3. Caos (Parte 1) - Jeon Jung-kook
Ella se volvió su propio enemigo, pero más enemigo era de todos nosotros. Abatida, dominada, por la furia, la locura, la lujuria.
Ahora reinaba el caos... Envolviendo todo en llamas... Mi amado piano. Le grité que no, pero no tuve las fuerzas suficientes.
―¡¿Qué es lo que está diciendo?! ¡¿Cómo que no respira?! ¡Está equivocado!
―¡HAGA ALGO!
―Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento.
―Pensábamos que un buen día moriría o... explotaría... y no sería nada lindo.
―Lo siento.
Ya no hay vuelta atrás.
Una semana antes.
Iniciaste con tu rutina de todos los días: limpiar la tierra y hojas que siempre se apoderaban de tu piano. Subiste la tapa y apoyaste tus dedos sobre las teclas, cerrando tus ojos y perdiéndote en la música, en tu mundo unilateral. Pero... En los últimos dos días... había algo, o más bien alguien... que hacía un cortocircuito entre tú y tu utopía. Sus zapatillas golpeaban y levantaban la tierra; su fuerte respiración y la adrenalina que aceleraba sus latidos. Por las mañanas, cuando creías poder tener tu momento de paz, Jeon Jung-kook transitaba corriendo por la zona, obligándote a esconderte de sus ojos, de su curiosidad innata.
Una vez más, después de pasar por la entrada de la casa, se detuvo y volvió sus pasos, quitándose los auriculares. Rodeó la galería, se acercó a uno de los pilares y apreció el piano vertical de madera desde afuera, asombrado. Tú te quedaste acurrucada a un extremo del instrumento, inmóvil y gélida, abrazándote a ti misma. Él estaba seguro de haber visto a alguien, pero sin poder notar nada más que ese solitario piano rodeado de sombras, se alejó y continuó su camino. Gateaste despacio hasta la entrada y lo observaste de espaldas cómo se colocaba nuevamente los receptores en las orejas y continuaba con su rumbo. Respiraste profundo y sentiste alivio.
Al día siguiente, bastante temprano en la mañana, repetiste tu proceso. Pero hoy había bastante humedad, y el inquieto sol, golpeando contra las nubes en el cielo, generaba una claridad que magullaba tu delicada piel.
Había un halo de luz justo donde se hallaban las teclas, por lo que suspiraste y las observaste en silencio, melancólica e impotente.
―¿No tocarás? ―Te habló una voz masculina.
Abriste palmariamente tus ojos, corriendo la vista hacia un costado, y te encontraste ahí con el rostro de Jeon Jung-kook, arrimado a la valla de la galería. ¿Tan débiles estaban tus sentidos como para no haberlo percibido en absoluto? No era de extrañar, viniendo de ti.
―P-Perdóname, no quería asustarte. Soy Jung-kook. ¿Cómo te llamas? ―dijo, inclinando un poco la cabeza a modo de saludo y cortesía ―. Sabía que había alguien por aquí todas las mañanas, haciendo sonar el piano. Bajo el volumen de la música siempre que paso por aquí ―explicó, señalando sus auriculares ―. Seguramente conoces a Hyorin, Mi-rae y las demás chicas, ¿verdad? Escuché que viven aquí y...
Al ver tu cara de susto y el hecho de que no hubieses pestañado siquiera empezaba a ponerlo nervioso, incluso a asustarlo un poco.
―Tal vez estoy siendo muy inoportuno. Lo siento. ―Se inclinó de nuevo ―. Solo quería decirte que tocas muy bien. No sé por qué te escondes, pero... tienes talento. No deberías esconder eso nunca, de nadie.
Su inocente y sencillo comentario te cautivó, logrando calmar tus nervios, extrañamente. Te dio ánimos para poner tus manos sobre las teclas y deslizar tus dedos como mejor sabías hacerlo. Él estaba a punto de marcharse, pero al oír la melodía volvió a girarse hacia ti y escuchó con atención. Tocaste un breve fragmento de la «Sinfonía 40» de Mozart, queriendo impresionarlo.
―Wow. Eres buena. ¿De casualidad sabrás alguna de BTS?
Asentiste y pusiste tus manos en posición. Con las primeras notas abrió los ojos, reconociéndola de inmediato: estabas tocando «Black swan», desempeñándote como toda una profesional.
―Do your thang, do your thang... ―Canturreó por lo bajo.
Aquello te llenó de regocijo, aunque contuviste tu sonrisa. Incluso sin hacerlo con seriedad sonaba muy dulce. Quisiste deleitarlo más aun, haciendo una pausa y cambiando la melodía de repente, una mucho más apacible. Jung-kook sonrió, reconociendo «Euphoria» tan solo con las tres primeras teclas que oprimiste. Tomó el tempo y comenzó a cantar toda la primera estrofa a capela. No hizo falta que contuvieras la sonrisa esta vez. Sonó tan suave y melódico, produciendo en tu cabeza una sensación tan deslumbrante y adictiva. Sin duda era todo un prodigio.
―Tu... ¿cantas?
Asentiste una vez más.
―¿Quisieras mostrarme?
Agachaste la cabeza y la sacudiste negando varias veces.
―Qué lástima. Me hubiese gustado escucharte ―dijo, alejándose de la valla y caminando con tranquilidad hasta la entrada.
Miraste tus manos en ese momento, estaban enrojecidas e irritadas, por lo que las llevaste rápido a la sombra. Giraste sobre el asiento y te dispusiste a levantarte, pero tus piernas flaquearon en ese momento. Aplastaste algunas teclas en tu intento por sostenerte. Te llevaste una mano a la frente, percatándote así del sudor frío mojando tu piel. Viste tus dedos temblando y después ya no viste nada más, solo te desplomaste en el piso.
El estruendo llamó la atención del joven idol, quien de inmediato se acercó, encontrándote inconsciente en el suelo.
―¡Hey! ―Corrió hacia ti y te levantó con mucha delicadeza ―. ¡Oye! ―Te sacudió un poco, esperanzado de que reaccionaras enseguida, pero no tuvo éxito ―. Cielos... ¡¿Hay alguien en la casa?! ¡Ayuda! ―exclamó, irguiéndose un poco y dejando descansar tu cabeza sobre su pecho.
Pudiste sentirlo, sus latidos precipitados, su respiración alterada. No estabas del todo inconsciente, solo demasiado débil, sin embargo, el hedor de la sangre embriagándote sin previo aviso hizo florecer tu instinto cazador, que tanto te esforzabas por esconder, por ignorar. Tu mano temblorosa ascendió y arrugó el algodón de su chaqueta deportiva.
―¡Jiji!
Seo-jin se aproximó corriendo y se detuvo al lado del chico.
―¿Qué le pasó?
―No lo sé, ella solo se desmayó y...
Arrugaste con fuerza tus párpados y abriste los ojos de par en par, a la vez que dejaste escapar un gran caudal de aire por la boca, apresurándote a llevar tu mano sobre ella para cubrir tus colmillos.
―¿Es-Estás bien?
Asentiste repetidas veces.
―Bájame, por favor.
Él se quedó gélido por unos instantes, y atendió tu pedido. Retrocediste unos pasos, sin descubrir tu boca, diste la vuelta y saliste corriendo, dejándolo con una mirada perpleja sobre ti.
Tu habitación se encontraba en el primer piso, con tu propio baño incluido, por lo que acudiste ahí, te inclinaste sobre el retrete y vomitaste. Tu mejor amiga y confidente fue detrás de ti, se agachó y te dio unas suaves palmadas en la espalda. Devastada y asqueada de ti misma, aceptaste su ayuda, te levantaste y te miraste al espejo con melancolía; tu aparente estado habitual.
―Repugnante. ―Le dijiste a tu reflejo.
―No seas tan dura contigo ―dijo, cruzándose de brazos.
Te giraste, tiraste de la cisterna, apagaste la luz y te fuiste; tu amiga se quedó de pie, apoyada en el marco de la puerta de tu cuarto. Volviste de regreso con tu piano. Jung-kook ya no estaba ahí.
―Por supuesto... ―expresaste con desilusión, aunque un poco de alivio.
Te llevaste una mano a la cabeza, cerrando tus ojos, tratando de recobrar paz, cuando de repente escuchaste un silbido procedente del exterior. Despacio, te arrimaste a la entrada, asomaste la cabeza y lo encontraste ahí, silbando como un pajarillo.
En cuanto la breve melodía se perdió por el lugar, bajó su testa y se giró por inercia hacia tu dirección, pudiendo así, gracias a la claridad, contemplarte mejor. Separó con notoriedad sus párpados; casi no podía creer lo que veía. No ponía en duda el hecho de que eras coreana, pero tu heterocromía en combinación con tu larga cabellera platinada, con raíces oscuras, y ese moderno vestido victoriano, haciendo juego con tu ojo azulado, lo dejaron hipnotizado.
―¿Q-Quién... eres? ―murmuró pausado, todavía deslumbrado.
Hubo un breve silencio.
―Me llamo Choi Ji-eun.
―¿Choi? ¿Eres hermana de Min?
Moviste la cabeza, afirmándolo.
―Ji-eun... Siento que lo he oído antes.
―Gracias por haberme ayudado cuando caí ―dijiste, con tu apagada voz natural.
―Ni lo menciones. Y por favor, cuida de tu salud.
Ninguno de los dos fue capaz de apartar la vista del otro, ni siquiera un ínfimo pestañeo. Empero, desviaste la mirada al momento siguiente, creyendo que tal vez estabas atrapándolo con tu mirada sin querer, aunque lo dudabas; se necesitaba de mucha vitalidad y actitud para la tarea.
―Podría pedirte un favor a cambio ―expuso de repente, alterando todos tus sentidos ―. Puedes enseñarme a tocar el piano, si no te importa.
―¿Y-Yo?
―Tienes una destreza especial. Creo que... Creo que eres muy talentosa. Me dijiste también que cantas, ¿no te gustaría explotarlo al máximo?
―¿Qui-Quieres que explote? ―Alzaste una ceja. Él rio.
―Me refiero a que le muestres a la gente tu talento ―esclareció, entre risas.
Bajaste un poco la mirada, apretando los labios. No pudiste evitar apenarte por haberlo tomado tan literal.
―De hecho... ―Te animaste a hablar un poco más ―...canto en bares todas las noches. Me... Me gusta ―agregaste siendo presa de un apenamiento mayor, que se reflejó en el modo en que juntaste tus manos y jugaste con tus dedos.
―Oh, eso es genial. ¿Dónde? ¿Es muy lejos? Iré a verte.
―¡¿Qué?! No, no... no tienes por qué.
―¿Por qué no? Seré un espectador más.
―Es que...
Acallaste. ¿Cómo explicarle lo difícil que sería tenerlo cerca? Ya de por sí estaba estremeciéndote el hecho de tenerlo a esos escasos metros de distancia.
―Entiendo. Está bien si no quieres. ―Se adelantó él, alejándose unos pasos y volviendo a colocarse los audífonos ―. Pero sí espero que me des una mano con el piano.
―Es-Está bien.
Era arriesgado y, aunque solías controlar muy bien tus impulsos, no te expondrías ante la posibilidad de sucumbir ante tus bajos y perversos instintos. Fue lo que pensaste en ese momento, y te sentiste bien con ello. No obstante, al retornar a tu habitación, Seo-jin se encargó de rebatir tu primera respuesta hacia él:
―¡¿Cómo que le dijiste que no?! ―exclamó con una irritabilidad adorable.
―Porque es peligroso, Seo ―respondiste, tendida sobre tu cama, dejando colgar tu cabeza, así como tu larga cabellera.
―¡Pero estamos hablando del golden maknae! ¡Por Dios, Jiji!
―Déjame en paz. ―Te llevaste las manos a la cara. Parte de ti comenzaba a arrepentirse.
Seo-jin suspiró y se dejó caer sentada al pie de tu cama.
―Hace mucho que no interactúas con gente del exterior, que no sales con un chico. ¡Y éste está buenísimo!
―¿Y si se me acerca? ¿Y si... lo lastimo?
―Escucha. Sales a trabajar todas las noches y jamás has mordido a alguien.
―Y así continuaré. No pondré a Jung-kook en peligro solo por comportarme como una niña con un amor de escuela.
―Ah, sí bebieras sangre humana seguido probablemente tu fobia social disminuiría. ¿No estás de acuerdo?
No contestaste. Tu ya habías visto lo que el consumo de la sangre humana era, lo que provocaba en todas ustedes. Simplemente te negabas a caer en la tentación, te negabas a volverte un monstruo. Pero he ahí el quid de la cuestión: ya lo eras.
Más tarde, en el recinto, los chicos salían del gimnasio en la cuarta planta. Jimin se detuvo en el segundo piso, para platicar un momento con Mi-rae en la entrada de su estudio, dando un paso dentro y cerrando la puerta pocos minutos después. El resto bajó hasta el primer piso y se dispersó. Jung-kook buscó con la mirada a Seo-jin hasta verla solitaria en una de las mesas al fondo, haciendo cuentas y completando unos papeles. La susodicha, habiéndolo olido a distancia y percibiendo que se acercaba, mostró algo de tensión. Eso sumado a que la luz del día la tenía a mal traer, aunque consiguió relajarse en la brevedad.
―D-Disculpa, Seo-jin. ―La llamó con un miedo encantador.
―¡JK! ―exclamó con euforia, luego de levantar su rostro hacia él ―. Tu piel brilla en sudor. Te ves muy lindo.
Ante su comentario el muchacho la miró estático hasta poder reaccionar con un carraspeo.
―Lamento mucho molestart...
―¡Para nada! ¿Qué necesita Jeon Jung-kook de mí?
―Quería saber si... ¿Sabes dónde queda el bar en el que Ji-eun trabaja?
La chica abrió grande sus ojos al escucharlo decir eso.
―¿Quieres ir a verla?
―¿Sería muy atrevid...?
―¡No! Por todos los cielos, no. Me encantaría que vayas. ¡Es más! Ya mismo te anoto la dirección ―dijo con entusiasmo, agarrando un papel pequeño de color. Escribió, lo plegó y se lo entregó.
―Mu-Muchas gracias. ―Tomó el papel y agachó un poco la cabeza.
―No hay de qué. ―dijo, poniéndose de pie ―. Jiji... es una persona muy sola... y triste. Pero sé que, pese a su pánico por las personas, le hará bien verte. Por favor cuida bien de ella ―solicitó, juntando sus manos y haciendo una reverencia.
―¡S-Sí! Gracias ―replicó, haciendo la misma acción y marchándose.
Seo-jin prácticamente se desplomó sobre su silla, haciéndola girar. Se sentía muy satisfecha con su intervención, y hasta fantaseaba en su cabeza con la idea de una noche romántica para ti. Pero de repente, una mano pesada cayó sobre su hombro. Al darse la vuelta, Min estaba detrás de su persona, ensanchando una sonrisa, mientras que la mueca en la cara de la chica se desvaneció por ese susto; a ella no podía sentirla u olerla como a todos los demás.
―Seo, querida. ¿Qué estás haciendo?
―Oh, estoy haciendo el inventario ―respondió, mostrándole los papeles y sus cálculos.
―Sabes a lo que me refiero. ¿Qué tanto cuchicheabas con Jung-kook?
―Oh, eso. Él quería una dirección y se la di.
Min agarró con un tacto tosco el respaldo de la silla y lo giró por completo hacia ella, hizo presión para que cediera un poco hacia atrás y acercó su rostro al de su compañera.
―¿Sabes que yo, humano o no, me doy cuenta cuando alguien me miente? ―susurró, lanzándole una mirada amenazadora.
―P-Pero no te estoy mintiendo, unnie. Quería la dirección de un bar y se la di, eso fue todo ―le respondió, preservando su calma.
La mayor la miró con seriedad, analizándola de cabeza a pies hasta que al final le sonrió.
―Buena chica ―dijo, poniendo su mano sobre su cabeza.
―Como siempre, unnie ―La despidió con una sonrisa hasta que le dio la espalda, y mientras la observaba alejarse, las comisuras de sus labios se vinieron abajo, mostrando un rostro serio.
La tarde transcurrió con normalidad, y en cuanto la noche tomó su lugar, Jung-kook dio aviso de que saldría por su cuenta. Los chicos le hicieron mil preguntas al respecto, pero con mucha destreza logró dejarlos tranquilos con dos o tres palabras, y se marchó en la brevedad.
Revisó una última vez la dirección en el papel, observó los alrededores y aparcó el auto. Vestía zapatillas, unos pantalones negros rotos en la zona de las rodillas y una chaqueta de denim, con una sudadera ligera debajo, cuya capucha no dudó en ponerse para cubrir su cabeza. Se colocó además unos lentes ahumados, respiró profundo y atravesó las puertas del lugar. El aire era bastante fresco; bien ambientado. La iluminación era opaca y todo el interior estaba decorado con madera oscura y barnizada. Miró a su entorno; mucha gente, y muy agradecido de pasar desapercibido. De repente, una melodía, una voz de tipo mezzosoprano lírica inundó el lugar. Todos los murmullos se detuvieron. Las luces bajaron un poco más y ahí te vio por fin: estabas en el centro del escenario, con un micrófono de pie, cantando un cover personal de «Chandelier» de la cantante Sia. Jung-kook tomó el primer asiento que encontró y se quitó los anteojos, quedándose embelesado, sin poder apartar los ojos de ti. Habías terminado la primera estrofa cuando, al pasear tu mirada en el público, lograste distinguirlo, y cómo te observaba con mucha atención y una sonrisa que reflejaba el soporte que en silencio y con amabilidad te estaba ofreciendo, pero tú paraste de cantar mientras que la pista continuó. Al percatarse de que tus ojos estaban sobre él, alarmado, te hizo un gesto amable para que continuaras. Tomaste el tempo y retomaste la letra de la canción. Él suspiró aliviado, sin poder evitar sonreír; lo mismo te ocurrió en cuanto intentaste volver a hacer contacto visual con él. De repente te sentiste más suelta, pudiste gesticular más usando tus manos y, como algo hipnotizante, tus ojos no podían abandonar la figura de Jeon Jung-kook, como si fuese tu único espectador. Cantaste tres canciones más y te retiraste del escenario, luego te acercaste a la barra, agarraste un par de cartillas, un delantal y empezaste a tomar pedidos a las mesas, y por supuesto sabías a cuál dirigirte primero.
―¿Ordenará algo... extraño? ―le preguntaste irónica, arqueando una ceja.
Él te sonrió y asintió.
―Jugo de limón y una cerveza, por favor. ―Pidió sin siquiera abrir la libreta.
―¿Piensas quedarte toda la noche? ―preguntaste curiosa mientras anotabas.
―No, solo hasta que acabes tu turno. Porque no sé muy bien cómo volver al complejo, y necesito tu ayuda.
Lo viste poniendo unos enternecedores ojos de ciervo, por lo que accediste a volver con él. Y cuando tu horario se cumplió, te le acercaste muy discreta sosteniendo tu bolso de mano y haciéndole un pequeño movimiento con tu cabeza. Se apresuró a dejar el dinero en la mesa y salió detrás de ti. Al cruzar las puertas suspiraste con desgana, notando que había una leve llovizna.
―No te preocupes, alquilé un auto para venir hasta aquí ―dijo, sacándose la chaqueta y levantándola sobre tu cabeza, evitando que te mojaras ―. Vamos.
Te guio hasta el coche, te abrió la puerta y te cedió el paso. Te tomaste unos segundos mientras decidías si subir o no, ya que los autos modernos eran algo totalmente nuevo para ti. Pero luego volteaste a verlo; estaba mojándose, no podías ponerte a perder el tiempo así, por lo que abandonaste tus prejuicios y subiste de una vez. Él cerró la puerta, asustándote. Alterada, lo viste dar la vuelta y subir por el otro lado.
―¿Estás bien? ―te preguntó, al ver el miedo en tu cara.
―S-Sí. Estoy bien... es solo que... no estoy acostumbrada a los... autos ―balbuceaste, apartando la mirada y rascándote un poco la cabeza con nerviosismo.
―¿Te molestó que viniera?
―Oh, no, no, no. Para nada. ¿Cómo supiste dónde estaba?
―Seo-jin me dio la dirección y las indicaciones ―dijo, poniendo la llave y encendiendo el vehículo.
―¡Oh, Dios! ―Diste un sobresalto en el asiento.
Jung-kook te miró perplejo; tu llevaste tus ojos a él de inmediato, tapándote la boca con tu mano, con la sangre suficiente como para lograr ruborizar tus mejillas.
―Tal vez deba bajarme y caminar a casa ―dijiste, dándote la vuelta y tanteando la puerta, sin la menor idea de cómo abrirla.
―Tú de verdad nunca has subido a un coche, ¿o sí? ―indagó, sin poder abandonar su asombro.
―¡No! ―exclamaste alarmada.
―Bueno, no te preocupes. Estoy al volante así que todo marchará bien, ¿sabes por qué?
―¿Por qué?
― Porque... soy JK ―dijo, poniéndose los anteojos y volteando hacia ti.
―¡¿Y eso qué significa?!
Jung-kook se echó hacia atrás en su asiento y juntó sus manos, dejando escapar una carcajada. Tu respuesta le pareció sencillamente increíble. Tú, por otro lado, arrugaste el entrecejo con tristeza. Te sentías una completa estúpida y solo deseabas tener el poder de desvanecerte en ese instante. Sin embargo, su mano gentil se apoyó despacio sobre tu hombro al momento siguiente.
―Tranquila ―Se quitó los anteojos para verte mejor ―. No dejaré que nada malo ocurra. Así que relájate y a medida que avancemos mira hacia el frente e indícame el camino, ¿sí?
Su acotación logró serenarte; te sentiste más reconfortada.
―Oh, no hay que olvidar el cinturón de seguridad ―dijo de repente, colocándose el suyo.
―¿El qué? ―Volviste a exaltarte, viéndolo cómo pasaba la gruesa cinta por el cuerpo con tus ojos más parecidos a dos huevos ―. Es todo. Déjame aquí, caminaré.
―¿Qué dices? Vas a mojarte ―Rio entre dientes.
―No quiero que esa cosa rara amarre mi cuerpo.
Su risa empezó a contagiarte un poco.
―Escucha. ―Se contuvo para poder hablar ―. Es una medida de seguridad, y no puedo arrancar el auto al menos que te lo pongas.
―Yo no... ¡no sé cómo!
―Entonces permíteme, te ayudaré.
Colocó su mano en el borde de tu asiento, aplastándolo un poco, y avanzó por delante de ti para agarrar la correa y extenderla lo suficiente. Tu corazón bombeó como nunca en mucho tiempo. Su cabello rozaba tu nariz y su cuello estaba a centímetros de tus labios. Pudiste sentir su perfume y el olor potente de su sangre fluyendo, enloqueciendo tu olfato poco a poco. Cerraste los ojos con fuerza y contuviste la respiración, sin poder escapar, pero intentando soportar.
―Levanta este brazo, y baja el otro. ―Te indicó, y volvió a sentarse correctamente en su asiento ―. Mira, esto va enganchado aquí, ¿lo ves?
Te quedaste gélida, con tu brazo levantado.
―Ji-eun. Abre tus ojos y mírame, por favor.
Lo obedeciste y separaste despacio tus párpados, encontrándotelo muy cerca todavía. El silencio reinó en ese momento en que se miraban el uno al otro.
―Di-Disculpa. Tu ojo azul... es muy... llamativo ―comentó, apartando la mirada ―. Éste es el seguro del cinturón de seguridad.
―B-Bien. ―emitiste, aún temerosa ―. Explícame de nuevo por qué tenemos que viajar así, amarrados.
―Porque si hay un accidente, el cinturón retendrá tu cuerpo para evitar que te golpees ―te explicó, con una muy pronunciada paciencia.
Respiraste profundo y entrecerraste los ojos, diciendo que estabas lista, pese a no estarlo en absoluto. Si bien había conseguido tranquilizarte con sus palabras, cuando los seguros de las puertas se activaron volviste a emitir un grito agudo, ni hablar de cuando el auto comenzó a moverse. Jung-kook contenía la risa como podía, pero sería amable, y conduciría lo más despacio que pudiera, incluso si les tomaba horas llegar.
―Dobla aquí ―Señalaste con tu dedo.
―Ji-eun. ¿Puedo hacerte una pregunta un poco personal?
―Adelante.
―Tengo curiosidad. ¿Qué edad tienes?
A primeras lo tomaste como si se tratase de una pregunta con trampa, sin embargo, tan solo deberías decir la edad que representabas, la edad con la que volviste a renacer en... en esto que eras ahora.
―Tengo veintidós.
― ¿En serio? Eres más joven que yo.
―No bromees. ¿Cuántos tienes?
―Cumplí veinticuatro hace poco, antes de venir aquí.
―¿Te molesta que sea menor?
―Oh no, no es eso. Solo me es curioso, ya que por lo general yo suelo ser el más pequeño.
Sonreíste de lado. Contigo realmente no era la excepción.
―Bueno, puedes quedarte tranquilo. No te diré «oppa».
―Eso sería un poco raro ―dijo, entre risas ―. Siendo tan joven aún, ¿qué estás esperando para convertirte en trainee y...?
―¿Y qué? ¿Convertirme en idol como tú?
―No tienes que ser como nadie, solo como tú.
―Por mucho tiempo yo lo pensé, pero... ―Suspiró ―. Eso ya no es para mí.
―¿Por qué? Lo tienes todo. Cantas muy bien, tocas el piano como una profesional, y eres... ―Carraspeó ―. Creo que... eres muy bella.
Apretaste los músculos de tu boca, evitando sonreír a toda costa, al escucharlo. Habías olvidado la última vez que recibiste tantos halagos.
―Gracias. ―Hiciste una pausa ―. Tú no te quedas atrás tampoco.
Él giró la cabeza brevemente hacia ti, ensanchando una sonrisa en el rostro.
―¿En qué? ¿En lo profesional... o lo bello? ―indagó con picardía, manteniendo la vista al frente.
―Ambos ―dijiste, arrugando los labios con fuerza.
Cuando por fin consiguieron regresar al complejo, Jung-kook bajó primero del auto, aliviado de que la lluvia se había detenido, aunque probablemente volviese. Abrió tu puerta, removió el cinturón de seguridad y te ofreció su mano para bajar, ya que el césped estaba mojado y con tus tacones podrías resbalar con facilidad. Estarías bien, pero aun así tomaste su mano casi sin pensarlo. No bastándole con aquello, decidió acompañarte hasta la entrada de la casa. El tramo por el bosque fue muy silencioso, ya que a duras penas hablaron. Después de los comentarios frescos en el auto y las risas, pareció darles un repentino ataque de timidez.
Los pinos comenzaron a mecerse ante una brisa fresca, generando un sonido muy relajante.
―Este lugar es increíble. ―Rompió el hielo por fin, llevándose las manos a los bolsillos y silbando, haciendo eco por los alrededores.
―Sí, es muy apacible.
―Refrescó bastante. Tú ni siquiera llevas abrigo, ¿no tienes frío?
―N-No. Es muy raro que yo tenga frío, la verdad.
―¿En serio? Porque puedo darte mi chaqueta.
―No es necesario, en serio. Creo que tú la necesitas más que yo. Además, ya casi llegamos. ―Señalaste la galería de la casa a unos metros.
Hubo refucilos y luces en el cielo. Pronto el agua comenzó a precipitar sobre ustedes otra vez, por lo que acabaron corriendo el último tramo hasta la casa.
―Vaya... esperaré a que la lluvia cese un poco. ―dijo, apoyando sus manos en su cintura con frustración y rotando un poco el cuello.
Tu ya estabas de nuevo sentada frente a tu piano, tocando algunas teclas, para asegurarte de que permaneciera afinado.
―¿Estará bien que hagas ruido a estas horas de la madrugada?
―No hay nadie en casa a esta hora ―respondiste, con tus ojos atentos sobre el teclado.
―¿Las chicas también salen a trabajar afuera en el turno de la noche?
―Algo así. ―Le diste un breve sacudón a tu cabeza, para apartar un poco tu cabello ―. ¿Quieres empezar tus lecciones de piano ahora?
―¿De verdad? ―Se arrimó curioso.
―Claro. ―Le cediste el asiento.
Como si se tratara de un niño pequeño, sonrió y de inmediato se apoderó tanto del banquillo como de las teclas, tocándolas de manera aleatoria, escuchando los diferentes sonidos. Tú te quedaste a un lado para explicarle y darle instrucciones básicas: los agudos, los graves, algunas notas, acordes y escalas, y con ello, de oído, terminó tocando la canción de «Feliz cumpleaños».
―Genial, Beethoven. Mañana te daré tu diploma.
Con tu minúscula burla le causaste risa, provocando así que perdiera concentración y errara la nota.
―Es más difícil de lo que creía.
―Es que no estás separando bien tus dedos. ―Lo corregiste, inclinándote y colocando indeliberadamente tu mano sobre la suya, entrelazando tus dedos para separar los de él.
―Ah, estás helada ―dijo, sintiendo cómo se erizaba su piel ―. ¿Cómo puedes no tener frío?
Dio vuelta la cabeza encontrando tu rostro de inmediato. Tu heterocromía lo dejaba hechizado siempre. Aunque reinara más la oscuridad en ese momento, podía apreciarla lo suficiente como para cautivarlo. Pero tú podías ver muy bien. Observaste su cabello castaño, y te alentaste incluso a correr con tus dedos unas pocas hebras que se habían alojado cerca de su ojo. Bajaste la mirada hasta sus labios, admirando la forma de su arco de cupido, con sus paletas frontales que se dejaban ver apenas debajo, y cómo era una combinación perfecta con ese rechoncho, encantador, labio inferior, y justo debajo, ese pequeño lunar, que causaba mayor tentación.
No entendiste si fue el relajante sonido de la lluvia, o simplemente su enternecedor encanto natural; ninguno de los dos lo entendió, a decir verdad, pero se arrimaron al otro, cerrando muy despacio los párpados y estrechando sus labios en un beso simple. Suspiraron, asimilando muy poco de lo que estaba pasando en el interior de cada uno, y volvieron a juntar sus bocas. De manera maquinal, levantaste tu rodilla y la reposaste sobre el extremo del banquillo para poder inclinarte más; él pasó su mano por tu espalda baja, envolviendo tu cintura. Poco a poco se animaron a abrir sus bocas e ir más profundo. Atrapaste su labio superior, lo probaste. Hiciste lo mismo con el otro, tirando un poco de él con ese último chupetón. Sentías un calor abrazador al tocar su piel. Estaban excitados; se sentía muy bien. Hasta que de repente, una punzada profunda en tu pecho te asaltó, expandiéndose por todo tu cuerpo. Te desprendiste de él de inmediato, llevándote una mano a la boca. Tus colmillos habían salido de una sola vez, y poco faltó para que le rasgaras la piel.
―¿Qué tienes? ¿Qué pasa? ―Te preguntó entre suspiros.
Tú giraste dándole la espalda, con tus manos temblorosas sobre tu rostro. El hambre y el deseo por la sangre te habían alcanzado. Sollozaste ante tu desesperación, cosa que alteró a Jung-kook, poniéndose de pie.
―Ji-eun, ¿qué tienes?
―Por favor, vete.
―No voy a irme y dejarte así. Dime qué tienes, ¿qué puedo hacer?
―Irte. Eso es lo que puedes hacer.
El joven idol se quedó de pie y caminó, pero no para retroceder, sino hacia ti. Posó lentamente su mano sobre tu hombro, y del mismo modo te giraste hacia él, con lágrimas en tus mejillas.
―¿Quieres que me vaya? ―preguntó, llevando su otra mano a tu hombro.
Cerraste con fuerza los ojos y sacudiste la cabeza, diciendo no.
―Pero necesito que lo hagas. ―Le rogaste, poniendo tu mano sobre su pecho.
―¿Hice... algo malo? ¿Algo que no te gustó?
―¡No! No. Sí me gustó, pero no se trata de eso.
―¿Entonces qué es? Mira nada más cómo estás.
―No es algo que pueda decir en este momento. Lo siento.
Jung-kook asintió resignado y se alejó, aunque llamaste su nombre poco antes de que cruzara el arco de la entrada. Se detuvo y te observó.
―Lo siento.
Bajó la mirada, una vez más asintió y se marchó. Te llevaste una mano a la cabeza, rompiendo en llanto y dejándote caer sobre tus rodillas.
―Lo siento. Lo siento. Lo siento ―hipaste, cubriendo tu rostro con tus manos.
Tras dar un profundo suspiro te levantaste, limpiando las lágrimas de tus ojos. Mostraste enojo e impotencia en tu mirada. Corriste y saltaste la valla de la galería, huyendo al bosque, en busca de alimento. Esa era tu vida. No te enorgullecía masacrar animales por su sangre, pero clavar tus colmillos en una persona, peor aún, alguien inocente como lo era Jung-kook... definitivamente no. No te permitirías cruzar la línea.
La mañana siguiente, poco antes de que tu hermana y compañeras comenzaran sus labores, Seo-jin invadió tu cuarto esperando detalles jugosos de lo ocurrido anoche. Te comunicaste con ella por medio de mensajes en notas de papel, arrugándolas luego y tirándolas al cesto de la basura ya que, en esa casa, las paredes tenían oídos.
―Ah, Jiji... fuiste una chica muy buena y bien portada. Yo no sé si hubiera podido resistirme ―dijo, con un suspiro al final y aventando su cuerpo sobre tu cama.
―Eres una perra diabólica.
―¡Pero se trata de...!
Le chistaste al instante, consiguiendo que se calle, y no satisfecha con eso la pateaste, tirándola de la cama al piso.
―¿Por qué no le dices? ―te preguntó, habiendo asomado su cabeza por encima del colchón.
―¡¿Estás loca?! ¡¿Quieres que muramos todos?!
―Ay no seas exagerada. Él es tan lindo y dulce... seguro que entenderá.
Bufaste con disgusto, poniéndote en posición fetal contra el respaldo de tu cama. No estabas de acuerdo. «¿Quién podría entender algo así?», te preguntabas.
Luego de que las chicas se marcharan, volviste a espolvorear la tierra de tu piano y observaste el panorama por el bosque, esperando escuchar los pasos de Jung-kook levantando la tierra; acercarse a la valla y sonreírte, pero no apareció, por lo que te dispusiste a tocar, con mucha pausa, casi adormilada. Tan solo habías podido encontrar una pobre ardilla anoche, por lo que te sentías un poco débil, pero ya estabas acostumbrada a esa sensación.
Tras terminar de almorzar, los idols se dirigieron a la segunda planta del complejo, para realizar una de sus prácticas diarias. Jung-kook estaba todavía en la planta baja, buscando a Taehyung. Ya se estaba poniendo ansioso por no poder encontrarlo, hasta que, en un pasillo angosto y con escasa iluminación, le pareció escuchar su voz, y no estaba solo.
―¿Qué? ¿Cómo que no quieres?
La voz de Min se hizo oír, con un tono un poco agresivo.
―Estoy agotado, y no puedo seguir así. Te lo pido por favor.
―Muy bien. Si eso es lo que quieres...
―¿V? ―Llamó Jung-kook a su hyung, un poco ensimismado por la escena.
Incluso antes de intervenir, Choi Min ya había girado lentamente sus pupilas hacia él con frialdad, pero en el momento en el que aclamó por el acorralado y nervioso Taehyung, mostró una sonrisa muy amistosa.
―V, tenemos práctica. Hay que irnos ya.
―S-Sí. Vamos ―respondió, retirando con cuidado el brazo de Min, que mantenía extendido y apoyado contra la pared, para poder pasar.
Caminó rápido hacia Jung-kook, quien no quitó en ningún momento los ojos de Min. Ella amplió su sonrisa e hizo una reverencia; él respondió a ella haciendo el mismo gesto, y con el insistente jaloneo de su brazo por parte de su compañero, finalmente se giró y se alejó junto con él. Min borró entonces su falsa sonrisa, mostrando una seriedad fulminante, cruzándose de brazos y entrecerrando los ojos, absorta.
―¿Estás bien? ―preguntó el menor, poniendo su pie en el primer escalón a la par de su amigo.
―Sí, sí. ¿Por qué?
―No te veías muy cómodo con ella pegada a ti.
―No, no. Habrá sido tu imaginació...
―¿Quieres que hable con ella?
―NO ―dijo con un tono severo y absoluto, deteniendo el paso ahí mismo.
El chico se heló ahí mismo, con los ojos bien abiertos y las cejas en alto. Taehyung se dio cuenta de su obvia exageración, por lo que se pasó una mano por la boca, surcando las comisuras con sus dedos, estresado.
―No hace falta que le digas nada.
―¿Qué? ¿Te pone celoso?
V paseó un poco los ojos, pensándoselo una céntima de segundo y respondió con un «sí» convincente en cuanto a tonalidad y expresión, y se adelantó en su ruta. Jung-kook tocó su mejilla con su lengua dentro de su boca, absorto y un poco desconcertado también. Se lo creía y no se lo creía al mismo tiempo, pero optó por dejar ahí el tema y lo siguió.
Llegada la noche, en medio de tu presentación habitual en el bar, miraste a tu alrededor, los rostros entre el público, mas él no estaba ahí. Al terminar tu jornada, tomaste tus cosas y te fuiste sin más. Viste en el camino a una pareja yéndose en un auto estacionado junto a la acera y comenzaste a sonreír de repente, recordando el «paseo» de ayer. En definitiva, no volverías a poner un pie dentro de un auto por un largo tiempo.
Después de una larga caminata conseguiste llegar al complejo. Cruzaste el bosque, respirando profundo y con pereza. Ya estabas viendo la casa no muy lejos, sin ningún alma a la vista. Parte de ti todavía tenía esperanzas de ver a Jung-kook, pero, asimismo, una parte de ti lo quería lejos, en un patético intento por llenarte de alivio.
Llegaste a la entrada de la casa, en la galería, y apoyaste tu mano sobre el muro de piedra, suspirando exhausta. Una brisa golpeó tu cara, levantando unas pocas hojas y meciendo las de los pinos, entonces la fragancia inconfundible de la sangre llegó a ti, haciéndote cerrar los ojos. Dejaste caer tu bolso y te quitaste los tacones, siguiendo el dulce aroma hasta encontrarte frente a frente con una liebre. No solía haber ese tipo de animales por la zona, por lo que intuiste que se habría desviado en la carretera, evitando vehículos. Frunciste el ceño y apretaste los labios; te llenaba de pena dañarla, pero no tenías alternativa. Las cosas empeorarían terriblemente si no te alimentabas. Fue una carrera ardua, puesto que no contabas con muchas energías, pero al final, tu instinto depredador fue más fuerte. Mordiste y bebiste con desesperación, como si degustaras un jugoso bistec.
Tan concentrada en la comida estabas que no te percataste de las pisadas o el crujir de las pequeñas ramas sobre la tierra.
― ¿Ji... eun?
Al escuchar esa voz levantaste la cabeza, y entonces... lo peor ocurrió: un confuso, estupefacto e irresoluto Jung-kook te miraba fijamente, a esos ojos negros cuan demonio del averno, y toda la sangre chorreando por tu boca y quijada. Ante tal impresión tus ojos volvieron a su estado habitual.
―Jung-kook...
Trataste de retenerlo con tu llamado, pero no había manera, él estaba auténticamente horrorizado con ese panorama: la sangre envolviéndote y aquella criatura muerta en tus manos, así que sin reservas salió corriendo por donde había venido. Había sido un día muy atareado, motivo por el cual no había podido verte en todo el día, pero estaba preocupado por tu salud, por lo ocurrido la noche anterior, por eso se había escabullido para visitarte un momento, aunque jamás se esperó encontrar tan espantoso espectáculo.
―¡Jung-kook, espera!
Corriste detrás de él. No era mucho lo que habías podido consumir del animal, por eso no eras tan rápida, sin embargo, alcanzaste a agarrar la parte trasera del cuello de su camisa. Ambos cayeron sobre la tierra y césped, pero rápidamente se alejó arrastrándose. Lograste atrapar su tobillo.
―¡Jung-kook, por favor escúchame! ―le gritaste, jaloneándolo hacia ti.
Él gruñó, tratando de usar sus manos para poder impulsarse hasta que una gruesa rama golpeó directo contra su cráneo, lo que causó su pérdida de conocimiento en el acto. Espantada lo soltaste y te echaste hacia atrás.
―¡Min-unnie! ―Le gritaste a tu hermana, de pie a unos metros del ahora inconsciente idol ―. ¡¿Qué mierda...?!
―Ah... a esto me he reducido: golpear niños lindos por la espalda con un pedazo de tronco ―dijo con indiferencia, arrojando la madera a un lado y agachándose frente a él.
―¡No lo toques! ―bramaste escandalizada.
Tu hermana mayor llevó sus ojos hacia ti con frivolidad.
―¿Qué fue lo primero que dije cuando los muchachos llegaron con nosotros? «No toquen a Jung-kook». Entendería que las chicas no me escuchasen e hiciesen de las suyas. Pero tú, Ji-eun... jamás creí que tendría que llamarte la atención, estoy verdaderamente decepcionada.
Su voz era un susurro constante, con mucho aire y tranquilidad, hasta se oía sensual. Pero eso solo lo hacía doblemente aterrador; te paralizaba por completo. La conocías mejor que nadie, y sabías a la perfección que con esa misma serenidad era capaz de cortarle la garganta de lado a lado a cualquiera que considerase un estorbo o una amenaza.
Agachada como se quedó, giró al chico, lo agarró del cuello de su ropa y extenuó su espalda sobre su rodilla en alto, dejando que colgara un poco su cabeza, y su cuello completamente expuesto para su deleite.
―Mira nada más este rostro tan adorable. ¿No crees que es tierno?
―Por favor, no lo lastimes. ¡Él es inocente, no ha hecho nada! ―le suplicaste, llenando tus ojos de lágrimas.
―Inocente... ―bufó y rio entre dientes ―. Este pequeño bribón se ha convertido en la piedrita de mi zapato ―dijo, tomándolo por los cabellos y tirando de ellos un momento ―. Ahora que lo tengo así entre mis manos me dan ganas de hacerle de todo. ―Ensanchó su sonrisa ―. ¿Pero dónde estaría mi regocijo si ni siquiera podría escuchar sus gritos? ―Borró por completo aquella mueca de su cara, y restituyó una mirada fulminante hacia tu persona.
Procedió a hacerlo a un lado, como si se tratara de un saco de patatas, se sacudió las manos y se puso de pie, dirigiéndose e inclinándose frente a ti ahora.
―Voy a salir a cazar con las chicas en un momento. Te dejaré con tu lindo conejito ―Lo señaló ―, para que lo convenzas de no abrir la boca. Y si no lo consigues... ―añadió, acercándose a tu rostro de manera intimidante ―...no te va a gustar lo que le voy a hacer. ¿Me entiendes?
―Si... le pones una sola pezuña encim...
―¿Qué vas a hacer? ―Te paró el habla en seco, desafiante, irguiéndose y pateando tu pecho sin previo aviso, pisándolo después ―. Ridícula. Ni siquiera puedes detener a un simple mortal, ¿y me quieres plantar cara a mí? Ni drenando tres elefantes estarías a mi altura ―concluyó, quitando su pie y marchándose.
Ni bien sentiste su presencia lejos del área te arrimaste a Jung-kook y lo abrazaste, llorando y repitiendo una y otra vez que lo sentías.
Antes de irse, y sin ser vistas por Min, Seo-jin trasladó por ti al chico hasta tu cuarto, para que reposara en tu cama, luego se retiró junto a las demás, pero no sin antes advertirte que tengas cuidado y que evitases a toda costa irritar a tu hermana. No era una novedad sino más bien una obviedad, pero era tu amiga y avisarte era una prioridad para ella.
Fatigada y desanimada, te quitaste tus prendas salpicadas de sangre y te metiste en la ducha, pretendiendo que la miseria que sentías se escurriera de tu cuerpo junto con el agua helada. Al girar la perilla y detener la lluvia, sentiste un pequeño forcejeo en tu habitación, por lo que te envolviste rápidamente en la toalla y abriste la puerta, encontrándote con Jung-kook ya consciente, intentando abrir la entrada del cuarto. Sus miradas se congelaron en el otro, aunque él no tardó mucho en apartar con sutileza la suya.
―Jung-kook... ―Diste un paso hacia él.
―No avances más. Quédate ahí. ―Te interrumpió, extendiendo su brazo y pegándose a la puerta de tu alcoba.
Tenía seguro, pero también una llave. Habías sido rápida en utilizar solo la llave o ya se te habría escapado de las manos totalmente. Deseabas soltarlo todo, pero todavía estaba alterado, por lo que no sabías qué tan receptivo sería.
―¿En dónde estamos? ¿Qué lugar es este? ―preguntó acelerado, sin pestañar una sola vez.
―Estamos en la casa. Esta es mi habitación. Quiero que hablemos de lo que pasó, dime qué recuerdas, por favo...
―Mataste a ese pobre animal. Tu cara, tus... ―gesticuló, señalando la boca ―. Tu... ¿Qué...? ¿Qué eres?
Ante su cuestión, una expresión de suma tristeza invadió incontrolablemente tu rostro.
―Es una larga historia ―suspiraste, dejando caer tus posaderas al pie de tu cama.
El muchacho también suspiró, viniéndose abajo hasta quedar sentado en el suelo, haciéndote un gesto con su mano para que comenzaras a hablar, y así lo hiciste, narrándole tan ameno y detallado como te fue posible, tanto como pudiste tolerar.
―Jamás escuché nada respecto a esa epidemia ―dijo, ya con una postura más relajada.
―Ni lo harás. Se deshicieron de todo, de todos. Aun a día de hoy debe haber gente que sabe de nosotros, y posiblemente nos encuentren, tarde o temprano. Qué sé yo ―respondiste, ocultando esos ojos tristes bajo tus pesados párpados.
Inspiraste y erguiste el cuerpo al momento siguiente, atreviéndote a dedicarle la mirada.
―¿Ahora entiendes por qué ser idol ya no es para mí? ¿Cómo podría... alguien como yo? Por más talento que me digan que tenga... no puedo... hacer nada... nunca.
Tu sentimiento más profundo y tu dolor más grande habían salido a flote. En unos segundos tus ojos rebosaban en lágrimas que precipitaron por tu pálido rostro. Jung-kook percibió toda esa tristeza, no por ese llanto silente, sino por la indiscutible gesticulación de tu rostro. Las lágrimas eran el coraje derramándose en tu cara. Alguien con sus sueños rotos.
―Me siento dichosa por no haber muerto. Pero vivir así... es una tortura constante ―hipaste, cubriendo tu rostro con tus manos, crispando el cuerpo con cada suspiro.
Ahora te hundías, después de tantos años acallando todo ese dolor en tu interior, la conmoción era demasiado para poder soportarla. No obstante, justo antes de tocar fondo, sentiste un peso a tu lado, y posteriormente unos brazos, sus brazos, rodeándote, sin importarle los escalofríos por tu piel empapada y fría, sin que le importara que su camisa se mojase un poco por el tacto.
―Nunca es demasiado tarde.
Apartaste tus manos de tu cara y te alzaste hacia él, quien luego de alejarse un poco reposó su mano sobre tus hombros, mirando directo a esas pupilas que aún lograban dejarlo encantado.
―Si continúas con vida es porque no te has dado por vencida todavía. Es tu sueño, no lo dejes. Los problemas, las complicaciones, siempre van a existir, pero depende de nosotros elegir... si nos arruina la vida o nos impulsa hacia delante.
Te sentiste tan conmovida por sus palabras. Incluso con la fría agua salada todavía bailando sobre tus párpados, el brillo en tus ojos cambió. En tanto tiempo, habiendo conocido tantas personas, sentido tantas cosas diferentes, nunca nadie había logrado encandilarte, derretirte, como lo había hecho Jeon Jung-kook en ese momento, tan solo usando la honestidad, a través de esa boca, esos labios divinos. Y así, sin más reservas, surcaste su mejilla y te apropiaste de ellos al momento siguiente. Al desprenderse suspiraron, tocando sus lenguas y jugueteando en la boca del otro. Jung-kook tiró de una de las mangas de su camisa, dejándola caer al piso. La camiseta que llevaba debajo tú la levantaste por el torso y él terminó de quitársela. Pellizcó el agarre de tu toalla, abriéndola y dejando al descubierto tu cuerpo. Sin despegar la mirada, regresando constantemente hacia sus labios, abriste tus piernas rodeando su pelvis. Él se vino sobre ti, hundiendo sus manos sobre el colchón a la altura de tus hombros. Recorriste su pecho y espalda con tus manos hasta llegar a su cadera. Se inclinó en busca de tus labios; lo recibiste, mientras desprendías su pantalón, encontrándote con su erección. Masajeaste hasta conseguir humedecerlo, mordiéndote el labio con fuerza al escuchar sus jadeos. Seguidamente, apresurada, bajaste su ropa tanto como pudiste; él descendió, apegando más sus cuerpos, a la vez que separaste más las piernas. Apoyó los brazos, sosteniéndose con los codos y con una profunda embestida penetró tu cavidad. Respiraste profundo, apretando los párpados, agarrando, apretando sus hombros y dejando escapar un alarido ahogado. Después de tanto tiempo, casi olvidabas aquella sensación enajenadora. Y sin aviso previo empezó a moverse, agitando tus caderas. Acto seguido, llevó sus manos a tu rostro y besó tus labios una vez más, tú respondiste atrapando su lengua con tus dientes un momento e introduciendo la tuya dentro de su boca, acoplando sus labios, meneando sus cabezas y probándose como su dulce favorito, lubricándose cada vez más ahí abajo, y con ello Jung-kook aceleró el movimiento, yendo cada vez más profundo, agitando con más ímpetu sus cuerpos sobre las sábanas. En conjunto gruñeron, conteniendo el aliento, y gimieron, dejándolo ir en una cadena suspiros hasta sentir sus músculos contraerse, pero sin bajar el ritmo. Llevaste tus manos a sus glúteos, sintiendo cómo los apretaba con firmeza con cada estocada, enloqueciéndote, haciéndolos sudar cada vez más. Al momento siguiente sentiste el peso de sus brazos a los lados de tu cabeza. Sujetó tu rostro y apegó su frente, así como su boca, a la tuya. Sujetaste sus brazos con fuerza y continuó moviéndose incluso con más frenesí, perdido en la excitación, y tú no te quedabas atrás, sofocada y rendida ante lo que él quisiese hacer contigo. En esas ondas, sacudiéndolos hacia arriba y hacia abajo con arrebato, sus gemidos se hicieron más pronunciados hasta prácticamente gritar, apretando la piel del otro con las yemas de los dedos, dejando por fin que saliera todo, respondiendo a los últimos espasmos en sus cuerpos, liberando lo último que tenían, y poco a poco recobrando el aliento. En cuanto consiguió poder enderezarse, se tumbó junto a ti en la cama, todavía muy agitado, acomodándose despacio la ropa.
―Eso... Eso fue... muy bueno.
―Sí... Me da gusto que no haya sido como en el auto.
Y con ese hilarante y espontáneo comentario no solo tú, sino él, giraron la cabeza hacia el otro y comenzaron a reír.
―Por favor, no renuncies a tu sueño de ser idol. ―Te dijo de repente, borrando la sonrisa de su rostro, y viéndose igual de adorable ―. Te ayudaré.
Tú le sonreíste y te arrimaste a besar sus labios con la misma dulzura que sus palabras habían desprendido.
―¿Será un mal momento para unas lecciones de piano? ―preguntó, mostrando esa tierna seguidilla de dientes blanquecinos.
Asentiste, ensanchando una mueca en tu rostro y apretando con suavidad ese lunar bajo su labio.
Jung-kook te dio su remera para que te la pongas mientras que él volvió a colocarse su camisa, sin molestarse en abotonarla. Juntos se fueron hacia la galería; él tomó asiento y comenzó a tocar las teclas con tus indicaciones.
―Recuerda separar bien los dedos.
―Aún no me acostumbro ―protestó, extendiendo el meñique, pero sin lograr dar con la tecla, arruinando la melodía.
Te llevaste una mano a la boca, conteniendo la risa, mientras que él agachó la cabeza, chistando con rabia.
―Sonó horrible. Estás reprobado. ―Lo molestaste.
Poco enterada estabas de que no debiste haber hecho eso. Él torció la cabeza, observándote con una sonrisa sagaz. La luz de la luna se colaba detrás de ti, permitiéndole ver tu silueta bajo su ropa holgada. Frunció la boca y volvió la vista al piano, pero no para continuar tocando, sino para bajar la tapa, cubriendo las teclas. Acto seguido se puso de pie, te levantó en brazos y te sentó en la parte superior del piano, sobre la tapa.
―¿Qué rayos haces?
―Intento subir mis notas ―dijo, deslizando su mano por tu muslo interno, mientras que, con la otra, solo con dos de sus dedos, haciendo presión sobre tu pecho te empujó con delicadeza hacia atrás para recostarte.
Recorrió con sus dedos, provocando que tus piernas cedieran por inercia, dejándolo avanzar. Masajeó tu zona erógena, casi rozándola con las yemas, causándote cosquilleos, excitación y fuertes exhalaciones. Y todo fue en aumento en cuanto introdujo dos de sus dedos en cámara lenta. Empezaste a contraerte cada vez más, separando tu columna del piano conforme los adentraba y los retiraba una y otra vez, estimulando al mismo tiempo tu clítoris.
―¿Lo estoy haciendo bien, profesora? ¿Debería separar más mis dedos? ―musitó, moviéndolos dentro de ti.
Te llevaste una mano a la boca, tratando de calmar tus gemidos, que eran casi gritos, debido al placer que generaba.
―Ah... seguro eras el mejor de tu clase, ¿verdad?
―No realmente. ―Rio entre dientes ―. Pero siempre me ha gustado hacer las cosas para un diez ―expuso con solidez, penetrando, curvando un poco los dedos y dando justo en el punto exacto, provocándote otro fuerte quejido.
Con ello, los retiró para dar paso a su boca, devorando aquellos labios ya empapados; lamiendo y relamiendo en el mismo sitio con rapidez. Hiciste tu cabeza hacia atrás; tu voz se agudizó más de lo normal y finalmente estallaste. Para cuando volvió sus ojos hacia ti, estabas hecha una ruina; tu pecho no paraba de subir y bajar; uno de tus brazos tendía sobre el piano, mientras que el otro reposaba sobre tu frente.
―¿Aprobé? ―preguntó divertido.
―Ah, JK... tienes un veinte ―suspiraste, levantando un poco la cabeza ―. Por el ingenio.
Te mostró una sonrisa llena de satisfacción, y un brillo especial se reflejó en sus ojos al escucharte llamarlo de esa manera. Te tomó de las manos y te ayudó a enderezarte. Te quedaste mirándolo, todavía suspirando agitada, tocaste su rostro con tus manos y acercaste tus labios, depositándolos sobre la comisura de los suyos, luego al otro extremo y en el tercer movimiento respondió, humedeciendo sus labios contra los tuyos, saboreándolos después. Los dos se miraron fijamente hasta que muy despacio, sin darte cuenta siquiera, los tuyos bajaron hasta su cuello, igual que lo hicieron tus manos, acariciando sus músculos, rozando su nuez de adán y sintiendo su palpitante pulso cerca de las venas.
―¿Quieres hacerlo?
Subiste la vista de inmediato, como si te hubieran atrapado haciendo algo no debido, sin terminar de vislumbrar a qué se estaba refiriendo exactamente.
―Quieres mi sangre, ¿no? ―dijo con un tono más firme.
―¿Te volviste loco? No. No. De ninguna maner...
―Vamos, lo necesitas ―insistió, agarrando tus manos.
―¿Y si no me controlo? ¿Y si te lastimo?
―Solo hay una manera de averiguarlo.
―Ay JK... ―suspiraste con pena ―. Yo no consumo sangre humana, lo sabes.
―Me encanta escucharte decir JK ―dijo, meneando la cabeza y apegando su frente contra la tuya, sintiéndose un poco excitado.
Surcó tu rostro con sus manos, levantándolo hacia él.
―Hazlo.
―Pero J...
―Muérdeme.
Bajaste del piano de un salto, quedándote frente a él.
―¿Estás seguro de esto?
―Lo estoy si tú lo estás.
―Es...Está bien. Aceptaré tu sangre.
Tus ojos comenzaron a ennegrecerse ante la presencia del hambre, la sed de sangre. Jung-kook ladeó un poco su cabeza y cerró los ojos, aceptando tu mordida, aunque fue más de lo que esperaba. Al segundo siguiente lo tenías contra la pared, a un lado de la entrada principal, degustando y bebiendo de su cuello como una criminal. Entre quejidos y jadeos, él se aferró a ti, tratando de resistir, pero estabas bebiendo demasiado en muy poco tiempo. Sus párpados caían y su tacto se aflojaba.
―J-Ji-eun. ―Te llamó, pero lejos estabas de reaccionar ―. ¡Ji-eun! ―gritó esta vez, logrando llegar a ti.
Te separaste de él, retrocediendo unos pasos; él se deslizó por la pared hasta quedarse sentado en el suelo, trémulo. Limpiaste las comisuras de tu boca, lamiendo la sangre de tus dedos y cerrando los ojos, saboreándola. Te resultaba tan exquisita, que sentías anhelo por más, incluso sin tener hambre. Respiraste profundo. Por primera vez sentías verdadera vitalidad en ti; podías oler, ver y sentir a los alrededores, sin embargo, hubo un sonido en particular que te hizo bajar de ese arrobamiento en un parpadeo: los latidos acelerados de Jung-kook.
―JK, ¿te encuentras bien? ―le hablaste, inclinándote frente a él y poniendo tu mano sobre su hombro.
―S-Sí... estoy bien. Solo un poco... mareado.
Era diferente ahora. Podías escuchar su suave y apenas perceptible respiración, como si estuviese pegada a tu oído; el bombeo de su corazón y el flujo de su sangre, corriendo por sus venas, miles de venas, por toda su anatomía. Cerraste los ojos un momento, tratando de controlarte. Él se hallaba débil ahora, por tu causa. No tenías fuerzas suficientes para cargar con todo su peso, así que pasaste su brazo detrás de tu cuello, lo alzaste y te lo llevaste de vuelta a tu habitación. Dejaste que se desplome sobre tu cama, y al otro extremo te acomodaste tú, abrazando su cintura.
― ¿De verdad estás bien?
―Sí. Me tomará un momento reponerme, ya verás. ―te tranquilizó, poniendo su mano sobre tu espalda.
Ensanchaste la esquina de tu boca a un lado con complacencia. Era un chico fuerte. Te mordiste el labio inferior con deseo y te deslizaste sobre él, tomando asiento sobre su cadera, reposando tus manos sobre su pecho desnudo, erizándole la piel y alterando su respiración con ese tacto helado.
―¿Qué haces?
―Bueno, pensaba recompensarte por tu... hospitalidad conmigo. ―murmuraste, acariciando su pecho y dejando caer lentamente tu cuerpo sobre el suyo ―. Quiero decir, si no estás muy cansado. ―Lo miraste, decayendo luego contra su rostro, apegando tu mejilla a la suya ―. Porque gracias a ti... yo me siento plena ahora ―mascullaste a su oído.
En cuanto te separaste un poco y sus miradas se encontraron nuevamente, descendiste hasta su boca, pero en el último instante hiciste su cabeza a un lado, y pasaste tu lengua sutilmente por su oreja, deleitándote con ese dulce suspiro que dejó escapar.
―Espero poder hacerte sentir tan bien como me hiciste sentir a mí hace un momento, JK.
Erguiste tu espalda y observaste sus manos sobre tus muslos. Subiste la mirada hacia él y sonreíste, levantando tu dedo y moviéndolo de un lado a otro, indicándole una negativa. Te inclinaste hasta la mesita de noche que estaba junto a la cama y abriste el pequeño cajón donde guardabas todas tus cintas y lazos que usabas para tu largo cabello. Anudaste uno de los extremos a su muñeca y él, aceptándolo y confiado de que ahora juntarías sus manos contra el cabecero de la cama, solo aguardó, aunque grande fue su sorpresa al sentir y ver luego que habías amarrado solo una de ese lado, y proseguiste con la otra, dejándola atada al otro extremo. Te percataste de esos adorables ojos saltones mirándote con incertidumbre, lo que provocó una sonrisa en tu rostro.
―Eres un chico muy travieso. Si dejara tus manos juntas seguro te soltarías con facilidad ―le dijiste, regalándole un beso en la mejilla ―. Y no queremos romper el encanto tan pronto, ¿verdad? ―añadiste, bajando por su cuello, besándolo y degustándolo con tu lengua, causándole pequeños cosquilleos y algún que otro suspiro.
Notaste cómo en tu último toque se agitó un poco más.
―Tranquilo, no voy a morderte... sin avisarte primero.
Pudiste sentir en ese momento sus fuertes exhalaciones y su corazón acelerarse terriblemente, por lo que te nació preguntarle:
―No estarás asustado, ¿o sí?
Él mantuvo los ojos cerrados, apretó los labios y movió la cabeza de un lado a otro, negando.
―Ya veo. Debe ser otra cosa entonces ―dijiste, sonriendo con picardía.
Descendiste con tu boca por su pecho, palpando con tu lengua y tus dientes esos músculos bien marcados hasta un poco más debajo de su ombligo. Desprendiste sus jeans y removiste las prendas, así como su calzado, y ahí lo tenías frente a ti, firme entre sus piernas, la razón tan silenciosa de su adrenalina. Apretaste tus labios contra tus dientes y procediste a quitarte su remera que todavía llevabas puesta, muy despacio, estirando tu cuerpo y tocándolo con tus manos, suspirando alto para que él pudiera apreciar el breve espectáculo. Al concluir dejaste la remera a un lado y, manteniendo contacto visual con él, tiraste de la cinta que llevabas, sosteniendo una parte de tu pelo, dejando que las mechas cayeran por los lados. La extendiste entre tus manos y luego bajaste tus ojos a aquella persistente erección y sin escatimar en segundos rodeaste la base de su falo, no sin antes medirlo con tus dedos, y lo amarraste con la presión adecuada.
―¿Q-Qué haces? ―preguntó un poco exaltado.
―Nada... todavía ―respondiste en un susurro, acariciando la punta de su pene con tu dedo, generando un breve movimiento y degustando ese profundo gemido que le causaste.
Acariciaste sus muslos internos con tus manos, ascendiendo por su pelvis, bajando a la vez con tu boca, dejando un húmedo recorrido por sus genitales, apoderándote después del tronco y excitándote cada vez más con todos esos dulces sonidos que dejaba escapar Jung-kook, curvándose inquieto; cerrando los puños, forcejeando contra las cintas que lo sujetaban, pero solo conseguía ajustar más los nudos. A continuación, subiste hasta el glande, tomándote tu tiempo con él, lamiéndolo muy despacio y, progresivamente, volviéndolo loco de atar. Ahogado en sus propios gemidos, apretando su cabeza contra la almohada varias veces; oprimiendo sus dedos en los puños y curvando los de sus pies. Lo habías empujado al límite, pero no podría terminar sin que tu removieras la cinta.
―J-J-Ji... por... por favor... te lo ruego. ―emitió entre espasmos, casi al borde de un sollozo.
Era la cuarta vez que te imploraba. Estaba hecho un auténtico desastre: bañado en sudor; con sus ojos cerrados, mojando sus labios con su lengua, mordiéndolos después. Su pecho no paraba de ascender y descender, y su corazón parecía que se le saldría del pecho. Y, aun así, con esa expresión de desfallecimiento en su rostro, se seguía viendo tan sensual y adorable como siempre. ¿Cómo podrías seguir ignorando sus súplicas? Te relamiste los labios y empujaste un poco con tu lengua en la parte baja de la punta, balanceando y provocándole un fuerte gemido.
―Por... por favor, Ji-eun. Ya déjame terminar.
Atendiendo a su nueva súplica, bajaste y desataste el nudo de la base con tus dientes, liberándolo de aquella placentera tortura de una vez. Pero nada estaba concretado todavía, por lo que lo asististe con un suave y estimulante masaje, usando tanto tu boca como tus manos hasta que, por fin, con un alarido potente, lo dejó salir todo. Te había encendido tanto su voz, que sin pausa alguna te montaste sobre él, acomodando su falo en el sitio correcto y enterrándolo de una sola vez dentro de ti. Con ese choque, y en conjunto esta vez, liberaron un fuerte gemido. Te agarraste del cabecero de la cama y empezaste a moverte, cruzando miradas con Jung-kook, mientras poco a poco se les escapaba el aire.
―Ji-eun-ah... desátame ―suspiró, entrecerrando sus ojos.
Extendiste tu mano hasta una de sus muñecas, tratando de desatarla, pero al haber tirado tanto de ellas, los nudos se habían apretado demasiado.
―Rayos. No puedo, JK.
―¿Có-Cómo que no pued...?
Detuvo el habla en ese momento puesto que no dejaste de moverte, no podías hacerlo ahora, estando tan cerca del orgasmo. Desconocías si era el caso de él también, pero de lo que estabas segura era de que lo estaba disfrutando, lo estabas enloqueciendo más y más. Bajaste tus manos, recorriendo su rostro y cuello, moviendo su cabello hacia atrás, despeinándolo. Hiciste presión una y otra vez tan rápido como te fue posible. Él te acompañó, y con la última embestidura los dos se asfixiaron aquel deleitante arrebato, dejando que todo fluyera. Tú, todavía perdida en ese frenesí, sentiste tus colmillos florecer.
―Ah, JK... quiero hacerlo ―suspiraste, arrimándote a su cuello ―. Vas a dejarme, ¿verdad? ―dijiste, dando una lamida sobre su húmeda piel.
Y sin darle chance de considerar tu pedido, clavaste tus colmillos, sirviéndote brevemente para luego caer rendida sobre su pecho, tratando de recobrar el aliento junto con él.
Fatigado, Jung-kook te miró y carraspeó un poco. No tenía fuerzas para articular palabra, por lo que giró sus pupilas hacia una de sus muñecas, moviéndola un poco. Comprendiste de inmediato, buscaste unas tijeras guardadas en el cajón de la mesita de noche al otro lado de la cama, y le devolviste por fin sus extremidades.
―Uy, te dejó marcas ―dijiste preocupada, sosteniendo sus manos y acariciando las muñecas con suavidad.
―No es nada, descuida. Fue divertido ―dijo, dejando ver una pequeña sonrisa en su rostro.
―No te asusté, ¿verdad?
―Bueno...
―Ay no... ¡Soy una idiota! Lo siento.
―Relájate. No es tu culpa.
―¿No lo es? ―Levantaste una ceja, teniendo en cuenta que poseías colmillos y te alimentabas de sangre de otros seres vivos.
―No. No sabía que eras tan... atrevida. Quiero decir, te quejabas por ir «amarrada» en el auto y ahora me saliste con esto...
Expresó aquello con un tono burlesco en su voz; te hizo sonreír.
―Pero definitivamente no fue como en el auto.
Y otra vez lo traía a colación de la nada, causándote risa. Pensabas que no te dejaría olvidarlo jamás, molestándote cada vez que pudiera, pero la realidad era que solo pretendía hacerte sentir mejor, y lo consiguió. Reposaste tu cabeza sobre su pecho, permitiéndole rodearte con sus brazos. Escuchaste cómo su corazón se volvía poco a poco calmo y apacible. No había necesidad de preguntarlo siquiera, sabías que él guardaría tu secreto, y el caos que tanto temías no ocurriría. ¿No es así?
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