Capítulo 7: La oculta verdad
Al volver a casa de la escuela, Connie se encontró con sus padres en la sala. Ambos la estaban esperando. Al principio, sus ojos se iluminaron en alegría al ver a su padre ahí, porque hace casi dos semanas que él se había ido de casa y no lo veía desde entonces. Sin embargo, rápidamente su alegría se transformó en sospecha.
—¿Qué ocurre? —preguntó con sus sentidos en alerta.
—Siéntate, por favor. Tenemos que conversar.
Connie obedeció a su padre, quien se encontraba de pie a un costado del gran sofá blanco. Rebecca estaba en el otro extremo, sentada en otro sillón y con un vaso de whisky en su mano, en pijama y desarreglada.
—Antes que todo, quiero que sepas que te amamos y que siempre fuiste y serás lo mejor que nos ha pasado en nuestras vidas —mencionó John con voz calmada.
La muchacha sintió su temperatura descender al intuir que, lo que fuera que estuviese pasando, tenía que ver con ella.
—Esto no es fácil para mí, hija. —John se acercó a ella para acariciarle la cabeza de una manera tierna—. Me encantaría llevarte conmigo, pero debes terminar la escuela primero. Además, acá tienes tus amistades y el cambio sería difícil para ti.
—¿Te irás de la casa? —Se apresuró Connie.
—No lo veas como un abandono, por favor. Medité mucho esto y creo que es lo mejor para todos.
—Ya díselo de una buena vez —reclamó Rebecca en un tono desagradable antes de beber otro poco de su trago.
John gruñó para sus adentros por aquella interrupción con tanta falta de sensibilidad.
—Como decía —continuó él—, acepté una nueva y gran oportunidad de trabajo, lo cual me tiene muy motivado. Es con lo que he soñado durante toda mi carrera... Pero es en Suecia.
Los ojos de la joven reflejaron temor.
—Tengo varias cosas que resolver allá, por lo que viajaré en tres días más —agregó John.
—No puedes dejarme aquí. ¡Te necesito! —Connie se levantó.
—Escúchame. Después, con mucho gusto te recibo allá, pero por ahora es mejor así. Yo sé que lo entenderás.
—Pero...
John se acercó a la oreja de su hija y le susurró que bajo su almohada le dejó un sobre con dinero.
Connie lo observó con ojos tristes. Ella no necesitaba dinero, lo necesitaba a él cerca. Su padre no podía marcharse tan lejos y dejarla sola con su mamá. ¡No! Él tenía que separarse, comprar otra casa en esa misma ciudad y pedirle que viva con él. ¡Eso era lo que él tenía que hacer!, reclamó para sus adentros porque estaba tan anonadada con la noticia que no pudo decir ninguna palabra más.
—Por favor, siéntate —pidió John—. Hay algo más que quiero que sepas.
—¿Más? —Ella no quiso sentarse.
—Esto es aún más difícil de decir, hija. Lamento que tengas que enterarte de esta manera, pero quiero que lo sepas de mi boca y en persona.
—¡John! —Rebecca se acercó a su esposo—. ¿Qué estás haciendo?
—No interrumpas —ordenó él, tratando de alejarse.
—Ya hablamos de esto —amenazó Rebecca.
—No te escucharé más. Voy a hacer lo que creo que es mejor, y creo que Connie tiene que saberlo lo antes posible.
—No te hagas el noble ahora. ¡Esto sólo lo haces para castigarme a mí! —gritó Rebecca.
—¡Ay, por favor! ¡Esto no tiene nada que ver contigo! Se trata de hacer lo correcto.
—¿De qué están hablando? —Se interpuso finalmente Connie.
—¡De nada! ¡Vete a tu habitación ahora mismo! —le ordenó Rebecca.
Connie la ignoró y miró fijamente a su padre.
—John, te lo ruego. Lo que estás pensando hacer es una terrible idea. Ya hablamos de eso —repitió Rebecca con voz temblorosa.
John se tomó una larga pausa, consiguiendo nada más que impacientar a ambas mujeres. Entretanto, Rebecca sintió que debía hacer algo. Si su esposo estaba tan decidido en contar la verdad, pues bien, tendría que interferir en su plan. Si eso se iba a hacer sería a su manera, se prometió ella.
La mujer se giró hacia su hija y soltó lo que su esposo no se atrevió a decir:
—¡Eres adoptada!
Tanto John como Connie miraron a la desaliñada mujer, ambos sintiendo diferentes emociones.
—Yo no puedo tener hijos y decidimos adoptar una bebita —continuó Rebecca.
Connie no reaccionó.
—Nunca quise que lo supieras —prosiguió con un tono maternal, uno que hace mucho tiempo no se le escuchaba—. Sólo era un mísero detalle. Siempre te sentí como mi propia hija, tan así que olvidé que nunca estuviste en mi vientre.
—Papá... dime que esto no es cierto. —Se giró a él, quien inmediatamente bajó la mirada al suelo.
Connie entendió que no era necesario insistir.
—¡Basta! No huirás como siempre. —Rebecca fue tras ella después de verla ir en dirección a la puerta, sin embargo, John tomó a Rebecca a tiempo, impidiéndole ir por su hija.
—¡Para mí ambos están muertos! —gritó Connie luego de cruzar el vestíbulo.
Con las lágrimas cayendo por sus mejillas, corrió sin rumbo alguno. Tan sólo corrió y corrió con la intensión de alejarse de ahí.
De lejos vio una parada de autobús y decidió ir a sentarse allá para protegerse de la lluvia que comenzó a caer.
«Eres adoptada», volvieron a cruzarse por su mente esas palabras. Ya no lloraba y tampoco sentía rabia. Sentía una sensación muy opuesta a esas dos; se sentía vacía.
Entendió por qué en los álbumes fotográficos no había registro de Rebecca embarazada. Entendió por qué no tenía hermanos y por qué sus rasgos físicos eran distintos a los de sus padres. «Eres idéntica a mi abuela», le decía Rebecca todo el tiempo y ella le creyó.
¿Cómo pudieron mantenerlo en secreto durante tanto tiempo? ¿Un mísero detalle? Algo así no se oculta de la persona que dicen amar, meditó.
Quizás muchas cosas habrían sido diferentes si ellos le hubieran dicho la verdad desde un principio. Así habría comprendido por qué desde siempre se ha sentido tan ajena al estilo de vida que lleva y al pensamiento que tienen sus padres, sus tíos y sus primos. Habría entendido por qué le ha costado tanto esfuerzo tratar de encajar ahí.
Concluyó que todos los adultos de su familia lo sabían y nunca nadie se lo dijo. Se llevó su mano a su pecho al sentir que la angustia comenzaba a generarle dolor físico en esa área.
Una parte de ella quería llorar y gritar lo más fuerte que pudiera, pero la conmoción en su mente seguía siendo la dominante y no le permitiría desahogarse.
Con ojos inexpresivos sacudió su cabeza. No pensaría más en ellos porque ya no tenía familia.
Se levantó y con suma calma emprendió su camino bajo la fuerte lluvia. Con cada paso que dio más intenso fue el deseo de callar los agobiantes pensamientos que se cruzaron por su cabeza.
******
Golpeó dos veces la madera de la puerta frente a ella. Ya era de noche, pero se veía luz desde adentro. Golpeó la puerta una tercera vez, sin saber exactamente qué tan tarde era o cuánto tiempo le tomó llegar hasta allí.
Jake abrió la puerta, quedando estupefacto al verla completamente empapada.
—¿Connie? ¿Qué estás haciendo acá?
Ella no supo qué responder. No esperaba encontrarlo ahí porque esa era la casa de la familia Myers.
El chico mayor la invitó a pasar, reflejando en su rostro nada más que preocupación y curiosidad. No tardó mucho en darse cuenta de que no obtendría nada de ella, porque ignoraba sus preguntas y sus intentos por ayudarla; ella tan sólo recorrió la sala con sus ojos, dando uno que otro paso sin sentido.
—Dylan está arriba, ¿verdad? —preguntó Connie.
Jake asintió con reproche.
La chica subió los escalones con la misma lentitud con la que caminó hasta acá. Entró al cuarto de Dylan y lo vio durmiendo plácidamente. Sentada al filo de la cama, comenzó a mover al chico por el brazo, llamándolo por su nombre para que dejara de lado el sueño.
Entre quejas, Dylan abrió los ojos de forma gradual. Le tomó tiempo darse cuenta de que era Connie quien lo despertó.
—¿Qué haces aquí? ¿Cómo entraste? —Prendió su lamparita y luego se apoyó sobre su brazo para quedar más cercano a ella.
Dylan tardó un poco en enfocar su vista, y para cuando lo hizo se llevó una gran sorpresa. Saltó de la cama al darse cuenta de que la chica estaba empapada de pies a cabeza.
—¿Qué te pasó? ¿Por qué estás así? —preguntó él.
—Necesito coca. Dime que tienes, por favor.
«No otra vez», pensó él inmediatamente.
—¿Qué te pasó? —insistió él.
No hubo respuesta.
—¿Discutiste con tu mamá?
De nuevo, ninguna respuesta.
—¿Te hizo algo?
Silencio.
Dylan suspiró frustrado al verla caminando hacia el estante en donde guardaba el cofre con su droga.
—Está aquí, ¿cierto? —preguntó ella con el cofre entre sus manos.
A él no le quedó otra opción más que asentir.
Mientras ella se entretenía con la droga, Dylan fue a su closet a buscar ropa para prestarle. Cogió un pantalón color gris, una camiseta de algodón con estampado y una de sus toallas. Retornó hacia ella, quien se encontraba al lado del mueble aspirando la droga por su nariz.
—Aquí tienes, para que te cambies —le indicó.
Connie lo observó. Recibió la ropa y con la mirada le pidió que la acompañara.
Él no estaba de ánimo para hacerlo. En su lugar, volvió a sentarse al borde de su cama. Unos segundos después la vio inclinarse para aspirar más cocaína. ¿Cuántas líneas llevaba ya? ¿No se le estará pasando la mano?, se preguntó.
—Connie... —la llamó con voz grave—. Cámbiate esa ropa mojada o te vas a enfermar.
Ella bufó al oírlo, como si eso le importara. Dejó la droga de lado y caminó hacia el chico para entregarle la ropa que él acababa de pasarle, la que Dylan recibió confundido. Ella retrocedió un paso y comenzó a desvestirse ante la atenta mirada de su compañero.
Dylan tragó saliva al contemplarla desnuda una vez más, aunque esa vez era diferente: ella tenía el cabello mojado, su piel estaba húmeda y erizada, y su hermosa silueta contrastaba con la tenue luz del exterior que penetraba por las cortinas junto con la luz de su lamparita. La observó meticulosamente, de pies a cabeza. Se veía tentadora. No opuso resistencia alguna cuando ella se sentó sobre su regazo y empezó a besarlo.
Esa vez el sexo fue diferente. Ella insistió una y otra vez en no parar. No quería detenerse porque no quería pensar en su vida y en cómo se había desmoronado.
A diferencia de la vez anterior, Connie no se guardó nada; gimió y gritó sin importarle nada más que las ganas de apagar su mente. Dylan intentó, en más de una oportunidad, hacerla callar colocando su mano sobre su boca, consiguiendo silenciarla sólo por unos minutos.
Los otros dos chicos que se encontraban durmiendo en la casa no tardaron en enterarse de lo que estaba pasando en esa habitación. Matt no aguantó mucho; agarró lo primero que encontró y salió de la casa, a eso de las tres de la madrugada.
Jake, en cambio, después de escuchar los pasos de Matt por el pasillo y por la escalera, se levantó esperando encontrarlo en el primer piso. Menuda sorpresa se llevó al darse cuenta de que él se había marchado.
Y el bullicio volvía a hacerse presente. A Jake no le quedó de otra que colocar un disco proveniente de la colección de los señores Myers e intentar dormir un poco más sobre el sofá.
******
Dylan yacía acostado, boca arriba y con su cabeza a los pies de la cama. Miró su reloj despertador, notando que faltaban quince minutos para que comenzara a sonar, indicándole que debía levantarse para ir a la escuela. Retornó su mirada al techo después de esbozar una sonrisa burlesca, sintiendo cómo su corazón lentamente volvía a un latido normal.
Sintió el cuerpo cálido de la chica pegarse a su lado. Luego sintió un cosquilleo en su cuello, ocasionado por los labios de la muchacha.
—Ya basta —pidió él, aún agitado producto de su último encuentro—. Ha sido demasiado... Rompí mi récord.
Cuando la chica comenzó a besar su pecho, él se incorporó para apartarla. En ese mismo instante, el despertador empezó a sonar y estiró su brazo para apagar el bullicioso aparato. Se sentó al borde de su cama y observó cómo sus colchas yacían desparramadas en el suelo junto con los cojines y la almohada.
—Iré por algo para beber —le informó a la muchacha, que lo observaba con la mirada pérdida.
Dylan se colocó su ropa interior, un pantalón y fue hacia la puerta.
—No me dejes —rogó ella en murmuro que sonó desesperado.
—No tardaré.
Con sus piernas levemente entumecidas, él se dirigió al baño. Minutos más tarde bajó al primer piso.
—Buenos días —saludó a Jake en la entrada de la cocina. Un gran bostezo le siguió a sus palabras.
Jake lo observó con ojos críticos; su amigo estaba despeinado, con los ojos rojos y traía algunas marcas coloradas en su torso descubierto.
—Menudo escándalo que tenían anoche —soltó Jake con su típico tono reprochable.
Dylan no le contestó porque sus ojos se distrajeron en toda la comida que había sobre la mesa; Jake había preparado un desayuno completo, muy variado y bonito a la vista. Se le hizo agua a la boca.
El tatuado muchacho se olvidó de su enfado por un breve momento y lo invitó a sentarse. Dylan no supo por dónde comenzar. Atacó primero el jugo de naranja porque estaba sediento, luego se devoró las tostadas.
—¿Te contó Connie qué le ocurrió? —preguntó Jake sentado frente a su amigo, viéndolo cómo prácticamente se atragantaba con los waffles—. ¿Te dijo por qué caminó de noche y bajo la lluvia sólo para venir hasta acá?
—No, pero ella está bien.
—¿De verdad eso crees? ¿No viste en las condiciones que llegó? Algo le pasó, algo malo, por eso caminó hasta acá. De todas las personas a las que pudo acudir; algún familiar, compañero de clase, o incluso a su mejor amiga, prefirió caminar una gran distancia bajo la lluvia sólo para venir a verte. ¿No se te ocurre por qué?
Dylan negó con la cabeza porque tenía comida en la boca. Después de tragar dijo:
—Todo está bien, Jake. No te preocupes.
—Terminará enamorándose de ti.
—No lo creo.
—Si es que aún no lo está —continuó Jake.
El chico joven se encogió de hombros y continuó devorando la comida. Jake se hartó de su indiferencia y con fuerza golpeó la mesa con su mano empuñada.
—¿Cómo puedes ser tan insensible? —gritó—. Te importa una mierda sus sentimientos o si termina lastimada. ¡Podrías haberle preguntado qué le pasaba antes de tirarte encima de ella como un vil puerco!
—¡Oye! —Dylan se levantó de un salto y su silla cayó de espaldas al suelo—. ¡No voy a aguantar que me hables así!
—¿Qué acaso estoy equivocado? —Jake también se levantó—. ¡Ella está mal y tú te aprovechas para cogértela!
Dylan se aguantó las ganas de golpearle la cara. Lo más seguro era que Jake le hubiera devuelto el golpe y hubiera sido él quien terminase peor. No fue el miedo lo que lo detuvo, sino el hecho de saber que no valía la pena.
Le gritó que se fuera a la mierda y salió de ahí furibundo. Lo habían comparado con un abusador. ¡Qué absurdo! Y qué equivocado estaba Jake, meditó.
Volvió a su cuarto y lo que encontró ahí lo hizo olvidar todo lo sucedido recientemente en la cocina.
Descubrió a la chica acostada en el suelo, desnuda, con algo de cocaína esparcida junto a ella y con sangre proveniente de su nariz. Rodeó su rostro y buscó alguna señal que le indicase signos de vida. Notó que ella pestañeaba con lentitud, su cuerpo ardía y parecía como si le costara trabajo respirar.
—Connie... Connie, dime algo —rogó tratando de mantener la calma.
No sabía qué hacer. ¿Debía llamar a una ambulancia?, pensó desesperado.
—Oh, Dios, ¿qué hiciste?
Ella comenzó a llorar y Dylan sintió así que eso sólo era un mal susto.
—Tranquila, te pondrás bien. —Corrió el cabello del rostro de la chica y acarició su mejilla.
La tomó en brazos y la acostó en su cama. Agarró la sábana y le limpió la nariz para luego taparla hasta los hombros. Escuchó un leve murmullo salir de la boca de la chica antes de que el llanto se volviera más fuerte. Se acercó a su rostro y con gentileza secó sus lágrimas.
—Soy adoptada —repitió ella en otro murmullo, uno que él sí escuchó—. Ella lo confesó. Soy adoptada.
Dylan quedó pasmado. Eso era precisamente lo que su amigo mayor le advirtió minutos atrás.
Sin tiempo que perder, se acostó a su lado y la abrazó contra su pecho. Le dijo frases dulces para tratar de calmarla mientras acariciaba su cabeza.
La chica comenzó a temblar y entre sollozos le preguntó si se quedaría con ella.
—Es una promesa —respondió él.
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♫ A Perfect Circle - The Package
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