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Capítulo 1

¿VIDA Y SUFRIMIENTO?, ESE ES MI PENSAR.

Y así seguí en este mundo trágico, un mundo lleno de maldad, sacrificio y terror. Este mundo nos lleva a caer en un círculo vicioso, yendo desde el nacimiento hasta la vejez, pero con muchos obstáculos de frente, una y otra vez, sin descanso alguno. ¿Cuándo fue la última vez que ocurrió algo bueno en el universo?

Siendo franca, yo no lo recuerdo.

Algunos de nosotros ni siquiera recorremos un camino largo; muchos nos quedamos a la mitad, morimos porque quizás sea parte de la naturaleza, pero es injusto. ¿Entonces para qué venimos al mundo si de igual forma alguien más se encargará de arrebatarnos la vida o todo lo que amamos?

— Nacemos para morir y vivimos para sufrir — escuché a mi abuela recitar una vez. Fue una frase que enunció en el funeral de mi abuelo. Otra más de las vidas que fueron arrebatadas de forma atroz: una de aquellas bestias lo mató.

En aquel entonces no comprendí esa frase, pero hoy, hoy puedo regresar en el tiempo y analizarla de una mejor manera. Después de que mis padres murieron frente a mí, aquella frase se volvió más clara que las mismas aguas de un riachuelo.

Esto era vivir en el corazón de la oscuridad y en la mente de todo aquello que la maldad trae para destruirnos.

Así me adentré en mis pensamientos y recuerdos mientras jugueteaba con las aguas del muelle. Tras la muerte de mis padres, Nadia, mi tía, se encargó de criarme, de mantenerme "protegida" bajo su techo. Pero pocos sabían la realidad en la que vivía, era eso o simplemente a nadie le importaba.

Me vi obligada a llevar una capa roja, aquella que cubría mi cabeza y ocultaba mi cuerpo del mundo; simplemente me dejaba el rostro al descubierto para que los demás pudieran "apreciar mi rostro avergonzado y humillado".

El color de la capa simbolizaba la sangre derramada de los inocentes, de todas aquellas almas que murieron en el día penúltimo de la semana. Con la capa cubriendo la cabeza y el resto del cuerpo, simbolizaba la carga que he de llevar por el resto de mis días. He de cargar siempre con el peso de aquellos que murieron tras un ataque inesperado con un final trágico.

Entonces, el resto de mi familia y el pueblo me obligaron a portarla, para que todo aquel que me viera supiera la deshonra que era para la familia y la población, siendo yo una aberración para el resto del mundo.

Eso decían, y yo creí en esas palabras. Fui yo la culpable de muchas muertes, fui yo quien extinguió a la mayoría de la población, merezco tal desprecio.

Escuché a alguien acercarse hasta donde yo me encontraba; eran las pisadas de un hombre adulto, lo sé por el sonido de sus pasos. Las hojas secas emitieron un crujido bastante fuerte y pesado, por lo que deduje que se trataba de alguien de un tamaño considerable.

— Vaya, con que aquí estás, pequeño insecto — la voz hostil y profundamente horrorosa de aquel hombre me sacó de mis pensamientos más internos —. Tu tía desea verte, quiere que vayas al bosque a dejarle la merienda a esa loca anciana.

Lentamente giré mi rostro y lo vi allí, a unos cuantos pasos sobre las tablas del muelle; él cargaba un recipiente y en su otra mano una caña de pescar.

Aquel hombre tenía una mirada cegadora, imponente y fría. Su rostro estaba ceñudo, con unas cejas pobladas y despeinadas, haciendo que su frente se arrugara por aquel gesto que mantenía constantemente; además de eso, sus labios finos se mantenían en una mueca poco alegre, era más como de desagrado al observarme. La nariz era achatada y regordeta, con orejas grandes y sobresalientes. Sin mencionar que tenía buena altura. Un hombre tan alto como el marco de la puerta en casa y, además de eso, era también robusto, con grandes músculos sobresaliendo de sus brazos, incluso si no hacía el más mínimo esfuerzo por mostrarlos, como otros por ahí.

Yo no sabía qué había visto mi tía en él, pero aquel hombre no era nada agraciado, inclusive su comportamiento era cuestionable, en él no portaba nada bueno. Pero dicen que el amor es cegador, y yo no tenía otra explicación para ello.

— ¿Y por qué te quedas ahí mirándome, mocosa?, ¿acaso ves algo que te gusta? — preguntó mofándose.

También tenía ese defecto, era bastante egocéntrico y con una autoestima elevada.

— Lo siento, pero no. Mejor voy y veo qué es lo que desea Nadia.

— Salúdame a la loca de tu abuela, y dile que espero que la visiten los lobos —. Diciendo aquello, soltó una carcajada como si lo que hubiese dicho fuera lo más gracioso del mundo.

— No es chistoso, ¿sabes?

— Por supuesto que lo es, así no tendría que seguir aguantándola. Lastimosamente para mí, algo tan bueno como eso no podría pasarme —. Él continuó subiendo al muelle mientras agarraba un anzuelo y lo ponía en la caña de pescar. — En serio te lo digo, deberías apresurar el paso, no querrás enojar a Nadia, ¿o sí?

Sin ánimos de continuar hablando con él, di los primeros pasos al frente para regresar al pueblo, pero Roman tomó mi brazo y lo envolvió con fuerza con su mano. Fue tan repentino todo, que por breves momentos me quedé en shock, solo viendo su rostro, uno que ahora solo mantenía una sonrisa burlesca y horrorosa.

Vi con temor cómo acercaba su rostro al mío. Sentí un escalofrío subir por toda mi columna vertebral y mi sangre congelarse al sentirlo cada vez más cerca de mi rostro.

Pero él se desvió hacia mi cuello, donde lo sentí inhalar mi aroma, causando mucha repulsión en mí. Sentí náuseas al solo imaginar lo que él pensaba al hacerlo.

— ¡Suéltame, Roman! — le dije mientras forcejeaba para soltarme, pero su agarre era firme, incluso sentí que su mano a mi alrededor se envolvía con más fuerza, causándome daños en el brazo izquierdo. — ¡Suéltame ahora mismo o le diré a Nadia lo que estás haciendo!

— Nadia vive eternamente prendida de mí, ella jamás te creería una sola palabra —. Él sacó su rostro de mi cuello, y me miró con una sonrisa triunfadora. — Si no supiera que Nadia vendría a buscarte por tu atraso, no te dejaría, así patees, grites o llores, mocosa.

Diciendo aquello, sonrió de lado y me soltó. Detesté con el alma cómo siguió caminando tan tranquilamente por el muelle, como si nada de lo que hizo o dijo hubiera pasado.

Mi cuerpo aún sentía el escalofrío, se podía notar en cómo mi piel se erizó con solo su presencia. No era la primera vez que él insinuaba algo así, por gracia del cielo, jamás llevó a cabo sus palabras, pero aun así, temía que encontrara una oportunidad para lograrlo.

También estaba consciente de que Nadia jamás me protegería, y que preferiría mil veces mantener a su esposo al lado que creerme a mí, que soy su sangre. Es preferible ser devorada por los lobos que estar en manos de un ser despreciable como Roman.

— ¡Lina! — Sí, esa era Nadia, quien con voz arisca gritó mi nombre. — ¡Maldita mocosa, llevo mucho tiempo esperándote!

— Lo siento...

— No, no me pidas perdón. No quiero oírte, simplemente sé alguien funcional por una maldita vez y lleva esto a tu abuela.

Ella me tendió una canasta, una que estaba repleta de provisiones. Sin duda estaba algo pesada, hasta pensé que, en cualquier momento, esa canasta se rompería.

Sin decir nada más, tomé la canasta y me fui de allí. Pude escuchar a Nadia subir al muelle y plantar un beso en los labios de su esposo. Otra vez, sentí náuseas de solo escuchar lo asqueroso de aquel sonido. De verdad que sentí repulsión por esos dos. Pero sin nadie más y sin tener a dónde acudir, me vi obligada a seguir bajo los "cuidados" de ambos. Así que tuve que aguantar tanto para poder sobrevivir. Sin contar el hecho de que el pueblo entero me odia, así que esta era mi vida...

—Aún no entiendo por qué tenemos que aguantar a esa basura en casa, Nadia, o cargar con la loca de tu madre. Ya no aguanto al pueblo comentando estupideces por culpa de esas dos.

—Roman... no seas así, mi amor. Sabes que ellas no tienen a nadie más que a mí. Además, yo tampoco las quiero tener cerca, pero sabes que tenemos recompensas por ello, ¿no es así? —Esa fue la respuesta de alguien que también llevaba mi sangre y la de mi abuela. He fingido durante mucho tiempo que aquello no me afectaba, pero así era.

Limpié algunas de mis lágrimas, unas que se deslizaron sin permiso de mis ojos, lágrimas frías a causa del clima y lo helado que estaba mi corazón al saberme desamparada en este mundo, y que no tenía escapatoria de esta vida, porque, vaya a donde vaya, siempre habrá alguien que me trate mal, incluso peor que Nadia y el idiota de su esposo.

Mientras me adentraba en el bosque, no pude evitar seguir culpándome por aquellos sucesos. Pero hice lo que Nadia y su esposo me enseñaron: ocultar lo que siento y continuar la vida cargando con las penas, pues nadie desea oírme.

Eso fue lo ellos que me dijeron.

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