Capítulo XI: Viaje.
Supongo que os preguntaréis qué ocurrió en mi planeta, más concretamente, en un pequeño barrio de la capital.
Mi desaparición no desató la alarma de muchas personas, por el contrario, comenzaron a olvidar mi caso lentamente, como si una neblina transparente cubriera la vista de los habitantes. Me parecía normal, pues jamás había sido una muchacha a la que le gustaba llamar la atención. Los carteles con mi fotografía comenzaban a arrugarse en las farolas, los estudiantes regresaban a estudiar para ingresar en las mejores universidades y el dulce campo de baloncesto, el cual alguna noche había sido testigo de mi historia de amor, volvía a estar lleno.
Aarón estaba sentado en las gradas, sudando por el tremendo ejercicio físico que había empleado en el partido amistoso, y mantenía su mirada fija en los árboles que se ondeban frente a la academia. Su silencio llamó la atención de Arturo, su mejor amigo, y no tardó en extender la pantalla de móvil hacia su rostro agotado.
—Mira, es linda. ¿No crees?—Su voz divertida acompañó a la imagen de Violeta que tapaba el paisaje.
En el corazón de Aarón seguía existiendo una mínima esperanza de verme aparecer junto a mis libros, abrazada a ellos como si fuera la única forma de protegerme de las miradas de la gente, no obstante, al apartar a Arturo de su campo visual, la tranquilidad de los árboles volvió a hacerse presente. Sólos.
—No estoy interesado.—Masculló y rebuscó en su bolsillo su característica caja de cigarros. Se llevó uno a la boca para, seguidamente, encenderlo con un mechero.
Arturo soltó un suspiro agotado, rodó los ojos y pasó una mano por su cabello con exasperación. Estaba cansado de ver a su mejor amigo de aquella forma, ausente, triste y nervioso. Comenzaba a alejarse de todo el mundo y, aunque en un principio le ayudó a buscarme, empezó a aburrise de su obsesión.
—No va a volver, Aarón. Mis padres son cercanos a los suyos, están completamente seguros de que se escapó porque no aguantaba la presión.—Intentó hacerle entrar en razón, sin embargo, aquellas palabras no hicieron más que enfurecer al rubio sudoroso.
Aarón se incorporó con molestia y le lanzó una mirada fulminante al joven muchacho. En el fondo de su corazón, necesitaba pensar que los rumores eran ciertos, aún así, me conocía bastante bien como para afirmar que era capaz de huir. Era cobarde y amaba demasiado a las personas que me habían dado la vida.
—Mar jamás hubiera huido—la rabia en su voz alertó a Arturo, quien se acomodó en las gradas y lo observó con tristeza—. Siempre se preocupaba demasiado por sus padres, no le gustaba hacerles sufrir y...
—Tal vez la situación se volvió insostenible...
—¡La conozco!—La rabia, la desesperación y la preocupación explotó através de su boca.
Arturo levantó sus manos para que se calmase, sorprendido por su reacción, y analizó como el contrario tomaba su mochila para marcharse de allí cuanto antes.
—Aarón...—El nombrado se marchó con rápidez.
Él no iba a permitir que inventasen cosas sobre mí de aquella manera, me había pasado algo, si no, no comprendía la razón por la que me había marchado sin dejar rastro. La noche anterior a mi desaparición había cogido su bicicleta para pedalear hasta mi hogar, como era costumbre, escaló hasta mi balcón en silencio y dormimos juntos hasta que el amanecer entró por los pequeños agujeros de mi persiana. No notó nada extraño, pues actúe como todos los días: cariñosa y calmada.
Las lágrimas se acumularon en sus pupilas, lleno de impotencia, y se detuvo frente a un cartel que descansaba sobre el escaparate de una barbería. Pasó un dedo por mi mejilla pecosa, acariciando mi imagen como si fuera real.
—Deberían quitar ya estos carteles.—Una voz lo sorprendió.
Se giró hacia el hombre trajeado que se había posicionado a su lado y elevó una ceja al reconocer a Javier. Las gafas de sol ocultaban su mirada, su expresión era seria y mantenía las manos ocultas en los bolsillos de los pantalones. Aarón se preguntó que hacía allí, no obstante, no se alarmó.
—Más de una vez tuve que dejarle claro que no podíamos ser nada, pero la chica se me insinuaba cada vez que visitaba a su padre. No pude evitarlo.
Sus palabras fueron como dagas para Aarón, lo observó estupefacto y apretó los puños con fuerza cuando el millonario colocó una mano sobre su hombro. Quiso partirle el rostro en ese instante, furioso por las mentiras que escapaban de su boca, no obstante, Javier rio por su perplejidad y arrancó el papel del escaparate.
—Acéptalo. Mar ya era adulta, tal vez no le proporcionabas lo que necesitaba y vio en mí algo que tú no tenías.
El asco se adhirió a las paredes del estómago de Aarón y su rabia se estampó contra la mejilla del mayor en forma de puñetazo. Javier se tambaleó hacia atrás y se sujetó la mejilla soltando una exclamación dolorida.
—¡Cabrón!—Intentó volver a lanzarse contra él, pero una delgada mano lo detuvo antes de que lo golpease.
—No lo hagas, Aarón—Violeta lo calmó y acarició su muñeca mientras la descendía—. Busquemos por nuestra cuenta, ella debe estar en algún lado.
🐚🐚🐚
Comenzamos nuestro viaje en la madrugada, el cielo tintaba el bosque de un color anaranjado y el rocío de la mañana cubría las plantas que pisaban los caballos a su paso. Juno me permitió compartir a su yegua con él y, gracias a que no solía molestarse por el contacto físico, recosté mi cabeza contra el arco de su cuello para seguir durmiendo durante unas cortas horas más. El mayor no me despertó, atento al camino y a las bromas sin gracia de Leo.
Por suerte, durante el largo camimo no nos encontramos con nadie que pudiera dar la alarma de nuestra huida. Phoenix y Leo habían sido lo suficientemente sigilosos para recoger nuestras pocas pertenencias y regresar sin que ningún soldado de verano se alarmase, por lo que el primer día fue bastante tranquilo.
Podíamos escuchar las conversaciones de nuestros compañeros detrás nuestra, sin embargo, Juno y yo parecíamos envueltos en nuestros propios mundos. No dejaba de pensar en que pasaría al regresar a casa y en cómo convencer al príncipe para que no deseara la muerte. Me partía el corazón cada vez que lo recordaba y no podía evitar abrazarlo por la cintura para calmar el dolor que aquello me provocaba.
—Si sigues abrazándome tan fuerte, me cortaras la corriente sanguínea.—Me dio una palmadita en las manos y tuve que aflojar el agarre para que respirase.
Murmuré una pequeña disculpa y acomodé la barbilla en su cuello para admirar el camino mejor. Volvía a anochecer y una diminuta puerta de madera se encontraba a varios metros delante nuestra. Cerré los ojos para agudizar mi vista, detrás de esta se situaba una aldea de chozas verdes y rojas, alcé un dedo para que Juno se percatara de ello y asintió deteniendo el caballo.
—Chicos, es la aldea de la alegría. Podemos descansar y comer algo ahí.—Informó.
Echo soltó un gritito de alegría y su gato se subió hasta su hombro por el susto. Por otro lado, Leo y Phoenix se miraron con felicidad, deseando deshacerse del cansancio. Volvimos a retomar el camino, aumentando el ritmo del trote de los caballos, y en un abrir y cerrar de ojos nos introdujimos en las oscuras calles de la aldea.
No había nadie que nos pudiera indicar el camino hacia una posada, por lo que, Juno decidió atar a los animales en el pequeño porche de lo que parecía una taberna. Bajó el primero y se asomó a la ventana del silencioso local. Una pequeña sonrisa cruzó sus labios, se giró, me extendió ambas manos para ayudarme a bajar y capturó mi cadera de forma que no me hicera daño. Le lancé una mirada de agradecimiento y me revolvió el cabello.
—Los habitantes de esta aldea se caracterizan por su sigilosidad, pero dentro de sus bares siempre están gritando y bailando.
Caminamos detrás del príncipe hasta la puerta del local, fruncí el ceño al escucharlo y el silencio se rompió en el instante que abrió la puerta. Me tapé los oídos con una mueca de molestia, la música estaba tan alta que tuve miedo por mis tímpanos y el olor a alcohol cubrió mis fosas nasales. Leo y Phoenix aplaudieron de entusiasmo y entraron rápidamente para perderse entre la animada multitud.
Dudé en entrar, agobiada por el volumen de los altavoces y las personas que se pegaban unos a otras como si fuera una macrodiscoteca. Jamás había ido a una, pues siempre prefería quedarme en casa y leer hasta la madrugada. Juno me tomó de la mano para hacerme entrar y la apreté con fuerza para no ser arollada.
Me guió hasta la barra de la taberna y no pude evitar darme cuenta de la cantidad de muchachas jóvenes que lo miraban como si fuera el manjar más apetitoso que hubieran visto en su vida. Alcé una ceja, sintiendo una sensación extraña apoderándose de mi pecho, y decidí no prestarles atención.
Un joven camarero de altura gigantesca nos dio la bienvenida con una larga y divertida sonrisa. Su cabello era tan verde como el césped, sus manos podían enviarnos a nuestros propios planetas de un manotazo y poseía los ojos más claros que jamás había visto. Abrazó a Juno con entusiasmo y este soltó una suave risa como si lo conociera de toda la vida.
—¡Kun!—Juno se arregló el uniforme en el instante que sus pies volvieron a tocar el suelo y sonrió—. Cuánto tiempo sin vernos.
—¡Sí, alteza! —El entusiasmo del gigante hizo que rompiera el vaso que llevaba entre sus manos, hizo un puchero sin inmutarse por los cristales que se clavaron en su piel y se agachó hacia mí con el iris lleno de estupefacción.—Blanca... ¡Mi hermosa, Blanca!
Hizo un amago para abrazarme, sin embargo, Juno se colocó frente a mi cuerpo y negó.
—No es Blanca.—Su voz cambió drásticamente, no obstante, mantuvo una sonrisa triste.
Mi corazón se agitó furioso sin comprender el motivo de mi repentina tristeza y le extendí la mano para saludarlo. Kun aceptó el gesto, un poco dudoso, y regresó tras la barra.
—Oh... deberé de extrañarla demasiado. Tal vez por eso la confundí.—Su tono triste llamó mi atención y comenzó a preparar dos bebidas de un color rojo intenso.
Juno apretó los labios con fuerza, tomó la bebida que le ofrecía y le pegó un trago sin preguntar que era. Me pasó el vaso contrario para que lo imitase y levanté ambas cejas no muy segura.
—Estamos buscando un lugar donde dormir, mañana nos iremos temprano.—Comentó.
—¡Quedaros aquí! Tenemos unas habitaciones insonorizadas muy cómodas. Además, podéis daros una ducha de agua fría.—Su sonrisa nos convenció y Juno asintió entregándole una gran suma de billetes.
El gigante tomó el dinero y lo guardó en su bolsillo entusiasmado. Seguidamente, nos extendió unas llaves del mismo color que la bebida y nos guiñó un ojo. Levanté una ceja cuando se marchó hacia unos clientes nuevos y los abrazó como lo había hecho con Juno.
—Kun siempre es muy cariñoso.—Comentó el joven príncipe y volvió a beber del extraño brebaje.—¿No bebes? Tiene un poco de alcohol, pero apenas lo sientes.
—No suelo tomar alcohol.—Me encogí de hombros y dejé el vaso sobre la madera de la barra.
Antes de que pudiera volver a girarme hacia Juno, me fijé en como varias muchachas lo rodeaban entre risas y caricias. Fruncí el ceño, esperando que este las alejase, sin embargo, el joven contestó a todas sus coquetas preguntas como si yo no estuviera allí plantada. Rodé los ojos con molestia y pegué un largo sorbo de la bebida para no lanzarme contra ellas y apartarlas de mi mejor amigo.
Caminé por la taberna en busca de mis compañeros, todos parecían pasárselo bien en la pista de baile, abrazados y bebiendo sin parar, por lo que no pude evitar sentirme algo desplazada. Con el paso de los minutos comencé a sentirme mareada y maldije al notar como el alcohol se apoderaba de mi estado. ¡Poco alcohol! ¿Acaso Juno no sabía el significado de poco?
Me tambaleé hacia una de las aterciopeladas paredes de la taberna, acariciándola y cerrando los ojos para intentar que la embriaguez se marchase de mi cuerpo. No lo conseguí y volví a levantar los párpados para buscar a Juno. El enfado subió desde la planta de mis pies a mi la cabeza al observar como una muchacha de cabello rubio le desabotonoba la camisa, otra de ellas dejó varios besos sobre su blanquecino cuello y Juno intentó apartarla con las mejillas rojas por la vergüenza.
Mis piernas actuaron por si solas, dirigidas por el alcohol y el profundo sentimiento de celos que me cubrió, caminé entre la multitud y me posicioné frente a ellos con cara de pocos amigos. Nadie pareció darse cuenta de mi presencia, salvo los ojos claros del príncipe, y la locura se apoderó de mí. Las alejé entre empujones, sus exclamaciones molestas llenaron mis oídos y sujeté la camisa mal colocada de Juno.
Tal vez fue el extraño alcohol que había bebido o las ganas enormes de borrar las marcas de pintalabios que las chicas habían dejado sobre el cuello del adulto, pero mis pies se pusieron de puntillas hasta quedar a la altura del príncipe y mis labios rompieron la distancia que nos separaba con ansia y necesidad.
El mayor me tomó de la cintura, relajando sus músculos tensos y centrándose en el movimiento de mi boca sobre la suya. La dulzura de sus acciones contrastaba con las mías y subió una mano hasta mi mejilla para profundizar un poco más, acariciando el mar de pecas que se escurría en la yema de su pulgar. Disfruté de su extrema suavidad y comencé a sentir un fuerte cosquilleo en la boca de mi estómago.
Me separé de él con lentitud, buscando oxígeno y notando como mi pecho subía y bajaba sin parar. Juno seguía con los ojos cerrados, incapaz de mirarme, y me percaté de las jóvenes se habían marchado en silencio. Las busqué con la mirada, intentando controlar el enorme terremoto amoroso en el que me encontraba.
—Mar...
Su voz fue como una caricia y me estremecí al darme cuenta de lo que acababa de hacer. Mis mejillas adoptaron un tono rojo sangre, mis manos temblaron y regresé mi vista hacia sus ojos brillantes. Quise desaparecer de la vergüenza.
—¡Si no lo hacía seguirían agobiándote!—Exclamé con el nerviosismo apunto de crear una explosión masiva en mi interior.
Las mejillas de Juno imitaron a las mías, asintió apartando la mirada con timidez, y ocultó sus manos temblorosas en los bolsillos de su chaqueta. No dijimos nada, pero nuestro corazón habló por si solo, soltando una risa al unísono. Caminé hacia él, soportando las continuas y furiosas palpitaciones de mi corazón, y le borré el pintalabios del cuello con mis dedos.
—Además, no me gusta que te traten así. Nadie debería sentirse nunca un objeto, es horrible.—Susurré para que solo él me escuchara y recordé eventos pasados.
Juno pareció entender, apoyó una mano en mi nuca, acariciándola con ternura y atrajo mi cabeza contra su pecho, obligándome a escuchar las rápidas palpitaciones de su corazón.
—¿Tú lo has sentido alguna vez?—Preguntó.
—Sí...
—Pues, no lo eres y nunca lo has sido—su abrazo se volvió más fuerte, cubriéndome de calidez y segurida—. Eres la persona más preciosa de todos los mundos que nos rodean.
Sonreí contra su camisa, las lágrimas no tardaron en caer por mis mejillas y agradecí haber encontrado a Juno en aquel tremendo caos.
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