Epílogo
Había pasado un año desde la operación de Virginia y en ese tiempo Federico se había encargado de todo lo referente a sus padres. Había mandado a trasladar sus restos a un cementerio más cercano a su domicilio y se había hecho cargo de los trámites legales de la propiedad, la cual, por sucesión, le correspondía. También se había ocupado de ponerla en venta cuando ella manifestó que no deseaba quedársela y de depositar el dinero obtenido en plazos fijos a su nombre.
Ese día era su cumpleaños y a diferencia del anterior que lo había pasado en el hospital, en esa oportunidad lo celebraría en su casa. Le había pedido a Damián que la acompañase al cementerio ya que era la primera vez que iría y necesitaba tenerlo a su lado. Caminaban tomados de la mano hacia el lugar donde Federico les había dicho que se encontraban sus lápidas.
Ni bien llegaron, se arrodilló entre ambas para depositar las flores que había llevado. Al leer sus nombres escritos, un nudo se formó en su garganta impidiéndole emitir palabra alguna. Decidió guardar silencio por unos minutos permitiendo que sus lágrimas rodaran con libertad por sus mejillas.
Se sentía muy triste y lo único que la confortaba en ese momento era sentir la cálida mano de Damián sobre su hombro. Gracias a él, había encontrado el verdadero amor y una familia maravillosa que se preocupaba por ella. Nunca había sido una persona religiosa, por lo que rezarle a Dios no la reconfortaba, pero la psicóloga que estaba viendo la ayudaba a centrarse en lo positivo y no dejarse arrastrar por el dolor.
—Lo siento tanto... —sollozó cubriéndose la cara con sus manos—. Todo fue por mi culpa...
Damián se arrodilló a su lado y susurrándole palabras de consuelo, la abrazó con fuerza. La dejó llorar en sus brazos hasta que la vio más tranquila y le limpió las lágrimas con sus pulgares. Cuando lo miró, le brindó una cálida sonrisa y sin apartar la mirada, les habló a los padres de ella.
—Me hubiese gustado muchísimo conocerlos. Sé lo excelentes padres que fueron ya que tengo ante mí la clara evidencia de ello. Estoy seguro de que estarían orgullosos de ver cómo su hija se convirtió en una fuerte y valiente mujer. Quiero que descansen en paz sabiendo que la amo con todo mi corazón y que voy a hacer todo lo que esté a mi alcance para hacerla feliz.
Damián le acarició el cabello y sujetándole el rostro con sus manos, la besó con delicadeza y ternura demostrando con hechos lo que acababa de decir con palabras.
Virginia lloró una vez más y volvió a abrazarlo. Ella ya era feliz y todo se lo debía a él.
Por la noche celebrarían en familia su cumpleaños número veintidós. A pesar de que Damián le había insistido para hacerlo en algún lugar especial, ella prefirió que fuese en la casa que tanto le había dado. En ella había encontrado una familia, un refugio, buenos amigos y lo más importante, el amor de su vida.
También celebrarían por las cosas buenas que les habían pasado en ese año.
Damián y Diego se habían recibido de contadores y comenzaron a trabajar en el banco que gerenciaba Federico. Laura finalmente se había ido a vivir con su novio y estaba muy feliz. Eugenia pasaría el verano en Europa junto a Cristian y los padres de él y estaba muy emocionada por su viaje.
Andrea y Ezequiel se habían decidido por acompañar a médicos de trayectoria en una misión sanitaria al impenetrable Chaco —una de las provincias más pobres de Argentina—, y Bárbara los había acompañado. Como periodista le parecía una experiencia fascinante y además no quería estar tanto tiempo separada de su novio.
Gastón se había mudado a una casita cerca de la de sus padres junto a Sofía a quien ya comenzaba a notársele la pancita de cuatro meses de embarazo. Federico y Liliana estaban enloquecidos con la espera de su primera nieta y les habían regalado todo lo necesario como para sus primeros tres años de vida.
Virginia recibió muchos regalos hermosos esa noche, pero el mejor fue el que le dio Damián, una pequeña caja de terciopelo azul con dos alianzas de oro blanco en su interior. Al darse cuenta de lo que significaba, no pudo evitar emocionarse sonriendo y llorando al mismo tiempo.
—Sé que somos jóvenes, pero yo no quiero esperar —le dijo con lágrimas en los ojos—. Desde el primer momento en que nuestras vidas se cruzaron sentí que nos pertenecíamos. Te amo, Virginia. ¿Querés casarte conmigo?
Incapaz de hablar, asintió con una enorme sonrisa. Entre sollozos, se colocaron las alianzas uno al otro y se besaron para sellar la promesa de una vida juntos.
Luego de pedir sus tres deseos, sopló con fuerza las veintidós velitas de la torta. A pesar de todo lo malo que le había pasado, se sentía feliz y agradecida por haberlos encontrado.
Los miró uno a uno pensando en lo maravillosos que eran.
Federico y Liliana la habían aceptado de inmediato en su casa como a una más de sus hijas y siempre la habían cuidado y contenido. Se notaba lo mucho que se amaban y respetaban y eso los volvía un ejemplo a seguir.
Eugenia, con sus ocurrencias, siempre había logrado divertirla y Cristian, con su paciencia y calma nata, era el hombre ideal para ella.
Laura era su mejor amiga y la persona en la que más confiaba. Era sencilla, desinteresada, atenta y extremadamente inocente. Diego, responsable y sincero, estaba loco por ella y la protegía con celo.
Gastón era especial. Desconfiado y duro por fuera, siempre se esforzaba por ocultar sus honorables sentimientos, pero detrás de su capa de ironías y sarcasmo, había un gran hombre de admirable valor. Gracias a él estaba con vida y jamás lo olvidaría. Se sentía feliz de que hubiese encontrado una persona como Sofía que había sabido ganar su corazón y hoy le ofrecía la posibilidad de ser padre.
¿Y qué podía decir de Damián? Él lo era todo. El amor de su vida y su ángel de la guarda. Hermoso por fuera y mucho más por dentro. Dulce, protector, apasionado. Él apareció para cambiar su fortuna, para salvarla de esa pesadilla en la que se había convertido su vida y curar sus heridas con paciencia y amor. Para rescatarla del profundo abismo en el que se encontraba tironeada entre dos destinos diferentes, el que querían imponerle y el que en verdad deseaba.
Sintió la necesidad de tenerlo cerca y acomodándose en sus brazos, lo besó como si nadie más existiese. Cuando él la rodeó por la cintura y le devolvió el beso con la misma pasión, sintió en su cuerpo y en su corazón la plena felicidad y la certeza de que Damián siempre había sido y sería su único y verdadero destino.
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¡Espero que hayan disfrutado de leer la historia como yo lo hice escribiéndola!
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