.
—Mejor tú que nadie. —siguió la broma la rubia entre risas. —Por cierto, sí necesitamos ayuda, ¿podrías poner estos libros allí? —señaló con su dedo hacia una de las partes altas de la estantería.
Alessandro cogió los dos libros y las ayudó en un momento, apoyándose luego en una de las mesas que había cerca.
—¿Te quedas por mucho tiempo? —preguntó Eldrid, poniéndose delante de él con una pose inocente, juntando sus manos delante de ella.
—El necesario para convencerte de que vengas conmigo a la vuelta. —sonrió de una manera tan atractiva que derritió a la chica.
—¿De... verdad? —notó sus mejillas arder poco a poco, por lo que provocó que un mechón de su pelo cubriera parte de su cara, avergonzada.
—¿No querías visitar Italia? —dejó salir una pequeña risa, apartando el mechón de la chica por detrás de su oreja. —Podrás cumplirlo.
—No sé qué decir Aless. —sonrió, parecía una niña nerviosa por haber recibido un regalo. —Estoy demasiado contenta aunque no lo parezca, pero no me lo creo. —rió envolviendo el cuello del italiano con sus brazos, sintiendo como este pasaba sus manos por su cintura.
—¿Por qué no me llamas cuando salgas? No quiero molestarte en el trabajo. —Dijo al incorporarse.
—Claro, ¿dónde te estás quedando?
—En el mismo hotel de la otra vez, podrías venir algún día a probar el spa conmigo, tienen bastantes tipos de masajes.
—Pues no sabes lo bien que me vendría uno. —rió ligeramente caminando con el alto a la entrada, donde vio a Robert con Emilie bebiendo el café.
—Gracias por los cafés, nos acabas de dar la vida. —agradeció Emilie.
—Ya me di cuenta antes. —bromeó mirando a Robert, quien reía de nuevo avergonzado. —Te veo luego. —miró esta vez a Eldrid y se acercó para dejar un beso en su cabeza, saliendo del recinto.
Haberla visto le había hecho sentirse más seguro con respecto a sus dudas, aunque no se dijera en voz alta, la química que tenían era cada vez más grande. Agradecía que Emilie y Robert fueran tan cercanos con él, se sentía familiarizado con el lugar en tan poco tiempo que le llegaba a sorprender de buena manera.
Con las gafas de sol puestas volvió al coche y condujo hacia el hotel, donde se encargó de llamar a Dante y contarle antes que nada, que Emilie había preguntado por él.
—Tú a lo tuyo, no te metas en cosas que no te incumben. —reprochó el rubio al otro lado de la línea ante la risa de su amigo.
—Solo digo que has dejado triste a tu enamorada, compénsalo.
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