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Capítulo 36: Cupido

Esa noche, Jake, Kate, Dylan y Connie salieron a un Club ubicado en el centro de la ciudad. Los demás decidieron ir a divertirse a la Feria.

El Club al que asistieron era bastante distinto al Bar Insomnia al que acostumbraban concurrir. Este sitio contaba con un DJ sobre una tarima, su diseño en cuanto espacios estaba mejor distribuido y sus asistentes lucían atuendos ostentosos.

Kate junto con Jake se adentraron rápidamente hasta la pista de baile.

En cambio, Dylan y Connie se dirigieron a la barra. Mientras ambos esperaban por sus tragos, Connie notó que el rubio miró con atención a una de las dos chicas que se encontraban conversando a un costado de la barra. El movimiento del chico resultó ser muy sutil, aun así ella alcanzó a notarlo.

Connie recibió su trago y antes de marcharse junto con Dylan, observó con detenimiento a la chica de cabello cobrizo que había llamado la atención de su amigo.

—¿Cuáles son tus planes para esta noche? —preguntó ella tan pronto se sentaron alrededor de una mesa pequeña.

—Nada en especial. Beber y bailar un poco —contestó después de ingerir un sorbo de su vaso—. ¿Y los tuyos?

—Beberme este trago y conocer algunas personas de este lugar —dijo de forma muy apresurada, dejando casi en evidencia que había planeado su respuesta.

Dylan alzó una ceja, entregándole una expresión de incredulidad.

—Por la medicación que estoy tomando, este será todo el alcohol que beberé esta noche —mencionó ella, mirando su vaso.

—¿Cómo te has sentido con eso?

Connie bebió un sorbo de su trago. Lamió sus labios y, negando con su cabeza, dejó el vaso sobre la mesa.

—No quisiera hablar de eso en estos momentos —puntualizó ella e hizo una pausa—. En realidad, para esta noche sólo quiero pasar una despreocupada y normal noche de viernes.

Dylan le sonrió ampliamente.

—¿Quieres ir a bailar? —invitó él.

Cada uno bebió todo el líquido de sus tragos antes de levantarse e ir en dirección a la pista de baile.

La música que retumbaba por los altavoces era del estilo electrónica, con un beat potente que se mezclaba con canciones populares.

De vez en cuando, Connie miró hacia la barra sólo para percatarse de que las dos chicas de hace un rato seguían allí. Dejó que su cuerpo se moviera al compás de la música, mientras que en su mente ideó un plan para juntar a Dylan con la chica pelirroja.

Unos minutos después, le indicó a su compañero que iría a la barra por algo para beber. Por supuesto que él la acompañó.

En la barra, Connie pidió un agua mineral y Dylan otro trago con whisky.

Ella caminó hasta llegar al par de chicas que quería conocer. Las saludó a ambas de forma amable e hizo un cumplido sobre lo bonita que era la blusa que llevaba una de ellas. De esa forma, Connie rápidamente entabló una pequeña conversación con ambas chicas sobre el lugar de donde venían y a qué se dedicaban. Dylan se sumó con energía y de forma natural a la conversación, tal cual como Connie se lo esperó.

Ann y Layla eran los nombres de las chicas. Esta última era la del cabello largo y cobrizo. Prontamente, Connie entendió por qué Layla, en particular, había llamado la atención de su amigo: ella era dueña de un rostro precioso con forma ovalada. Sus ojos verdes alrededor de su tez clara resaltaban como dos lagunas en el desierto. Su atractivo físico lo complementaba muy bien con movimientos suaves y femeninos, como lo eran su forma de expresarse, al igual que la forma en que pestañeaba y acomodaba su cabello.

Después de un rato, ese lenguaje corporal le dio a entender que Layla también estaba interesada en el rubio.

El celular de Dylan comenzó a sonar, interrumpiendo las carcajadas que se habían generado por una anécdota comentada por Ann. Él miró el aparato y mencionó que se trataba de su madre.

—Olvidé por completo llamarla cuando llegamos —explicó él, mirando a Connie.

Dylan debió disculparse con las chicas antes de ir a un lugar silencioso a atender el llamado.

Connie aprovechó su ausencia y se dirigió a la pelirroja para preguntarle, sin rodeos, si le gustaba su amigo.

—Porque él sí está interesado en ti —continuó Connie.

—Pensé que estaba contigo —replicó Layla.

—¿Qué? No, claro que no. Sólo somos amigos... Él está soltero.

—¿Te comentó algo sobre Layla? —preguntó una curiosa Ann.

—No es necesario. Desde que llegamos acá que no te ha quitado los ojos de encima —mintió Connie, mirando a la chica pelirroja.

Ann y Layla soltaron una risilla.

—En ese caso, admito que tu amigo está bien guapo —comentó Layla antes de morderse el labio.

Connie forzó una sonrisa.

Tan pronto Dylan se reincorporó al grupo, Connie indicó que debía ir al baño. Ann se le sumó en la mentira y ambas caminaron a paso rápido, dejando a sus amistades atrás.

—¿Estás segura de que esta es una buena idea? —preguntó Ann con las mejillas coloradas una vez que entraron al baño.

—Por supuesto que sí, les estamos dando tiempo a solas —contestó Connie.

—Como sea. No sé tú, pero yo no mentí con que quería venir acá. ¡Necesito orinar! —mencionó Ann, yendo hacia un cubículo.

Connie, en cambio, caminó hasta el gigante espejo. Acomodó su cabello antes de quedarse ensimismada observando su reflejo.

La incertidumbre invadió su mente. Para calmarse, trató de convencerse a sí misma de sus propias palabras: esto sí era una buena idea. Layla parecía agradable y físicamente era totalmente del gusto de Dylan.

—Aprovecharé el momento para ir a hablarle a un chico que encontré lindo. —Ann apareció a un costado de ella para lavar sus manos—. ¿Qué hay de ti?

—Hum... Yo saldré en un rato. Entraré al baño primero.

—Bien. ¡Deséame suerte!

Connie le sonrió.

Al perder a Ann de vista, volvió a observarse en el espejo. La incertidumbre ahora estaba siendo opacada por la angustia. Respiró y exhaló pausadamente, sintiendo de pronto cómo otra chica que estaba allí la observaba con extrañeza.

Fue hasta un cubículo.

Se sentó sobre la tapa del inodoro, apoyó sus manos sobre sus rodillas y cerró sus ojos con fuerza. Comenzó a escuchar que rápidamente el baño se llenaba de más chicas. Aprovechó el momento y vació su vejiga.

Cuando salió de su encierro, una muchacha con la mano en la boca la empujó para adentrarse al cubículo que acababa de usar. Con su ceño fruncido se apresuró para ir a lavarse las manos.

De repente, escuchó la voz de una chica que gritaba su nombre.

—¿¡Connie!? ¿Hay alguna Connie aquí?

—Soy yo. ¿Qué ocurre? —Caminó en estado de alerta hacia aquella chica de cabello rizado.

—Hay un chico afuera buscándote, uno rubio.

Un profundo suspiro abandonó su cuerpo al escucharla.

—¿Está todo bien? —inquirió la chica de cabello rizado—. Si quieres le digo que no estás aquí.

—No. Tranquila. Es amigo mío. —Le entregó una sonrisa antes de agradecerle.

Connie salió del baño en el mismo estado de alerta de recién. Cruzó su mirada con la del rubio y notó inquietud en sus ojos.

—¿Estás bien? —la cuestionó Dylan tan pronto la tuvo de frente.

—¿Qué pasó?

—Estaba preocupado. ¿Por qué tardaste tanto?

Connie lo observó con calma.

—No deberías preocuparte tanto por mí. Tú sabes que a veces necesito un momento a solas. Eso es todo. Ahora que ya sabes que estoy bien, ve tranquilo y diviértete —dijo ella luego de unos segundos en silencio, los que utilizó para idear esa respuesta.

Tenía la esperanza de que eso fuera suficiente para dejarlo tranquilo y él continuara con su «cita». Sin embargo, se percató que su respuesta no fue bien recibida porque Dylan le entregó una expresión que reflejaba decepción.

—Bien... Volveré a casa —mencionó él.

Dylan dio media vuelta y emprendió rumbo fijo hasta la salida. Connie lo persiguió.

—¡Espera! ¿Cómo que te vas? ¡Dylan!

La chica lo llamó en reiteradas ocasiones mientras se abría paso entre la gente para seguir sus pasos.

Salieron del local.

Dylan se detuvo una vez que se hartó de escucharla gritándole que no podía irse.

—No quiero que vuelvas a hacer algo como eso de nuevo, ¿entendiste? —mencionó él en un tono áspero—. Nunca. Más.

—¿Qué? ¿Hacer qué?

—¿Crees que soy estúpido?

Connie lo observó con temor.

—No creas que no me di cuenta de que estabas jugando a ser el maldito cupido —reiteró él.

—Pero...

—No estoy molesto contigo, ¿de acuerdo? Tan sólo no vuelvas a hacer algo como eso, o ahí sí que me verás enfadado.

Connie lo miró confundida esta vez. Su terquedad prontamente la cegó. No iba a dejar que la conversación terminara aquí sin antes defender sus acciones. Llenó sus pulmones de aire y reclamó:

—Yo te vi, Dylan. Te gustó Layla desde el primer segundo en que la viste. ¡Y a ella también le gustaste! ¿Qué ocurre contigo? ¿Vas a dejar escapar esta oportunidad?

Él rodó sus ojos.

—Sólo estaba intentando ayudarte —continuó ella—. Tú has sido muy bueno conmigo y quiero que entiendas que no necesitas estar todo el tiempo preocupado por mí. Yo quiero que vivas tu vida con normalidad y que seas feliz.

—Yo no necesito que hagas esas cosas por mí —explicó luego de un suspiro que se oyó impaciente—. Sólo lograrás perder tu tiempo y generar estas estúpidas discusiones.

—No te entiendo, Dylan. —Hizo una pausa—. No puedes negarme que Layla te gustó.

Dylan sintió su sangre hervir. Miró al cielo estrellado por unos cortos segundos antes de dar media vuelta y alejarse de ella.

—Dylan, ¿qué haces? ¡Regresa! —Lo persiguió—. ¿¡Por qué huyes!?

—¡Por Dios, Connie! ¡Sí! ¡Layla es bonita, pero a mí me gustas tú! —gritó tan pronto se volteó a enfrentarla.

Connie abrió sus ojos en sorpresa.

—Sólo hay una chica, una sola chica en este mundo que me interesa, ¡y esa eres tú, Connie! ¡Sólo tú!

—¿Cómo? —murmuró en estado de desorientación.

—Escucha. No quiero cambiar las cosas. —La tomó por los brazos y se inclinó para dejar su rostro a la misma altura que ella—. Concuerdo contigo con que seamos sólo amigos. Eso es suficiente para mí, lo digo en serio. Lo único que de verdad quiero es que tú estés bien.

—¿Aún me amas? —continuó en su estado de perplejidad.

Dylan le sonrió antes de soltarla e incorporarse.

—Por supuesto que sí. Sigo total y estúpidamente enamorado de ti —admitió él.

—Pero eso no tiene sentido... —Negó con la cabeza, retrocediendo un paso—. Yo te mentí, Dylan. Te lastimé. No puedes sentir eso por mí... Estás confundido.

—Está bien, no quiero discutir contigo. Sólo quiero que no vuelvas a hacer algo como lo de recién, ¿entendido? Porque podría conocer a todas las mujeres del mundo y ninguna de ellas me va a gustar tanto como me gustas tú. Eso es lo que he estado intentando decirte todo este tiempo.

Se miraron fijamente por unos segundos.

—Ven, vamos a casa. —Dylan le ofreció su mano—. Llamaré a Jake para avisarle que nos vamos —mencionó con pesar luego de recoger su mano rechazada e introducirla en su bolsillo.

—Espera... No comprendo bien... ¿Eres feliz con esta versión de mí?

Él la observó sin entender a qué se refería.

—Sí, Dylan, con esta versión de mí. —Se miró a sí misma e hizo un gesto con sus manos de forma paralela a su cuerpo—. ¿Eres feliz lidiando conmigo? Lidiando con este ser que llora por las noches, que tiene cero ganas de salir y compartir con otras personas, ¡y que además tiene ataques de angustia! —gritó al borde de las lágrimas—. ¿Crees que puedes ser feliz con alguien así? ¿¡Ah!? Alguien que tiene constantes pensamientos negativos y que su forma de tranquilizarse es hacerse cortes en los...

—Detente, detente. —Rodeó el rostro de la chica con sus manos—. Claro que soy feliz estando contigo, ya sea tu mejor o tu peor momento —mencionó, mirándola fijamente a los ojos—. Soy inmensamente feliz cuando compartes conmigo, sea lo que sea.

Dylan limpió las lágrimas del rostro de la chica antes de continuar:

—No necesitas juntarme con ninguna otra persona para que sea feliz. Yo ya soy feliz estando a tu lado. Eso no lo dudes nunca.

Ella asintió viéndose reflejada en los ojos del chico, y lo próximo que sintió fue un beso en su frente.

Dylan alcanzó su mano y entrelazó sus dedos a los de ella. Caminaron así hasta llegar a una calle transitada. Él marcó el número de Jake para avisar que ya volverían a casa.

Casi veinte minutos después, se les sumó Jake junto a Kate. El rubio les informó con fastidio que no han tenido suerte tomando un taxi y les propuso que quizás deberían caminar hasta otro sitio, a lo que Kate bufó.

Kate se afirmó del hombro de su novio para quitarse los tacones que la estaban torturando. Avistó de lejos un taxi desocupado y de forma veloz llevó una mano a su boca antes de chiflar con fuerza, mientras corría al medio de la calle para interrumpir el paso del vehículo.

El taxi se detuvo inmediatamente. Kate hizo un gesto con la cabeza y los tres chicos, sin ocultar su impresión, corrieron hacia ella. Eran cosas como esas las que tenían a Jake tan embobado con su novia, pensó Connie mientras se introducía en la parte trasera del auto.

Llegaron a la casa.

El resto de los chicos ya habían regresado de la Feria y tenían armada una pequeña fiesta en la sala; con música, cervezas y snacks.

Kate subió a su cuarto a colocarse zapatos cómodos. Jake y Dylan fueron por unas cervezas. En cuanto a Connie, ella fue donde Emily, quien estaba en la cocina preparando palomitas de maíz.

—¿Qué tienes? —cuestionó Emily al notar los ojos rojos de su amiga.

—Nada. Sólo estoy cansada... Ha sido un día largo.

—Ah, claro. Debe ser por el viaje —supuso la rubia—. Yo pronto iré a acostarme. Me duelen los pies de tanto caminar en la Feria.

—¿Cómo les fue con eso? ¿Hay algo bueno allá? —preguntó con verdadero interés.

Más tarde ambas se separaron: Emily llevó las palomitas hasta la sala y Connie fue por su cepillo de dientes, el que guardaba en su equipaje.

Al salir del baño vio a Dylan y Emily conversando, a unos cortos metros de donde se encontraba. Los observó por unos segundos, dudando si acercarse o no. Fue Dylan quien notó finalmente su presencia y él, junto con Emily, caminaron a su encuentro.

—¿Todo bien? —le preguntó Dylan con mesura.

Connie asintió y le respondió que iría a dormir. Emily comentó lo mismo.

—Bien. Descansen —mencionó Dylan—. Nos vemos mañana.

—Buenas noches. —Contestaron ambas chicas.

Tan pronto entraron al cuarto que compartían, Emily fue al armario a sacar su pijama de colores pasteles. Por otro lado, Connie la observó en silencio mientras trataba de ignorar el impulso de querer ir por la hoja de afeitar que tenía guardada en su mochila; el deseo de tener un objeto cortante en su poder la invadió con fuerza cuando estuvo en el baño.

Desvió la mirada al percatarse que Emily comenzaba a desvestirse. Tomó una profunda bocanada de aire antes de ir a su maleta por su pijama. Se insultó a sí misma para sus adentros por dejar su pijama al fondo de la maleta, dificultándole mucho el poder encontrarlo.

Cuando por fin tuvo en sus manos la prenda, se sentó en la cama con la intención de sacarse sus zapatillas, sin percatarse de que la observaban con curiosidad.

—¿De veras dormirás aquí? —la cuestionó Emily, sentada de piernas cruzadas sobre su cama y con su pijama puesto.

—¿A qué te refieres? Esta cama es para mí, ¿no?

—Si yo fuera tú iría a dormir con Dylan.

Connie frunció el ceño.

—Deberías aprovechar —prosiguió la rubia—. ¿Quién sabe que irá a pasar cuando termine el año escolar? Quizás para ese entonces no podrán verse tanto como quisieran.

—No sé qué te habrá dicho él, pero así como están las cosas estamos bien.

—Ay, amiga... Sé que te asusta que te vaya a lastimar, pero Dylan te ama mucho como para hacerte eso. Él no es como ese cretino de Ian. Deberías reconsiderarlo y darle una oportunidad.

—No, no. Él está confundido —replicó, negando con la cabeza—. No sabe lo que dice.

Emily se aproximó para mirarla a los ojos.

—Connie, entiende esto: tú lo dejaste ir. Lo dejaste ir y él regresó. No sé cuál otra prueba necesitas para entender que Dylan de verdad te ama.

La aludida se petrificó. No supo de dónde más aferrarse para continuar con su estado de negación.

—Piensa en eso. Iré a lavarme los dientes y a desearle a Brad unos dulces sueños —informó Emily antes de dejar la alcoba.

Connie permaneció ensimismada mirando la pared frente a ella por casi medio minuto. Al reaccionar, ajustó los cordones de sus zapatillas y salió de la habitación.

El equipo musical continuaba encendido en la sala, siendo ella la única receptora cercana. Escuchó de pronto las risas de sus amigos que provenían de la terraza. Aprovechó el momento de soledad y caminó aprisa hasta alcanzar la puerta principal.

Con sus manos cruzadas sobre su pecho, emprendió rumbo sin ningún destino aparente, sólo con la intención clara de no regresar a la casa sin antes ordenar sus ideas.

La angustia que sintió mientras caminaba por la ciudad no fue tan arrolladora como la que sintió unas semanas atrás. Su medicación debía estar amortiguando el golpe, supuso luego. Aun así, no era tan efectiva como hubiese deseado que lo fuera.

Caminó por alrededor de una hora hasta sentir el cansancio en sus piernas, lo que la llevó a sentarse en un banco en medio de una pequeña plaza.

Las palabras de Emily habían calado hondo en su ser, más que nada porque se trataban de hechos que no podía seguir ignorando por más tiempo.

Se levantó y retomó la caminata.

A las palabras de Emily retumbando en su cabeza se le sumaron las que Dylan le dijo esa misma noche.

Continuó su caminata hasta llegar a la playa. Se sentó en la arena con sus piernas flexionadas y cerró sus ojos. Se concentró solamente en la sensación del viento chocando con su piel y en el sonido de las olas, el que lentamente comenzó a tranquilizarla.

Luego de un rato, varios recuerdos compartidos junto con Dylan invadieron su mente, lo que era normal cuando comenzaba a analizar su relación con él, sin embargo, esta vez se sintieron diferentes.

Las palabras de Emily habían exterminado con su ceguedad, dejándole ya ninguna otra opción más que aceptar la verdad.

El cielo comenzó a iluminarse con la luz del sol y, a medida que pasaban los minutos, el océano lucía cada vez más brillante. Ella quedó fascinada con lo hermoso que era el paisaje frente a sus ojos. Sintió de pronto fuertes deseos de renacer, de dejar atrás todo miedo autoimpuesto y comenzar una nueva vida.

Se levantó y caminó en línea recta hasta que sintió el agua a la altura de su pecho.

Llenó sus pulmones de aire y se sumergió. Una carcajada de alegría iluminó su rostro al salir a la superficie. Fue una sensación tan liberadora, que lo repitió unas tres veces más.

En esa última salida a la superficie, una ola chocó con su rostro y sus pies dejaron de sentir el suelo. Rio otro poco y nadó unos centímetros mar afuera. Al volver a sentir la arena bajo sus pies, otra ola chocó con ella, pero esta fue más suave. De esa forma, ella sintió como si el océano estuviera diciéndole que ya era hora de que saliera de allí.

Con una sonrisa en su rostro comenzó a dar largos pasos en dirección a tierra firme. A mitad de camino vio a Dylan corriendo de forma frenética hacia ella. Él la abrazó desesperadamente con el agua llegándole a las rodillas.

—Por Dios, Connie. ¿Estás bien? ¿Por qué te metiste al mar? ¿Qué intentabas hacer? —cuestionó, guiándola mar afuera.

—Quería aclarar mi mente.

—¿¡En el océano!?

Él se quitó su chaqueta y la colocó sobre la espalda de la chica.

—Te creo —mencionó ella, obteniendo una confundida expresión como respuesta—. Te creo y estoy lista.

Dylan la ignoró y le entregó un abrazo espontáneo, mucho más apretado que el anterior. Luego dejó escapar el suspiro de alivio que sintió que tenía atorado en su garganta; Connie ya estaba a salvo.

Una señora y su esposo se acercaron a ellos, preocupados por el estado de la chica. Dylan los tranquilizó y les indicó que todo estaba en orden. La señora les facilitó una toalla y él se encargó de envolver a Connie en ella.

Caminaron al auto.

Con Connie sentada en el asiento del copiloto, Dylan, de pie frente al vehículo, llamó a Jake y a Emily para tranquilizarlos y avisarles de la situación. Al colgar, se introdujo en el auto, notando que Connie dormía. Pegó su cabeza al asiento y soltó un gran suspiro. Estaba agotado; pasó toda la noche buscando a la chica, al igual que sus amigos. Frotó sus párpados y encendió el motor.

Llegaron a la casa.

Emily, Brad y Jake los esperaban allí. Una vez superada la ronda de preguntas y verificación del estado de la desaparecida, Dylan le solicitó a Emily su ayuda, porque Connie necesitaría un baño. Emily fue en busca de toallas y ropa.

Mientras Connie se duchaba, los chicos decidieron que harían un reajuste en la repartición de habitaciones.

Tiempo después, todos, a excepción de Dylan, se encontraban en sus habitaciones con la esperanza de recuperar el sueño perdido.

Dylan escuchó que el secador de pelo dejó de funcionar. Se levantó de la silla en la que estuvo esperando, frente al baño, al mismo instante que vio a Connie abrir la puerta.

—Llevaré esto al cuarto de lavado —expresó ella, aludiendo a la ropa mojada que sostenía.

Dylan tomó la ropa y le indicó que lo haría él.

—¿Dónde están todos? —cuestionó ella en el momento que Dylan retornaba a su lado.

—Durmiendo. ¿Quieres comer algo?

—Luces cansado. —Posó su mano sobre la mejilla del chico e indicó—: Deberías ir a dormir también.

—No dormí en toda la noche buscándote —confesó después de un suspiro. Él de verdad lucía demacrado.

Connie bajó la mirada. Sintió luego que tomaban su mano para guiarla a la pieza de los chicos. Una vez adentro, Dylan le explicó que ahí podrían conversar con tranquilidad.

—¿Qué intentabas hacer allá? —cuestionó él.

—Quería calmar mi mente. Ordenar mis ideas...

—¿Por qué allá, Connie? Digo, ¿por qué en el mar y por qué a esa hora? ¿No crees que es muy extraño?

Connie tragó saliva al sentir la presión del interrogatorio.

—Sé que estás molesto y lo siento, pero...

—No tienes idea de cómo me sentí cuando te vi allá —la interrumpió afligido—. Fue espantoso. Me sentí tan diminuto... Tan inútil... ¿Cómo iba a salvarte si no sé nadar?

Dylan la observó por unos segundos a la espera de alguna explicación. Se sentó a los pies de la cama al mismo tiempo que soltó otro suspiro.

—Pensé que te perdería para siempre —continuó él.

—¿Crees que trataba de ahogarme? —preguntó luego de un breve análisis.

Él no respondió.

—Lo siento mucho. —Se acercó a él y acarició su cabello—. No era mi intención preocuparte ni que me encontraras allá. —Bajó su mano hasta posicionarla sobre el hombro del chico y lo miró a los ojos—. Sé que sientes que es tu deber protegerme, pero eso no significa que debas salvarme. Esa no es tu responsabilidad.

—Pero, Connie...

—Sé que me amas.

Dylan se calló y la observó con ojos abiertos.

—Así es. Sé que es verdad... Eso fue lo que comprendí estando allá en la playa. —Se sentó a su lado y entrelazó sus dedos con los de él antes de agregar—: Sé que tus sentimientos hacia mí son reales, y me siento lista para sacar mi corazón del cofre en el que lo metí.

—No entiendo... —La miró con una expresión confusa—. ¿Eso significa que serás mi novia?

—¿Quieres que sea tu novia?

—Por supuesto que sí.

—¿Aunque no esté enamorada de ti? —replicó en tono de sabelotodo—. Porque no creo que eso sea justo para ti.

Dylan suspiró.

—Lo que trato de decirte, Dylan, es que ya no veo una muralla frente a ti. Tampoco te veo con un cartel que dice «Precaución». Ahora siento que soy capaz de dar el siguiente paso y que puedo llegar a sentir por ti lo mismo que tú sientes por mí.

Él continuó en silencio.

—¿Puedes esperarme un poco más? —preguntó ella, acariciándole el cabello.

—Sólo si te acuestas a dormir conmigo.

Connie le entregó una sonrisa antes de juntar de forma fugaz sus labios con los de él.


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