Capítulo 24
Estaban abrazados en silencio. Gastón recorría con sus labios la suave piel de su cuello dejando pequeños besos a su paso. Sofía le acariciaba el cabello con sus ojos cerrados. De repente, la sujetó de la cintura y la alzó levemente para salir de ella. Sin soltarla, se acomodó la ropa y se inclinó hacia un costado para recoger la suya.
Con absoluta suavidad, pasó cada tirante por sus brazos y le colocó el corpiño. Al deslizarlo hacia atrás, le acarició con los pulgares los laterales de sus pechos. Sofía inspiró profundamente. Lo abrochó con destreza y volvió a deslizar sus manos hacia adelante. Se inclinó sobre su escote y le besó el valle entre sus senos. Ella enterró los dedos en sus hombros dejando escapar un pequeño gemido.
A continuación, se apartó y la ayudó a ponerse la remera. Se miraron a los ojos unos segundos y volvieron a besarse, esta vez con suavidad.
—Gastón —susurró con voz temblorosa—. Debemos detenernos antes de...
—Lo sé —respondió a regañadientes.
De repente, unos gritos que se aproximaban a lo lejos los sobresaltó. Sofía reconoció la voz de inmediato y se puso de pie de un salto. Marcos la estaba llamando y por la manera en la que lo hacía, realmente estaba furioso. Antes de que Gastón pudiese impedírselo, corrió hacia la puerta y la abrió. Se estremeció al verlo avanzar hacia ella.
—¿Dónde estabas? —le recriminó con dureza—. ¿Y qué hacías ahí metida?
—Yo... no me sentía bien y me acosté unos minutos. Debo haberme quedado dormida.
La mentira le salía con facilidad cuando hablaba con él ya que cualquier cosa que le dijera podría molestarlo y temía provocar la reacción equivocada.
Marcos frunció el ceño. Miró hacia la puerta entornada y luego a ella.
—¡Vamos a casa de una vez! Estoy cansado —ordenó sujetándola del brazo.
Sofía vio por el rabillo del ojo que Gastón se acercaba y de forma automática, le cerró la puerta en la cara. Tenía terror de lo que pudiese pasar si los descubría.
Pero, al parecer, a él le importaba muy poco ya que abrió la puerta con ímpetu y se impuso ante ellos. Sus ojos se dirigieron directamente a la mano que Marcos cerraba con fuerza alrededor del brazo de Sofía.
—¡¿Qué mierda significa esto?! —gritó al verlo y apretó aún más su agarre—. ¡¿Acaso estabas encerrada con él?!
Sofía enmudeció de pronto y su rostro se tornó por completo pálido.
—¡Soltala ahora mismo o te rompo todos los dedos! —amenazó con frialdad cerrando con fuerza los puños.
—Gastón, por favor no —rogó ella con sus ojos llenos de lágrimas. Podría soportar cualquier cosa, menos que él resultase lastimado. Eso no podría perdonárselo.
Los hombres continuaron midiéndose con la mirada sin prestar atención a su súplica. Los demás, que habían escuchado los gritos, subieron en ese momento y se acercaron a ellos. Todo parecía indicar que habría un enfrentamiento.
—¡Respondeme! ¿Te estás acostando con él, puta? —gritó a la vez que la abofeteó provocando que cayera hacia atrás y se golpeara la cabeza contra la pared.
A partir de ese momento, todo sucedió muy rápido. Gastón, que no había podido anticipar el golpe, se abalanzó sobre él hecho una furia. Una vez en el piso, comenzó a golpearlo sin piedad.
—¡Cagón! ¡Cobarde! —bramó furioso—. ¡¿Te sentís muy hombre pegándole a una mujer?! —Marcos gritó para que se lo quitaran de encima mientras intentaba, en vano, cubrirse el rostro con sus brazos. Sin embargo, estaba por completo a merced de Gastón. Este lo superaba en fuerza y tamaño—. ¡No vas a volver a tocarla, hijo de puta! —continuó gritando sin dejar de pegarle.
Sus nudillos se habían vuelto resbaladizos a causa de la sangre, pero no le importaba. Necesitaba descargar su ira contra él.
Eugenia, Andrea y Laura habían ido en auxilio de Sofía que, aun atontada por la caída, intentaba ponerse de pie. Ezequiel, Cristian y Diego se mantenían al margen de la pelea. No obstante, pronto se dieron cuenta de que Gastón, descontrolado como estaba, no se detendría. Fue Diego quien reaccionó primero e inclinándose, lo sujetó de los hombros para apartarlo. Pero su amigo estaba desencajado y tras removerse con violencia, logró zafarse de su agarre. Lo intentó de nuevo y pasando sus brazos por debajo de sus axilas, tiró de él. Ambos cayeron al piso hacia atrás.
—¡Basta, Gastón! ¡Vas a matarlo!
—¡No me importa! ¡Soltame! —forcejeó para volver a arremeter contra él. Diego lo sostuvo aún con más fuerza impidiéndoselo.
Marcos se puso de pie con dificultad y tambaleándose, se cubrió el rostro con las manos para detener la abundante hemorragia.
—¿Te volviste loco? Ni siquiera lo vale. ¡No es más que una puta!
Gastón rugió al oírlo y con fuerza hercúlea, consiguió por fin liberarse. Una vez más, se abalanzó contra él. Lo golpeó ahora en su estómago provocando que se encogiera hacia adelante y luego, le encestó una trompada en la mandíbula. Esta vez, Ezequiel ayudó a Diego a apartarlo. Mientras ellos se encargaban de contenerlo, Cristian sujetó a Marcos de la ropa y lo arrastró escaleras abajo.
—¡Esto no va a quedar así, Sofía! ¿Me oíste? —gritó desde lejos.
—¡Sacalo de una vez carajo! —exclamó Diego exhausto por el esfuerzo.
A pesar de sus protestas, no lo soltaron hasta que estuvieron seguros de que no iría tras él.
En cuanto Gastón se vio liberado, se arrastró hacia donde se encontraba Sofía y acunó su rostro entre sus manos.
—¿Estás bien? Dejame ver que te hizo ese hijo de puta.
Le alzó la barbilla para examinarla y descubrió un pequeño corte en el pómulo. La había visto golpearse contra la pared y le revisó nervioso la zona. Por suerte, no había más daños.
—Estoy bien, solo dolorida —respondió con voz ahogada—. ¡Tus manos! —exclamó intentando verlas con más detenimiento.
—No es nada, tranquila —le dijo apartándolas.
La sintió temblar como una hoja por lo que se apresuró a rodearla con sus brazos. En ese momento, rompió en llanto.
Diego le indicó con un gesto que esperarían abajo y él asintió.
Sofía no podía dejar de llorar. Gastón le repetía una y otra vez que todo estaría bien, que nada malo le pasaría, que él la cuidaría. Poco a poco se fue calmando.
—No quiero volver a verlo —dijo de pronto.
—No tenés por qué hacerlo.
—Pero todas mis cosas están en su casa. ¡Mis apuntes de la universidad! —lo interrumpió.
—No te preocupes ahora por eso. Ya veremos cómo lo resolvemos. Lo importante es que ya no podrá lastimarte. No pienso dejar que se te acerque de nuevo.
A Sofía la invadió un sentimiento de seguridad y esperanza que logró caldear su corazón en segundos. Ya no se sentía oprimida por el miedo.
—Está bien. ¿Me dejás revisarte las manos ahora? —preguntó aún intranquila por la sangre que había visto antes.
Gastón accedió con una sonrisa.
Sentados en el cuarto de baño de la misma habitación en la que habían estado antes, Sofía le lavó las manos y le desinfectó las heridas con habilidad. A Gastón le gustó verla trabajar con sus pequeñas manos y pensó que en el futuro sería una excelente médica.
—Listo. No era tan grave, pero no quería que se infectara.
—Gracias —le dijo con ternura.
Lo miró a los ojos y se perdió por completo en la calidez de su oscura mirada. Desde que lo había conocido, sus ojos negros siempre le habían causado el mismo efecto. Por un lado, le transmitían seguridad y paz y por el otro, la hacían consumirse en el más ardiente deseo.
Recordó lo que habían hecho minutos atrás y su respiración se aceleró. Sintió que ya no era capaz de pensar con claridad. No le importaba Marcos ni todo lo que tuviese que enfrentar si la recompensa era estar con Gastón. La invadió la urgente necesidad de volver a sentir aquellas grandes manos sobre su piel y sus cálidos labios sobre los suyos.
Gastón la estaba mirando cuando sus cautivadores ojos de un color indefinido entre verde y plata se posaron en los suyos. Advirtió en ellos la misma necesidad que lo estaba consumiendo desde que habían vuelto a entrar en esa habitación. Vio sus labios entreabrirse y la punta de su lengua recorrerlos para humedecerlos. Entonces, ya no pudo contenerse más.
Se inclinó sobre ella y sujetándola de la nuca, la acercó a él. Apoyó los labios sobre los suyos y deslizó su lengua por el mismo lugar por el que lo había hecho la de ella. Sofía le rodeó el cuello con sus brazos y se pegó a su cuerpo. Se pusieron de pie acariciándose con desesperación. La ropa comenzó a caer una a una a sus pies hasta que ambos estuvieron completamente desnudos.
Gastón se apartó y tras contemplarla unos segundos, se giró para abrir la ducha. Quería lavar todo su cuerpo como ella lo había hecho con sus manos. El vapor comenzó a rodearlos aumentando el calor que emanaban sus cuerpos. Le tendió una mano para ayudarla a entrar y la arrastró con él debajo de la lluvia. El agua caliente comenzó a deslizarse por sus cuerpos, relajándolos.
Tomó el jabón y comenzó a pasarlo por toda su piel. Por la espalda, por los pechos, por su vientre y luego más abajo. Ella gimió ante ese último movimiento.
Abriendo los ojos, le quitó el jabón de las manos y procedió a imitarlo. Lo deslizó por su espalda, por sus fuertes brazos, por su musculoso pecho y finalmente, por su erección. Olvidándose del jabón, lo envolvió con una mano y comenzó a moverla hacia adelante y hacia atrás, arrancándole un gemido.
Lo lavó hasta que ya no hubo rastros de jabón y lentamente, comenzó a inclinarse hasta quedar de rodillas. Él la miró.
—No tenés que...
Se quedó sin habla nada más sentir la sensación de sus labios alrededor de su sexo. La calidez que lo envolvió lo hizo jadear y tuvo que sostenerse de la ducha para no caerse. Observó cómo su miembro aparecía y desaparecía dentro de su boca con cada movimiento y gimió con voz ronca cuando ella lo saboreó con la punta de la lengua en la parte más sensible.
Sintió la necesidad de dejarse llevar, pero no quería terminar así. Deseaba que también ella disfrutara. La agarró de los brazos y la hizo incorporarse. La acercó para besarla profundamente sintiendo su propio sabor en su boca. Necesitaba adentrarse en ella en ese mismo instante.
La giró para dejarla de espaldas a él y la hizo inclinarse hacia adelante con sus manos extendidas sobre la pared de azulejos. Se acomodó entre sus piernas y la penetró de una fuerte y profunda embestida. Retrocedió solo un poco para volver a embestirla, una y otra vez, hasta que la sintió convulsionarse de placer. Sus gemidos, cada vez más intensos lo estaban llevando al límite.
—Vamos, preciosa, acabá para mí —le dijo con voz ronca sin detener sus implacables movimientos.
Y en ese mismo instante Sofía estalló en un orgasmo brutal. Se enterró profundamente en ella por última vez y se vació en su interior.
Tardaron unos minutos en regular sus respiraciones y otra vez frente a frente, volvieron a unir sus labios.
—Te quiero —le dijo entre besos, sorprendiéndola—. Sé que suena prematuro, pero quiero que sepas que lo que acaba de pasar entre nosotros no es algo del momento. El día que te conocí algo dentro mío despertó. Después viniste a mi casa y lo sentí más fuerte. Para cuando te besé esa primera vez, no me quedaron dudas. Quería hacerte mía, que fueras mi mujer. Solo pensar en que otro hombre te toque me vuelve loco. Estoy completamente enamorado de vos, Sofía.
Ella lo miró con sorpresa. Con una sonrisa en su rostro, se apoyó sobre su duro y amplio pecho y lo abrazó con fuerza.
—Yo también te quiero —susurró con lágrimas en los ojos.
Esa noche, se fue con Gastón y sus hermanas. Al día siguiente, él conversó a solas con sus padres y tras contarles lo sucedido, les dijo que se quedaría hasta encontrar un departamento para mudarse con ella.
Liliana no podía creer lo que escuchaba, pero le bastaba con ver la felicidad que irradiaba su hijo. Realmente amaba a esa chica. Federico prometió ayudarlo económicamente y le dijo que no había necesidad de apurarse, que para ellos no era una molestia y así como Virginia se había convertido en una hija, también lo haría Sofía.
A partir de esa semana, todo cambió en la casa. Mientras ellos se instalaron en el altillo para tener más privacidad, Virginia y Damián lo hicieron en la habitación que hasta ese momento había compartido con su hermano.
Si bien Laura y Eugenia continuaron en la de ellas, algunas noches se quedaban a dormir en las casas de sus novios. Por el momento, ninguna tenía pensado mudarse, al menos no hasta terminar los estudios.
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