Capítulo 38: Tocar fondo
En la sesión del lunes, Connie le contó a su psiquiatra sobre el episodio en la playa y el que experimentó esa última noche del viaje. Edwin le mencionó que tener recaídas durante el tratamiento era completamente normal. Le explicó que ella notaría avance al sentir que esas recaídas eran menos intensas que antes de empezar su tratamiento, que es lo que Connie sintió en la playa, no así en la noche de la fogata.
Aquello no dejó muy conforme a la muchacha. Adicionalmente, durante la sesión, se molestó con Edwin por dos razones: la primera, porque él quiso indagar sobre el motivo que la llevó a meterse al mar, vestida y sin compañía. Ella evitó entrar en ese tema porque no lo consideró relevante, de hecho, la única razón por la que le contó eso fue porque Dylan se lo pidió. No entendía por qué el rubio y Edwin estaban tan interesados en ese tema, ¿acaso veían algo que ella no?
Y la segunda razón fue porque Edwin se negó a subirle la dosis de la medicación, que es lo que ella esperaba de la sesión.
La tarde siguiente, al llegar a su casa de la escuela, fue de inmediato a su cuarto a dormir. Estaba muy cansada como para hacer algo diferente. Además, Dylan iba a conversar con Kimberly para terminar con su acuerdo de la mejor forma posible, y más tarde él tendría ensayo con la banda, porque el viernes tendrían que tocar en el Bar.
Despertó casi tres horas más tarde a causa del llamado de su madre, ubicada en la entrada de su pieza.
—¿Por qué estás en cama? —la cuestionó Rebecca—. ¿Estás enferma otra vez?
—Necesitaba descansar.
—¿De qué? Pudiste haber preparado la cena antes de venir a dormir.
Connie bufó y se sentó al borde la cama, dándole la espalda.
—Bajaré pronto y cocinaré algo rápido —dijo ella, por encima de su hombro.
—Bien. Yo iré a tomar una ducha, pero antes quiero contarte algo. —Hizo una pausa, esperando algo que nunca ocurrió, por lo que tuvo que pedirlo—: ¿Podrías siquiera mirarme cuando te hablo?
La chica se levantó y miró a su madre a la cara con fastidio.
—Hablé con John y él está de acuerdo, así que no quiero ningún escándalo de tu parte —advirtió Rebecca con sus palmas juntas a la altura de su pecho—. Voy a vender esta casa.
—¿Qué?
—Es una casa muy grande para las dos y ese dinero nos será más útil. Nos vamos a mudar con Eric. Él vive solo y en esta misma ciudad, por lo que no tendrías que cambiarte de escuela ni...
—¿Vas a vivir con un hombre que acabas de conocer?
—Él es mi pareja y es un buen hombre —corrigió con firmeza—. Sé que te agradará.
—¿Él sabe que le fuiste infiel a mi papá?
Rebecca no contestó.
—¿Sabe de tu alcoholismo? ¿Acaso sabe que me fui de casa y viví meses lejos de ti? ¿¡Le has contado algo sobre eso!?
—Las parejas no necesitan saber todo de tu pasado. Lo entenderás cuando encuentres a un buen partido, al igual como lo hice yo.
—¿Un buen partido? ¿Tan fría eres? Ni siquiera lo amas, ¿no es cierto? ¡Jamás has querido a nadie más que a ti misma!
—Bien, te dejaré sola para que te tranquilices. No sé por qué me estás atacando de esa manera. No me lo merezco. —Dio media vuelta.
—Menos mal no puedes tener hijos —soltó antes de que su madre cruzara la puerta. Cuando la vio girarse, añadió—: Y no sabes cuánto agradezco no estar ligada a ti en sangre.
A Rebecca se le humedecieron los ojos. En silencio salió de ahí a encerrarse a su cuarto.
Connie bajó a preparar la cena, la que terminó intacta y en la nevera porque ninguna de las dos comió esa noche.
******
Era el segundo día que Connie no se tomaba su medicación. Tampoco estaba muy convencida de asistir a su cita con Edwin mañana jueves. Lo único que habitaba en su mente era que le debía una disculpa a su madre, pese a que seguía molesta con ella por tomar una decisión así de drástica sin consultarlo con ella.
Sentada frente a su computadora, notó que un mensaje llegó a su celular: «¿Quieres ir a pasear al parque?». Una sonrisa se dibujó en su rostro tan pronto lo leyó, pues se trataba de Dylan.
No estaba de ánimo para salir, además, Rebecca llegaría en cualquier momento, sin embargo, aceptó de todas formas porque lo extrañaba y hablar con él siempre le ha hecho bien.
Le respondió que en treinta minutos más podría estar allá.
Otro mensaje llegó: «Sal ahora».
Ella miró confundida el aparato entre sus manos antes de escuchar un bocinazo, lo que provocó que el ritmo cardíaco de su corazón se elevara. Agarró sus llaves, su chaqueta y bajó corriendo a abrir la puerta.
—¡Sorpresa! —exclamó Dylan con una radiante sonrisa cuando la vio.
A diferencia de él, Connie no pudo sentir nada más que terror porque temía que Rebecca lo viera.
Le ordenó al chico que debían irse lo antes posible. Abrió la puerta del copiloto y encontró una rosa roja en el asiento. La tomó, se sentó y cerró la puerta con velocidad.
Dylan se introdujo al vehículo y le entregó una confusa expresión.
—¡Vamos! Tenemos que irnos —ordenó ella.
Él arrancó el auto después de resoplar frustrado. Aparcó su vehículo unas calles más allá y miró a la chica con seriedad.
—¿Me quieres explicar qué fue todo eso?
—Lo lamento —dijo ella, mirando la rosa que sostenía con su mano, la que tenía apoyada sobre su regazo—. Pero Rebecca iba a llegar del trabajo y...
—¿Te avergüenzas de mí?
—No, por supuesto que no. —Lo miró a los ojos.
—Entonces, ¿por qué arrancamos? —Se tomó un tiempo antes de deducir—: No le has contado sobre mí, ¿no es cierto?
Connie bajó la mirada.
—Voy a salir un rato —avisó él después de sepultar su rabia con desplante.
Connie lo vio bajarse, cerrar la puerta y caminar hasta la parte delantera de su auto, donde terminó por apoyarse, dándole la espalda. Ella bajó su mirada a la rosa entre sus manos y la comenzó a girar, de izquierda a derecha. Permaneció así por bastante tiempo, ensimismada en sus oscuros pensamientos, esos mismos que le insistían en que era mejor rendirse.
Levantó la mirada y notó que Dylan seguía en la misma posición de hace un rato. Le dolía mucho verlo así y todo por su culpa. Odiaba esa sensación que empezaba a sentir cada vez que él se molestaba con ella.
Sin esperar más, fue hasta su encuentro.
—Lo lamento, Dylan —dijo una vez que se paró a su lado—. ¿Qué más necesitas escuchar de mí?
Él la observó sin decir nada.
—Aún no somos novios y ya me estás haciendo sentir como si fuera la peor novia del mundo.
Dylan resopló y desvió su mirada hacia el frente.
—Ayer tuve una horrible discusión con mi madre... Así que discúlpame por no decirle sobre lo nuestro todavía, pero tengo mi cabeza en otros asuntos.
Ella notó que sus palabras lo enfurecieron incluso más. Tenía que tranquilizarlo o todo iba a terminar mal.
—Dylan, todo esto ha sido muy difícil para mí. —Posó su mano sobre la de él, la que se encontraba empuñada—. Volver a confiar en alguien después de todo lo que me ha pasado ha sido lo más difícil que he tenido que hacer... pero me abrí a ti. Te expuse todos mis temores y te mostré todas mis cicatrices. —Humedeció sus labios antes de continuar—: Esa es mi patética forma de demostrar que estoy intentando que lo nuestro funcione. Desearía que fuera distinto y poder darte más, porque sé que te mereces algo mejor que yo.
—No, corazón, no digas esas cosas. —La abrazó instintivamente luego de sentir su pecho desgarrándose—. Tú eres mi canción favorita y te quiero escuchar por siempre, pero no diciendo cosas como esas, ¿de acuerdo?
—¿Soy tu qué? —logró decir al ahogar los sollozos.
—Mi canción favorita —dijo él como si fuera algo obvio y muy simple de entender—. Eres impredecible... Diferente a todo lo que haya escuchado. Con altos potentes y bajos que son capaces de conmover cada fibra de mi cuerpo. —Le sonrió—. Así eres tú. Me vuelas la cabeza. Me dejas intrigado y con unas ganas locas de aprenderme de memoria cada acorde tuyo.
A ella se le iluminó el rostro con una sonrisa, sintiendo, a su vez, una palpitación extraña en su pecho, una que se sintió fuerte y agradable.
—¿Cada acorde mío? —preguntó ella con ojos que destilaron curiosidad—. ¿Qué vendría siendo eso?
—Bueno... eso lo dejo a tu imaginación. —Esbozó media sonrisa.
El celular de Connie comenzó a sonar, interrumpiendo el magnetismo imaginario que irradiaron sus miradas en ese instante. La llamada era de Rebecca, quien quería saber sobre el paradero de su hija.
Dylan notó que la expresión de la chica cambió drásticamente una vez que cortó la llamada.
—Sé que esto no me incumbe, pero creo que deberías considerar la idea de volver a vivir con Jake —recomendó él.
Ella no le contestó. Sabía que seguir huyendo no iba a solucionar nada. Lo que ella tenía que hacer era enfrentar a Rebecca y perdonarla por todo, pero honestamente no tenía fuerzas para hacer lo uno ni lo otro. A veces sólo quería rendirse y dejar que sus demonios tomaran todo el control.
—Ahora tenemos que ensayar, si quieres puedes venir conmigo y así podrías hablar con Jake —insistió Dylan.
Connie asintió, sintiéndose contagiada por el optimismo que emanaba él desde su mirada.
******
Un aura nostálgica la invadió una vez que entró a su antigua habitación, en la casa de Jake. Muchas de sus cosas seguían ahí, lo que la hizo sentir mal por no haberse dado el tiempo de ir por ellas en los últimos dos meses.
Se acostó en la cama, en posición fetal. Quería llorar. Quería gritar o romper alguna cosa. Quería sentir algo, lo que fuese. No le agradaba ese sentimiento de vacío. No le agradaba tener que recurrir a un objeto cortante para lograr sentir alivio. Estaba cansada de eso.
¿Y si mejor recurría a las drogas?, se preguntó. No solucionarían nada, pero podría sentir algo; un cosquilleo, una alucinación o incluso una molestia estomacal que pudiese hacerla vomitar. Cualquier cosa en esos momentos le podría servir.
Levantó un poco su sudadera y empezó a pellizcarse la piel sobre su cadera.
Había lastimado a su madre. Y cuando le contase todo lo que le ocultaba, la iba a decepcionar incluso más. Al igual como estaba decepcionando a Dylan que, aunque la amase y le dijera que a su lado era feliz, sabía que no podía cumplir con sus expectativas porque seguía siendo presa del miedo.
Se sentó al borde de la cama. Inhaló y exhaló unas tres veces antes de levantarse.
Eran pasadas las diez de la noche cuando bajó por la escalera. Escuchó música desde el garaje y eso la fastidió. Pensó que para esa hora el ensayo ya se habría acabado.
Salió de la casa y se encontró a Matt, sentado en el peldaño de cemento frente a la puerta, fumando un cigarro. Lo observó confundida y él se levantó, entregándole una expresión de sorpresa. Ella quiso preguntarle qué hacía ahí y por qué no estaba ensayando con el resto. Sin embargo, su pregunta final fue otra:
—¿Extrañas la heroína?
Matt la observó en silencio por varios segundos antes de asentir.
—¿Y cómo haces para mantenerte sobrio? —Bajó el escalón para quedar al mismo nivel de suelo que él—. Digo, cuando tienes un mal día, ¿en qué piensas cuando ese deseo te invade?
—Comienzo a recordar el infierno en el que vivía. —Volvió a sentarse y ella se sentó a su lado—. Tengo muy marcado dentro de mí ese sentimiento que experimenté cuando toqué fondo... Lo recuerdo tan bien, que no quiero volver a pasar por eso de nuevo y arruinar lo que tengo ahora. —Apagó su cigarro—. Me convenzo de que no vale la pena por una inyección más.
—Pero... ¿Qué haces entonces? Cuando sientes que ya no puedes más y quieres un escape. Yo sé que tú entiendes lo que digo. Eres el único que conozco que debe entender a lo que me refiero.
Matt se tomó una pausa para estudiarla un momento.
—Si estás pensando lo que yo creo que estás pensando: no lo hagas —advirtió él—. No vale la pena. Créeme.
Ella apartó la mirada.
—Aunque entiendo a lo que te refieres, no puedo responder tu pregunta —mencionó él, rompiendo el silencio que se había formado—. Porque ahora tengo a Rachel a mi lado y esas ganas de escapar no las he sentido desde que estoy con ella. Cuando tengo un mal día sólo veo su rostro y se me pasa.
Connie le sonrió. Luego su expresión retornó a la seriedad y bajó la mirada a sus pies.
—Supongo que aún no he tocado mi fondo.
—No se supone que tengas que hacerlo —se apresuró en contradecirla, en un tono que sonó sobre protector.
Se miraron.
Connie se levantó, agradeciéndole el tiempo que se tomó para conversar con ella.
Abrió la puerta para retornar a la casa y vio a Dylan aproximándose. Lo vio detenerse de golpe, bajar la mirada hacia Matt y luego retornarla a ella. En ese segundo que sus miradas volvieron a toparse, ella percibió nada más que desilusión en sus ojos. Caminó hacia él al mismo instante en que Matt, a espaldas suyas, se levantaba y se hacía a un lado.
Dylan la esquivó y siguió derecho hasta salir de la casa. Connie se quedó quieta en el vestíbulo, mientras que Matt entraba por sus cosas.
Ella tomó aire y salió tras el muchacho rubio, que para ese entonces se ubicaba a unos pasos de su auto.
—Dylan, aguarda. No te pongas así.
Él abrió la cajuela con la intención de guardar allí su guitarra.
—Sólo estábamos hablando —continuó ella.
—Perfecto. Me iré para que puedas seguir hablando con él.
—¿Qué? —Lo miró atónita—. ¿En serio quieres tener esta conversación de nuevo?
Dylan cerró la cajuela con fuerza antes de voltearse a otra dirección. Miró al cielo y respiró profundamente, esperando así poder despejar la nubosidad que lo invadió hace un minuto producto de los celos.
—¿Por qué te pones así? —cuestionó ella—. ¿No se supone que ustedes dos ya conversaron?
—¿De qué hablas? —Se volteó a mirarla con fastidio—. Connie, ¿es en serio? Te pedí que no le hablaras, ¡y es lo primero que haces cuando lo tienes cerca!
—No pienso discutir por esto de nuevo. —Su postura se tornó rígida.
—No me gusta verte con él, ¿de acuerdo? ¿Por qué es tan difícil para ti entender eso? ¡No me gusta verte con él!
—Pero yo no estoy con él, Dylan, estoy contigo.
—La verdad es que tengo muchas dudas sobre eso. No veo que haya espacio para mí en tus asuntos. —Eso último se lo tenía guardado desde la discusión anterior.
—Dylan, no... —Su voz se quebró—. Ya te expliqué eso.
Él la observó en silencio, analizando de pronto y de forma veloz todas las veces en las que se ha sentido en un segundo plano ante las decisiones de ella.
—¿Alguna vez vas a escogerme a mí? —preguntó él.
La chica sintió sus palabras como una puñalada en el pecho. No respondió.
—Lo siento, pero... Esto no está funcionando para mí —continuó Dylan—. Necesito un tiempo.
Connie lo vio subir al auto y marcharse sin siquiera mirarla. Se quedó ahí, de pie y petrificada hasta que escuchó la voz de Jake a sus espaldas.
—¿Y Dylan? ¿Se fue? Pensé que querían hablar conmi... —Se paró frente a la chica, notando sus lágrimas—. ¿Qué pasó? ¿Discutieron?
Jake la abrazó y lo próximo que escuchó fue el llanto descontrolado de ella. A él se le partía el corazón al verla así, porque la quería como si fuese su hermana menor.
—Le voy a partir la cara —amenazó él.
—No, es mi culpa... Todo es mi culpa.
—Ven, entremos. —La miró con dulzura—. Te prepararé un té.
Ella se acostó en su antigua habitación después de pedirle a Jake que, por favor, la acompañara hasta que se durmiera. No quería estar sola. Le temía demasiado a sus pensamientos en situaciones como esas.
Se topó con Jake en la cocina a la mañana siguiente. Con sus ojos hinchados de tanto llorar en el baño le preguntó, de pie en la entrada, si podía llevarla a su casa.
—Con gusto te llevaré hasta allá. —Jake le entregó una sonrisa, sentado alrededor de la mesa y sosteniendo su taza de café—. Ven, siéntate a comer. Tengo servida tu porción —indicó el puesto al lado suyo.
Ella bajó la mirada.
—He estado tratando de ubicar a Dylan, pero tiene el celular apagado —soltó él de forma repentina—. Eso me da a entender que fue una pelea grande.
—No... o sea. —Dejó escapar un suspiro y se sentó en el puesto que le indicaron hace un rato—. No fue una pelea. Él sólo está aburrido de mí.
—Es broma, ¿cierto? —Levantó una de sus cejas—. Ese chico viene escuchando los mismos discos desde que tiene... ¿Cuánto? ¿Doce años? Quizás menos. Él siempre se ha quedado más tiempo tocando su guitarra después de haber terminado de ensayar. No sabes cuántas veces tuve que echarlo de mi casa para ir a acostarme tranquilo. Cuando a Dylan de verdad le gusta algo, no se aburre de eso. Así que me tienes que dar otra razón, porque no te creo eso que me acabas de decir.
—Da igual. Es mejor así —dijo con lágrimas en sus ojos—. Lo que pasó es lo mejor que pudo haber pasado. Él se merece a alguien mejor que yo, Jake. Necesito resolver otras cosas antes o lo seguiré lastimando... y no lo quiero lastimar más.
—¿Pero? —inquirió, observándola con interés—. Porque hay un «pero» en tu historia, ¿cierto?
Ella sintió un nudo en su garganta y un revoltijo en su estómago, impidiéndole contestar.
—Pero no lo quieres dejar ir, ¿no es así? —continuó Jake, casi leyéndole la mente.
—Él es lo mejor que me ha pasado en la vida.
Jake le acarició el brazo, esbozando una sonrisa triunfal.
—No sé qué hacer —confesó ella en un murmullo.
—Querida mía, lo que tienes que hacer es seguir a tu corazón. ¿Recuerdas que te hablé de eso? Tu cabeza está llena de dudas y eso es normal. Créeme que la decisión correcta siempre, siempre, será la que tu corazón dice.
******
En casa se encontró con una nota de Rebecca, avisando que no llegaría a dormir. Suspiró audiblemente antes de dirigirse a su pieza.
Con la mirada fija en el techo, recostada sobre su cama, comenzó a pensar en su relación con Dylan.
Tanta tranquilidad y silencio no la alteró en lo más mínimo, por suerte. Eso se debió a que toda la bulla estaba en su cabeza.
Se levantó por su reproductor de mp3 y retornó a la cama. Escuchó varias de sus canciones favoritas, las que no le dijeron nada; se mezclaron con la bulla en su cabeza como si fueran agua con azúcar.
Seleccionó otra canción en particular, una de la banda Coldplay.
Su pecho reaccionó tan pronto escuchó la introducción y las primeras estrofas. Sintió cada vello de sus brazos erizarse y las lágrimas empezaron a formarse en sus ojos, las que no eran de tristeza.
La canción que escuchaba era especial para ella porque sentía que era la única capaz de derrumbar sus creencias y ayudarla a revelar sus sentimientos. La dejó en repeat y se levantó con destino a su escritorio.
Tomó un cuaderno junto con un lápiz y empezó a escribir todo lo que sentía, sin dejar de escuchar la canción. Detuvo la escritura en el mismo momento en que se sintió lista para aceptarlo.
No tenía que pensar en nada más; iba a seguir el consejo de Jake.
Agarró sus cosas y emprendió rumbo a la casa de los Myers después de varios intentos fallidos por comunicarse con Dylan.
Tomó una gran bocanada de aire antes de golpear la puerta. El auto del chico estaba estacionado en la calle, lo que la hizo suponer que lo vería pronto. Tremenda fue su sorpresa al ver que quien le abrió la puerta no fue la dueña de casa, sino que Mandy, la vecina de la que Dylan le habló hace unos días.
—¿Sí? —la cuestionó Mandy con impaciencia. Ella traía su pelo recién teñido, haciéndolo lucir de un rojo fuerte.
—Hum... ¿Está Dylan? —dijo después de notar que sobre la mesa de la sala se hallaba Ryan, coloreando unos dibujos.
—No.
—¿Y sus padres?
—Tampoco.
Connie sintió sus manos sudar. Las ásperas respuestas que estaba consiguiendo, sumado a la irritada mirada de Mandy, la pusieron nerviosa.
—¿Sabes dónde puede estar Dylan? ¿O a qué hora irá a llegar?
—No, no tengo idea. Disculpa, pero estoy trabajando, así que no puedo atenderte por más tiempo. —Cerró la puerta de golpe.
Connie pestañeó abrumada, con la puerta casi rozándole la nariz. Se giró hacia la calle, sintiendo una mezcla entre furia y desconcierto total.
—Vaya perra —murmuró por lo bajo.
Caminó hasta el auto de Dylan y lo inspeccionó, sin saber muy bien qué buscaba. Suspiró frustrada viendo su reflejo en el cristal del copiloto. Sacó su celular e intentó comunicarse con él una vez más, sin conseguirlo.
—¿Dónde estás, Dylan? —le habló al aparato entre sus manos.
Llamó a Brad y luego a Jake, quienes tampoco sabían del paradero de su amigo, y de paso, este último le comentó que no habría ensayo esa tarde.
Miró hacia su izquierda y luego a su derecha, sin saber a dónde dirigirse. Era realmente frustrante. La opción de quedarse a esperar, sin tener total certeza de que él fuese a llegar, no la convencía del todo.
Decidió volver a insistir y golpeó la puerta de la casa. Mandy le abrió, luciendo más fastidiada que anteriormente, sin embargo, Connie no se inmutó.
—Escucha, de verdad necesito hablar con Dylan. Puedes decirme dónde está o lo que sepas que pueda ayudarme, por favor.
Mandy suspiró. Al parecer algo en ella se ablandó, supuso Connie, porque su mirada se relajó.
—Su madre fue esta mañana a pedirme que fuera por Ryan al jardín y que lo cuidara unas horas. Dijo que Dylan acompañaría a su padre al trabajo y que ella estaría ocupada todo el día —respondió Mandy—. Eso es todo lo que sé.
Connie asintió. Le agradeció y dio media vuelta.
—Tú eres su nuevo juguete, ¿cierto? —dijo Mandy a espaldas de Connie. Esperó tenerla de frente para continuar—: Te hará a ti lo mismo que me hizo a mí.
Connie no fue capaz de responder.
—Toma mi consejo: no te ilusiones mucho y disfruta del sexo.
—¿Tú...? ¿Y él...? —Connie no pudo formular la pregunta.
—Cogemos todos los meses desde hace casi dos años. Por eso te lo digo. Lo conozco mejor.
Una sensación de vacío invadió a Connie después de ver la puerta cerrarse tras el ingreso de Mandy a la casa. Su corazón se alborotó y su pecho comenzó a expandirse y contraerse en cosa de segundos.
Empezó a caminar por la vereda al presentir que la observaban desde la ventana.
—Ella miente... Está despechada y por eso miente —dijo en voz alta mientras se dirigía al centro de la ciudad.
Para ella era muy evidente que Mandy le dijo esas cosas para mantenerla a raya. No obstante, uno de sus demonios la convenció de que era más sensato dudar.
Golpeó la puerta del departamento y, al ver a Rachel, le preguntó por quien fuese el mejor amigo de Dylan hace un tiempo atrás. Estaba convencida de que él debía saber algo.
Al ingresar, vio inmediatamente a Matt levantándose de la silla en la que estuvo sentado, alrededor del pequeño comedor.
—Necesito que seas honesto conmigo... Si es verdad que lamentas haberme lastimado, me tienes que decir todo lo que sabes. —Hizo una pausa—. Tú conoces a Dylan hace tiempo, así que dime: ¿Qué sabes de él y esa vecina que tiene?
—¿Por qué? —contestó notablemente tensó.
—¡Matt, contéstame! Recién hablé con ella y me dijo cosas que no sé si son ciertas. He tratado de ubicar a Dylan todo el puto día y no contesta... No sé a quién más acudir.
—Connie, no sé a qué se debe todo esto, pero sí sé que Dylan te ama —contestó mirándola a los ojos—. Lo que sea que tuvo con esa vecina se terminó cuando se enamoró de ti.
Ella suspiró, sintiendo que su visión se nublaba producto de algunas lágrimas.
—No sé qué creer —musitó ella en un hilo de voz.
—Tranquila, ven —le dijo Rachel, guiándola hasta uno de los sillones, pero Connie negó con la cabeza y se apartó.
—No sé qué te habrá dicho esa chica, pero tienes que confiar en Dylan —agregó Matt.
Connie se limpió las lágrimas. Les agradeció a ambos allí antes de informar que se iría a casa.
—¿No te quieres quedar a cenar? —preguntó Rachel.
Connie se negó y en silencio salió de allí.
Rachel miró a su novio una vez que se quedaron solos, percatándose de que su mirada transmitía preocupación.
—Llama a Dylan, por favor —pidió Matt—. Cuéntale que Connie estuvo acá y que no se veía bien.
—No contesta —informó Rachel con el celular en su oreja.
—Sigue intentando.
______
♫ Jeff Buckley - Lover, You Should've Come Over
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro