Capítulo 14
A la mañana siguiente, a solo cinco minutos para que el examen comenzara, con la lapicera en su mano y una hoja en blanco sobre el pupitre, Damián se sentía nervioso. Diego estaba retrasado y temía que se hubiese quedado dormido. Se reprochó a sí mismo por no haberlo llamado antes de salir y cuando el profesor comenzó a tomar lista, sintió un nudo en el estómago al oír el apellido de su amigo.
Sin pensarlo, se puso de pie dispuesto a inventar alguna excusa para ganar tiempo, pero antes de pronunciar palabra alguna, lo vio entrar como una exhalación. Su boca se abrió involuntariamente, debido a la impresión. ¡Por el amor de Dios! ¿Qué le había pasado en el rostro? Tenía un visible corte en los labios y su ojo izquierdo estaba hinchado y morado. Además, una gasa le cubría la piel desde la ceja hasta la sien. Saliendo de su estupor, lo evaluó rápidamente con la mirada. El resto del cuerpo parecía estar bien, pero en sus manos los nudillos parecían estar en carne viva.
—Disculpe la tardanza, profesor. —Lo oyó decir con la respiración acelerada seguramente como consecuencia de haber subido corriendo las escaleras.
—¿Se encuentra bien, Martínez?
Al parecer, el hombre también había reparado en las heridas.
—Sí, gracias. Solo fue un pequeño accidente —se limitó a responder su amigo.
—Si lo prefiere, puede rendir más adelante —insistió mientras lo evaluaba mirándolo por encima de sus anteojos de lectura.
—No, señor. Si me lo permite, quisiera rendir ahora.
—Muy bien, entonces. Tome asiento.
Al llegar a su lado, se miraron a los ojos y cuando Damián se disponía a preguntar, Diego negó con su cabeza.
—Después hablamos —susurró y sin decir nada más, se sentó en su lugar.
Laura no había sido capaz de dormir más de dos o tres horas esa noche. Desde el día anterior, la perseguía la expresión en el rostro de Diego cuando le había dicho todas esas cosas que ni siquiera sentía. Sabía que, con sus palabras, había sido muy injusta y desagradecida y se sentía arrepentida. En los últimos meses él se había convertido en alguien muy especial para ella y aunque aún no tenía claro cuáles eran sus sentimientos hacia él, era consciente de que lo quería más que a un amigo.
De todas las personas, Diego era el que menos se merecía ser tratado así. Él la había protegido y ofrecido su hombro para llorar cuando más lo necesitó y ella le correspondió lastimándolo. Se había sentido acorralada por sus preguntas y por eso había reaccionado así. Sin embargo, eso no era justificación suficiente y la culpa comenzaba a carcomerla por dentro.
Quería que supiera que en verdad sí le importaba su opinión, pero que nada la haría cambiar de parecer ya que necesitaba reunirse con Micky para, por fin, darle un cierre a esa relación. Dispuesta a pedirle disculpas y hacerle entender los motivos de su decisión, se levantó temprano para preparar su comida favorita. Sabía —porque los había oído el día anterior—, que después de rendir irían a su casa a almorzar y allí estaría ella esperándolo para darle esa sorpresa.
Estaba aún en la cocina cuando oyó la voz de Damián. ¡Habían llegado! Ansiosa, caminó ligero hacia la puerta para recibirlos y aunque vio a su hermano junto a Virginia, Diego no estaba con ellos.
—¡Aprobé! —le decía este entre risas mientras la abrazaba haciéndola girar en el aire.
—¡Qué bueno, mi amor!
Laura esperó a que terminaran de besarse para hablar.
—¡Felicitaciones, Damián! —Su hermano desvió la mirada hacia ella y asintió con una sonrisa a modo de agradecimiento—. ¿Y Diego?
—Hoy no se sentía muy bien así que en cuanto terminó el examen, se fue directo a su casa.
—Ay, qué lástima. Laura le había preparado... —comenzó a quejarse Virginia, pero se detuvo cuando la vio negar.
—No pasa nada —dijo desestimando la cuestión. Sin embargo, se podía notar su decepción—. ¿Y por qué no se sentía bien? ¿Le fue mal?
—No, no es eso. Le fue mejor que a mí incluso. Solo que... —dudó unos instantes antes de continuar—. Anoche se tropezó en su habitación y con la caída, se lastimó un poco la cara. Está bien, pero un poco dolorido.
—¿Qué? ¿Está lastimado? ¿Y fue al médico? Mejor voy a su casa a ver si necesita algo.
—Lau, esperá. —La detuvo—. No hace falta que vayas. Ya te dije que está bien y sí fue al médico. Solo tiene que descansar.
—Bueno, yo no lo voy a molestar. Solo quiero verlo y quedarme tranquila.
Damián la sujetó del brazo para detenerla antes de que buscara su campera. Odiaba tener que decirle algo que sabía la lastimaría, pero su amigo había sido muy específico y, después de todo lo que padeció para protegerla, una vez más, respetar su decisión era lo mínimo que podía hacer.
—Él no...
—¿Él no que, Damián? —presionó con impaciencia.
—Me dijo que no quiere verte. Al menos, no por un tiempo.
Laura inspiró sonoramente al escuchar su respuesta y llevándose una mano temblorosa hacia su pecho, abrió grande los ojos.
—No quiere verme... —repitió casi inaudible.
—Estoy seguro de que en unos días se le va a pasar, solo dale tiempo hasta que...
Pero Laura alzó la mano para evitar que siguiese hablando y con los ojos llenos de lágrimas, se alejó rumbo a su habitación.
Una semana entera había pasado desde la última vez que lo vio y excepto por algún comentario de su hermano, no sabía nada de Diego. Irónicamente, tampoco Micky había vuelto a llamarla. Sin embargo, ya nada de él le interesaba.
No podía dejar de pensar en lo tonta que había sido días atrás. Todo ese tiempo lejos de Diego le había hecho darse cuenta de lo mucho que lo quería. Lo extrañaba demasiado y esa distancia le estaba resultando insoportable. Necesitaba que volviera a mirarla con esa ternura tan suya y la rodeara con sus cálidos brazos haciéndole sentir que todo estaría bien.
¿Cómo no se dio cuenta antes de que la persona que realmente le importaba, había estado siempre frente a ella? Ahora era demasiado tarde. Él ya no estaba interesado.
Rompió en llanto justo en el momento en el que Virginia entró en la habitación, pero ya no podía contenerse más. No quería hacerlo. Solo deseaba sacar toda la angustia que tenía en su interior.
—Ay no, mi vida —dijo emitiendo un chasquido con su lengua a la vez que se apresuró a abrazarla.
—¡Ya no me quiere! ¡Diego no me quiere! —exclamó en cuanto sintió los brazos de su amiga a su alrededor.
—Sí que te quiere, Lau —le aseguró—. Y mucho más de lo que vos pensás.
En ese momento, la vio alzar la vista hacia ella, sorprendida y se debatió en su interior si decirle o no lo que Damián le había contado después de que le insistiera con ahínco. Era consciente de que podría tener problemas con él si lo hacía, pero no podía soportar verla en ese estado, mucho menos ahora que por fin se daba cuenta de lo mucho que él le importaba.
Diego acababa de darse una ducha y aún envuelto en la toalla, estaba recostado en su cama mientras meditaba acerca de todas las cosas que habían salido mal. Hacía una semana que no veía a Laura y con cada día que pasaba, su decisión de mantenerse alejado iba perdiendo fuerza. Extrañaba su sonrisa, su mirada, su aroma. Sin embargo, no podía seguir siendo el amigo que ella quería que fuese. Estaba profundamente enamorado y negar sus sentimientos, contener las ganas de besarla y de hacerla suya, lo estaba destruyendo. Paradójicamente, también lo hacía el mantenerse apartado de ella. ¡Dios, lo de él era una causa perdida!
De pronto, el sonido del timbre lo sacó de sus pensamientos. Se incorporó rápidamente y reemplazando la toalla por un pantalón de jogging limpio, salió de la habitación con prisa. Avanzó hacia la puerta y la abrió de par en par. Allí estaba, de pie frente a él, la culpable de todos sus males y se veía más hermosa que nunca. Lo miró con una extraña expresión en el rostro y sus ojos le indicaron que había estado llorando. ¿Acaso le afectaba tanto como a él estar alejados?
Laura había estado a punto de dar la vuelta en tres oportunidades, pero tenía que sacarse la duda. Cuando Diego abrió la puerta vestido solo con un pantalón, tuvo que contenerse para no quedarse mirándolo con la boca abierta. La visión de su pecho casi sin vello y sus músculos delineados le aceleraron las pulsaciones.
Apartó los ojos con esfuerzo fijando la vista en sus ojos grises. De inmediato, notó la cicatriz en su frente y el aro oscuro debajo de su ojo. Sintió un nudo en la garganta al darse cuenta de que estaba así por su culpa.
Diego fue capaz de ver la secuencia de emociones contradictorias en su rostro. Sorpresa, admiración... ¿deseo? Sí, deseo. Y finalmente, angustia.
—¿Qué hacés acá? —le dijo con más hostilidad de la que se proponía.
—Vine a hablar con vos. ¿Puedo pasar? —le preguntó con voz temblorosa intentando esbozar una sonrisa.
Diego dudó por unos instantes. No sabía cuánto más podría contenerse estando en su casa con ella a solas. Sin embargo, accedió.
Apartándose hacia un costado, le indicó con una mano que entrara. Ella así lo hizo, pero en lugar de detenerse allí, continuó caminando hacia su habitación. Diego frunció el ceño al verla sentarse en su cama. ¿Acaso se proponía torturarlo? La siguió, pero se abstuvo de entrar. En su lugar, permaneció de pie en el umbral de la puerta.
—Lo sé todo, Diego —la oyó susurrar clavando los ojos en él.
La miró confundido. ¿A qué se refería con todo? ¿Acaso Damián le había dicho algo? Estaba seguro de que su amigo jamás traicionaría su confianza, pero tampoco podía culparlo si así lo hubiese hecho. Después de todo, se trataba de su hermana.
—No sé a qué te referís.
Entonces la vio colocar una mano sobre el borde de la cama para acariciar suavemente la madera.
—¿Con esto te golpeaste cuando te tropezaste? —preguntó manteniéndole la mirada.
Se sintió incómodo. No quería mentirle.
—¿Por qué me estás preguntando eso? —contraatacó con otra pregunta.
—Sé lo que pasó con Micky, pero me gustaría escucharlo de vos —dijo con voz ahogada.
Diego bajó la mirada y avanzando hacia la ventana, le dio la espalda.
—¿Qué querés que te diga? ¿Qué me volví loco y estuve a punto de matarlo en cuanto pronunció tu nombre? ¿Qué ni siquiera tengo una pizca de remordimiento? Sé que estarás enojada conmigo por haberme metido en tu vida, pero cuando dijo lo que pensaba hacerte, yo... no pude soportarlo.
Laura se incorporó y caminó hacia él. Una vez a su lado, lo tomó de la mano. Le acarició con delicadeza los nudillos lastimados provocando que la mirara.
—¿Te duele mucho? —susurró. Él negó con la cabeza—. No estoy enojada —aseguró dirigiendo ahora su mano a su frente.
Con sus dedos, repasó la herida con suavidad descendiendo lentamente por su mejilla hasta sus labios.
Él sintió que una corriente eléctrica le recorrió el cuerpo ante la suave caricia de sus dedos y supo que tenía que apartarse. Sin embargo, ella le impidió moverse al depositar la otra mano sobre su pecho. Cerró los ojos a la vez que inspiró con fuerza. Sabía que podía sentir el ritmo acelerado de su corazón allí donde su mano le quemaba la piel. ¿No se daba cuenta de que estaba jugando con fuego?
—Laura —dijo con voz ronca volviendo a abrir los ojos.
Pero ella no lo dejó terminar. Deslizando la mano que mantenía en su rostro hasta su nuca, lo atrajo lentamente hacia su boca. Sintió sus labios sobre los suyos y tembló de deseo cuando ella los recorrió de forma sensual con la punta de su lengua.
Sin poder seguir resistiéndose, la sujetó por la cintura y acercándola más a él, la besó como hacía meses quería hacerlo. Poseído por una pasión incontrolable, la alzó para llevarla a la cama. Con las piernas de ella a su alrededor, apoyó una rodilla sobre el colchón y la depositó sobre el mismo. A continuación, se recostó sobre ella.
La oyó gemir en cuanto sintió su miembro endurecido y profundizó el beso. Sintió sus manos recorriéndole la espalda y continuar hasta sus glúteos tras alcanzar el elástico del jogging. Gruñó enardecido al notar la forma en la que ejercía presión para acercarlo más a ella y se apresuró a desvestirla.
Enardecido, le acarició los pechos sobre el delicado encaje del corpiño y con los pulgares estimuló sus pezones hasta sentirlos rígidos bajo su tacto. Quitando la prenda de en medio, prosiguió con su boca.
Ella se arqueó ante el placer que él le proporcionaba y enredó los dedos en sus cabellos. La hacía sentirse tan viva, tan mujer, que solo podía pensar en tenerlo dentro suyo. Intentó quitarse el jean, pero él la detuvo y apartándose ligeramente, lo hizo por ella.
Lentamente deslizó los pantalones y su ropa interior hasta sus tobillos para luego arrojar ambas cosas al piso. La contempló por un momento disfrutando de su belleza y se inclinó para besarla nuevamente.
Pronto abandonó su boca y comenzó a descender por su cuello, sus pechos y su vientre hasta finalmente alcanzar su zona más sensible. Con la lengua la besó íntimamente provocando que temblara con los implacables movimientos de su lengua.
Sin dejar de saborearla, introdujo un dedo en su interior y luego otro. Su miembro palpitó con fuerza de tan solo sentir su ardiente humedad.
—Diego —la oyó rogar extasiada y supo que había llegado el momento.
—¿Usás algún tipo de protección? —le preguntó con la respiración entrecortada.
Al verla negar, se apartó un momento para quitarse el pantalón y liberando por completo su erección, buscó un preservativo. Colocándoselo con destreza, se acomodó entre sus piernas y comenzó a introducirse lentamente en ella.
Volvió a mirarla y tuvo que inspirar varias veces para contenerse. Era tan hermosa... Retrocedió solo un poco para volver a meterse de lleno en su interior. Sintió sus uñas en la espalda y la oyó nombrarlo absolutamente perdida. ¡Dios, era aún mejor de lo que había imaginado!
Volvió a embestirla con fuerza una y otra vez hasta que, entre suspiros y gemidos, la sintió contraerse de placer. Su intenso orgasmo desencadenó el suyo y con un ronco gemido, se desplomó sobre ella. Segundos después, se apoyó sobre sus codos para poder mirarla.
—Te quiero —confesó fijando sus ojos grises en los negros de ella.
—Yo también te quiero. ¡Mucho! —respondió con una sonrisa de satisfacción.
Sorprendiéndola, la rodeó con sus brazos y sujetándola con fuerza, se incorporó de repente. Caminó hacia el baño y tras depositarla en el piso, abrió la ducha. Luego de asegurarse de que la temperatura del agua fuese la adecuada, los metió a ambos dentro.
Volvió a besarla bajo la lluvia. Ahora que por fin era suya, estaba decidido a recuperar el tiempo perdido.
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