Capítulo 33
Gastón acababa de llegar hasta lo más alto cuando lo vio. Gritando desesperado, comenzó a bajar a gran velocidad aun sabiendo que no llegaría a tiempo.
—¡Sacala de acá! —le gritó Damián poniendo el cuerpo para recibir la inevitable puñalada.
Virginia observó la secuencia como si corriera en cámara lenta. Vio la expresión perversa de Patricio y su sed de sangre mientras corría hacia su novio sin siquiera una pizca de piedad o remordimiento. Recordó a sus padres y cómo ambos habían muerto por defenderla. No estaba dispuesta a perderlo a él también, no de la misma forma.
Impulsada por una fuerza que ya no creía poseer, corrió lo más rápido que pudo y se interpuso entre ellos. El frío y afilado metal le atravesó la carne con violencia, hundiéndose en su pecho.
—¡¡¡No!!! —gritó Damián, desesperado.
Patricio la miró desconcertado y luego dirigió los ojos a la navaja que aún sostenía en su mano. Sintió el líquido caliente de su sangre deslizándose entre sus dedos y de repente, todo el peso de la culpa y el dolor cayó sobre él. ¿Por qué se había puesto en medio? ¿Por qué prefería morir ella antes que él? ¿Cómo podía amarlo más que a sí misma? Sin Virginia, la vida ya no tenía sentido para él. Su hermana estaba muerta y la única mujer que amaba estaba a punto de estarlo. Aturdido, se apartó de ella llevándose la navaja con él.
Damián la sostuvo en sus brazos evitando que cayera desplomada. Apoyándola sobre sus piernas, intentó detener la hemorragia, pero era tanta la sangre que salía que no lograba identificar dónde se encontraba la herida. Un charco comenzó a formarse rápidamente en el piso a su lado. Su rostro se volvió ceniciento, sus labios azules y su cuerpo convulso.
—¡Virginia! ¡Virginia! —gritó Damián cuando la vio cerrar los ojos y quedar laxa.
Gastón corrió hacia ellos y puso dos dedos en su muñeca para controlar su pulso. No podía sentirlo. Por Dios, ¿estaba muerta? Pensó de inmediato en su hermana y en Sofía, seguro de que ellas sabrían qué hacer en ese momento. Entonces, recordó de pronto aquel maldito curso de RCP que había hecho con Bárbara obligados por la universidad y no pudo sentirse más que agradecido por eso.
Decidido, la deslizó desde las piernas de su hermano hacia el piso y le colocó la cabeza en la posición adecuada. Se arrodilló a su lado, extendió los brazos y con su espalda recta, apoyó ambas manos entrelazadas sobre el húmedo pecho de Virginia. Rápidamente comenzó a efectuar las compresiones.
Damián se había paralizado y con los ojos anegados en lágrimas, miraba la escena como si no estuviese presente.
Alrededor, comenzaron a oírse las sirenas de la policía acercándose hasta que el sonido se hizo estridente. A los pocos segundos, rápidos y violentos golpes en la puerta indicaron que estaba por ser derribada.
—La maté... —susurró Patricio con voz temblorosa, aunque ninguno le prestó atención—. Esperame, bonita, que nuestro destino es estar juntos.
Alzando su navaja por última vez, la enterró con fuerza en su propio corazón. Para cuando la policía logró entrar en el galpón, Patricio Guzmán estaba muerto.
Los paramédicos corrieron con la camilla hacia donde se encontraba Virginia y les pidieron que se apartaran para poder hacerse cargo de la situación. Gastón se hizo a un lado de inmediato y tuvo que arrastrar a su hermano para que les permitiese hacer su trabajo. Federico, que había llegado detrás de la policía, se acercó para ayudarlo cuando comenzó a forcejear para zafarse.
—¡Díganme que no está muerta! —gritaba en medio de un llanto desgarrador—. ¡Virginia!
—Hijo, tranquilo por favor —repetía una y otra vez su padre.
—Shhh, hermano, la están ayudando. Todo va a salir bien —le dijo al oído a la vez que lo rodeó con sus brazos como lo había hecho días atrás en su casa cuando se habían enterado de la verdadera identidad de Tomás.
Ninguno de los médicos respondía. Estaban demasiado concentrados en salvar a la chica. Sin dejar de realizarle maniobras de reanimación y controlar sus signos vitales en pequeños y regulares intervalos, la subieron a la camilla y la llevaron hacia la ambulancia. Una vez dentro, uno de ellos conectó el desfibrilador y acercó las paletas dispuesto a darle una descarga.
—¡Esperá! —dijo de pronto el otro—. ¡Oigo latidos! Pero son demasiado débiles, pasame el oxígeno. ¡Vamos, no creo que resista otro paro!
—Está bien —respondió cerrando la puerta trasera.
Se dirigió al lugar del conductor y antes de subir, le indicó a Martín a qué hospital se dirigirían. A continuación, cerró la puerta y encendiendo la sirena, se marchó a toda prisa.
Al llegar al hospital, Virginia fue llevada al quirófano para ser operada de urgencia. Era imprescindible que encontraran rápidamente el alcance de la herida para poder detener lo antes posible la abundante hemorragia; sobre todo, por el lugar en el que se encontraba, tan próxima al corazón. De lo contrario, no tardaría en sufrir otra descompensación y, por consiguiente, otro paro cardio respiratorio.
Federico, Damián y Gastón aguardaban nerviosos en la sala de espera cuando el resto de la familia y sus amigos entraron con ímpetu. Aunque ambos hermanos se habían lavado las manos, aún tenían la ropa manchada con sangre. A pesar de eso, Sofía corrió hacia su novio y se dejó envolver por sus fuertes y protectores brazos. Había sentido tanto miedo cuando les habían avisado que estaban en el hospital que lo único que necesitaba era sentirlo junto a ella.
Eugenia y Cristian se dirigieron hacia donde se encontraban las enfermeras con la intención de averiguar el estado de Virginia. Sin embargo, no sabían nada o bien, no estaban autorizadas para dar ningún tipo de información.
Laura y Diego se acercaron a Damián. Su amigo apoyó una mano sobre su hombro en señal de apoyo y su hermana lo abrazó con fuerza. Lloró junto a él cuando lo sintió quebrarse y le dijo al oído palabras de consuelo.
Liliana se sentó junto a su marido y apoyando la cabeza en su hombro, comenzó a llorar. Él la rodeó con un brazo acercándola a su pecho mientras le acariciaba la espalda para contenerla.
Hacía más de cuatro horas que había comenzado la operación y aún ningún médico había aparecido. Damián se encontraba sentado en uno de los bancos mirando por la ventana. El dolor que sentía en ese momento y la ansiedad por saber si estaba con vida lo estaba destruyendo. Gastón se acercó a él lentamente y se sentó a su lado.
—Tranquilo. Si hubiera salido algo mal ya nos habrían avisado —le dijo de forma pausada.
Damián lo miró a los ojos permitiéndole ver las lágrimas contenidas.
—Debería estar yo en ese quirófano en lugar de ella —dijo con voz quebrada.
Cuando su hermano le iba a responder que nada de lo sucedido había sido su culpa, se abrieron las puertas del pasillo dando lugar a un joven médico vestido aun con ropa de quirófano y barbijo. Todos se sobresaltaron al oírlo preguntar por los familiares de Virginia Bravo. Damián saltó de la silla y avanzó hacia él con rapidez. Los demás lo siguieron igual de ansiosos.
El doctor Lorenzo se quitó el barbijo y el gorro y esbozando una cálida sonrisa, les dijo que la operación había sido exitosa. Todos respiraron aliviados. Eugenia se apresuró a pedirle detalles de su estado y el médico, aunque agotado, les contó con palabras simples acerca de su condición.
—La herida corto punzante rompió una arteria importante lo cual provocó una gran hemorragia. Por eso se descompensó tan rápido y entró en paro. Como la herida fue efectuada demasiado cerca del corazón, fue tan delicada la operación. Afortunadamente, luego de seis horas logramos suturarla por completo y detener el sangrado. Tuvimos que hacerle varias transfusiones de sangre y en este momento la están trasladando al sector de Terapia Intensiva. Por el momento se encuentra fuera de peligro, pero tendrá que quedarse en observación unas setenta y dos horas aproximadamente.
—¿Se va a recuperar? ¿Le quedarán secuelas? —preguntó Damián casi en un susurro.
—La realidad es que el pronóstico es reservado. Necesitamos que pasen unos días para poder saber eso, pero te puedo decir que está evolucionando de forma favorable. Va a estar todo el tiempo monitoreada y en caso de haber una mejoría, les vamos a avisar.
—Gracias, doctor —le dijo Liliana ante el mutismo de su hijo.
—De nada. Ah, casi lo olvido. Me informaron los paramédicos que la trajeron en la ambulancia, que uno de ustedes le aplicó RCP antes de que ellos llegaran al lugar.
—Sí, yo —dijo Gastón aclarándose la garganta—. Lo hice mal, ¿no?
El médico sonrió.
—Todo lo contrario. Si no la hubieses asistido de inmediato tal como lo hiciste, no habríamos podido hacer nada para ayudarla. Debo decir que más bien le salvaste la vida. —El joven se quedó sin palabras. Sintió que Sofía lo tomaba de la mano entrelazando los dedos con los suyos mientras que sus padres y hermanas asentían con orgullo—. En unos minutos se acercará una enfermera para informarles dónde se encuentra. De acuerdo a las normas de la terapia, la podrá acompañar una sola persona. El resto, deberá esperar a que la trasladen a piso.
—De acuerdo. Gracias de nuevo, doctor —intervino Federico.
—No hay por qué —respondió con amabilidad y dio media vuelta para regresar a sus obligaciones.
El silencio reinó entre ellos por unos segundos hasta que finalmente Damián avanzó hacia su hermano y lo abrazó con fuerza.
—¡Gracias! —exclamó entre sollozos.
Gastón lo sintió temblar y en su garganta se formó un nudo que no le permitió emitir palabra alguna. Sintió la humedad en sus propios ojos y sin contenerlas, le devolvió el abrazo.
Luego de tres largos días, los médicos decidieron quitarle la medicación. Damián no se había movido de su lado durante todo el tiempo que estuvo sedada y dormitaba de a ratos en la silla contigua. Sabía que faltaba poco. En tan solo unas horas, cuando su cuerpo eliminara todo rastro del calmante, despertaría y podría volver a ver aquellos hermosos ojos verdes que tanto extrañaba, así como escuchar su voz y verla sonreír. Cerró los ojos para evocar su sonrisa y con esa imagen se quedó dormido.
Virginia despertó lentamente parpadeando varias veces hasta lograr por fin abrir sus ojos. Miró a su alrededor intentando enfocar la vista y se dio cuenta de inmediato de que se encontraba en un hospital. Damián estaba a su lado, dormido sobre una silla. Podía sentir la calidez de su mano cerrada en torno a la de ella.
Intentó recordar cómo había llegado ahí. La imagen de Patricio corriendo hacia él con la navaja en alto la hizo estremecer. Giró su cabeza levemente para poder contemplarlo. No entendía cómo habían logrado escapar de aquel lugar, pero la felicidad que sentía con sólo verlo a salvo era tan inmensa que nada más importaba.
De pronto, recordó que Gastón también se encontraba con ellos y sus ojos se llenaron de lágrimas. ¿Habría salido ileso también? Sin poder contenerse, cerró su mano aferrando la de Damián lo cual terminó por despertarlo.
Él abrió sus ojos de forma brusca y se inclinó hacia ella.
—¡Virginia! —exclamó al verla despierta—. ¡Hola, mi amor!
—Hola —susurró, apenas audible.
—¿Cómo te sentís? —le dijo llevando una de sus manos a la frente de ella con el fin de controlar su temperatura.
—Cansada, pero bien. ¿Vos, cómo estás? ¿Y Gastón? —preguntó de forma atropellada—. Por favor, Damián, decime que no le pasó nada.
—Tranquila, mi amor. Él está bien y yo también. La que se llevó la peor parte fuiste vos.
Ante su expresión confundida, procedió a relatarle lo sucedido. La tristeza que la embargó al oír lo que Patricio había hecho, lo instó a acercarse. Se recostó a su lado y envolviéndola con sus brazos, la atrajo a su pecho. Virginia se relajó al instante.
—¿Cómo pudiste arriesgar tu vida así por mí? —le recriminó, aún impresionado.
—Porque te amo y sin vos no tiene sentido que siga viviendo —dijo alzando el rostro hacia él.
La miró a los ojos sintiendo la dicha de tener otra oportunidad junto a ella.
—Yo también te amo, pero no vuelvas a decir eso por favor. Tu vida es más importante que yo y que cualquier otra cosa —le dijo frunciendo el ceño.
Con absoluta suavidad, la besó en los labios. No profundizó el beso, aunque le hubiese gustado. Sabía que ella necesitaba descansar para poder recuperarse y volver a su casa con él. Ya tendría tiempo de saborear sus tiernos labios, acariciar su suave piel y hundirse en ella hasta perder la cordura. Por el momento, podía conformarse con tenerla segura entre sus brazos.
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