Capítulo I: Muerte y nacimiento.
Sí, es algo irónico compartir el mismo nombre que el motivo de mi prematura muerte: Mar. Nunca me había gustado el agua, odiaba los días de playa y, además, sentía un profundo miedo cada vez que pasaba por el lago de mi localidad. No obstante, aquel terror no pudo evitar que muriera ahogada en mitad de una furiosa tormenta.
Pero no quiero que ese evento sea el comienzo de mi historia, pues deseo recordar mi vida como algo preciado y bonito. Necesito pensar que al menos fui feliz en los dieciocho años que disfrute de mi alma humana.
Mis padres dieron todo por su única hija, el amor nunca faltó en mi hogar y se desvivieron para ofrecerme la mejor educación del país. Por mi parte, me esforcé por devolverles el favor y conseguí destacar como la mejor estudiante de mi instituto. Ante sus ojos, era una niña modelo: callada, buena, dulce y trabajadora.
Que lástima que la luz de sus vidas se desvaneciera repentinamente.
Acabo de hacer referencia a mi muerte, al parecer no tengo otro tema de conversación más interesante que ese y creo que comienzo a volverme loca. ¿Es normal? Supongo que sí. Al fin y al cabo, mi querido mundo desapareció en un mísero suspiro.
Acababa de cumplir dieciocho años y me preparaba para los examenes finales en una prestigiosa academia que mi madre había pagado gracias a varios turnos extra en su trabajo. No eramos ricos, en absoluto, más de una vez había sido testigo del agobiante estrés de mis progenitores al no poder llegar a fin de mes y nos sosteniamos a base de abusivas horas de trabajo y una beca estatal que me ofrecían por mi increíble capacidad intelectual. Aún así, tratábamos de aparentar lo que no eramos ante los compañeros de trabajo de papá.
Odiaba ese sentimiento de falsedad, mamá se ponía sus joyas más caras y me obligaban a vestir con vestidos elegantes que estaban bastante lejos de mi estilo deportivo y casual. Por otro lado, el hombre de la familia nos presumía como si fuéramos simples trofeos. Y todo para impresionar, dar una imagen sofisticada y sin problemas que no nos quedaba demasiado bien. No me gustaba el mundo en el que querían introducirme, pero nunca me quejé y seguí a rajatabla lo que me ordenaban.
Entonces, conocí al hombre que desencadenó todo el caos.
Javier Martos era el jefe de mi padre y estaba dispuesto a darle un importante ascenso que nos ayudaría económicamente. Lo conocí en una de las cenas que mi familia organizaba y, desde un primer momento, deseé ser invisible para él. ¿Alguna vez os habéis sentido demasiado incómodos con una persona que acabais de0 conocer? Pues eso fue lo que sentí en el instante que nos tomamos de las manos para saludarnos. Su dedo corazón acarició la palma de mi mano sin dejar de clavar sus ojos negros sobre los míos, mis padres sonreían sin captar el doble sentido de las acciones del hombre y yo tuve una breve visión incosciente de lo que me pasaría en cuestión de días.
No levanté la cabeza de mi plato durante toda la cena, rezando por no volver a encontrarme con Javier nunca más y maldiciendo interiormente por haber tenido que soportar la incomodidad de su mirada lujuriosa sin poder decir nada.
Me sentí muy asqueada, pero puse mi mejor expresión hasta que se marchó junto a su esposa y le aseguró a mi padre que el puesto era suyo. Nunca lo vi tan feliz y esa noche abrió una botella de champán para celebrar su ascenso. Nuestra posición mejoró drásticamente, el futuro sonreía a mis padres y la oscuridad llegaba a paso lento hacia mí.
Seguí estudiando, la academia ocupaba mis días y solo podía despejarme en los pequeños descansos junto a mi grupo de estudio. Me encantaba esa corta hora del día, mi mejor amiga Violeta hablaba sin parar y nuestras miradas se perdían en el grupo de chicos que solían jugar a baloncesto en las canchas. El paisaje era perfecto para nuestras alocadas hormonas y, si a eso le sumamos que por aquel entonces estaba profundamente enamorada de Aarón, uno de los jugadores, hacía aún más agradable la experiencia.
Aarón era dos años mayor que yo y nos habíamos conocido en la fiesta de un amigo en común. Desde que nuestras miradas se encontraron por primera vez, bajo una diminuta bola de discoteca, existió una bonita conexión, podíamos decir que nos gustabamos, no obstante, jamás tuvimos la oportunidad de comenzar una relación.
A veces, me escapaba de casa en la noche, tomaba mi bicicleta y pedaleaba hasta el viejo garaje de su hogar para pasar tiempo con él. En otras ocasiones, era Aarón quien escalaba hasta mi balcón y me acariacaba el cabello hasta que me quedaba dormida. Era mi primer amor, el corazón me cosquilleaba de sólo pensar en él y mi estómago se llenaba de furiosas mariposas cuando nuestras miradas se encontraban.
Todo parecía muy bonito, salvo por una razón, era una experta a la hora de disimular mis sentimientos. Tenía miedo de que alguien se diera cuenta de nuestro enamoramiento, pues, apesar de tener unos padres maravillosos, sabía que estos no serían capaces de dejarme salir con él si se enteraban. Aarón no estudiaba, tampoco le interesaba hacerlo, y se ganaba la vida en un viejo taller de vehículos. Además, yo era su niña perfecta. ¿Por qué distraerse con amoríos estúpidos?
Si hubiera sabido que estaba apunto de morir, seguramente, habría ignorado los consejos de mi familia. Tal vez debí hacerlo desde un principio, pero la valentía no era un adjetivo que me definiera a la perfección.
Aunque, sinceramente, fallecí gracias a mi primer intento de valentía.
Esa fría noche llovía a cántaros, mis compañeros de clase se subían a los vehículos de sus padres con cansacio y, bajo el techo del parking, abracé con fuerza mis libros de biología a la espera de que alguien pudiera recogerme. En el fondo sabía que ninguno de mis progenitores aparecería por allí, demasiado ocupados con sus trabajos, pero tenía una pequeña esperanza, la cual se fue evaporando con el paso de los minutos.
Me senté en el filo de la acera, aún refugiada bajo el techado, y saqué un libro de novelas de mi mochila para matar el tiempo. Cualquiera hubiera sacado su móvil, no obstante, apenas me interesaban las tecnologías y prefería leer que quemarme las neuronas con aquel aparato. Leí el título con una pequeña sonrisa en mis labios: El soldado rebelde. Era una de mis novelas favoritas y la había leído tantas veces que estaba segura que podía cerrar el libro y recitarlo a la perfección en voz alta. La trama giraba en torno al soldado Kambe, un joven muchacho de veintiún años que solía meterse en problemas cada vez que trataba de ayudar a alguien en apuros. Lo adoraba.
Pasé la blanca página y, antes de que pudiera leer el título de un nuevo capítulo, un vehículo bastante lujoso se detuvo frente a mí. Levanté la mirada y apreté el libro con fuerza al reconocer a Javier.
—Tu padre me pidió que te llevara a casa.—Comentó con una sonrisa que trataba de ser dulce, aunque no funcionó.
El miedo y el nerviosismo me atacó, quise nergarme, pero sabía que aquella acción sólo me traería problemas en casa. Asentí, mientras sacudía la falda de mi uniforme escolar y rodeaba el vehículo hasta la parte del copiloto. Una vez dentro, el peligro pareció querer alertarme, instintivamente tomé mis llaves con fuerza y escondí mi mano bajo la mochila.
—Supongo que tendrás frío, hoy hay muy mal clima. ¿No crees?—Comentó tiempo después, mantuvo la mirada atenta a la rocosa carretera del bosque que había que atravesar para llegar a mi hogar y mi corazón subió hasta mi garganta en el instante que colocó su mano libre sobre mi muslo desnudo.
Me quedé paralizada, incapaz de reaccionar ante aquella acción y apreté con más fuerza las llaves, casi en un puño. Acaricio la piel de mi pierna tan asquerosamente que noté como la bilis subía por mi traquea.
—Si te portas bien, tal vez le pueda ofrecer a tu padre otro ascenso.—Volvió a hablar mientras detenía el vehículo en un punto perdido del bosque. Se quitó el cinturón ante mi mirada aterrorizada y subió más su mano, hasta rozar casi mi ropa interior.
En un acto reflejo lo sujeté de la muñeca para que me soltase e hiperventilé en el segundo que analicé el brillo malvado de sus ojos oscuros.
—Mar... Cielo—llevó su mano libre hasta mi mejilla y la acarició como si fuera una niña asustada—. Creí que te habían educado correctamente para obedecer a los mayores.
Jadeé cuando sus dedos se realizaron hasta mi cuello, apretándolo con tanta fuerza que me quedé sin respiración. Luché desesperadamente contra él y, en el instante que logré alejarlo por unos segundos, me armé de valor. Mi puño escondido propinó un fuerte golpe en su rostro, la llave afilada se clavó contra uno de sus ojos, su sangre salpicó parte de mi rostro y aproveché su grito de dolor para escapar del vehículo.
Mis deportivas chocaron con fuerza sobre la tierra, los jadeos mezclados con varios sollozos de incredulidad y miedo eran lo único que se podía escuchar en el eco del oscuro bosque, caí numerosas veces por culpa del barro que se creaba por culpa de la lluvia y la sensación de que me perseguía causó en mi cuerpo una fuerte necesidad de correr más rápido.
La humedad del lago llenó mis pulmones, Javier detuvo el coche detrás de mí en el instante que llegué al rincón sin escapatoria del acantilado y grité por ayuda al verlo descender de este. Sus brazos volvieron a adueñarse de mis antebrazos, la sangre se deslizaba por su ojo malherido hasta su nariz y, en un acto desesperado, golpeé su espinilla. Chilló, soltándome bruscamente de nuevo y dejando que mis deportivas resbalaran hasta caer en la profundidad del lago junto a mi cuerpo.
El agua congelada me dió la bienvenida a mi muerte, mi tobillo lastimado me dificultó salir del agua, hundiéndome cada vez más, y mis brazos se agitaron desesperadamente hacia el inalcanzable exterior. La vista se nubló, la sensación de ahogo quemó mis pulmones y sin poder evitarlo respiré el agua que me sumergía hacia dentro. El dolor me mareó y mi cuerpo hizo sus últimos espasmos de vida antes de perder la visión.
Pensé en mis padres y en lo que daría por poder renacer otra vez. Nada de eso ocurrió y... finalmente, escuchando un rayo golpear con furia en el agua, el alma se despegó de mi cuerpo.
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