Capítulo 37: Cuerpo y alma
Connie despertó sin grandes deseos de levantarse. Continuó abrazada a Dylan, acariciándolo por sobre su ropa, con su mente en total paz; sin sobre pensar en nada, sin pensamientos intrusivos, sólo concentrada en lo bien que se sentía su cuerpo al lado de él y en lo agradable que era escuchar su suave respiración.
Permaneció así hasta que él despertó. Le entregó una sonrisa una vez que vio sus ojos clavarse en los suyos.
—Buenos días —saludó él.
—Son casi las cuatro de la tarde —lo corrigió burlona.
—Ohh... por eso mi estómago se siente tan vacío.
Ella besó sus labios y le indicó que traería algo para comer.
Entró a la cocina y se topó con Rachel y Kate, quienes se hallaban fregando los platos que usaron durante el almuerzo.
—En la alacena están sus porciones. Jake se los guardó —indicó Kate con seriedad, apenas la vio entrar.
Connie asintió antes de dirigirse hacia el mencionado mueble, encontrando ahí dos porciones de espaguetis al pesto. Se le hizo agua a la boca.
—¿Qué buscas? —la cuestionó Rachel al notar que su mirada vagaba de forma insistente por los muebles.
—Una bandeja, o algo para llevar la comida a la pieza.
Rachel secó sus manos y fue hasta donde se ubicaba la nevera. De un costado de esta, sacó una mesa plegable y la colocó en la encimera.
—Gracias —dijo Connie.
—No hay problema.
—Aprovechando que estás aquí —mencionó Kate—, a la noche vamos a hacer una pequeña convivencia por ser la última noche que pasaremos acá, para que dentro del día me pases a mí, Rachel o a Jake una cooperación en dinero.
—Sí, claro —contestó Connie, asintiendo.
Cuando retornó al cuarto lo encontró vacío, sin rastro de su compañero. Acomodó la mesita sobre la cama y se sentó al borde de esta. Liberó un suspiro de alivio al sentirse a salvo; no fue hasta ahora que se percató de lo tensa que estuvo en la cocina hace un rato.
—¿Y esto? —preguntó Dylan cuando entró al cuarto y con sus ojos fijos en la comida.
—Jake lo preparó. Nos guardó estas porciones.
—Oh... recuérdame decirle que lo amo —mencionó, sentándose de piernas cruzadas sobre la cama. Agarró unos cubiertos y se llevó un gran pedazo a la boca.
Connie lo observó con diversión. Lo imitó un minuto después, sintiendo como de a poco sus papilas gustativas danzaban en unísono con los espaguetis al pesto.
Ambos comieron de forma veloz y sin mayores pausas.
Ella bebió lo último de su jugo antes de sonreírle al chico frente suyo, quien no le había quitado la vista de encima desde hace casi un minuto.
—¿Todo lo que me dijiste ayer fue verdad o lo soñé? —dijo él—. Por favor, dime que fue real.
—Fue hoy en la mañana. Y sí, todo lo que te dije es verdad.
Él le sonrió con holgura y Connie se sonrojó.
—Entonces, ¿qué somos? —preguntó Dylan con una curiosidad digna de un infante.
—No lo sé... —Se levantó—. ¿Necesitas ponerle un nombre a esto?
—Supongo. —Se levantó también.
—Estamos juntos... —Unió su mano con la de él—. Quiero estar contigo y tú conmigo. ¿Qué nombre le pondrías a eso?
Dylan la rodeó por la cintura.
—Eso se oyó muy bonito —comentó él—. A ver, repítelo.
—¿Qué cosa? ¿Lo de que estamos juntos? —Sus ojos brillaron.
—No, lo otro.
Connie lo observó por unos segundos antes de responder:
—Todo esto sigue siendo aterrador para mí... aunque ahora tengo muchas menos dudas que ayer. —Envolvió sus brazos alrededor del cuello del chico, quedando sus cuerpos más cercanos—. Pero de esto sí estoy segura: quiero estar contigo, Dylan.
Él le entregó un beso y la abrazó con fuerza contra su cuerpo, sintiendo los dedos de la chica aferrándose a su nuca.
La voz de Emily se escuchó detrás de la puerta y ambos gruñeron por la inoportuna intervención. Emily entró a la pieza alzando su celular en dirección a Connie, indicándole que Rebecca quería hablar con ella.
—No se oye muy contenta —advirtió Emily, entregándole el aparato.
En efecto, Rebecca estaba molesta porque Connie no la había llamado para actualizarla con sus vacaciones. Para colmo, cuando Rebecca quiso llamarla, se enfureció aún más porque el celular de su hija se encontraba apagado.
—Entonces estamos saliendo —resolvió Dylan una vez que Connie terminó la llamada.
Ella pestañeó un par de veces mientras asimilaba el reciente regaño de Rebecca junto con las palabras del chico.
—Sí. Estamos totalmente saliendo —concordó ella con una sonrisa.
Dylan le dio otro beso y ella se lo respondió, ocultándole muy bien el dilema que surgió hace poco en su mente: Rebecca no iba a aprobar su relación con Dylan.
Rápidamente concluyó que tendría que armarse de mucho valor para contarle a su madre que estaba saliendo con Dylan, y más importante aún, tendría que estar fuerte como para defenderlo a él y a su relación.
—Iré a darme una ducha, ¿me quieres acompañar? —la invitó él.
Connie sintió que le arrebataron el aliento, pero no en el buen sentido, porque desde que se potenció su decaimiento emocional también lo hizo su libido.
—Está bien, puedes decir que no —mencionó Dylan luego de notar que lo miraban con susto.
—Lo siento...
Dylan le entregó otro beso antes de salir de allí, uno que la tranquilizó bastante. Al verlo irse, ella recordó dos cosas: debía tomarse su medicación y devolverle el celular a Emily.
Tan pronto Emily la vio entrar a su pieza, le empezó a preguntar sobre ella y Dylan. Connie la puso al tanto y le dijo, sin rodeos, que con Dylan estaban saliendo. La rubia chilló en alegría y le dio un apretado abrazo, mientras que en el rostro de Connie se formó una sonrisa grande y sincera; esta era la primera vez en mucho tiempo que se sentía tan dichosa.
******
Recostada en la cama y escuchando música desde su reproductor de mp3, comenzó a planear cómo le diría a Rebecca todas las cosas que le ocultaba: su tratamiento con el psiquiatra y que está saliendo con alguien.
No podía negar que le aterraba enfrentarla porque desde pequeña que Rebecca la crio para cumplir con sus expectativas, y siempre que fallaba en eso se sentía culpable. Esa era una carga con la que no tenía que vivir y su psiquiatra la ha estado ayudando a comprender eso. Aun así, no se sentía lista para enfrentarla y decidió que esperaría, a lo menos, una semana más.
Dylan se recostó a su lado, boca abajo y con sus codos como apoyo. Ella pausó la canción que escuchaba y le entregó una sonrisa.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella.
—Nada... Sólo te miro. —Corrió un mechón de cabello del rostro de ella—. No puedo esperar a contarle a mis padres sobre lo nuestro, a caminar contigo de la mano por los pasillos de la escuela, a dedicarte canciones y todas esas cosas que pensé que nunca iba a querer hacer.
Connie le sonrió halagada.
—¿Quieres que nos vean juntos en la escuela? —inquirió ella.
—¡Obvio que sí! Quiero que hasta los peces del mar más profundo sepan que estamos juntos.
—¿Y qué hay de Kimberly?
El rostro de Dylan se deformó de una expresión alegre a una de total aturdimiento.
—Oh, mierda... Me olvidé completamente de ella. —Dejó caer su cara sobre la almohada por unos segundos y la levantó para mirar a la chica a los ojos—. Tendré que hablar con ella. No puedo seguir con esa farsa.
—¿Así tan drástico? Falta poco para el término de año. Podrías aguantar ese tiempo y...
—No, Connie. No podré aguantarme las ganas de ir a besarte cuando te vea en la escuela. No me importa si mis calificaciones bajan, no podré seguir pretendiendo que estoy Kimberly. Y ella tendrá que entender eso.
Connie dejó su reproductor a un costado antes de sentarse sobre el chico, quien se había acostado boca arriba. Lo contempló en calma por unos segundos. Observó su cabello, sus ojos y su boca, esa boca que siempre le ha atraído tanto y que le encanta tener sobre su piel. Buscó sus labios y le entregó un beso lujurioso, de esos que prometen que se convertirán en algo mucho mayor.
Se despojaron de forma veloz de algunas prendas hasta que ella trazó su límite, una vez que quisieron quitarle su camiseta de mangas largas.
—No quiero que las veas —demandó ella, refiriéndose a sus cicatrices.
—Pero ya te las vi, ¿recuerdas?
—No... no la cantidad que hay ahora. —Sus ojos se cristalizaron.
Dylan sintió su pecho apretarse y la envolvió en un abrazo.
—Tu psiquiatra sabe de eso, ¿verdad? —La vio asentir antes de continuar—: Quiero que me prometas que el lunes le contarás lo que pasó allá en la playa.
—¿Por qué? No intentaba ahogarme.
—Te creo, de veras que sí, pero él debería saber eso. Por favor, te lo ruego. Cuéntaselo.
—Está bien. —Soltó un suspiro—. Lo haré.
Ella sintió que le acariciaron la mejilla, notando que los ojos del chico no se despegaban de los suyos. Luego sintió los dedos de Dylan rozando su muslo por unos segundos hasta subirlos a su vientre, lugar en donde sus dedos tocaron el borde de sus bragas y luego subieron hasta la tela de su camiseta.
—No haré nada que tú no quieras —avisó él.
—Lo sé. —Tocó uno de sus mechones rubios—. Y quiero que sepas que me siento lista para compartir muchas cosas contigo, pero no podría borrarme de la cabeza tu expresión de espanto al verme los brazos.
—Pero, Connie...
—A mí misma me aterra verlos, ¿entiendes? —lo interrumpió—. Uno no sabe cómo va a reaccionar ante ciertas situaciones hasta que le ocurren, ¿me explico? Así que no me sirve que me prometas que no te van a asustar, porque eso no lo puedes saber.
Dylan se sentó y la miró en silencio por unos segundos. Luego miró a su alrededor antes de recoger del suelo su propia camiseta.
—¿Y si te cubro los ojos? —propuso él—. Así no verías mi reacción.
Ella lo pensó por un momento, sintiendo la ansiedad incrementándose. Terminó por aceptar porque confiaba en él.
Apoyó su cabeza sobre la almohada y cerró sus ojos. Luego sintió como él acomodaba la prenda sobre su frente y ojos. El olor al perfume del rubio, que emanaba de la prenda, la relajó. Adoraba ese perfume.
—¿Estás lista? —preguntó él—. Voy a subirte la manga izquierda, ¿te parece bien?
Connie infló sus pulmones y expulsó lentamente el aire por su boca antes de responder:
—Sí. Adelante. Ese brazo es el que está peor.
Sintió los dedos del chico en su muñeca y un escalofrío la invadió a medida que le levantaban la manga izquierda. Los dedos de Dylan trazaron una pequeña línea por cada una de las cicatrices que tenía en su piel. Dejó de contar cuántas veces lo sintió hacer eso cuando llegó al número diez.
—Tu parte más oscura está reflejada en estas marcas. Son una parte de ti, Connie, y por eso las acepto.
Ella abrió los ojos al mismo tiempo que dejó de sentir la prenda sobre su rostro.
—Esto no cambia mis sentimientos hacia ti —agregó él, mirándola a los ojos—. Te amo igual que siempre.
Connie sintió su pecho explotar y le respondió con lágrimas en los ojos el beso que le entregaron.
Minutos después, él consiguió dejarla totalmente desnuda, quedando él también así. Dylan le acarició con delicadeza el rostro, clavícula, pecho, costillas, vientre y toda parte que se topó hasta llegar a su rodilla.
—Esto es agradable —comentó ella con sus dedos sobre la piel del chico, acariciándolo de igual forma.
—Bastante agradable.
—Necesito preguntarte algo... que espero no arruine el momento. —Aguardó a tener toda la atención de su compañero. Una vez que la tuvo, bajó su mirada a la entrepierna del chico y la retornó a sus ojos antes de proseguir—: ¿No te excito?
—Hermosa, tú me vuelves loco... —contestó después de sonreír divertido—. Una simple mirada o sonrisa tuya es capaz de volarme la cabeza, pero ahora te estoy contemplando como si fueras una delicada pieza de porcelana que no quiero romper. —Le acarició la mejilla.
—Si lo quieres hacer lo podemos intentar. —Posó su mano sobre el muslo desnudo del chico—. Podemos ir lento.
—Esto es perfecto así.
Ella lo vio besarle el hombro y una sonrisa dulce adornó su rostro.
—Pero si quieres jugar con tus manos no van a ser quejas las que escuches de mí —dijo él.
Esta vez Connie le sonrió con picardía. Ese era el Dylan que ella conocía y al que sabía complacer.
******
En la noche se armó una junta bastante amena entre todos en la casa, con cervezas, música, bocadillos y pizzas. Más tarde hicieron una fogata en la playa, a unos metros de distancia de la escalera. Por un largo periodo de tiempo estuvieron los nueve chicos alrededor de esta, y con el pasar de los minutos comenzaron de a poco a entrarse a la casa.
Connie fue una de las pocas personas que prefirió quedarse en la fogata junto con Emily, Brad y Dylan.
Ella se encontraba envuelta en un abrazo de Dylan por encima de sus hombros. Estaba tan a gusto en ese sitio que aguantó lo más que pudo sus ganas de orinar. Se sintió realmente malvada por tener que interrumpir el momento, pero ya no daba más. Se disculpó con él y le prometió que pronto regresaría.
Se cruzó de piernas una vez que se dio cuenta de que el baño del primer piso estaba ocupado. Esperó medio minuto más hasta que decidió subir la escalera para ocupar el baño de ese piso.
Cuando salió se encontró a Matt, quien acababa de salir de su habitación. Ella se paralizó, como una especie de auto reflejo innato, el que fue menos intenso que hace un tiempo atrás.
Lo vio bajar la escalera y decidió esperar un rato antes de hacer lo mismo. De repente, decidió que debía alcanzarlo, pues un fugaz recuerdo se cruzó por su mente y le gritó al chico que se detuviera.
Matt se paró a los pies de la escalera.
—Algo querías decirme sobre Dylan —mencionó ella—. ¿Te acuerdas? En el Bar.
—Ehh... —Rascó su cuello—. Sí, sí me acuerdo.
—¿Y? ¿Qué querías decirme? —lo cuestionó al sentir que el silencio que se formó entre ellos se estaba volviendo muy extraño.
—Hum... Eso fue una especie de mentira... Dije eso para que accedieras a hablar conmigo.
Connie entrecerró los ojos. Negó con la cabeza y desvió su mirada, comenzando a sentirse molesta.
—Dije eso porque, en verdad, nunca supe muy bien cómo acercarme a ti —confesó él.
—Claro... Sólo sabías cómo alejarme.
—Exacto.
Un silencio inquietante invadió la conversación mientras sus miradas chocaban. Finalmente, Connie lo rodeó con la intención de dejarlo atrás.
—Quería disculparme contigo —admitió Matt, provocando que ella detuviese su caminar—. Soy consciente de que te debo varias disculpas... Y de eso quería hablarte esa vez.
Connie lo observó en estado de perplejidad.
—Bien. Te escucho —dijo ella después de inflar su pecho y cruzarse de brazos.
—Discúlpame por no consultar contigo antes de contarle a Dylan la verdad. Tenías razón con eso. Debí haberlo acordado contigo primero. —Se despejó la garganta y continuó—: Discúlpame también por haberte lastimado. Sé que te dije cosas muy hirientes y de verdad lo lamento.
Connie sintió su orgullo desmoronarse. Una pequeña parte de ella se conmocionó por su revelación, mientras que su otra parte sintió que revivía todos esos momentos.
—Sé que esto no cambiará nada, pero quería dar este pequeño paso —prosiguió Matt—. Quiero recuperar la amistad con Dylan, y si lo consigo, espero que nosotros dos podamos llevarnos bien... por él.
Ella asintió, controlando las ganas de quebrarse. Se alejó de él en completo silencio y fue hasta la cocina directamente a abrir el grifo; escuchar el agua correr la ayudaría a relajarse y a ignorar el deseo de tomar un objeto cortante.
Le tomó al menos dos minutos volver a su estado tranquilo. Salió con la intención de retornar a la fogata, pero se topó con Dylan en el camino, quien parecía que la esperaba.
—¿Qué pasó? ¿Por qué tardaste tanto? —preguntó él.
—Eh... Nada... El baño estaba ocupado y debí esperar —explicó luego de unos segundos en los que le costó recomponerse.
Suspiró frustrada al darse cuenta de que la evitaron, porque Dylan la observó de forma suspicaz antes de entrar a la casa.
Ella se tomó un respiro y esperó un rato para ir a buscarlo. Como no lo encontró en los espacios comunes, entró a la pieza, en donde lo vio sentado en la cama armando un porro, de una forma que dejaba en evidencia que estaba molesto por algo.
—¿Qué tienes? —lo cuestionó con preocupación.
No obtuvo respuesta, provocando que otro suspiro frustrado se escapase por su boca. Se sentó a su lado y repitió su pregunta.
—Te vi hablando con Matt —dijo finalmente él.
Connie se heló.
—Te pregunté qué pasó y me dijiste «Nada». —Se tomó una pausa—. ¿Por qué preferiste ocultarlo?
—Lo siento, Dylan... Me dijiste que no querías que te hablara de él, ¿recuerdas?
—¿Es en serio? ¿Esa va a ser tu excusa?
—No, no, claro que no. No quiero darte excusas. La verdad es que no supe qué decirte en ese momento... Preferí esconderlo y dejarlo atrás, no lo sé...
Dylan dejó las cosas con las que armó el porro sobre el velador y se levantó para dar unos pasos por la pieza.
—Si nos viste conversando debes saber entonces que no pasó nada, sólo hablamos.
Ella lo escuchó suspirar. Se colocó de pie y fue a entregarle un abrazo, el que por suerte él correspondió.
—Este ha sido uno de los mejores días de mi vida, Dylan —dijo, todavía abrazándolo—. No quiero que se termine así, discutiendo, mucho menos por Matt.
—Tengo mucho miedo de perderte —confesó él en un murmullo.
Se quedaron abrazados un buen rato, disfrutando del calor corporal de cada uno, hasta que ella rompió el silencio al decir:
—Con Edwin hemos estado hablando de eso de los miedos. Me dijo que cuando nos centramos en nuestro miedo, eso es lo único que vemos y nos desviamos de todo lo demás que está pasando a nuestro alrededor.
—Sí, bueno... No lo sé. —Se soltó del abrazo—. Supongo que también tengo mis propios demonios.
Dylan hizo una pausa y retomó el tema central al preguntar:
—¿Y qué quería él? ¿De qué hablaron?
—Quería decirme que lo lamentaba.
—¿En serio? ¿Qué cosa lamenta?
—Todo... o algo así.
—¿Cómo qué todo? —dijo con molestia—. ¿Y por qué te dijo eso ahora?
—No sé, Dylan... Sólo sé que hablar con él me dejó un sabor amargo —admitió ella en un tono débil.
—No quiero que vuelvas a hablar con él, ¿de acuerdo? Nunca más.
—Lo siento, pero no puedes pedirme algo como eso —advirtió ella después de sentir como su sangre comenzaba a hervir—. Yo puedo hablar con quien yo quiera.
—Obvio que sí, pero esto es diferente... Por favor, te lo pido. —Tomó sus manos y las apretó con suavidad—. No vuelvas a hablar con él, al menos por un tiempo más, ¿sí? ¿Harías eso por mí?
—¿Te estás escuchando a ti mismo? No puedes pedirme algo como eso.
Él rodó los ojos y retrocedió unos pasos. Revisó los bolsillos de su chaqueta hasta encontrar su encendedor.
—Dylan, escúchame, yo quiero estar contigo. No estoy interesada en Matt y estoy segura de que él tampoco está interesado en mí. Tú también tienes que haber notado cómo se comporta él cuando está con Rachel... ¡Está enamoradísimo! Así que, por uno u otro lado, no tienes de qué preocuparte.
Dylan le dio una profunda calada a su porro, al lado de la ventana.
—Por favor, recapacita —insistió ella.
Connie no lo escuchó decir nada más, sólo lo vio fumar medio porro con la misma actitud molesta con la cual lo encontró al entrar al cuarto.
—Dime algo, por favor... No quiero salir de acá sintiendo que estás molesto conmigo.
—No puedo engañarte. —Apagó el porro antes de mirarla fijamente—. Estoy molesto, ¿y sabes por qué? Porque si tú me pidieras que yo deje de hablar con alguna chica, o si me pidieras que deje de salir de fiesta o que deje las drogas, yo lo haría sin pensarlo.
Connie sintió que la lastimaron, aun así logró decir:
—Yo jamás te pediría algo como eso... No te quiero cambiar.
Dylan no dijo nada más. La observó por un momento, mientras sentía el relajante efecto de la marihuana invadir su cuerpo. Se acercó a ella para entregarle un beso en su frente. Luego tomó su mano y la guio hacia afuera de la alcoba.
Unos pasos más adelante se toparon con Rachel, quien venía saliendo del comedor sosteniendo un plato con un trozo de pizza en cada mano. Dylan soltó la mano de Connie y se paró rápidamente frente a Rachel.
—¿Dónde está Matt? —preguntó él.
—Arriba, en la pieza —contestó Rachel.
—¿Escribiendo?
Rachel asintió.
Ambas chicas se miraron entre sí una vez que vieron a Dylan subir por las escaleras.
Connie se aterrorizó. Sin poder hacer nada más que esperar, fue hasta el sofá.
Tampoco supo muy bien cómo tomarse todo esto. La conversación que tuvieron en la pieza la dejó intranquila, porque se sintió como si ninguno de los dos quisiera dar su brazo a torcer.
Un rato después, Rachel se sentó a su lado, sacándola de su trance.
—¿También estás nerviosa? —le preguntó Rachel.
—Estoy aterrada.
—Bien. —Le sonrió antes de corregirse—: Me refiero a que es bueno saber que no soy la única.
Connie la estudió por un momento antes de llegar a la conclusión de que Rachel ya debía saber todo lo que pasó entre ella y Matt.
—¿Por qué tardan tanto? —preguntó Connie después de varios minutos de agobiante y silenciosa espera.
—No lo sé... pero si no bajan pronto voy a sospechar que se están besando —bromeó Rachel.
Connie la observó con los ojos bien abiertos. La sonrisa burlesca de Rachel la contagió y terminó por imitarla.
—Eres divertida —comentó ella con soltura.
En ese instante vieron a Dylan retornando al primer piso. Rachel se levantó, tomó los platos que había dejado a un lado y subió los peldaños a paso rápido. Por otro lado, Connie clavó sus ojos en el rostro del chico rubio, quien le respondió alzando sus cejas antes de caminar hacia el baño.
Connie se sintió repentinamente muy sola en ese lugar. Fue como si todo su espacio se silenciara de forma abrupta y una fuerza mayor la oprimiera. Trató de controlar el fuerte impulso que la invadió de salir corriendo. Sintió su corazón latir de forma acelerada y su brazo izquierdo le ardió más que nunca.
Se levantó sintiéndose desorientada y caminó como pudo hasta la terraza. Con su respiración y su pulso revolucionados trató en vano de que el aire fresco la calmase.
Jake junto con Kate venían muy contentos de regreso de la playa cuando la vieron, a un costado de la puerta trasera que daba al interior de la casa. Ambos se acercaron a ella cargando rostros preocupados. La chica no pudo controlar más las lágrimas y empezó a llorar, a lo que Jake la abrazó.
—Oh, ¿qué pasó? ¿Qué tienes? —la cuestionó Kate a un lado de ella.
Jake trató de consolarla también, mientras sentía que ella se aferraba a sus prendas con fuerza.
—¿Quieres que te traiga algo para beber? —continuó Kate. Miró a su novio con susto antes de balbucear—: Le traeré agua o un té, algo.
Kate entró corriendo a la casa.
—Calma, Connie. Todo está bien. Estás segura aquí —le murmuró Jake, acariciándole la espalda.
Transcurrido un poco más de un minuto apareció Kate sosteniendo un vaso con agua y azúcar. Ayudó a Connie a beber de él, entretanto Jake se soltaba del agarre.
—Quédate con ella un rato, iré por Dylan —informó el tatuado chico antes de entrar a la casa.
Connie bebió algunos sorbos más antes que Kate la guiara hasta uno de los sillones de la terraza.
Dylan se acercó cargando una expresión de conmoción y se apresuró en ir hacia la chica. Se sentó a su lado y la abrazó con fuerza, dejando que lo abrazaran de la misma forma.
—Tranquila. Respira... y bota... Respira y bota... —mencionó él, acariciándole la cabeza.
Kate volvió a entrar, mientras que Jake permaneció ahí, a un costado, observando todo.
Dylan la apartó unos centímetros al escuchar que los sollozos disminuyeron. Secó algunas de sus lágrimas y le preguntó que le sucedió.
—No lo sé... Creo que las pastillas no me están haciendo efecto.
—Tranquila. —Le secó el resto de sus lágrimas y corrió su cabello hacia atrás—. Estoy contigo.
Kate reapareció, cargando una taza de té. La colocó con cuidado sobre las manos de Connie y la ayudó a beber del él, explicándole de forma dulce que la ayudaría a sentirse mejor.
Connie dejó la taza en la mesa de centro y volvió a acurrucarse en Dylan, ya sin lágrimas y con su respiración normal. Dylan levantó su mirada hacia la pareja frente ellos y les hizo una señal con la cabeza, dando entender que ya todo estaba en orden.
Jake junto con Kate se entraron.
—Dime que no estás enfadado conmigo, por favor —pidió ella con su rostro hundido en el pecho del rubio.
—Ay, pequeña, no estoy enfadado contigo, en lo absoluto. —Acarició su cabeza.
Ella levantó su mirada y vio en los ojos de Dylan que él decía la verdad, aun así alcanzó la taza de té y bebió de este deseando que fuese veneno.
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♫ Dido - This Land Is Mine
Quedan tan sólo dos capítulos y debo confesar que me da penita dejar esto ir, pero hay que hacerlo. Necesito soltar a este bebé y que se cuida solo jajaja.
♥ Muchas gracias por llegar hasta acá ♥
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