Capítulo 3
LO SIENTO...
No supe cuánto tiempo había pasado desde que él se marchó, pero creo que fueron varios minutos, ya que escuché a mi abuela decir mi nombre un par de veces.
— Lina... ¿estás bien? — La pregunta de mi abuela me hizo regresar a la tierra, bajándome de aquella barca en la que mi mente anduvo navegando. — ¿Qué ocurre?
— ¿Quién es él? — pregunté suavemente e ignorando su pregunta, apenas encontrando voz para formular las palabras después de aquel momento de incertidumbre.
— Oh, ¿te refieres a Marcus? — Preguntó con una suave sonrisa. Yo asentí. — Es un chico extraordinario, creo que te gustará.
No sabía en qué aspecto me lo decía, pues sus ojos tenían una chispa de travesura y algo de verdad.
Eso me confundió mucho.
— Supongo... — murmuré sin saber qué más decir.
— Marcus es un joven solitario, Lina, perdió a sus padres hace algunos años... — dijo ella haciendo una pausa. Me miró con ojos tristes y llenos de añoranza, como si estuviese recordando algo. Unos momentos más tarde, supe que era lo que ella pensaba con tanta tristeza. Tragué pesado al también recordar aquel día. — Lo conocí después del entierro, vagando solo por el bosque y, además, estaba herido. No quise abandonarlo, pero se resistió a venir aquí. Lo único que he podido hacer por él desde entonces fue ofrecerle alimento y agua.
— ¿Cuántos años tenía él?
— Algunos 15, o al menos eso aparentaba en aquel entonces.
— ¿¡15!? Pero si aparenta tener 18, ¿cómo es posible eso? Actualmente debería parecer más grande, ¿no?
— Creo que su familia tenía buenos genes —. Dijo riendo entre dientes. Pero luego agregó con más seriedad: — Siempre me lo pregunté, pero suele ser muy silencioso. No habla más de lo necesario, y jamás quise incomodarlo con mis preguntas —. Terminó diciendo mientras se encogía de hombros.
— Ya veo...
— Ven, antes de que te marches deberías desayunar.
Me senté en aquella silla de madera donde antes Marcus estuvo sentado. Mi abuela me sirvió el desayuno y yo, por supuesto, comí lo que me ofreció, ya que sentía mucha hambre. No había vuelto a probar un bocado desde ayer.
— ¿Por qué usas esa capa, Lina? — Preguntó mi abuela de repente, mientras miraba con odio aquel abrigo.
— Abuela... — Murmuré con un tanto de dolor en mi voz. — Es lo que merezco...
— ¿Lo que mereces? — preguntó sin comprenderlo. — No lo entiendo, Lina, quizás deberías explicármelo.
— Creo que es mejor no hacerlo, no vaya a ser que termines odiándome tú también.
— Esa capa significa la culpabilidad y la deshonra de todos aquellos que han cometido un asesinato a sangre fría. ¿Por qué la vestirías? — Ella me miró con rudeza y alzó una ceja en cuestión, al mismo tiempo que realizaba la pregunta. Era como si quisiera interrogarme y hacerme sacar a la luz todo lo que llevaba dentro de mí. — Lina, ¿ellos te han obligado a vestirla?
— Algo así...
— Explícate mejor — ordenó. — ¿Qué fue lo que pasó?
— Fue un accidente...
— No me digas que tiene que ver con tus padres y tu hermano — murmuró negando suavemente con la cabeza, como si fuese incapaz de creer que yo había tenido algo que ver con eso. También pude notar cómo sus ojos se humedecían.
— Abuela, yo...
Justo cuando quise disculparme por aquello tan vil e inhumano que había hecho, la puerta se abrió de un solo golpe, y al girarme, pude notar que se trataba de Roman, quien traía consigo un hacha y vestía unos pantalones rasgados y una camisa a cuadros rojos. Se veía sucio, pero lo que llamó mi atención fue que traía cara de pocos amigos, parecía airado y con ganas de asesinar a alguien.
— ¡Maldita escuincla! ¿Dónde has estado?
— Ella ha estado aquí conmigo, Roman, ¿cuál es el problema? — Respondió mi abuela en mi lugar.
— Las instrucciones han sido claras, ella debe obedecernos a Nadia y a mí y seguir las reglas al pie de la letra — contraatacó él, mientras sus ojos caían sobre mí con ira.
— Yo le pedí quedarse, Roman —. Mi abuela parecía dispuesta a defenderme a toda costa. Me pregunté si, después de saber la verdad tras los acontecimientos, aún me vería como su sangre, como su nieta. — Aún no veo el problema.
— ¿Sí? Pues tiene preocupada a Nadia, mi esposa ha pasado toda la noche con un gran dolor de cabeza debido a esta irresponsabilidad. Nadia la necesita en casa, así que, les guste o no, Lina viene conmigo.
Vi a mi abuela abrir la boca para contradecir lo que Román estaba diciendo, pero suficientes cargas tenía mi abuela. La gente del pueblo la tachó de loca cuando vino a vivir al bosque después de la muerte de mi madre; ella no soportó el dolor de perder a su hija y a su nieto. Por lo que la gente, después de un tiempo, la llamó la "bruja Abelina" o también "La loca Abelina". Malos apodos que surgieron bajo los prejuicios de la gente.
Nadie la comprendió en aquel entonces, nadie se preguntó el porqué ella se alejó de todo, solo pensaron de ella lo primero que se les ocurrió. Y ahora, si decía algo que no fuera del agrado de Román, las cosas podían ir peor para ella.
—Está bien, me iré —respondí antes de que mi abuela pudiera pronunciar una palabra más. —No te preocupes, abuela, la tía Nadia me necesita en casa. Volveré en cuanto pueda.
—¿Estás segura? —preguntó un tanto dudosa. —Yo podría llevarte por la tarde.
—No, abuela, sabes que los bosques son peligrosos. Sobre todo por la noche. Lo mejor será irme ahora mismo.
Ella se notaba reacia a dejarme ir, vi la duda en sus ojos. Ella sabía cuán crueles podían ser en nuestro pueblo, y sobre todo Román, quien siempre fue prepotente y orgulloso.
—Está bien... pero, si tienes algún problema o no te sientes bien entre ellos, sabes que mi puerta siempre está abierta, ¿verdad cariño? —dijo amorosamente y un tanto desconfiada del pueblo y de las personas con quienes yo vivía.
—Sí, abuela. Lo sé, gracias... —susurré suavemente, sabiendo que ella me escucharía.
Román se impacientó mucho más, por lo que terminó arrastrándome fuera de la cabaña con brusquedad. Sentí dolor en mi brazo debido a la presión de su mano, y sobre todo, porque literalmente estaba arrastrándome. Él era un hombre grande, por lo que mis pasos, a comparación de los suyos, eran más cortos y lentos.
—¡Román, me lastimas!
—Es lo mínimo que te mereces, mocosa. De hecho, ahora mismo deberías estar siendo disciplinada por burra y sonsa —exclamó con enojo.
—¡Pero no hice nada malo! Solo le llevé las provisiones a la abuela, así como la tía Nadia y tú me lo pidieron.
—Sí, pero el asunto es que debiste regresar inmediatamente después, pero se te dio la gran idea de quedarte junto a la vieja esa.
—¡Deberías tener más respeto por la madre de tu esposa! ¿Qué te ha hecho ella para que la trates así?
—Es una vergüenza para Nadia y para mí, del mismo modo en que tú lo eres, solo son estorbos que sirven para absolutamente nada.
—¡Habla por ti mismo, Román..!
No sé por qué ni cuándo, pero esas palabras salieron de mi boca sin pensarlo, no lo tenía planeado, sin embargo, salieron de mi labios de manera desenfrenada.
Por supuesto, esto lo enojó aún más. Él levantó su mano y esta impactó contra mí con gran fuerza. Fue algo muy doloroso, tanto que el golpe incluso me envió hasta el suelo.
Este estaba frío debido a la nieve y por el aire helado del invierno, pero más fría sentía mi piel debido al shock y el pánico que me dio estar en medio del bosque con este hombre con problemas de ira.
Cuando levanté la vista hacia él, me di cuenta de que tenía una mirada de piedra. Respiraba pesada y pausadamente, manteniendo su mandíbula tensa, y sus brazos temblaban debido a esto mismo. Estaba lleno de ira, y yo sabía que ahora me iría peor.
— ¡Eres una desgracia! — gritó mientras me tomaba de ambos brazos, presionándolos sin cuidado, con claras intenciones de hacerme más daño. — ¡Me encargaré de matarte yo mismo!
Solté un quejido por el dolor, pero a él eso no le importó. Me siguió arrastrando hacia el interior del bosque sin una pizca de remordimiento.
Al estar allí, se encargó de golpearme, de herirme, de la misma manera en que lo ha hecho desde hace tiempo. Ya ni mis gritos ni mis quejidos surtían efecto. Se había acostumbrado tanto a maltratarme que ya era algo natural para él y para Nadia.
— Eres la persona más detestable del universo, Lina. Por eso tus padres murieron aquel día, prefirieron eso antes que tenerte como hija.
Aquellas palabras marcaron mi corazón, otra herida más que sumar a mi desgracia. El dolor era inmenso, tanto físico como emocional. Me sentí aturdida, sin fuerzas, así que no pude ni gritar ni defenderme.
— Lo siento... — dije intentando disculparme con él, intentando que ya no siguiera. Mi voz salió apenas como un susurro audible y lastimero, pero, una vez más, nada de eso importaba. — Lo siento...
— ¿Lo sientes? — preguntó con burla. — ¿Eso es todo? Un lamento no me sirve. Pero, quizás haya otro modo de reparar tu error...
Mi mente apenas podía procesar todo. Ni siquiera estaba muy consciente de lo que pasaba. Los golpes en mi cabeza y en mi cuerpo estaban provocando que perdiera la consciencia con gran facilidad, apenas sabía dónde me encontraba...
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