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Capítulo XVI: Mundos extraños.

Pasé horas intentando asimilar la nueva información, aguantando las lágrimas cada vez que mi mente viajaba por los recuerdos de Aarón y, a la misma vez, siendo capaz de ponerme en el lugar de Blanca. La antigua soldado sólo había tratado de buscar un camino, aferrada a sus sentimientos y luchando por lo que más deseaba: libertad. Por desgracia, estuvo dispuesta a entregar todo por amor y se sacrificó ante los ojos horrorizados de ambos hermanos.

Aún no estaba muy segura de poder confiar en Kylan, mi corazón se agitaba con intensidad cuando pensaba en él y sabía que, en mi interior, Blanca deseaba advertirme de algo. Pero... tener la escena de la muerte de Juno y su guerrera más fiel frente a mis ojos, me obligaba a cuestionarme todo de nuevo.

Los ojos claros de ambos hombres brillaron llenos de incredulidad al tenerse cara a cara, el antiguo rey, quien por desgracia me era imposible analizar su rostro, mantenía a Blanca presa contra sus brazos, negándole cualquier acto contra la inminente batalla que se desarrollaba frente a ellos. Era doloroso y comencé a comprender que ninguno de los dos quería empezar un ataque.

—Baja la flecha, Kylan.—La voz de Juno era suave, como la de un joven que había tenido que madurar a base de golpes.

El heredero tenía miedo, no obstante, decidió bajar su arco para poder hablar y detener la sangrienta batalla que los rodeaba. Kylan, por el contrario, temblaba tensando la cuerda que apresaba una de sus flechas negras.

Caminé con inseguridad, deseando que pudieran darse cuenta de mi presencia y poder hacerles entender que todo acabaría en una desgracia, mis piernas temblaron conforme extendí una de mis manos, traspasando el arco y agobiándome por no poder detenerlos.

—Hermano, me lo has quitado todo.—La voz del infante atravesó la tensión del aire, golpeando el pecho de su consanguineo y haciéndole temblar con nerviosismo.

—Esta no es la forma correcta, Kylan. Te daré la corona si es lo que deseas, pero mi pueblo... Jamás será tuyo si sigues la directrices de nuestro padre.—Sus palabras eran serias, decididas y llenas de una angustiosa sinceridad que la inseguridad volvió a adueñarse del porte tenso del infante.

—¡Kylan, ataca! ¡O yo mismo me encargaré de matarlos!—El rey lanzó el cuerpo herido de Blanca contra los pies de ambos muchachos.

Juno trató de agacharse para ayudarla, horrorizado por la cantidad de sangre que tintaba su uniforme, sin embargo, Kylan dio un paso más hacia su hermano, dispuesto a atacar de una vez por todas. La amenaza no pasó inadvertida por la joven, quien en un acto desesperado se incorporó y dejó que la flecha atravesara su estómago.

Fueron unos instantes muy confusos, mi temblor me obligó a abrazarme, la última mirada viva de Blanca engulló al menor de la familia real, ahogándolo en un intenso llanto que calló los gritos de los soldados, y Juno la atrapó antes de que su cuerpo golpeara las piedras del suelo.

—¡Blanca!—La mano libre de Juno intentó detener la continua hemorragia del vientre de su soldado, llorando sin poder respirar y sintiendo el dolor más intenso que jamás hubiera experimentado.

Había muerto.

Juno levantó el húmedo rostro hacia su destrozado hermano y, sin dejar de abrazar el cuerpo muerto de Blanca, murmuró:.

—Espero que nunca puedas quitarte de la cabeza lo que acabas de hacer..., ni ahora ni después de tu muerte. ¡Asesino!—La rabia explotó en el príncipe, destrozando a todos los presentes.—¡Has matado a la persona que más amaba en el universo!

La lluvia comenzó a caer, llorando junto al heredero, limpiando la sangre de la tierra y siendo testigo de la flecha que atravesó su cráneo. No fue Kylan quien acabó con su vida, sino su propio padre. 

El rey.

Javier.

Esa día, el pueblo se vistió de luto.

La armonía que Juno había estado trabajando a espaldas de su padre se convirtió en esclavitud, muerte y delincuencia.

Kylan se suicidó tres días después con la misma flecha que había matado a Blanca. Incapaz de aceptar sus acciones.


Regresé a la realidad incoscientemente. Oliver me permitió quedarme en su hogar, aún sin ser muy consciente de todo lo que me estaba ocurriendo. Sin embargo, tras una larga charla con Marga y muchas, demasiadas, preguntas por su parte, acabó conviviendo con una extraña fantasma que tan sólo se dedicaba a observar la vida de sus seres queridos.

Era deprimente.

Mis padres decidieron negarse a la idea de que algo horrible me había ocurrido, engañándose con que se trataba de una escapada adolescente y estúpida de mi parte. Al principio, escucharlos autoconvencerse fue demasiado doloroso y acabó destruyéndome más de lo que esperaba, no obstante, podía presenciar como en ocasiones se cuestionaban el verdadero motivo de mi desaparición.

Oliver se sentaba en un banco a mi lado y me acompañaba en silencio después de una larga jornada de trabajo. Su uniforme de camarero olía a mostaza y mayonesa, pero, su presencia no me molestaba en absoluto.

Me recordaba a Juno, pues ambas almas compartían muchas cosas en común: su dulzura, sus consejos, la misma facilidad de meterse en problemas y, lo que más me gustaba, el sentimiento de hogar que conseguían transmitirme con sus acciones. Lentamente, empecé a sentirme segura a su lado y no dudé en pedirle que me ayudara a regresar a casa.

Fue una de las noches que caminabamos por la gran avenida en la que mis padres vivían, Oliver vestía con su característica chaqueta de cuero y tiritaba por el intenso frío de la localidad. Yo, por el contrario, seguía abrigada con mi uniforme escolar. Incapaz de cambiarme de ropa por mi estado como fantasma.

Las luces de mi hogar estaban totalmente apagadas y el lujoso vehículo de mis padres no se encontraba en el jardín. Oliver no entendió por qué me quedaba allí parada, pero no tardó en comprenderlo al ver al muchacho rubio que se detuvo frente a mi ventana.

Aarón.

La tristeza me consumió por verlo después de tanto tiempo y analicé su agotado aspecto desde una distancia segura. Aunque no pudiera verme, algo en mí no era capaz de acercarse y observarlo de cerca. Oliver intentó apoyar un brazo en mis hombros, no obstante,  traspasó mi cuerpo instantaneamente.

—No hagas eso, me duele.—Murmuré al experimentar como el calor se adueñaba de aquel lugar.

La mirada de Aarón abandonó mi oscura ventana y, como si me hubiera escuchado, la clavó contra nosotros. Oliver se tensó a mi lado en el instante que el rubio comenzó a caminar hasta nosotros y mi respiración se agitó al reencontrarme con su iris castaño.

—Últimamente me he percatado de que visitas mucho esta casa.—La voz de Aarón me recorrió como un puñal, ya no era la misma, por el contrario, estaba mucho más cansada y triste.

Mi vista viajó hacia Oliver, quien se había quedado sin palabras. Aarón lo analizó de pies a cabeza, con las lágrimas apunto de escapar de sus pupilas, y apretó los labios con rabia.

—Me he mudado por aquí cerca.

El pelinegro mintió para no parecer sospechoso, pero no lo consiguió y el contrario se cruzó de brazos. Instintivamente, Oliver se fijó en el cartel con mi rostro que Aarón portaba entre sus dedos y noté como un repentino brillo recorría sus ojos.

—¿Conocias a la chica desaparecida?—La pregunta de Oliver me sobresaltó y lo fulminé con la mirada por su incapacidad de quedarse callado.

—No le hables de mí. ¿Estas loco?—Mis palabras no le inmutaron y la rabia se acumuló en cada centímetro de mis extremidades.

—Era... alguien a la que quería mucho.—La duda de Aarón era palpable, sabía que durante todo ese tiempo se había preguntado que éramos. ¿Novios? ¿Amigos? o... simplemente, nada.

—¿La querías? ¿Ya no lo haces?—Oliver cuestionó su respuesta y Aarón comenzó a inquietarse.

—No quiero saber la respuesta, Oliver.—Intenté tocarlo para que se mantuviera callado, no obstante, el calor y un extremo dolor me recorrió de pies a cabeza, obligándome a gritar.

La preocupación transformó la expresión del nombrado y giró un poco el rostro hacia dónde me encontraba para analizar mi estado tembloroso. Se disculpó silenciosamente y Aarón lo observó como si estuviera gastándole una broma.

—Claro que sigo queriéndola. —La afirmación se abrió en el cielo y se clavó en mi alma con intensidad, llenándome las pupilas de lagrimas.

Intenté aguantar la revuelta de sentimientos que me consumió, las ganas de abrazarlo y regresar en el tiempo, pero, antes de que puediera romperme a llorar, un vehiculo demasiado conocido se detuvo frente al jardín.

Nuestro asesino.

Javier.

El causante de toda aquella revuelta de mundos.

—Entonces, ayudemosla a encarcelar a la persona que la asesinó.

Aarón fue consciente de a quién se refería en el instante que las caras zapatillas del hombre tocaron el césped, sus ojos se abrieron incrédulos y su mano se cerró en un puño lleno de un cúmulo de rabia y asco.

Mientras que Juno buscaba una mágica gema para cambiar el destino, nosotros armabamos un plan para vengarnos.

Mi corazón suplicó que todo volviera a la normalidad.

Algún día.

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