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Capítulo 13

Había pasado una semana desde la crisis que había tenido Virginia y si bien aún no había descubierto el origen de la misma, después de esa noche de completo desahogo junto a Damián y los padres de él, se sentía mucho mejor. Se mostraba mucho más animada y las jaquecas habían desaparecido casi por completo.

Luego de ese episodio, en el trabajo le habían insistido en que se tomase una semana más para terminar de recuperarse. Por esa razón aprovechó para descansar e intentar despejar la mente. Así fue como leyó varios de los tantos libros que tenía Gastón y se dedicó a compartir más tiempo con los chicos cebándoles mate mientras ellos estudiaban para los exámenes.

El día anterior al último final, Damián y Diego se habían juntado en la casa del primero para repasar todo lo estudiado anteriormente y en esa oportunidad, había vuelto a unírseles Marina. Todavía mantenía la esperanza de encontrarse con Gastón y cuando eso pasara tenía pensado proponerle hacer algo juntos. No obstante, una vez más resultó decepcionada. Él se había ido temprano a la casa de su amiga Bárbara y no había dicho la hora en la que regresaría. Hacía meses que le había prometido a Pablito, el hermano menor de ella, que le enseñaría a remontar barrilete y ese día se había propuesto cumplir con su palabra.

A Marina la noticia no le había sentado nada bien. Estaba molesta por haber tenido que enterarse por un tercero de su ausencia y se sentía frustrada por no poder reclamarle nada. Nunca habían llegado a formalizar la relación y aunque él le había dejado claro, ya desde el principio, que no buscaba nada serio, ella deseaba más. Había sido una tonta por aceptar, pero el sexo con él era tan increíble que pensó que valía la pena el riesgo. Con el tiempo quizás se enamoraría de ella y podría cambiar de opinión.

Claramente, se había equivocado. Era consciente de que, para él, lo de ellos era solo algo físico. Podía notarlo cada vez que estaban juntos cuando ese fuego que con tanta facilidad activaba cada nervio de su cuerpo, se extinguía nada más terminar provocando que se volviera distante e indiferente con ella. Sumado a todo eso, por primera vez en su vida sentía celos de otra mujer y lo peor era que no tenía ni la mitad de sus atributos. Esa gorda insulsa que tenía de mejor amiga —porque para ella cualquiera que pesara más de sesenta kilos era gorda—, se la pasaba todo el tiempo rondándole y sin esfuerzo alguno, lo hacía reír como ella jamás había podido hacer.

Como Liliana había tenido que salir, Virginia decidió hacerse cargo del almuerzo. Marina ya se había ido y las chicas no tardarían en regresar de la universidad por lo que, consciente de que también estarían hambrientas, se apresuró a preparar la comida. Hizo una exquisita salsa boloñesa para acompañar los ñoquis caseros que habían hecho el día anterior y les sirvió a ambos jóvenes quienes, famélicos y agradecidos, devoraron sus porciones en pocos minutos.

Sin proponérselo, comenzó a tararear una canción mientras lavaba los platos llamando al instante la atención de Damián. Este se acercó lentamente y rodeándola con sus brazos por detrás, hundió la nariz en su cuello. Le rozó la piel con sus labios mientras iba dejando un reguero de pequeños besos húmedos hasta el hueco debajo de su oreja. Entonces, atrapó el lóbulo entre sus dientes y tironeó de él con suavidad y deliberada lentitud. La sintió estremecerse y la giró dispuesto a besarla en los labios, pero al hacerlo, ella lo mojó accidentalmente con la esponja llena de detergente. Eso lo distrajo por un momento y alzando una ceja con expresión divertida, la salpicó en venganza. Ambos comenzaron a reír a carcajadas.

Diego, en un intento por darles intimidad, se retiró en dirección al comedor. Su intención había sido sentarse a la mesa sobre la cual se encontraban desplegados todos sus apuntes y ponerse a estudiar. Pero estaba tan cansado que no creyó que sería capaz de concentrarse. Por esa razón, se sentó en el sillón para mirar un poco de televisión hasta que su amigo lo fuera a buscar.

En cuanto vio la famosa escena de la mujer rubia siendo apuñalada en la ducha con la tan característica melodía de fondo, subió el volumen. La película "Psicosis" de Alfred Hitchcock era un clásico del terror en blanco y negro y a él le encantaba ese género. La miró por un rato hasta que el cansancio comenzó a vencerlo y sin poder precisar el momento exacto, finalmente se quedó dormido.

El ruido de la puerta al cerrarse lo despertó bruscamente. Abrió los ojos sobresaltado y miró a su alrededor. Damián se encontraba nuevamente estudiando y Eugenia y Laura acababan de llegar de la universidad.

—Hola, bello durmiente —saludó Eugenia con una sonrisa.

—Hola —dijo en medio de un gran bostezo.

Luego, se incorporó con dificultad. Estaba agotado y necesitaba dormir, pero tenía que seguir estudiando para el examen por lo que tendría que conformarse con hacerlo al día siguiente.

—¡Era hora! Ya estaba por tirarte agua —lo provocó Damián.

Diego sonrió negando con su cabeza.

—¡Aprobamos! —gritó Eugenia comenzando a dar saltitos en el lugar—. ¡Al fin vacaciones!

Todos rieron ante aquel exabrupto, excepto Laura. Ella simplemente se limitó a esbozar una leve sonrisa. Diego lo advirtió de inmediato y estaba por preguntarle si le pasaba algo cuando Damián habló.

—¡Qué suerte! Espero que mañana nosotros podamos decir lo mismo. Dale Diego, mové el culo que nos falta un montón todavía.

—Ya voy, ya voy —respondió con desgano.

Comenzó a caminar arrastrando los pies cuando de repente, Eugenia lo detuvo. Lo tomó del brazo y le hizo un gesto para que se acercara más a ella. Las palabras susurradas al oído lo dejaron helado y en ese momento entendió la razón por la cual Laura se veía tan inquieta.

Sin siquiera pensarlo, se acercó a ella y le pidió hablar a solas. Lo miró sorprendida y rápidamente dirigió sus ojos a su hermana con la seguridad de que ya le había ido con el cuento. No tenía ganas de escuchar otro sermón en ese momento por lo que, exasperada, no pudo evitar resoplar.

Diego alzó las cejas sorprendido y frunciendo el ceño, la llevó a un rincón donde nadie pudiese escucharlos. Eugenia le había dicho en breves palabras que Micky había buscado a Laura para pedirle disculpas y que ella no solo las había aceptado, sino que además había estado de acuerdo en que siguiesen como amigos. ¡Amigos! ¿Acaso estaba loca?

La miró con enfado y abrió la boca para decirle lo que pensaba. No obstante, ella le ganó de mano y habló primero.

—¿Qué pasa? —lo encaró con mayor hostilidad de la que se proponía.

Él se quedó atónito y luego apretó los puños para intentar calmarse.

—¿Así que ahora vas a ser amiga de...? —Ni siquiera quería nombrarlo—. ¿Acaso te olvidaste de lo que te hizo?

—No, no me olvidé, pero no soy una persona rencorosa. No veo nada de malo en aceptar su amistad. Todos merecemos una segunda oportunidad, Diego.

—Él no —gruñó—. ¿No te das cuenta de lo que está haciendo? No quiere ser tu amigo, Laura. Es solo una estrategia para ganarse de nuevo tu confianza y así...

—Te agradezco la preocupación —lo interrumpió con brusquedad—. Pero no tenés ningún derecho a opinar sobre mi vida.

De pronto, con esa respuesta, se sintió un completo imbécil. La había escuchado y aconsejado por meses, incluso defendido cuando aquel desgraciado había intentado golpearla, pero al parecer nada de eso tenía la más mínima importancia para ella.

La miró a los ojos por unos segundos y se dio cuenta de que tenía razón. Al fin y al cabo, no era más que el amigo de su hermano para ella y si eso era lo que realmente quería de él, entonces sería lo que tendría.

—¿Sabés qué? Tenés razón. No tengo ningún derecho a meterme. Disculpame —le dijo con los dientes apretados.

Vio como sus ojos se llenaron de lágrimas rápidamente y sintió un nudo en la boca de su estómago. Sin embargo, no pensaba retirar las palabras. Había llegado a su límite y no podía seguir así.

Sin decir nada más, dio media vuelta y se alejó hacia donde se encontraba Damián. Después de eso, no volvió a dirigirle la palabra durante el resto del día.

Era casi medianoche cuando Gastón regresó a la casa. Había pasado un día increíble junto a Bárbara y Pablito, pero se sentía agotado. Se quitó la campera y se apresuró a subir las escaleras para ir a su habitación. Sin embargo, el exquisito aroma a café recién hecho invadió sus fosas nasales, tentándolo. Se detuvo y tras inspirar con placer, volvió sobre sus pasos.

Al llegar a la cocina, encontró a su hermano con su amigo. Estaban tan pálidos que parecían fantasmas.

—¿Cansados? —preguntó con una sonrisa mientras avanzó hacia la máquina de café.

—¡Fusilados! —respondió Damián reclinándose hacia atrás en la silla—. Mañana rendimos la última materia.

—¡Ah, cierto! Me había olvidado. ¿Y? ¿Estudiaron?

—¡Creo que si leo algo más me va a reventar el cerebro! —exclamó Diego con falso dramatismo.

Gastón se sirvió una taza y giró para mirarlos con detenimiento. Su hermano estaba más compuesto, pero el amigo parecía rendido. Tenía profundas ojeras y sus ojos estaban enrojecidos.

—Tranquilos, les va a ir bien —aseguró con optimismo tras tomar un sorbo de su café.

—Hoy vino Marina —comentó Damián con sus ojos fijos en los de su hermano—. No se fue muy contenta que digamos.

—¿Ah no? ¿Por qué? ¿Qué le pasó?

—Vos —acotó Diego conteniendo la risa.

—¿Y yo que hice ahora? —preguntó con fingida inocencia.

—Al parecer la tenés un poco... mmm cómo decirlo... ¿desatendida? —explicó encogiéndose de hombros.

—Sí, puede ser. Pero ahora que me lo decís, quizás debería hacer un sacrificio, ¿no? Digo, por ella —sugirió sonriendo mientras movió las cejas de forma sugerente.

Diego se atragantó con el café al escucharlo y comenzó a toser.

—A mí me parece que no deberías tomártelo tan a la ligera —dijo su hermano con expresión seria—. Es obvio que está bastante enganchada. No deberías alentarla si no te interesa. Podrías lastimarla.

—¡Ay, Damián, por favor! Lo único que voy a lastimar es su ego. Además, las cosas entre nosotros siempre fueron claras. Nos vemos, nos matamos en la cama y después cada cual a lo suyo.

—Bueno, al parecer ella no lo tiene tan claro.

—¡Ese es su problema! Yo fui sincero desde el principio, jamás le mentí. No todos tenemos madera de novio como vos hermanito y yo no pienso complicarme la vida con una relación, mucho menos con ella. ¿O no, Diego?

—Totalmente de acuerdo. Las mujeres son demasiado complicadas —dijo bufando.

Gastón asintió a modo de aprobación y Damián lo miró sorprendido. Hacía tiempo que se había dado cuenta de los sentimientos que su amigo tenía hacia su hermana y estaba seguro de que, aunque ella aún no lo supiera, también sentía algo por él.

De pronto, recordó el breve y extraño intercambio que había visto entre ellos horas atrás y su más que notorio mal humor de ese día. Definitivamente, algo había pasado y eso había provocado que le diera tan inesperada respuesta.

Como siempre sucedía a inicios del mes de julio, las noches se volvieron heladas y el viento implacable. Diego se dirigía a su casa luego de un agotador día de estudio. Con las manos en los bolsillos y medio rostro oculto dentro del cuello de su campera, avanzaba a paso ligero por las oscuras y solitarias calles de esa parte del pueblo. Necesitaba con urgencia dormir unas doce horas de corrido, pero por el momento, debía conformarse con apenas cinco.

Absolutamente perdido en sus pensamientos, no podía quitarse de la mente aquellas palabras de Laura. "No tenés ningún derecho", le había dicho enojada, y aunque sabía que se había arrepentido nada más decirlo, le dolió. Molesto de solo recordarlo, tomó una decisión. Ya no volvería a meterse en su vida. No opinaría ni le diría nada más, pero tampoco estaría allí para recoger los pedazos cuando se diera cuenta del error que había cometido.

De repente, el sonido de unos pasos detrás de él lo sobresaltó y se giró para ver de quién se trataba. Sin embargo, no había nadie. ¿Lo habría imaginado? Quizás, agotado y malhumorado como estaba, su mente comenzaba a desvariar. Se pasó una mano por el rostro para despejarse y continuó su camino.

No había llegado siquiera a la siguiente esquina cuando sintió un fuerte empujón en su espalda que lo hizo trastabillar hacia adelante. No obstante, logró mantener el equilibrio. Por acto reflejo, se giró hacia su agresor y se quedó petrificado al ver quién era. Como si lo hubiese llamado con el pensamiento, Micky se encontraba frente a él mirándolo con profundo odio en los ojos.

Lo vio alzar el brazo y no tuvo dudas de cuáles eran sus intenciones. Recibió un rápido y fuerte golpe en el rostro sintiendo de inmediato el calor de la sangre comenzando a deslizarse sobre uno de sus ojos. Debido a eso y al intenso dolor palpitante, supo que lo había cortado cerca de su ceja.

Antes de que pudiese reaccionar, sintió un segundo golpe, esta vez en la mandíbula, y pronto un gusto metálico invadió su boca. También le había partido el labio.

Intentó defenderse, pero los golpes lo habían atontado por lo que no pudo evitar que Micky lo sujetara del cuello y le diese de lleno en el estómago. Sintió que la respiración se le cortaba de pronto obligándolo a encorvarse para intentar recuperar el aliento.

—¡Pero, ¿qué pasa?! —le gritó cada palabra con furia a la vez que lo salpicaba con saliva—. ¿Ya no tenés ganas de pelear? —Diego estaba demasiado concentrado en respirar como para responderle—. ¿Y si te cuento que mañana me voy a encontrar con Laura para charlar? —remarcó la última palabra con sorna.

Diego alzó la cabeza en ese instante y lo miró fijamente.

—No te atrevas a tocarla —le dijo con voz ronca.

—Ah, pero sí que la voy a tocar —le dijo con lascivia en la voz—. Y me la voy a coger una y otra vez hasta que ya no le queden ganas de resistirse. ¡No sabés cómo voy a disfrutar de oír sus gritos cuando esté dentro de ella!

Diego tembló ante sus palabras. Todo su cuerpo se tensó y su corazón comenzó a latir de forma frenética. De pronto, un gruñido emergió de lo más profundo de su garganta y la adrenalina lo invadió brindándole la fuerza que necesitaba.

Le clavó una rodilla en la entrepierna y se lo quitó de encima. En cuanto lo vio caer al piso, se abalanzó sobre él y totalmente desatado, comenzó a golpearlo una y otra vez.

—¡Hijo de puta! ¡Te voy a matar! —gritó enajenado.

Escucharlo hablar así de ella lo había vuelto loco. Enceguecido por la furia, continuó golpeándolo incluso después de oír el crujido de su nariz. Pero no fue hasta que la sangre le cubrió por completo el rostro que registró lo que estaba haciendo. Asustado de pronto ante su propia reacción, se obligó a sí mismo a detenerse.

Con la respiración agitada, se incorporó y retrocedió varios pasos. Luego se inclinó hacia adelante hasta apoyar las manos en sus muslos. Inspiró profundo para intentar serenarse mientras lo observó tirado en el piso, inmóvil y apenas consciente. Ya no podría lastimar a nadie esa noche, él mismo se había encargado de eso.

Aun temblando, logró enderezarse y tras mirar alrededor para comprobar que nadie lo hubiese visto, se alejó corriendo lo más rápido que pudo.

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