Capítulo 30
Ese día amaneció nublado y particularmente caluroso. El desayuno se desarrolló en silencio. Los nervios de lo sucedido en la universidad, la frustración de no encontrar a Virginia y la sensación de alerta constante, los habían agotado a todos.
Damián, que seguía durmiendo en el sofá, se encontraba bastante debilitado y así lo evidenciaban las sombras oscuras debajo de sus ojos. Estaba muy nervioso ya que era consciente de que ese día sería crucial y marcaría un antes y un después en su vida. Gastón no estaba mucho mejor, pero lo sucedido con Sofía le había dado la fuerza necesaria para impulsar a su hermano a no rendirse hasta recuperar al amor de su vida.
Aún estaba desconcertado por la complicidad entre Marcos y Marina y aunque algo en su interior le había indicado que no debía confiarse del todo de la pasividad del primero, jamás se imaginó que intentaría matarlos. En cuanto a ella, estaba enojado consigo mismo por no haberse dado cuenta de hasta dónde podía ser capaz de llegar por su obsesión con él.
Se sentía culpable porque si no hubiese sido por su relación anterior, ella no le habría facilitado las cosas a ese loco. Al menos, ahora que ambos estaban retenidos, podría irse con su hermano con la tranquilidad de saber que su mujer estaba realmente a salvo. Solo restaba recuperar a Virginia y la pesadilla en la que se habían convertido sus vidas, acabaría de una maldita vez.
Cristian pasó a buscar a las chicas en su auto para llevarlas a la universidad y tras desearles suerte, se marcharon. Federico se había ido hacía unos minutos al trabajo y Liliana despidió a sus hijos desde la puerta sacudiendo la mano que mantenía alzada.
Estaba muy angustiada por todo. Temía lo que pudiese pasar ese día y rezaba por tener la fortaleza necesaria para poder confortar a Damián en caso de que el resultado no fuese el esperado. Se limpió una lágrima que había comenzado a caer por su mejilla y entró nuevamente a la casa. Dedicaría su tiempo a limpiar todo para mantenerse ocupada y no pensar en nada más.
Por la ruta, los dos hermanos se dirigieron a gran velocidad hacia el oeste al último pueblo que les faltaba recorrer de los alrededores. Después de eso, solo quedarían las grandes hectáreas de campo. Al volante se encontraba Gastón y junto a él, Damián revisaba el mapa de forma atenta y metódica. Ambos guardaban silencio. El único pensamiento que se repetía una y otra vez en sus mentes aturdidas era el mismo: encontrar a Virginia. No se atrevían a pensar en ninguna otra posibilidad.
Hacía demasiado calor, pero el equipo de aire acondicionado se encontraba descargado por lo que se vieron obligados a bajar los vidrios de las ventanillas. De esa manera, permitieron que la humedad impregnara la cabina con el denso aire del exterior tornándolo aún más sofocante.
Gastón advirtió el movimiento repetitivo de la rodilla de su hermano subiendo y bajando sin cesar. Sabía que estaba nervioso, cansado, desanimado, desesperado. No sabía qué decirle para aliviar un poco su martirio por lo que optó por poner una canción que sabía le gustaría.
Los primeros acordes de "Back in Black" de AC/DC comenzaron a sonar contagiándolos de inmediato con su vigorizante energía. Damián lo miró esbozando una pequeña sonrisa y subió el volumen. Poco a poco, ambos comenzaron a mover sus cabezas al ritmo de la música.
Se sentía agradecido por contar con su ayuda y apoyo. El día anterior había ido solo y tuvo que lidiar con ciertos momentos en los que repentinos ataques de llanto y desesperación lo hacían detenerse a un costado de la ruta o encerrarse en la camioneta hasta sentir que se vaciaba por dentro. Esa mañana, a pesar de los implacables nervios, su compañía lo hacía sentirse fuerte y capaz de lograr hasta lo imposible.
Abstraído en sus pensamientos y el reparador efecto de la música, casi pasó por alto la salida al pueblo. Dando un grito y apuntando con el brazo, le advirtió a su hermano que se desviara en esa dirección.
—¡Está bien! ¡Está bien! —respondió Gastón volviendo a bajar el volumen de la música—. Ya la vi. Tranquilo.
Giró el volante a la derecha y continuó por esa bifurcación. Unos kilómetros más adelante, el asfalto convertido en camino de tierra, los obligó a bajar la velocidad y subir los vidrios para no respirar la asfixiante polvareda. A su alrededor, sólo se veía campo con vacas pastando y en algunas zonas, grupos de caballos galopando libremente.
Damián observó detenidamente cada cartel indicador hasta dar con el que estaban buscando. Solo faltaban unos pocos kilómetros para llegar a destino. Sintió su corazón acelerarse y dirigió su mirada a su hermano para ver si él también lo había visto. Gastón asintió y se permitió pisar un poco más el acelerador.
Al llegar al pueblo, el cual había resultado ser viejo y precario, hicieron un recorrido general para conocer la zona. Las casas eran humildes y los negocios pequeños y modestos. Como hacía tanto calor —realmente era agobiante—, la mayoría de las personas se encontraban dentro de las viviendas o conversando debajo de la sombra de algún árbol que les otorgaba refugio del sol. Al ser un pueblo relativamente pequeño, la mayoría se conocía entre sí, como así también a sus vehículos por lo que, al verlos pasar, de inmediato giraban sus rostros hacia ellos.
Luego de haber recorrido la mitad del pueblo, estaban hambrientos y sedientos. Estacionaron a la sombra y bajaron de la camioneta frente a un almacén. Comprarían una gaseosa y sándwiches antes de seguir. Por supuesto también preguntarían por Virginia mostrando su foto.
Al entrar, tanto el comerciante como las dos ancianas que aguardaban para ser atendidas, los miraron interesados y sonrientes. Era obvio que la noticia de dos jóvenes paseando y haciendo preguntas había llegado a sus oídos. Eso los preocupó un poco ya que si Tomás —aún lo llamaban así— estaba ahí, lo alertaría de sus presencias. Se acercaron al mostrador y realizaron su compra bajo la mirada atenta de las dos señoras. El dueño les entregó la bolsa con la mercadería y les cobró.
Mientras abandonaban el lugar, el comentario de una de las mujeres llamó por completo su atención.
—O no viene nadie o vienen todos juntos. Cuatro caras nuevas en menos de una semana no es poca cosa —señaló provocando que la otra mujer y el vendedor rieran.
Se detuvieron en el acto y girándose de forma brusca, volvieron a acercarse a ella.
—Disculpe la molestia, señora, pero no pude evitar oír lo que dijo —mencionó Damián intentando mantener una calma que en verdad no sentía—. ¿Además de nosotros dos vieron a alguien más que no sea de este pueblo?
—Sí, querido —respondió sonriente—. ¿Cuándo fue, Teresa?
—Creo que el sábado, Marta —respondió la otra.
—Ah sí, tenés razón. Es que mi memoria ya no funciona tan bien como antes, podrán entender. Es bastante extraño que veamos nuevas caras acá, pero vinieron, sí. Un hombre y una mujer jovencitos como ustedes.
Damián se estaba poniendo nervioso. Quería sacudirla para que se apurara a decirles si se trataba de Virginia o no. Inspiró para serenarse y sacó de su bolsillo la foto. La extendió frente a la anciana. Su mano temblaba a causa de la remota posibilidad de que fuese ella.
—¿Por casualidad esta es la mujer? —preguntó con voz quebrada.
Ambas se acercaron muy cerca de la imagen arrugando la cara y entrecerrando los ojos.
—Ay, querido, sin mis lentes no veo muy bien. Fijate vos, Roberto.
—A ver —agregó el hombre observando detenidamente la imagen.
—Mmmm, si no lo es te diría que es bastante parecida —respondió frunciendo de pronto el ceño—. ¿Por qué la buscan? ¿Le pasó algo?
Damián exhaló de pronto el aire contenido en sus pulmones y llevó una de sus manos a su cabello en un gesto nervioso.
—¿Sabe dónde está?
—Está en problemas ¿verdad? —preguntó el hombre con gesto preocupado.
—Sí, señor. Es mi novia y este hombre se la llevó. Es muy muy peligroso. ¿Nos puede ayudar?
—Me pareció que había algo raro en ellos. Vinieron a comprar cigarrillos. Ella apenas levantó la mirada y él fue bastante maleducado. ¿Avisaron a la policía?
—Sí —respondió ahora Gastón comenzando a impacientarse también—. ¿Nos podría decir hacia donde se fueron, por favor?
—La verdad es que no lo sé, pero pregunten en la posada que está a tres cuadras para allá —indicó con su dedo—, quizás ellos sepan algo.
Gastón y Damián le agradecieron por su ayuda y se apresuraron hacia la salida.
Virginia se encontraba sentada en el sofá con la mirada perdida. Así había estado desde temprano. Patricio se sentó a su lado y apoyó una mano sobre su rodilla sintiéndola tensarse al instante.
—Venía a avisarte que voy a salir ahora, antes de que se largue a llover. Voy a traerte ese vestido que te dije y algo sexy para que te pongas debajo —ronroneó cerca de su oído y le alzó la barbilla con sus dedos índice y pulgar.
Ella no respondió y se mantuvo inmutable cuando lo sintió apoyar los labios sobre los suyos. Tomás se fastidió ante su pasividad y ejerciendo presión con sus dedos, la obligó a abrir su boca. En cuanto ella lo hizo, le introdujo la lengua recorriéndola con ansia. Ella se apartó al instante.
—No intentes nada mientras no estoy —le dijo molesto por su rechazo—. Sabés lo que soy capaz de hacerle si no te encuentro cuando vuelvo.
Al ver que su advertencia, con tono frío y amenazante, había surtido el efecto que él deseaba, se puso de pie y se marchó.
En cuanto oyó el sonido del vehículo alejarse, se dejó caer sobre sus rodillas y apoyó las manos en sus muslos. Se sentía absolutamente frustrada y vulnerable, y la desesperación comenzaba a invadirla. Con lágrimas en los ojos y la cabeza hacia atrás, gritó con la poca fuerza que aún le quedaba.
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