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Capítulo 21

Ya en la ruta, Virginia se sentía mejor. Hablaba animadamente y había vuelto a reír. Damián la miró embelesado. Estaba tan hermosa. Se había maquillado suavemente, lo cual resaltaba el color verde de sus ojos, y se había dejado suelto su rubio y ondulado cabello. Vestía un pantalón blanco que se amoldaba perfectamente a las suaves curvas de su cuerpo y una camisa entallada que, con los botones superiores abiertos, insinuaba un seductor escote.

Habían pasado tres cuartos de hora cuando ella le indicó que tomara la salida de la derecha. La misma llevaba a un camino de tierra rodeado de altos y tupidos árboles. Lo recorrieron durante unos cinco kilómetros hasta llegar por fin al complejo de cabañas. Damián abrió los ojos, sorprendido, y sintió que su corazón se aceleró de repente al leer el letrero de la entrada. Se detuvo justo frente a la pequeña oficina administrativa.

—¿Esta es tu sorpresa? —preguntó arqueando una ceja.

Ella asintió.

—Esperame acá —le pidió mientras bajaba.

Un minuto después, la vio salir con una llave en la mano. Al subir nuevamente, le dijo que siguiera hasta el final del camino. La de ellos era la última cabaña.

Al descender de la camioneta, observaron a su alrededor. La vista al lago era alucinante.

—¡Qué hermoso lugar! —dijo abrazándola con fuerza.

—¿Te gusta? Podemos quedarnos hasta mañana... si querés.

Él la miró a los ojos y encontró en ellos el mismo deseo y determinación que sentía en su interior.

—Me encanta —ronroneó y la sujetó de la nuca para besarla—. Y por supuesto que quiero.

Virginia se sentía un poco nerviosa pero absolutamente complacida. El lugar era perfecto y nunca había visto a Damián tan feliz.

Después de recorrer los alrededores, decidieron almorzar al aire libre. Se sentaron a orillas del lago. El aroma del prado y las flores silvestres los llenó de calma y serenidad. Se recostaron sobre una tela que habían desplegado sobre el césped disfrutando del cálido sol de la tarde.

Se dejaron arrullar por el cantar de los pájaros y el sonido de la naturaleza a su alrededor. Damián la rodeaba con sus brazos y Virginia mantenía apoyada la cabeza sobre su pecho sintiendo el constante y pausado latido de su corazón. Cerró los ojos para agradecer ese momento juntos y deseó permanecer así el resto de su vida.

Cuando despertó, era de noche. Se encontraba en la cama de la habitación y una manta cubría su cuerpo. No recordaba haber llegado hasta allí por lo que Damián la habría cargado en brazos al quedarse dormida. Se sentó y no pudo evitar desperezarse. Lamentaba haber desperdiciado todo el día durmiendo, pero debía reconocer que se sentía realmente descansada.

De inmediato, descubrió la nota depositada sobre la mesita de luz. Era la letra de él. "Mi amor, espero que hayas dormido bien y te sientas mejor. Cuando estés lista, te espero en la terraza para cenar juntos. Te amo". No pudo evitar sonreír. Era tan dulce...

Media hora más tarde, tras darse una ducha, se dirigió asu encuentro. Al salir, vio la mesa que Damián había preparado. La cubría un fino mantel blanco y estaba iluminada por la tenue y oscilante luz de varias velas. Alrededor de la terraza, pequeñas luces de colores le daban un toque mágico y en el horizonte, la imagen de la luna reflejada en el agua la conmovió. Escuchó la suave música de fondo.

—Bienvenida —le susurró al oído mientras la abrazaba por detrás provocando que se estremeciera al sentir la cálida brisa de su aliento sobre su piel—. ¿Cómo te sentís?

—Muy bien. Perdón por haberme quedado dormida.

Tras besarla suavemente en el cuello, la hizo girar hacia él.

—No me pidas perdón. Lo necesitabas y me dio tiempo para preparar todo esto. ¿Te gusta?

—Claro que sí. Es todo muy hermoso.

—Vos sos hermosa —le dijo mientras le apartó un mechón de su pelo para acomodarlo detrás de su oreja.

Virginia sonrió y apoyó su mano sobre la que él tenía ahora en su mejilla.

Volvieron a besarse, esta vez con suavidad, saboreándose lentamente. Damián la atrajo a él presionando con delicadeza detrás de su cintura mientras se movían siguiendo el lento ritmo de la canción que acababa de comenzar. "When a man loves a woman" de Michael Bolton. Ella le rodeó el cuello con sus brazos y suspiró. Le encantaba ese tema.

—Te amo, Damián —confesó de pronto tras alzar la vista hacia él—. Gracias por haberme encontrado y hacerme sentir tan querida y protegida.

Sonrió y se inclinó para alcanzar su boca. La besó lento, pausado, disfrutando de su adictivo y dulce sabor.

—También te amo. Gracias a vos por esta noche. Realmente no la esperaba —le dijo mirándola con intensidad.

—Mi amor —susurró ella contra sus labios, pero él no podía dejar de besarla y con su boca ahora sobre su clavícula, ronroneó en respuesta—. Con respecto a lo que casi pasó el otro día...

Damián se inclinó levemente hacia atrás para mirarla. Sus mejillas estaban al rojo vivo y no se atrevía a mirarlo. Con su dedo índice, le levantó el mentón obligándola a alzar los ojos.

—Vir, sabés que te deseo con locura, pero sé que aún no estás preparada. No quiero que te sientas presionada. Me basta con estar acá y pasar la noche a tu lado.

—En realidad... iba a decirte que me gustaría terminar lo que empezamos —dijo finalmente.

Tardó unos instantes en asimilar sus palabras.

—¿Estás diciendo...?

—Quiero que hagamos el amor.

Gimió al escucharla y se inclinó para volver a besarla. Ella le devolvió el beso e introdujo la lengua en su boca. La deslizó por sus labios y jugó con la suya, provocándolo. Él la apretó más contra su cuerpo. Sabía que podía sentir su notoria erección sobre su vientre y por un momento temió que se alejara, pero no lo hizo. En su lugar, se frotó contra él haciéndolo jadear.

—¿Estás segura?

Quería darle una última oportunidad. Se moría por estar dentro suyo, pero necesitaba saber que ella lo deseaba tanto como lo hacía él. Al verla asentir, la tomó de la mano y la guio hacia la habitación.

Una vez allí, comenzó a desvestirla, desprendiéndole, uno a uno, los botones, mientras rozaba con sus nudillos su piel estremecida. La sintió temblar y la miró a los ojos. Ella tenía los suyos cerrados. Sus labios estaban entreabiertos y respiraba de forma acelerada. Sabía que estaba excitada y eso lo encendió aún más.

Le abrió la camisa lentamente y la deslizó por detrás de sus hombros hasta dejarla caer. Volvió a gemir ante la imagen de su fino corpiño de encaje. Era terriblemente sexy. Deslizó las manos hacia su espalda para desprenderlo mientras besó el nacimiento de uno de sus pechos. La vio inclinar la cabeza hacia atrás cuando, liberada de su ropa, se apoderó de un pezón con su boca y tiró del otro suavemente con sus dedos.

Volvió a buscar sus labios y sujetándola con fuerza, la recostó sobre su espalda en la cama. Desprendió el botón de su pantalón y luego bajó el cierre. Lo deslizó hacia abajo con extrema lentitud prolongando la sensualidad del momento. Junto con él, arrastró también la pequeña tela que protegía su sexo.

Su cuerpo, completamente desnudo, era la visión más hermosa sobre la tierra y no podía esperar un minuto más para introducirse en ella. Sin embargo, debía hacerlo. Tenía que asegurarse de que estuviese lista.

Tras despojarse de su ropa y colocarse rápidamente un preservativo, la cubrió con su cuerpo. Se acomodó entre sus piernas apoyándose sobre sus codos para no aplastarla. Le tomó el rostro entre sus manos y la besó con pasión. La sintió retorcerse debajo de él y aferrarse a sus brazos para acercarlo más.

Estimulado por su increíble receptividad, bajó lentamente su mano hasta donde sus cuerpos estaban pegados y con suma suavidad, acarició su centro. Pudo sentir de inmediato la humedad que cubría su sexo y eso lo enardeció. Comenzó a deslizar lentamente un dedo en su interior, pero se detuvo al sentirla tensarse. La buscó con la mirada y advirtió el temor en sus ojos.

—¿Confiás en mí?

—Sí.

Su voz sonaba diferente y supo que, a pesar del miedo, estaba tan afectada como él. Su boca cubrió la de ella de forma implacable. Su lengua se adentró en su interior y succionó sus labios tirando de ellos con sus dientes. Percibió el momento en el que volvió a relajarse perdida en las nuevas y placenteras sensaciones y volvió a mover su mano deslizando su dedo dentro y fuera de ella. Le gustó que elevara sus caderas para ir en su búsqueda.

Sin dejar de besarla, reemplazó su mano por su miembro y se introdujo poco a poco en su interior hasta sentir la fina barrera de su virginidad.

—Voy a hacerlo, amor.

—Está bien.

Estaba aterrada, pero a su vez anhelaba sentirlo dentro suyo. Damián la besó una vez más y con un movimiento rápido, entró por completo en ella. Era tan apretada que sintió que estallaría en ese mismo instante. Sin embargo, logró contenerse. La sintió sollozar y se obligó a sí mismo a detenerse.

—Me duele —la oyó decir con los ojos apretados.

—Lo sé. Tranquila. Enseguida pasa.

Se quedó inmóvil por unos segundos para permitirle acostumbrarse a su invasión. Le acarició un pecho y volvió a besarla. Sintió cómo despertaba nuevamente la pasión en ella y lentamente, comenzó a moverse.

Virginia se aferró a sus brazos con desesperación hasta que el dolor fue dando paso al placer. Entonces, lo rodeó con sus piernas provocando que él aumentara la velocidad y la intensidad de sus movimientos. Gritó al sentir el delicioso estallido de su primer orgasmo. Él la siguió inmediatamente después profiriendo un profundo y grave gemido. Cuando volvió a abrir sus ojos, notó sus lágrimas.

—¿Estás bien? ¿Te lastimé?

—No, no me lastimaste. Lloro de felicidad. Jamás pensé que podría sentirme así. Te amo tanto.

—Yo también te amo. Con toda mi alma —le dijo mientras besaba cada una de sus lágrimas.

Ese amanecer fue totalmente diferente a cualquier otro. La mañana los encontró desnudos y abrazados. Virginia, apenas tapada con las sábanas, tenía el cabello rubio alborotado y su rostro descansaba sobre el pecho de Damián. Él ya estaba despierto y no dejaba de contemplarla, fascinado. No podía creer lo que habían vivido esa noche. Por fin era suya. Nunca antes había amado a una mujer con tanta intensidad y supo en ese instante que daría su vida por ella. Apretó sus brazos a su alrededor y la besó en la frente. Ella abrió los ojos con lentitud y mirándolo con ternura, le sonrió. Se sentía plena y sin miedo.

Estaban muertos de hambre ya que la cena había quedado olvidada por lo que, a regañadientes, se levantaron de la cama para desayunar. Pidieron café con leche, jugo de naranja y medialunas, las cuales devoraron en pocos minutos.

Mientras Virginia juntaba las pocas cosas que habían llevado, Damián entró en la ducha. Luego lo haría ella y saldrían a dar un último paseo por los alrededores antes de irse. Estaba por terminar cuando de repente, la vio entrar en el baño completamente desnuda. La miró sorprendido y le sonrió cuando ella pegó su cuerpo contra el suyo para comenzar a besarlo con pasión.

Gimió al sentirla cubrir con su mano su firme miembro y ahondó el beso ante los suaves movimientos de esta. Sabía que no aguantaría si la dejaba continuar y deseaba volver a darle placer. Con hábil destreza la alzó obligándola a rodearlo con sus piernas y la llevó hacia la cama.

Estaban empapados, pero no podía importarle menos. Luego de sentarla sobre el colchón, se arrodilló en el piso y le abrió las piernas con suavidad. La sujetó por detrás de las rodillas para acercarla al borde y acariciando la parte interna de los muslos, se inclinó hacia su sexo. Virginia jadeó por la sorpresa y poco después, por las grandes oleadas de placer que comenzaron a recorrer su cuerpo con cada movimiento de aquella lengua que azotaba y succionaba deliciosamente su punto más sensible.

—Damián... creo que...

La sintió temblar contra su cara y sonrió satisfecho. Se apresuró a colocarse otro preservativo y se ubicó entre sus piernas, dispuesto a penetrarla, pero antes de que pudiera hacerlo, ella lo empujó obligándolo a recostarse sobre su espalda. Jadeó al sentirla trepar sobre él hasta sentarse a horcajadas y deslizarse lentamente hacia abajo devorando poco a poco su carne.

En esa posición, podía entrar más profundo y por su alarido, supo que ella también lo había sentido. La sujetó de las caderas para acompañar sus movimientos, ahora rápidos y violentos hasta que sintió que perdía el control por completo. Esa vez, llegaron juntos al orgasmo.

—¡Dios mío, Virginia! ¡Vas a matarme! —dijo entre jadeos.

—Creo que me gusta mucho hacer el amor —respondió sonrojándose.

Damián gimió.

—Sí, definitivamente soy hombre muerto.

Ambos comenzaron a reír. 

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