Capítulo VI: Noches.
Juno me permitió quedarme en su casa aquella noche. Apenas hablamos durante el camino a mi nueva habitación, perdidos en nuestros propios pensamientos y problemas. Por mi parte, la impotencia recorría cada milímetro de mi delgado cuerpo y necesitaba llorar para desahogar todo el dolor que me consumía. El soldado, en cambio, se mantuvo pensativo y callado, como si tuviera miedo a hablar.
Una vez que me dejó frente a la puerta del dormitorio, hicimos un breve contacto visual. Sus ojos claros parecían querer decir muchas cosas, pasó una mano por uno de mis mechones de cabello rebeldes y lo colocó detrás de mi oreja de una forma demasiado dulce. Levanté una ceja ante aquel acto, intentando descifrar el significado de sus acciones.
—Me recuerdas demasiado a una persona...—Murmuró con cierta tristeza en su tono.
Su dedo índice acarició mi mejilla sin ninguna maldad y, dejándo atrás su rostro serio, dejó entrever una sonrisa mientras golpeaba suavemente la punta de mi nariz. La froté con un poco de molestia.
—Pero tú eres mucho más hermosa.—Sus palabras mezcladas con la risa que escapó de su boca hizo que mis mejillas se volvieran de un tono rojizo y resoplé con vergüenza.
—¿Siempre coqueteas con las personas que acabas de conocer?—Pregunté y me crucé de brazos.
—No—me guiñó un ojo con diversión—. Sólo me divierte ver cómo te vuelves tímida.
Resoplé y llevé una mano al pomo de la puerta para entrar dentro de esta. Mi corazón latía rápidamente por sus palabras, no me consideraba muy sociable, además, la única persona que bromeaba así conmigo era Aarón. Juno sujetó mi antebrazo antes de que entrase, poniéndome más nerviosa aún, y me giré, encontrándome de nuevo con su expresión seria.
—Espera, tengo un mal presentimiento.—Susurró, provocando que el terror me recorriera. Me echó hacia atrás para hacerse paso hasta el interior, llevó una mano hacia el mango de su espada y desapareció en la oscuridad de la habitación.
El silencio llenó mis oídos, agobiándome y asustándome, dudé en entrar, pero antes de que pudiera hacerlo un gran lobo blanco, manso y silencioso, salió por la puerta. Nuestros ojos se encontraron en ese instante, su iris rojizo calmó mi miedo de una forma espiritual, como si me hablase directamente al alma, y se marchó por las escaleras tranquilo.
Entré rápidamente a la habitación, preocupada por el estado de Juno, no obstante, el príncipe me regaló una amplia sonrisa. Lo analicé sin comprender lo que acababa de ocurrir, estaba más relajada, sin embargo, la confusión no me permitía tranquilizarme.
—¿Qué... Qué hacía un lobo aquí dentro?—Mi voz tembló.
—Es nuestro amigo, no tienes que preocuparte. —Se acercó a mí y me revolvió el cabello antes de marcharse.
La soledad me sacó de mis pensamientos y comencé a percatarme de que el dolor de mi tórax era demasiado intenso, sentía como una espina me perforaba el pecho y el temblor de mis manos no se tranquilizó en ningún momento. Cerré los ojos y me senté en el suelo con la espalda totalmente pegada al colchón de la cama.
Me costaba creer que mis padres sólo habían necesitado unas semanas para superarme y, sintiéndome algo egoísta por pensarlo, deseé que me extrañaran tanto como yo lo hacía. Me abracé las piernas para darme calor y busqué en la mochila mi reproductor de música. Dí las gracias por que le quedase un poco de batería, me coloqué los auriculares y dejé caer mi cabeza hacia atrás, llenando mis oídos con la dulce voz de Aarón.
Froté mi pecho, experimentando cómo la sensación de vacío y tristeza se volvía cada vez más fuerte, y lloré silenciosamente, bajo la dulce balada que el chico me había escrito semanas antes. No quería ser olvidada, toda la vida me había esforzado por ser la mejor, necesitando que mis padres me prestasen atención, y ahora, no volvería a sentir la calidez de su orgullo.
Pasé una mano por mis ojos y limpié con agobio las lágrimas que escapaban de estos. Era el momento de ser fuerte. Con el paso de las horas conseguí quedarme dormida y junto a un último suspiro, me rendí ante el mundo de los sueños.
Por suerte, conseguí descansar hasta el amanecer. Desperté con la sensación de haber dormido por días, menos débil que horas atrás y con la mente despejada. Mi reproductor de música se había quedado sin batería y descansaba sobre mi pecho. Me incorporé hasta quedarme sentada en el colchón, froté mis ojos con una mínima esperanza de haber regresado a mi mundo, no obstante, comprendí que seguía atrapada allí en el instante que el mismo lobo me vigilaba frente a la gran ventana de cristal. El sol que entraba por esta hacía que su pelaje blanco brillase más y de su gran boca sobresalían unos colmillos afilados.
Me eché hacia atrás instintivamente al apreciar como daba varios pasos hasta la cama, su tamaño me superaba y no me sentía muy segura. Apoyó el hocico en la almohada y me pidió através de sus ojos que lo acariciase sin miedo. Sonreí por su acción y pasé mi mano por su gran cabeza.
—Que bonito eres—susurré, notando la suavidad de su pelaje— y que pelo tan suave.
—Parece que ya os habéis hecho amigos.—La voz de Juno nos sobresaltó y guíe mi mirada hacia él sin dejar de sonreír. No llevaba su traje de soldado, por el contrario, portaba una vestimenta más cómoda y su cabello estaba totalmente revuelto informando que se acababa de despertar.—Murió conmigo, en batalla.
La sonrisa comenzó a desaparecer de mi boca, notando como su expresión cambiaba a una más seria. El lobo se alejó y caminó hasta su dueño, dejando que este lo acariciase con un brillo triste en las pupilas.
—¿En batalla?
—Exacto. Mi hermano pequeño nos traicionó, quería ser rey y el día que iban a coronarme decidió invadir mi reino—explicó Juno—. Mi padre me pidió que no fuera a batalla, quería que me quedase al cuidado de mis hermanas para estar a salvo, pero no podía soportar que mis hombres peleasen sólos.
El lobo soltó un gruñido al escuchar la historia y le dio un pequeño golpe con el hocico para que dejase de hablar de ello. Mi corazón se estrechó en mi interior, empatizando con el príncipe, y noté como este apretaba uno de sus puños.
—Hiciste lo que creías correcto...—Susurré para reconfontarlo, comprendía su dolor y saber que podrías haber evitado la muerte era una de las peores sensaciones del mundo.
—Tú tampoco deberías culparte por lo que ocurrió—contestó—... He notado que lo haces desde que llegaste aquí.
Aparté la mirada, reconociendo que el principe estaba en lo cierto, sin embargo, preferí quedarme en silencio. Mi mente no había dejado de viajar hasta el momento en el que entré en el vehículo de Javier, culpándome por no haber esperado a que Aarón viniera a por mí y dolía ser consciente de la inconsciencia de mi error.
—¿Viste lo que ocurrió?
—Ese día estaba en la casa de Marga, tuve que verlo—Caminó lentamente hacia el colchón y, sentándose, apoyó una mano en mi hombro para que lo mirase—. Deja de pensar en ello, tú no eres tu muerte.
Yo no era mi muerte. No conseguí comprenderlo del todo en ese momento, no obstante, noté cómo mi corazón comenzaba a calmarse y una pequeña sonrisa se instaló en mis labios.
—Juno, permíteme ayudarte en la búsqueda del diamante.—Le pedí mientras este se incorporaba, dispuesto a abandonar el lugar.
Observé cómo su espalda se tensaba al escucharme, giró su atractivo rostro hasta el mío y analicé el brillo dudoso que se hizo presente en sus pupilas. Vaciló, seguramente examinando mi aspecto delgaducho y enclenque, y sonrió ladinamente.
—Ni siquiera sabes cómo lanzar una flecha.
—Estoy dispuesta a aprender—me sorprendí por la seguridad de mi voz y me levanté para quedar frente a él—. Necesito regresar.
—Tus padres están más preocupados en su estatus, Mar. ¿Para qué querrías volver?
La tristeza me recorrió, pero me negué a que aquello me afectase. En mi interior estaba totalmente segura de que me extrañaban. ¡Era su hija!
—¿Para qué quieres tú el diamante?—Demandé con el ceño fruncido.—También deseas regresar.
—Quiero vengar a los asesinos de mi reino.—Murmuró y el lobo caminó hacia él, colocándose a su lado con lealtad.
—Unámonos—le extendí mi mano y el príncipe la miró cómo si fuera de otro mundo—. Prometo ser tu soldado más fiel.—Aseguré y el lobo soltó un gruñido molesto.—Bueno, después de él.
Juno aceptó mi mano y la apretó con suavidad.
—Está bien.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro