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Capítulo 15

Una semana le había llevado a Laura reunir el valor para contarles a sus hermanos acerca de su relación con Diego ya que temía que reaccionaran como cuando se habían enterado de que estaba saliendo con Micky. Sin embargo, todos, incluso Gastón, se alegraron muchísimo, por no decir que lo habían estado esperando desde hacía bastante tiempo. ¿Tan obvios habían sido sus sentimientos? Sin duda, para ellos sí. Ahora que por fin era oficial, no se molestaba en ocultarse y parecía no poder ser capaz de quitarle las manos de encima. Ese viernes por la noche tendrían su primera cita doble con Damián y Virginia.

Gastón se había quedado en casa. Estaba acostumbrado a ejercitarse diariamente, pero en el pueblo no había gimnasios. Por tal motivo, se había visto obligado a abastecerse él mismo del equipamiento necesario para poder mantenerse en forma. Así fue como rápidamente convirtió el pequeño altillo en su espacio personal e instaló varias máquinas de musculatura, una cinta de correr, una bicicleta fija, mancuernas, cintas, barras y discos de diferente peso y tamaño.

Aquella tarde había pasado horas haciendo ejercicio. Era, junto al sexo, su forma preferida de liberar tensiones y como últimamente se sentía bastante estresado, pensó que le haría bien. Lo había hecho, pero la preocupación persistía.

Se trataba de Marina. Si bien disfrutaba de acostarse con ella, era consciente de que quería más y él no estaba dispuesto a dárselo. Había llegado el momento de hablar y ponerle fin a su relación, si es que eso era lo que tenían. Sabía que no se lo haría fácil. Todo con ella era intenso por lo que la ruptura no sería una excepción. Comenzó a dolerle la cabeza de solo pensar en la posibilidad de que llorara y le reclamara cosas que jamás le había jurado.

Después de una larga ducha, bajó las escaleras con la intensión de recostarse en el sofá a mirar una película. Estaba realmente exhausto y esa noche se iría a dormir temprano. Sin embargo, el rico aroma proveniente de la cocina lo hizo cambiar de rumbo. También estaba hambriento.

Eugenia había pasado las últimas dos horas preparando empanadas. Esperaba a Andrea y Sofía, sus amigas de la universidad quienes llegarían en cualquier momento. Ezequiel y Cristian también eran parte del lindo grupo que habían formado, pero esa noche no las acompañarían. Querían estar solas para hablar de sus cosas. En realidad, Eugenia quería hablar con Sofía ya que hacía tiempo que la veía mal y creía saber el motivo.

Gastón se había olvidado de que su hermana esperaba visitas. Inclinó la cabeza para mirarse a sí mismo y apretó los labios. Su aspecto era lamentable. Con un jogging viejo y una remera rotosa estaba como para ir a pedir limosna. De todos modos, no pensaba cambiarse. Estaba demasiado cansado para hacerlo.

—¿Vos cocinando?

Eugenia se tapó la boca para no gritar. Estaba de espaldas a la puerta y no lo había oído acercarse.

—¡Me asustaste!

Perdón —alargó la palabra.

—¡Gastón, sólo una! —le advirtió al verlo llevar su mano a la fuente de empanadas recién salidas del horno.

—¡Mierda! —exclamó al quemarse.

Eugenia rio a carcajadas y le pasó un par de servilletas.

—Eso te pasa por apurado.

—Mmmm, están buenísimas —reconoció con la boca llena. Caliente y todo ya le había dado varios mordiscos.

—Lo sé —acordó alzando una ceja—. Que no cocine habitualmente no significa que no sepa hacerlo. Además, es la receta de mamá.

Gastón asintió y alzó las manos en señal de rendición.

La vio colocar la última tanda dentro del horno y sentarse a la mesa. Tenía la mirada perdida y el ceño fruncido. La notaba inquieta.

—¿Todo bien?

—Sí. Solo pensaba.

—En Cristian —afirmó más que preguntó.

Eugenia alzó la vista rápidamente mientras esbozó una pequeña sonrisa. Sin embargo, la misma no alcanzó a sus ojos.

—Debo hablar mucho de él para que te acuerdes de su nombre.

Gastón gruñó asintiendo.

—¿Qué fue lo que no hizo ahora?

—Por ahora... nada— bufó.

Su hermano rio mientras negaba con su cabeza. Eugenia no era para nada paciente y aquel muchacho la estaba sacando de quicio con tanta parsimonia.

—Pero no es eso lo que me preocupa. Se trata de mi amiga, Sofía. —Gastón repasó en su mente las amistades de su hermana, pero no estuvo seguro de si hablaba de la que él creía—. La viste en la fiesta —agregó al ver su expresión confundida.

—¿La alta, rubia y tetona? —preguntó sabiendo que no era ella de quien hablaba.

—¿Tetona? —exclamó indignada—. ¡Sos un bruto, Gastón! No, esa es Andrea. Sofi no es tan alta, tiene el pelo castaño y no pienso contestarte si es tetona o no.

Volvió a reír ante su último comentario. Se acordaba perfectamente de ella. La había conocido en la fiesta cuando se acercó a saludar a Andrea y se la presentaron. Algo de ella había llamado su atención y por eso quiso verla de cerca. Sin embargo, apenas lo saludó; en ningún momento alzó los ojos en su dirección y jamás sonrió. Por otra parte, estaba acompañada de un hombre que se mostraba demasiado territorial para su gusto y por la forma en la que la tenía agarrada, era más que claro que estaban juntos.

Recordó haberse molestado ya que le pareció un poco estirada y antipática, todo lo opuesto a su otra amiga quien desbordaba alegría y repartía sonrisas por doquier. Laura, que solía aplicar lo que estudiaba con todos ellos, le diría que seguramente se sentía frustrado por haber encontrado una mujer inmune a sus encantos, pero él no pensaba ir por ese camino. No le interesaban las estupideces psicológicas.

—Sí, ya sé de quién hablás. La que vino con guardaespaldas.

Eugenia frunció el ceño ante su observación y luego rompió a reír.

Marcos, su novio—. Pareció escupir el nombre.

—Veo que no te gusta.

—Para nada. De hecho, él es motivo por el que estoy preocupada.

A Gastón no le gustó como había sonado eso.

—¿A qué te referís?

—Andrea, Sofía, Cristian y Ezequiel son amigos desde que empezaron la carrera y ya lo conocían, pero yo lo vi por primera vez una tarde en la que nos juntamos a estudiar en su casa. Viven juntos y ese día Marcos no regresaría del trabajo hasta la noche. Pero volvió antes de lo previsto y al encontrarnos allí, se molestó.

—¡Es un pelotudo! Si es su casa también, tiene derecho a llevar a sus amigos.

—Al parecer no piensa lo mismo y después de llamarla aparte y encerrarse en el dormitorio por unos minutos, Sofía volvió y nos dijo que lo dejáramos para otro día. Por supuesto que hicimos lo que nos pidió, pero no nos quedamos tranquilos. Todos habíamos advertido sus ojos colorados como si hubiese estado llorando. Hasta ese momento yo pensaba que era feliz en su relación, pero después de verlo comportarse de ese modo y verla tan afectada...

—¿Y le preguntaron después qué había pasado?

—Sí y nos dijo que Marcos había tenido un día difícil en el trabajo y estaba de mal humor pero que habitualmente no era así, que no pensáramos mal de él. Todos le creímos, pero entonces, alzó los brazos para recogerse el pelo y noté las marcas en su antebrazo. —Gastón se puso tenso al instante—. Exactamente cinco —aclaró mientras agitó en alto los dedos de su mano.

—¡Cobarde hijo de puta! —exclamó Gastón dando un golpe sobre la mesa con su puño cerrado.

Eugenia se sobresaltó. No esperaba esa reacción, pero lo entendía ya que a ella le afectaba de la misma manera.

—Pienso lo mismo —continuó—, y cuando le dije a Andrea que creía que le pegaba, atando cabos me dijo que pensaba lo mismo. Por eso, en cuanto nos enteramos de que Marcos hoy se iría de viaje por negocios y no volvería hasta el próximo domingo, se nos ocurrió armar una "noche de chicas" para hablar de nuestras cosas. En realidad, queremos darle la oportunidad de que nos cuente la verdad y confíe en nosotras. Decirle que, si está siendo agredida, puede contar con nuestra ayuda.

—Es un tema muy delicado, Euge. Es posible que le de vergüenza admitir que le pega y seguramente tenga miedo de que él se entere y tome represalias. —Eugenia lo miró asombrada por la seguridad con la que hablaba—. Bárbara tiene una prima que pasó por algo similar —le dijo al advertir su sorpresa—. Y por lo que me contó, hasta que ella no entienda que es mejor alejarse que seguir a su lado, va a seguir soportándolo.

—¡Dios, no! ¡Tengo que hacerla entrar en razón!

—Pero con calma. Si le insistís demasiado, se puede asustar más y alejarse y ahí sí que no vas a poder hacer nada.

—Estoy impresionada, Gastón. Pareciera que sabés mucho del tema.

—No tanto. Solo lo que Bárbara leyó cuando quiso ayudar a su prima.

—¿Y lo logró? —preguntó con ansiedad en su voz.

—Sí, pero la ayudaron sus amigos. Al parecer, se la llevaron un fin de semana lejos para que su pareja no la encontrara y allí se reencontró con un ex novio que aún sentía cosas por ella. Eso le dio el valor que necesitaba y al regresar, lo abandonó y se fue a vivir con él. Hoy es muy feliz.

Eso le dio esperanzas a Eugenia.

—Gracias, Gas. Voy a ver cómo resulta esta noche y si es necesario, hablaré con los chicos. ¡Entre todos algo se nos va a ocurrir! No puedo permitir que siga a su lado. Si vuelve a golpearla, no me lo podré perdonar nunca.

Gastón tenía los dientes apretados y los puños cerrados con fuerza. Odiaba el abuso y decidió que, si su hermana no tenía éxito, él mismo intervendría.

El timbre sonó justo cuando el olor a quemado invadía la cocina. Eugenia se puso de pie de un salto y se abalanzó sobre el horno.

—Deben ser ellas. ¿Podrías abrirles? —Gastón caminó hacia la puerta, pero se detuvo cuando su hermana volvió a llamarlo—. Por favor, no le cuentes a nadie lo que te dije.

—No lo haré. Tranquila.

Se alejó una vez más y al llegar a la puerta, la abrió lentamente. Allí estaban, una rubia despampanante con un escote que no dejaba demasiado a la imaginación y otra de pelo castaño, menuda y no muy alta.

—Hola, bombón —saludó Andrea mientras le depositaba un beso en la mejilla.

Sonrió. Desde que se conocieron, nunca ocultó lo mucho que le gustaba y cada vez que lo veía utilizaba un apelativo diferente para demostrárselo. Él no estaba interesado, pero disfrutaba de los halagos.

Se hizo a un lado para dejarla pasar. Sofía entró justo detrás de ella. Tenía la cabeza gacha y su cabello, que caía ondulado hasta la mitad de su espalda, le cubría parte del rostro. Ahora que sabía un poco más sobre ella, entendía su conducta.

—Hola —le dijo con una sonrisa.

—Hola, Gastón —susurró en respuesta.

Lo sorprendió que supiera su nombre.

—Eugenia está en la cocina —le dijo a Andrea cuando esta preguntó por ella.

Sofía había comenzado a seguirla cuando él se interpuso en su camino. No sabía qué lo había poseído para hacer eso, pero necesitaba que lo mirara. Dio resultado ya que ella alzó la vista al instante. La belleza de sus ojos lo dejó impactado. Tenían una extraña mezcla de verde y gris plata que confluía armoniosamente formando un nuevo y único color.

Lo miró fijamente lo cual le permitió ver la tristeza reflejada en ellos. Profundizó su escrutinio. Un suave rubor coloreaba su pálida piel y sus labios... Dios querido, esos labios invitaban a la imaginación.

De repente, un escalofrío le recorrió la columna y le erizó la piel al ver un pequeño corte en la comisura izquierda. "Hijo de puta, volvió a pegarle", pensó furioso.

Sofía no podía entender por qué no podía moverse. Siempre que sentía la presencia de Gastón, algo dentro de ella se encendía y perdía el control de su cuerpo. Él la estaba mirando con esos intensos e hipnóticos ojos oscuros atrapándola inmediatamente con su mirada. Ya había sentido algo similar al conocerlo la noche de la fiesta, pero al menos en esa oportunidad, había logrado apartar su mirada. Quizás el hecho de haberlo tenido a Marcos al lado la había ayudado.

De repente, vio un destello de ira en su rostro y supo que había advertido lo que ella tanto se esmeraba en ocultar. Retrocedió unos pasos y sin decir nada más, dio media vuelta para alejarse de él.

Gastón no supo por cuánto tiempo permaneció inmóvil, pero no fue capaz de mover ni un solo músculo de su cuerpo. Jamás había reaccionado de una forma tan intensa con un simple cruce de miradas y nunca antes había sentido la necesidad de proteger a alguien como la que estaba sintiendo en ese momento.

Siguiendo un impulso, se dirigió a la cocina, dispuesto a descubrir qué era lo que ella tenía para provocarle tanto en tan poco tiempo, pero al llegar no la encontró. Se habían encerrado en la habitación de Eugenia y no pensaba inmiscuirse. Ya no tenía hambre y el sueño parecía eludirlo por lo que se dirigió al living y se recostó en el sofá para mirar un poco de televisión.

Despertó en medio de la madrugada, sudado y agitado. Su corazón galopaba dentro de su pecho y la erección de su miembro le resultaba casi dolorosa. Había soñado con ella y fue tan real que aún podía sentir el calor de esos tentadores labios sobre los suyos.

Frustrado, apagó el televisor y subió las escaleras hacia su dormitorio. Se metió en su cama y cerró los ojos. No podía dejar de darle vueltas a las palabras de su hermana: "Si vuelve a golpearla, no me lo podré perdonar nunca."

—Ni yo —murmuró en voz alta, decidido a protegerla de ese tipo.

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