Capítulo 29
Había caído la noche y con ella, la desesperante añoranza de Damián, de sus brazos protectores, de sus caricias, de sus besos. Durante las horas del día Virginia creía ser capaz de soportar la soledad, el vacío, el tormento de estar lejos de él; pero en las largas horas de la noche, se sentía desfallecer, como si toda su fuerza la abandonara y la vida se le escapara lentamente de su cuerpo. Era cuando más esfuerzo debía hacer para recordar que era la única forma de garantizar su seguridad. Tomás no parecía tener especial interés en dañarlo, siempre y cuando no se interpusiera entre ellos y ella no estaba dispuesta a permitir que eso sucediera.
El día posterior a que se la llevara, la había dejado sola durante unas horas para comprarle algo de ropa y comida. Solo tenía el vestido que había usado en la fiesta y el mismo estaba sucio y rasgado. Los días siguientes también se había ausentado durante un tiempo y si bien no sabía qué era lo que hacía, lo agradecía ya que cada vez que lo tenía cerca, temía lo que pudiese hacerle.
Se había dado cuenta de que él deseaba obtener su confianza y su consentimiento antes de tocarla. Eso le daba cierta ventaja, pero no pensaba confiarse demasiado. Había algo siniestro detrás de aquella mirada azul que lograba hacerla estremecer. Solo de pensar en que él la tocase como solo Damián lo había hecho, le provocaba náuseas y un profundo terror la paralizaba. Jamás consentiría que la tocase. Eso era algo que simplemente no se sentía capaz de hacer.
Era la cuarta noche a su lado ya que habían pasado tres largos días. De repente, el ruido de la puerta en medio del silencio la alertó de su regreso. Se puso de pie por acto reflejo y lo esperó inmóvil en medio de la pequeña oficina, cuasi habitación.
—Hola, bonita —le dijo al acercarse y depositó un suave beso en su mejilla.
Virginia retrocedió automáticamente sin apartar la vista de él. Sabía cómo le afectaba su desprecio y rechazo por lo que nunca, nunca dejaría de demostrárselo.
Él endureció la mirada y apoyó con brusquedad una bolsa con comida sobre el escritorio. Luego se giró y sentándose sobre el borde del mismo, cruzó los brazos.
—¿Tenés hambre hoy?
Virginia negó con su cabeza sin emitir palabra.
Lo vio afinar sus labios, claramente molesto y después de unos segundos, elevar una de las comisuras de sus labios dejando ver una tenebrosa sonrisa. Todo en él era confuso y sus emociones parecían cambiar de forma vertiginosa. Después de oírlo emitir un largo suspiro, lo vio introducir una mano en el bolsillo de su pantalón para extraer un paquete de cigarrillos.
No pudo evitar pensar en Gastón y el mal humor que se había apoderado de él cuando, gracias a la influencia del hermanito de su mejor amiga, logró por fin dejar ese hábito tan desagradable. Sonrió de forma inconsciente al recordarlo, pero se apresuró a volver a ponerse seria. Para su fortuna, Tomás estaba demasiado concentrado en el ritual que hacía cada vez que fumaba como para verla.
Tras golpear varias veces la caja con el fin de comprimir el tabaco, lo encendió, inhaló con los ojos cerrados y exhaló lentamente. Poco a poco, el reducido ambiente comenzó a viciarse con el denso humo del cigarrillo. A continuación, lo vio clavar sus ojos en los de ella.
Sonrió al descubrir que lo estaba observando y se acercó con lentitud. Una vez frente a ella, le apartó un mechón dorado de su rostro y lo acomodó detrás de su oreja. Solía hacerlo desde que se la había llevado con él, pero en esa oportunidad se aventuró un poco más. Le acarició la mejilla con la yema de sus dedos y después su labio inferior. Sin embargo, se detuvo al advertir su postura tensa. Chasqueando la lengua, se alejó de inmediato.
—Sería bueno que dejaras de resistirte, Virginia —dijo ladeando la cabeza sin dejar de mirarla a los ojos—. Nuestro destino es estar juntos.
"Nuestro destino es estar juntos... Nuestro destino... Destino". Esas palabras impactaron en ella de forma brusca, salvaje, logrando atravesar la gruesa capa protectora que cubría sus recuerdos.
En ese instante, todo cobró sentido y un verdadero terror se apoderó de todo su ser en cuanto reconoció en su rostro, el del hermano de su amiga. Su visión se nubló en el acto y una secuencia de traumáticas y atroces imágenes comenzó a pasar ante ella. Imágenes que hubiese preferido no recordar jamás.
Sus manos comenzaron a temblar y los oídos le pitaron. Aquellos devastadores recuerdos afloraron con la misma rapidez e intensidad con la que habían sido reprimidos. Sonidos y olores de otro tiempo la golpearon con ímpetu obligándola a revivir aquella horrible experiencia desgarradora.
<<Patricio estaba obsesionado con ella. Todos se lo decían, sus amigas, sus padres. Pero no podía alejarlo en un momento tan doloroso como ese. Ella representaba el último lazo que lo unía a Ana, su hermana. Necesitaba de su contención y la cercanía de la única persona que nunca lo había juzgado por su excéntrica personalidad. Demasiado tarde descubrió que ese había sido un terrible error del cual se arrepentiría el resto de su vida. Un error que provocaría la muerte de las personas que más amaba en el mundo.
Él se había enamorado de ella de una forma posesiva, enfermiza, que lo llevó a golpearla e intentar forzarla cuando ella lo rechazó. Su padre intentó protegerla, pero este no estaba dispuesto a perderla y sin vacilar, sacó una navaja de su bolsillo y se la enterró de lleno en el corazón. Sin pausa y con un movimiento impávido, la sacó de su cuerpo para luego hundirlo en el de su madre quien, desesperada, había corrido hacia su marido en medio de la agresión.
Virginia lloró desgarradoramente mientras se inclinaba sobre los cuerpos inertes y sin vida de sus padres. Con sus manos cubiertas de sangre y su corazón resquebrajado en mil pedazos, lo miró con pánico. Tenía los ojos desenfocados y respiraba de forma entrecortada como si estuviese horrorizado por lo que había hecho, pero las palabras que dijo a continuación le demostraron que, una vez más, se había equivocado. "No tuve otra opción, Virginia. Querían separarnos y no podía permitirlo. Nuestro destino es estar juntos".
Se había vuelto loco y ella necesitaba alejarse en ese mismo instante si no quería ser la siguiente. A pesar de sentir su cuerpo pesado y agarrotado, logró reunir la fuerza necesaria para incorporarse y precipitarse hacia la puerta trasera. Sabía que él la perseguiría, pero debía intentarlo. Era su única oportunidad para escapar. Con determinación, corrió desesperada, sin mirar atrás. >>
Al parecer, la frase que había empleado: "Nuestro destino es estar juntos", había actuado como disparador para que ella recuperase todos los recuerdos reprimidos. Ahora, al igual que en aquel momento, Tomás —o mejor dicho Patricio—, la reclamaba en nombre del destino, de un destino que ella no había elegido ni elegiría jamás.
El impactante vacío y lacerante dolor de la pérdida volvieron a atormentarla. Sus padres habían muerto por ella, por defenderla. Todo había sido su culpa.
Él percibió en su rostro la certeza del recuerdo y de pronto sintió la necesidad de justificarse.
—Espero que algún día puedas perdonarme. No lo habría hecho si no hubiese sido necesario. Lo hice por nosotros. Para que nadie pudiese separarnos. Para que podamos amarnos, bonita.
Ella lo miró con lágrimas en los ojos. No podía creer que pensara que podría amarlo después de lo que había hecho, después del inmenso dolor que le había generado. Ahora que por fin lo recordaba todo, no sabía cómo iba a hacer para seguir viviendo. Pensó en lo cerca que había estado también de perder a Damián y las lágrimas se agolparon de inmediato en sus ojos. Comenzó a llorar con desconsuelo. Si tan solo pudiese sentir una vez más la protección de sus brazos. ¡Cómo lo necesitaba en ese momento!
—¡Estás pensando en él! —gruñó apretando fuertemente sus puños—. ¡Puedo verlo en tus ojos!
Virginia lo miró con temor. No estaba segura de poder escucharlo hablar de Damián sin quebrarse en dos.
—¡Si no fuera por ese pendejo y su entrometida familia, estaríamos juntos desde hace mucho tiempo atrás! —exclamó, disgustado.
Arrojó el cigarrillo al piso y lo apagó de un pisotón. Encendiendo otro, se sentó en una de las sillas de la oficina y alzó la vista hacia ella. Virginia no movía ni un sólo músculo de su cuerpo. Temía que eso pudiese generar en él una reacción violenta que lo llevase a agredirla de alguna manera. Este parecía debatirse entre seguir hablando o no. Finalmente, se decidió por hacerlo.
—No sabés las cosas que tuve que hacer solo para estar cerca tuyo. Esa noche, la que huiste de mí, me mantuve oculto detrás de los arbustos que lindaban esa propiedad observando cómo tu héroe te llevaba en brazos y te metía en su casa —dijo con desprecio—. Quería matarlo sólo por haberse atrevido a tocarte, pero no podía, no con tanta gente alrededor. Esperé durante días para intentar recuperarte, pero nunca te dejó sola. ¡Ni una puta vez!
Su rostro se crispó ante el recuerdo y luego de apretar con fuerza los labios, suspiró ruidosamente. Virginia sintió crecer en su interior un odio nunca antes experimentado. Le estaba resultando muy difícil mantenerse callada. Deseaba gritarle y decirle lo mucho que lo aborrecía.
—¡Quería deshacerme de todos ellos! Pero no podía hacerlo, eran demasiados —dijo ensimismado en el relato—. Entonces comencé a seguirlos día y noche a cada maldito lugar. En ese asqueroso cementerio estuve tan cerca de recuperarte...
Ella recordó de inmediato la sensación inexplicable de estar siendo observada que había sentido ese día mientras esperaba a los chicos en la entrada del cementerio. Comprendió entonces que no había sido una mera sensación. Volvió a sentirse agradecida de que ni Damián ni su familia hubiera sufrido daño alguno.
—Si quería recuperarte, tenía que calcularlo todo con mayor precisión. Por eso, le pagué al que en ese entonces salía con una de las mellizas para que me pasara información detallada de cada uno de tus movimientos. Sin embargo, el muy inepto no fue capaz de hacer bien su papel y echó a perder mi plan. —Bufó, de pronto molesto—. Ahí me di cuenta de que tendría que hacerlo yo mismo y como vos al parecer no recordabas nada, no iba a resultarme tan difícil —dijo con expresión fría y perversa—. Antes de eso tuve que deshacerme de él. Entenderás que no podía dejar ningún cabo suelto.
Virginia tembló ante sus palabras. ¡Él había matado a Micky! ¿A cuántas personas más asesinaría para estar con ella? ¿Acaso se detendría alguna vez?
—Ese fue el origen de Tomás Gutiérrez. Fue tan lindo poder estar con vos varias horas al día. No sabés cómo las disfruté —continuó con una sonrisa que le helaba la sangre—. De nuevo estuve cerca de llevarte conmigo. Llegué incluso a saborearlo mientras caminabas a mi lado hacia el auto, pero una vez más, ese noviecito tuyo apareció y te alejó de mí.
Virginia podía recordar cada cosa que él acababa de mencionar, solo que desde otra perspectiva completamente diferente.
Patricio se incorporó y volvió a acercarse a ella. Ahora que ya sabía la verdad, sintió la necesidad de ver cómo reaccionaba a él. Llevó una mano hacia su nuca y entrelazó los dedos en sus cabellos. Luego, acercó su rostro. La vio retroceder, pero se lo impidió. Le rodeó la cintura con su otro brazo y acercando su boca a la de ella, tomó posesión de sus labios. Tensa ante su contacto, los apretó con fuerza. No estaba dispuesta a dejarlo entrar.
Él advirtió su reticencia y tras mirarla fijamente a los ojos, se apartó. Virginia pudo ver en sus fríos ojos azules que algo había cambiado y un escalofrío le recorrió la columna.
—Ahora estás conmigo. Quiero que lo aceptes. Te vas a entregar a mí por completo y lo vas a hacer con convicción. Te tengo que creer. De lo contrario, voy a matar a tu preciado Damián y a toda su puta familia —dijo escupiendo las palabras.
Abrió grande sus ojos y sin poder evitarlo, dejó escapar una lágrima. Él la observó caer y atrapándola con su pulgar, se la llevó a la boca.
—Mmmm, no puedo esperar a probar tu sabor —susurró con lascivia en la voz—. Mañana voy a ir a comprarte un lindo vestido y quiero que te arregles para mí, solo para mí. Creo que llegó el momento de hacerte mía —sentenció antes de dar la vuelta y dejarla sola.
Virginia permaneció de pie temblando como un papel aun después de que él saliera de la habitación. Patricio le había quitado todo. Había matado a sus padres y la había separado también de Damián, su único y verdadero amor. No estaba segura de cuánto tiempo más podría sobrevivir sin él. Sabía que no volvería a verlo, no era seguro para él, pero tan sólo pensarlo le resultaba insoportablemente, doloroso.
Se arrojó al sofá y acomodándose en posición fetal, cerró fuertemente los ojos. Presionó con fuerza su pecho con ambas manos como si estuviese intentando mantenerse en una sola pieza y, tras un gemido agónico, comenzó a llorar desconsoladamente.
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