Capítulo 32
Ese día había resultado ser el más caluroso y húmedo de los últimos meses. Apenas se podía respirar ya que el aire se sentía viciado y todavía faltaba un par de horas para que anocheciera. Sin embargo, el cielo se oscureció de repente convirtiéndose en un manto denso y gris que anunciaba la llegada de una inminente y amenazadora tormenta.
Damián, a la intemperie y oculto entre los árboles, esperaba el regreso de su hermano quien, a su parecer, se estaba demorando demasiado. En realidad, habían pasado unos pocos minutos, pero a él le parecían horas. Se sentía nervioso, asustado y más que nada ansioso.
Aguzó la vista hacia aquel horrendo y lúgubre aserradero. No sabía qué había en su interior, ni siquiera si Virginia se encontraba ahí, aunque esperaba que sí, y más importante aún, que estuviese bien. De repente, la imagen de ella en la noche en que se conocieron lo hizo temblar. ¿Estaría lastimada? De acuerdo a lo que les había dicho el detective, Tomás... Patricio —se corrigió a sí mismo formando una línea con sus labios—, estaba obsesionado con ella y lo que buscaba era su amor, no hacerle daño.
Sin embargo, esa obsesión y el claro desequilibrio mental que tenía, podrían ponerla en peligro si se sentía no correspondido. Recordó la bolsa de lencería y un escalofrío le recorrió la columna. No soportaba la idea de que la tocara y comenzó a temblar de desesperación. ¡¿Dónde mierda estaba Gastón?! No creía poder esperar mucho tiempo más.
Evaluando los laterales del galpón, divisó en la parte superior de la alta pared, una larga ventana en forma horizontal sin vidrios. Justo debajo a esta, había una hilera de viejos contenedores y sobre los mismos, largos y gruesos listones de madera.
Una idea se formó en su mente. Solo debía llegar a ellos, apilarlos y trepar para poder asomarse por la misma. Claro que, para ello, tenía que ser en extremo silencioso. Asintió para sí mismo intentando convencerse de que sería capaz de hacerlo. Miró nuevamente hacia atrás para ver si su hermano se dignaba a aparecer de una vez. Los minutos corrían y aún no había ningún indicio de que estuviese cerca. Llevó una de sus manos a su cabeza y entrelazó sus dedos en su cabello de forma nerviosa. Debía hacer algo o enloquecería.
De repente, una luz cegadora lo envolvió y a continuación, un vigoroso y estremecedor trueno explotó en el cielo. Un instante después, comenzaron a caer las primeras gotas convirtiéndose en pocos minutos en un verdadero aguacero.
La insidiosa e implacable lluvia calaba su ropa y mojaba su rostro obligándolo a entrecerrar los ojos. "¡Mierda, mierda, mierda!", pensó, frustrado. Pero entonces, se dio cuenta de que era la oportunidad que estaba esperando. Con el sonido de la tormenta, podría manejarse sin tanto reparo ya que el ruido que causaría al subir, se confundiría fácilmente con el del ambiente.
Le había prometido a Gastón que esperaría a la policía, pero no estaba dispuesto a perder la chance que se le estaba presentando. Fijó la vista adelante y armándose de valor, corrió hacia los contenedores. Comenzó a escalar entre los listones empleando toda su fuerza para apilar los últimos hasta llegar por fin a la ventana.
Con su cabeza a escasos centímetros, solo debía erguirse para poder ver en su interior. Su corazón palpitó con fuerza, no solo por la carrera sino por el paralizante miedo que de pronto se apoderó de él. ¿Y si había llegado demasiado tarde? Se moría por verla, pero a su vez estaba aterrado. Inspirando profundo para calmarse, estiró las piernas. Asomó apenas la cabeza hasta la altura de los ojos preparado para volver a esconderse ante cualquier eventualidad.
El galpón no era tan grande por dentro como parecía desde fuera. En todos los extremos había tablones de madera apilados contra las paredes, similares a los que se encontraban debajo de sus pies y en el centro había una pequeña oficina vidriada. No veía ningún movimiento. ¿Acaso habían imaginado que entró en ese lugar? ¿Y si todo era un maldito sueño? Se pellizcó para confirmarlo y se sintió un idiota. ¡Por supuesto que estaba despierto!
Un movimiento dentro de esa pequeña oficina llamó su atención. Patricio, que hasta ese momento había pasado desapercibido, se incorporó de lo que parecía ser un sofá y se dirigió a la mesa frente a él. Tocando un botón del pequeño equipo de música que estaba sobre la misma, dio comienzo a una lenta melodía que reconoció de inmediato: "Take my breath away" de Berlín. ¡El muy hijo de puta había puesto la maldita canción de la película "Top Gun"!
Miró alrededor intentando encontrar a Virginia en algún rincón, pero nada indicaba que estuviese allí. Volvió a posar sus ojos en él. Parecía feliz mientras acomodaba con tranquilidad el lazo rojo que rodeaba una caja de bombones con forma de corazón.
Un furioso trueno lo tomó desprevenido y lo hizo agacharse de forma automática. Maldijo para sí mismo mientras inspiró con fuerza para serenar su frenético corazón. Se asomó una vez más con lentitud y al hacerlo, sintió una opresión en el pecho que casi lo dejó sin aire. Virginia estaba de pie junto a una puerta que hasta ese momento había permanecido cerrada.
El alivio que sintió al ver que estaba con vida le aflojó las piernas obligándolo a sostenerse del marco de la ventana para no caerse. La miró con atención. Estaba muy delgada y la expresión de su rostro era alarmante. Estaba descalza y la cubría un corto y ajustado vestido de breteles. Al darse cuenta lo que Patricio se proponía, tensó todos los músculos de su cuerpo y contuvo el impulso de rugir. Entraría en ese mismo instante.
Había comenzado a atravesar la abertura cuando unos pasos acelerados debajo de él lo detuvieron. Gastón finalmente había llegado. El muchacho escaló con destreza los listones apilados y en pocos segundos estuvo a su lado. Lo sujetó del brazo con firmeza.
—¿Qué creés que estás haciendo? La policía está en camino.
—Soltame Gastón. No pienso esperar un puto minuto más —gruñó sin apartar los ojos de aquella imagen que lo estaba desesperando.
Su hermano siguió con la mirada la dirección de la suya descubriendo así lo que lo afectaba de ese modo. ¿Aquella era Virginia? Por un instante, imágenes de Sofía asaltaron su mente haciéndolo estremecer. Ese loco la miraba con lascivia y se acercaba cual depredador hacia ella.
—Me encanta como te queda este vestido, bonita —lo oyeron decir.
Lo vieron acariciarle la mejilla y Gastón debió apretar aún más su agarre para evitar que Damián se lanzara dentro.
—¡Te dije que me sueltes! —exigió en un susurro furioso.
—¡No! —Se le plantó con autoridad—. No voy a dejar que te mates. La policía ya debe estar cerca.
—¡Que aparezcan de una puta vez, entonces! —respondió a regañadientes.
Damián sabía que Gastón tenía razón. Lo más prudente, dados los antecedentes de Patricio, era esperar por ellos y evitar la confrontación. Sin embargo, le estaba resultando en extremo difícil no intervenir. Mientras tanto, no se perdería detalle de lo que sucediera en el interior.
Ahora estaban bailando, en realidad, el que bailaba era él y ella simplemente se dejaba manipular como si fuese una muñeca de trapo. Su rostro no manifestaba ningún tipo de emoción, como si su mente se hubiese escindido de su cuerpo y alejado a otro lugar.
El muy maldito la tenía apretada contra él y le había apartado el cabello a un lado para besarle el cuello. Con ambas manos le acariciaba la espalda con anhelo mientras se frotaba contra ella. De repente, se apartó unos pocos centímetros y sujetándole la cara entre sus manos, la besó en los labios.
Damián apartó la vista y apretó con fuerza el marco de metal lastimándose las manos. Esa sola imagen lo desgarró por dentro acelerando sus pulsaciones y haciéndolo temblar por el despliegue de adrenalina. Inspiró varias veces con el fin de serenarse, aunque lo creía imposible y volvió a mirarlos.
Gastón, que aún lo estaba sujetando, podía sentir su tensión y agitación. Sabía lo mucho que le estaba costando todo esto, pero estaba decidido a protegerlo, incluso de él mismo.
—No lo soporto más —lo oyó decir con voz quebrada—. No pienso ver como abusa de mi novia así que, si no querés que te lastime, soltame de una vez Gastón.
Supo que su hermano hablaba en serio. Tenía los dientes apretados y sus ojos se habían vuelto fríos, oscuros, irreconocibles. Ya no había nada que pudiese hacer para detenerlo. Lo soltó permitiéndole atravesar la ventana y descender por los listones apilados sobre esa pared. No obstante, no pensaba dejarlo solo por lo que, maldiciendo por lo bajo, lo siguió al interior.
Virginia sintió que se moría cuando vio aquel vestido que ahora llevaba puesto. Se había demorado en el baño intentando idear algo que le diese más tiempo, pero estaba tan agotada que no podía pensar con claridad. Afuera, la tormenta no hacía más que acrecentar la sensación de terror que sentía en su interior. Al fin y al cabo, el momento que tanto había anhelado él y temido ella había llegado.
Pensó en Damián y sintió un poco de consuelo al saber que por lo menos estaba a salvo. Cerró sus ojos para evocar los suyos que siempre lograban calmarla. Ese día su cuerpo sería invadido y ultrajado, pero no su corazón, como tampoco su mente. Se alejaría de allí lo más que pudiese, aunque fuese solo en pensamiento.
Salió del baño para encontrarse con el horrible destino que la venía persiguiendo desde hacía meses. Se concentró en el sonido de la lluvia y cerró sus ojos para no entregarle todos sus sentidos. Sin embargo, su cuerpo insistía en enviarle a su mente las sensaciones recibidas.
Sus caricias y sus nauseabundos besos le provocaron un revoltijo en su estómago. No pudo evitar derramar algunas lágrimas que velozmente cayeron por su mejilla hasta su boca permitiéndole a Patricio saborear su sal. Este se detuvo al instante y la miró con desaprobación, negando con su cabeza.
—Así no —le dijo emitiendo chasquidos con su lengua—. Creí haber sido claro cuando te dije que ahora estabas conmigo. Si no querés que le pase nada malo a Damián...
—¡Estoy con vos, estoy con vos! Solo, no lo lastimes por favor —le suplicó limpiándose las lágrimas con sus manos.
Él la observó por unos instantes y luego sonrió. Le acarició el rostro una vez más y continuó descendiendo hasta llegar a su hombro. Al tocar el bretel del vestido, pasó un dedo por debajo del mismo dejándolo caer. Ella no se resistió, pero no podía evitar que su cuerpo temblase de forma notoria. No obstante, eso no parecía molestar a Patricio, quien continuó con sus caricias haciendo lo mismo con el otro bretel.
Los dos hermanos habían avanzado con sigilo hasta la oficina y se ocultaron detrás de una columna. En cuanto Damián oyó la amenaza y vio cómo ella se sometía voluntariamente para protegerlo a él, comenzó a respirar de forma acelerada. ¡Iba a matar a ese psicópata!
Gastón le advirtió que guardara silencio llevándose un dedo a su boca. "¿Dónde mierda estás, viejo?", pensó intentando idear un plan "B" antes de que su hermano perdiese por completo el control.
Desde donde se encontraba, Damián podía verlos con claridad. Las manos de Patricio habían comenzado a descender por el costado del cuerpo de Virginia hasta alcanzar el borde inferior del vestido. Introduciendo sus dedos pulgares entre su piel y la tela, las subió nuevamente llevando con ellas parte del vestido.
Dio un paso adelante cuando lo vio tocarle la cola y alzarla en el aire para llevarla hasta el escritorio. Gastón se preparó para la lucha. Apoyaría a su hermano hasta el final.
—Por favor basta —la oyeron decir de repente cuando Patricio se apoyó sobre ella para pasar la lengua por el nacimiento de su escote.
Sin embargo, no parecía dispuesto a hacerlo ya que, lejos de detenerse, la sujetó con fuerza con una mano mientras comenzó a bajar el cierre de su pantalón con la otra.
Al darse cuenta de que iba a tomarla por la fuerza, Damián enloqueció. Todo lo demás dejó de importarle y si tenía que morir ese día para protegerla de él, pues que así fuese. Corrió hacia ellos y con un grito de furia, se abalanzó sobre él quitándoselo de encima. No se permitió siquiera mirar a Virginia quien lo llamaba entre angustiosos sollozos. Primero tenía que encargarse de ese desquiciado.
Caminó hacia él dispuesto a matarlo con sus propias manos. Lo golpeó con tanta ira que lo derribó de inmediato. Por el sonido que hizo, supo que le había fracturado la mandíbula. Aunque Patricio estaba desplomado en el piso inconsciente, Damián se arrojó sobre él y gritando enajenado, continuó descargando más golpes contra su rostro.
Gastón se acercó rápidamente y agarrándolo con fuerza de los brazos, tiró de él para apartarlo.
—¡Basta, Damián! ¡Suficiente! —gritó para hacerse escuchar por encima de sus alaridos.
Virginia entonces saltó del escritorio y se arrojó a sus brazos. No podía creer que realmente estuviese allí y la hubiese salvado, una vez más. Damián reaccionó en cuanto sintió el contacto de su pequeño cuerpo y la abrazó con fuerza.
—¿Estás bien? Dios, pensé que te había perdido. No sabía dónde buscarte —le dijo con voz quebrada mientras le sujetaba el rostro entre sus manos y le besaba los labios, las mejillas y la frente con desesperación.
—Y yo que nunca más iba a volver a verte —exclamó ella sin dejar de llorar.
—Tranquila, mi amor. Ya pasó todo —continuó acariciándola y abrazándola con intensidad.
Gastón les tocó el hombro a ambos llamando su atención.
—Es mejor que nos vayamos ahora.
Él asintió y tras fijar sus ojos en el cuerpo inmóvil, se incorporó con rapidez. Ayudó a Virginia a hacer lo mismo y tomándola de la mano, comenzó a caminar hacia el lugar por el que entraron. La puerta estaba cerrada y no se arriesgarían a revisar los bolsillos de Patricio en búsqueda de la llave.
Su hermano ya había comenzado a subir por los listones de madera cuando advirtió que ella estaba descalza.
—¡Tus zapatos! —exclamó y se dio la vuelta para buscarlos.
A partir de ese momento, todo sucedió demasiado rápido. Patricio se había levantado y con una navaja en su mano, avanzaba con decisión hacia él. Le costaba mantener el equilibrio, pero por su mirada, Damián supo que eso no iba a detenerlo. Estaba decidido a matarlo y él no tenía nada a mano para defenderse. Retrocedió unos pasos, pero no los suficientes.
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