Capítulo 16
Eugenia despertó pasado el mediodía. No había dormido casi nada ya que la noche anterior las cosas con Sofía no habían salido como esperaba y en cuanto comenzaron a hablar del tema, se cerró como una ostra. No solo no admitió lo que estaba pasando con su novio, sino que además lo justificó. Según ella, Marcos estaba pasando por un mal momento en el trabajo. Se sentía demasiado estresado y a veces no controlaba su temperamento, pero siempre había sido ella la que lo había provocado.
No podía creer cuánta razón había tenido su hermano al decirle que quizás tendría miedo y vergüenza. Pudo notar ambas emociones en su amiga. ¡Se sentía tan impotente por no poder ayudarla! A Andrea le había pasado lo mismo, pero reaccionando de manera diferente, se enojó y se marchó para no seguir escuchándola.
Una vez que quedaron solas, Eugenia volvió a insistir en que se abriera y hablara con ella. Le aseguró que no la juzgaría y que entendía su miedo, pero que, si él la golpeaba, tenía que abandonarlo. Además, le aseguró que tanto ella como su familia la ayudarían si lo necesitaba, que no estaba sola.
Por un momento alcanzó a ver un destello de esperanza en sus ojos, pero inmediatamente después volvió a negar que la cosa fuera tan grave como creían. Según ella, eran pocas las veces que reaccionaba con tanta agresividad y cuando lo hacía enseguida se mostraba arrepentido, incluso llegando a llorar para que lo perdonara. Por otro lado, él la había ayudado cuando sus padres murieron un año atrás y gracias a su apoyo pudo continuar con sus estudios. No iba a abandonarlo ante el primer problema que tuvieran.
Eugenia se sentía realmente inquieta. Debía pensar en alguna otra forma de llegar a ella para hacerla recapacitar. Lo que pasaba con Marcos no era un simple problema y temía que la cosa pasase a mayores. No obstante, no sabía cómo hacer para que lo entendiese.
Pensó en contárselo a Gastón y pedirle consejo. Después de todo, había sido de gran ayuda lo que le había dicho la noche anterior. Sin embargo, este no se encontraba en la casa. Una vez más, había salido con Bárbara. No pudo evitar preguntarse si entre ellos dos había algo más que una amistad ya que su hermano nunca antes había tenido una amiga mujer, pero hasta el momento, tampoco había visto ningún indicio.
Intentó volver a concentrarse en su amiga. Nada. No se le ocurría qué hacer para alejarla de ese tipo. Decidida a buscar una solución, se acercó al teléfono para llamar a Andrea. Entre las dos tenían que encontrar la manera de ayudarla, tal vez incluso, recurrir a los chicos. Tanto Ezequiel como Cristian habían sido testigos de cómo su novio la había tratado en más de una ocasión y el modo en que ella, consciente o no, se sometía siempre a sus caprichos.
Media hora después, con la tranquilidad de que, al menos, se estaba ocupando del asunto, salió de su casa y se dirigió a la parada de colectivo para reunirse con sus amigos en un bar cercano a la universidad. En realidad, ya habían quedado para verse días atrás, pero aprovechando que Sofía había dicho que no iría, intentarían encontrar una estrategia que les permitiese llegar a ella antes de que el miedo y la vergüenza la hiciera alejarse aún más de ellos. Si eso sucedía, no tendrían forma de ayudarla.
Sonrió al darse cuenta de que era la primera en llegar a pesar de ser la que más lejos vivía. Sin embargo, no le extrañó. Sabía que Andrea pasaba horas en el cuarto de baño arreglándose antes de salir a cualquier sitio. En cuanto a sus amigos, seguramente Ezequiel estaría esperando a que Cristian lo pasase a buscar con su auto y era bien sabido que la puntualidad no era un rasgo que caracterizara a este último.
—Hola, Eugenia —la saludó una voz desconocida.
Alzó la mirada hacia el joven que se encontraba de pie junto a su mesa. Tenía una sonrisa en su rostro y sus ojos, del color de la miel, parecían derretirse mientras la contemplaban. Tardó un par de segundos en reconocerlo. Si bien iba a su clase, no pertenecía a su grupo de amigos, por lo que apenas habrían cruzado palabra. Se sorprendió de que él supiera su nombre, aunque al ser un pueblo tan chico, estaba segura de que todos lo sabrían. Ella, por el contrario, no tenía idea del suyo.
—¡Hola! No sabía que trabajabas acá —le dijo, sonriente.
Si había algo que no se le podía recriminar a Eugenia, era su simpatía. De naturaleza sociable, nunca había tenido problemas para hacer amigos donde fuese que estuviese. Lo vio ampliar la sonrisa, como si su entusiasmo lo alegrase de algún modo.
—Solo en vacaciones. Mi papá es el dueño, así que intento ayudarlo cuando la universidad me lo permite.
—Eso es muy lindo de tu parte —reconoció a la vez que se llevó un mechón de su ondulado cabello detrás de la oreja.
Notó cómo los ojos del joven siguieron el movimiento de su mano.
—Todo sea por la familia —respondió encogiéndose de hombros como si fuese lo más obvio del mundo.
Volvió a sonreír, encantada con su respuesta. Para ella, no había nada más importante.
—Así es —concordó.
A continuación, se quedó mirándolo por unos segundos tomando consciencia por primera vez de su atractivo. Nunca le había prestado atención a otro hombre que no fuese Cristian. Desde que se había mudado, solo él había ocupado gran parte de sus pensamientos —por no decir todos—. Le gustaba tanto que ni siquiera se había planteado la posibilidad de conocer a otros. Sin embargo, tal vez debía empezar a hacerlo. A pesar de lo que decían sus amigos, lo cierto era que no estaba segura de que estuviese interesado en verdad en ella.
—¿Qué te sirvo?
Su pregunta la trajo de regreso. Se sonrojó al darse cuenta de que se había quedado mirándolo sin decir nada. ¿Qué iba a pensar de ella?
—Un café con leche y dos medialunas de manteca por favor.
—Muy bien, enseguida vuelvo. —Estaba por retirarse cuando giró de nuevo hacia ella y la llamó, una vez más, por su nombre—. ¿Te gustaría ir a tomar algo conmigo un día de estos?
Abrió los ojos, sorprendida. Aunque había alcanzado a ver cierto interés en su mirada, no creía que pudiese invitarla tan rápido. No pudo evitar pensar en Cristian otra vez. Hacía meses que eran amigos y, aun así, no había dado el paso. A lo mejor, había llegado el momento de aceptar que eso podría no suceder nunca.
—Seguro —respondió con una tímida sonrisa que él devolvió en el acto justo antes de alejarse.
Sintiendo la inquietud crecer en su interior, se reclinó sobre el respaldo en un intento por calmarse y suspiró. Sabía que debería estar contenta por tener la oportunidad de salir con un muchacho atractivo y agradable sin ningún tipo de problema en demostrar su interés hacia ella. No obstante, no era así como se sentía. De alguna manera que no podía explicar, aceptar su invitación la había entristecido un poco. Era como si por medio de la misma, estuviese renunciando a lo que más deseaba, o, mejor dicho, a quien más deseaba.
Sus amigos llegaron unos minutos después. A pesar de que hasta ese momento estaba centrada en Sofía y el modo de ayudarla, en lo único en lo que podía pensar ahora era en como disimular lo mucho que le afectaba la presencia de Cristian, sobre todo, cuando otro par de ojos no dejaban de observarla con atención desde el otro lado del bar.
Agradeció que fuese Andrea quien encabezara la conversación para hacerles a los chicos un resumen de la situación. No le gustaba traicionar la confianza de su amiga de esa manera, pero tampoco veía que tuviese otra opción. Tal y como le había dicho su hermano la noche anterior, necesitaba que todos estuviesen en la misma página para poder alejar a Sofía de las manos de alguien que no solo no la valoraba, sino que le hacía daño.
—¿Y cómo quieren hacer? —preguntó Ezequiel mientras se rascaba el mentón en un gesto de concentración—. Porque si con Euge no se abrió, mucho menos lo va a hacer con nosotros.
—Lo peor es que lo justifica —agregó Andrea, indignada—. ¡Qué bronca me da! No puedo creer que Sofía no se dé cuenta de lo que está pasando.
—Sí se da cuenta —intervino Cristian de pronto—. Es solo que no se anima a decir o hacer nada al respecto. Está aterrada y el miedo puede ser muy paralizante a veces —continuó a la vez que posó los ojos en los de Eugenia.
Un estremecimiento la recorrió entera al sentir que podría no estar hablando solo de su amiga y por un segundo, se arrepintió de haber aceptado salir con otro hombre. Nunca había sido una persona paciente y tal vez lo que para ella era una larga espera, podía ser el tiempo que él necesitase para finalmente dar el paso. Pero, ¿y si eso no sucedía nunca?
Intranquila, apartó los ojos y los dirigió a la barra donde su nuevo pretendiente se encontraba preparando unos cafés para la pareja que acababa de ingresar en el establecimiento. Él sonrió a la distancia en cuanto sus miradas se encontraron.
—Ya veo por qué elegiste este lugar para que nos juntemos —observó Andrea con diversión en la voz.
Ambos jóvenes siguieron el trayecto de sus miradas. Notó al instante cómo Cristian se tensaba.
—No sé de qué estás hablando —replicó, nerviosa—. ¿Podemos centrarnos en lo que vinimos a hacer?
—Está bien —aceptó ella mientras alzaba las manos en ademán de rendición.
Siguieron conversando del tema, pero pronto se rindieron. Ninguno de ellos podía encontrar un modo efectivo de alejar a Sofía del desagradable sujeto con el que vivía sin tener que confrontar con ella.
Una hora después, estaban a punto de marcharse cuando el muchacho sin nombre —porque todavía no recordaba cómo se llamaba— se acercó a su mesa y le entregó un papel doblado.
—Mi teléfono —le dijo con una sonrisa, solo para ella. No obstante, estaba segura de que sus amigos habían sido capaces de oírlo—. Así podés llamarme cuando quieras que tengamos esa cita.
Asintió, nerviosa, y se apartó para dirigirse a la puerta. Podía sentir la mirada de Cristian sobre ella y por un instante, creyó ver un destello de furia en sus ojos.
Una vez afuera, procedió a despedirse de sus amigos con un beso en la mejilla, como siempre hacía. Pero cuando llegó el turno de Cristian, este retrocedió para marcharse luego de dar una excusa. Seguido de cerca por Ezequiel, se alejó apresuradamente hacia donde se encontraba su auto estacionado.
—¡Buena jugada! —susurró, orgullosa, Andrea a la vez que la golpeó con el codo.
—¿Qué?
—¡Dale! ¿Vas a decirme que no hiciste todo eso para ponerlo celoso?
—¡No!
Ella se encogió de hombros al ver que tal vez no había sido un ardid, después de todo.
—Bueno, como sea, funcionó. Está que trina de celos. ¡Me encanta! —concluyó con una enorme sonrisa y tras abrazarla, se alejó hacia su casa.
Eugenia permaneció unos minutos en la vereda intentando comprender lo que acababa de suceder. ¿En verdad estaba celoso? Luchó contra la esperanza que podía sentir renacer en su interior. No quería ilusionarse de nuevo para tener que lidiar, una vez más, con la frustración.
Al llegar a su casa se encerró en su habitación. Lo que menos necesitaba en ese momento era cruzarse con los tortolitos de Damián y Virginia que la hacían desear arrancarse los ojos cada vez que los veía besarse. Y si a eso le sumaba el hecho de que Laura y Diego parecían no poder quitarse las manos de encima uno del otro, lo mejor que podía pasarle era tirarse a dormir y no despertar hasta el día siguiente.
Exageraba, por supuesto. Lo cierto era que la hacía feliz saber que dos de sus hermanos habían encontrado por fin a la persona de sus sueños, pero también le remarcaba que ella todavía seguía a la espera. Se dejó caer en su cama y sacó del bolsillo de su jean el papel con el número del chico misterioso. Por un momento, estuvo tentada de tirarlo, después de todo, no era él con quien deseaba salir. Sin embargo, lo guardó en su mesita de luz. No perdía nada con conocerlo.
No supo en qué momento se quedó dormida. Para cuando despertó, ya era de noche y el aroma de la cena la alcanzó de lleno abriéndole al instante el apetito. Se desperezó en la cama y se sentó, dispuesta a levantarse, pero un movimiento en la cama contigua, la sobresaltó.
—¡Gastón, por el amor de Dios, ¿qué estás haciendo en mi cuarto?! —exclamó llevándose una mano al pecho.
—Huyendo —gruñó a la vez que cerró el libro que hasta ese momento había estado leyendo.
Eugenia frunció el ceño ante su respuesta, pero entonces, comprendió. A su hermano le sucedía lo mismo que a ella.
—Me alegra saber que no soy la única que no está flotando en nubes de algodones.
Las carcajadas de Gastón no se hicieron esperar.
—¿Nubes de algodones?
—Vos me entendiste —replicó con impaciencia.
Él la observó, curioso. Muy a su pesar, su hermana siempre había sido una romántica empedernida, por lo que supo que algo había pasado. De lo contrario, nunca habría reaccionado de esa manera.
—Sé que voy a arrepentirme de esto, pero voy a preguntar de todos modos. Es por ese chico, ¿no?
Eugenia lo miró con expresión agobiada y asintió. A continuación, le contó todo lo que había pasado ese día.
—Euge, no tenés nada de qué preocuparte —aseguró llamando su atención al instante. Era raro que su hermano diese consejos, pero cuando lo hacía, solía ser muy acertado—. Cristian podrá ser un poco lento —prosiguió esmerándose por elegir el eufemismo correcto—, pero no deja de ser un hombre y te puedo asegurar que a ninguno de nosotros nos gusta que se metan con nuestra chica. Le doy dos días como mucho.
—¿Dos días para qué?
Gastón puso los ojos en blanco.
—¿Y ahora quién es la lenta? —la provocó y tras guiñarle un ojo, se alejó en dirección a la puerta.
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