Capítulo 35: Miedos
Connie le pidió a Dylan que fuera a buscarla a su casa para acompañarla a la consulta con su psiquiatra, aprovechando que Rebecca no se encontraba. Con Rebecca en casa, ella jamás le hubiera pedido algo como eso al rubio, pues no quería que su madre lo juzgara sin antes conocerlo.
Durante el trayecto, Dylan trató de calmar los nervios de la chica, y de paso los suyos, porque quería hablar algo con ella.
—En la cena de Jake conversamos sobre el viaje que organizó Emily para la próxima semana —mencionó él una vez que se estacionó frente al edificio.
Los tíos de Emily tienen una cabaña ubicada en un sector privilegiado en la costa, la cual arriendan a los turistas en verano. Hace algunos días, Emily le propuso al grupo la idea de realizar un viaje hacia allá, logrando que todos se entusiasmaran bastante con la idea de escaparse una semana a la playa.
—Sé que decidiste no ir —continuó Dylan—, pero me gustaría que le des otra vuelta a esa opción.
Connie frunció el labio.
—Me gustaría que fueras conmigo —reconoció finalmente él.
Ella pegó su espalda al asiento después de soltar un suspiro, sin contestar.
—Entre Emily y Jake han estado organizando todo, y tú nunca has dejado de estar en los planes. Ellos se alegrarán mucho si es que vas.
—No creo que sea buena idea.
—Aún falta una semana. Convérsalo ahora con tu psiquiatra y dale una vuelta más, por favor.
—Dylan...
—Me sentiré aún más solo si no vas, ¿entiendes? Todos estarán en pareja —comentó apresuradamente, obteniendo una inquietante mirada de parte de ella—. Tranquila... Yo compartiría cuarto con Brad y tú con Emily.
Connie esta vez le entregó una mirada repleta de suspicacia.
—Sé que ellos dos no duermen juntos, Brad me lo contó —se apresuró Dylan en aclarar. Hizo una pausa antes de insistir—: Quiero que seas mi copiloto durante el viaje y que salgamos por las noches a divertirnos. Yo te acompañaría a nadar a la playa, o a lo que quieras hacer tú.
Connie bajó la mirada a sus manos, las que descansaban sobre sus muslos, sintiendo como su respiración comenzaba a acelerarse. Debió rascar su brazo izquierdo al sentir una extraña comezón.
—Yo estaré ahí, no te dejaré sola en ningún momento.
—Lo pensaré —prometió, cargando una expresión dubitativa.
Dylan le sonrió. Le deseó suerte en su sesión y le indicó que la esperaría en ese mismo sitio.
******
La mayor parte de la sesión con Edwin, su psiquiatra, se centró en el mismo tema que la vez anterior: la relación de ella con su madre y el cómo la afectó enterarse de que era adoptada.
Cuando quedaban pocos minutos para terminar, ella le preguntó a Edwin su opinión sobre la idea de ir a la playa la próxima semana junto a sus amigos.
—¿Quieres mi opinión como médico o como amigo?
Connie tragó saliva. No respondió.
—¿Quieres ir a la playa con tus amigos? —cuestionó él—. Quizás deberíamos partir por ahí.
—Claro que quiero, pero me da miedo... Me da miedo porque no sé cómo reaccionaré ante cualquier inconveniente.
—¿A qué te refieres con eso? ¿Qué clase de inconveniente?
Ella no contestó.
—¿Ese miedo es recurrente o sólo se presenta cuando te proyectas fuera de tu zona de confort? —interrogó Edwin.
—No lo sé. —Hizo una pausa larga—. Creo que lo segundo... No quiero estar rodeada de personas con las que tengo que fingir que todo está bien. Es muy agotador.
—Si es así, me pregunto entonces si de verdad son tus amigos.
—Sí lo son... Algunos de ellos sí lo son.
Edwin anotó en su libreta un pequeño apunte.
El jueves retomaron ese mismo tema y Edwin le propuso que escribiera en una hoja sus miedos. Le explicó que hacer eso disminuirían su intensidad y los «aterrizaría».
Connie lo puso en práctica esa misma noche. Le costó hacerlo en un inicio, sintió que era estúpido. A pesar de eso, logró escribir tres temores:
-Me da miedo que Rebecca o alguno de mis amigos descubra los cortes en mis brazos.
-Me da miedo que alguien diga o haga algo que me haga sentir insignificante.
-Me aterra que vuelvan a lastimarme.
Lloró un poco al escribir ese último.
El lunes siguiente, en lo que era su cuarta sesión, le confesó a Edwin que estuvo poniendo en práctica lo de escribir sus miedos. Le dijo también que hacer eso le dio a entender que eran temores estúpidos. Edwin la corrigió y le explicó que ningún miedo es tonto o estúpido, uno mismo es quien les da poder y los fortalece, así como también, uno mismo es quien puede vencerlos.
Connie meditó mucho sobre eso. Entendió así que ella misma es quien ha estado dándole poder a otros, tanto como para rechazar salidas sólo para no encontrarse con esas personas, en especial con Matt.
Al día siguiente, sintiendo un intenso impulso por tratar de dejar estos temores atrás, fue hasta la casa de los Myers a decirle a Dylan que aceptaba acompañarlo al viaje a la playa. Le aclaró que ella podría viajar el viernes y que debía llegar a su casa el domingo, así no faltaría a ninguna de las sesiones programadas con Edwin.
—¿Te acomoda bien ese plan a ti? —preguntó ella.
—Claro. Viajar el viernes y pasar el fin de semana en la playa suena perfecto.
Dylan quedó contentísimo. Si bien, el resto de los chicos viajó ayer lunes, él prefirió esperar un poco más hasta que ella se decidiera.
Desde que le propuso la idea en el auto, hace una semana, que no había vuelto a tocar el tema con ella. No quiso presionarla y aquello le dio resultado. Estaba feliz.
******
El viernes en la mañana, Connie tomó un taxi para ir a la casa de los Myers. No quiso que Dylan pasara por ella porque no quiso arriesgarse a que Rebecca lo viera.
Golpeó la puerta de la casa un par de veces hasta que Jane, la madre de Dylan, atendió.
—Toma asiento, cariño. Él bajará pronto —indicó Jane.
Tan pronto se sentó en el sillón, tomó su celular y le avisó a Emily que llegarían más tarde de lo acordado.
A medida que avanzaban los minutos comenzó a impacientarse. No sólo por la espera, sino que también por los insistentes ofrecimientos de Jane con que bebiera o comiera algo, sintiéndose malvada al negarse a cada ofrecimiento.
De repente, notó de reojo que algo se movía y miró hacia esa dirección; el pequeño Ryan la miraba con ojos curiosos y con la mano en su boca. Ella le sonrió con dulzura.
El niño se acercó tímidamente y empezó a balancearse sobre su mismo eje. Connie lo saludó con suavidad, sin obtener alguna respuesta por parte del pequeño. Luego se percató que los ojos de Ryan se enfocaron en algo a un costado del sillón.
Ella miró en esa dirección y vio un juguete con forma de auto. Se levantó para alcanzarlo. Vio a Ryan dar saltitos de emoción mientras se aproximaba a su encuentro. El pequeño aceptó el juguete con una sonrisa y empezó a mover el auto por el sofá. Connie lo observó fascinada.
Dylan bajó con su guitarra acústica a la espalda y cargando su equipaje. Saludó a la chica y dejó sus cosas sobre el sofá. Después fue hasta la cocina a hablar con su madre, sin percatarse que el pequeño Ryan iba tras él. Connie tomó el juguete, que Ryan había soltado antes de salir corriendo, y lo dejó sobre la mesita de centro.
Tomó su mochila y su maleta pequeña una vez que vio a Dylan salir de la cocina con Ryan en brazos.
—Otro día seguimos jugando a los autitos, ¿vale? —le dijo el rubio a su hermano antes de sentarlo en el sofá—. Te traeré un obsequio y te lo daré sólo si te portas bien, ¿de acuerdo?
Dylan vio a Ryan llevarse la mano a su boca y no pudo evitar alborotarle el cabello de forma juguetona.
—Vamos, debemos pasar por Christopher —ordenó mirando a la chica.
Ambos se despidieron de Jane y salieron de allí en dirección al auto.
—¿Quién de ustedes dos no fue planeado? —cuestionó Connie caminando detrás del chico.
Dylan le entregó una confundida expresión.
—Hay más de diez años de diferencia entre tú y Ryan —explicó ella—. Eso me da a entender que uno de ustedes dos llegó sin ser planeado.
—¿Vas a hablarme de números de nuevo? —bromeó antes de dejar su equipaje en el suelo, a un costado de la cajuela.
Connie rio.
—Si no lo sabes o no me lo quieres decir, no importa. Preguntaba sólo por curiosidad —mencionó, viendo como él abría el maletero.
Dylan guardó su equipaje al fondo. Luego Connie introdujo el suyo.
—Nunca lo había visto así... Creo que fui yo el que no estuvo en los planes —contestó antes de tomar su guitarra. Acomodó con delicadeza su instrumento en el maletero y, luego de cerciorarse que nada más faltara por ser guardado, cerró la cajuela.
Connie lo miró con ojos expectantes, esperando que continuara contando su historia.
—Mi madre quedó embarazada en su último año de enfermería —prosiguió él—. Ella siempre cuenta que ese año fue difícil porque trabajaba para pagarse los estudios. Tiempo después se casaron con mi padre. Cada uno encontró un trabajo estable antes de comprarse esta casa. Cuando las cosas por fin estaban yendo bien, en cuanto al dinero, ellos decidieron agrandar la familia.
Connie le entregó una gran sonrisa, la que fue rápidamente desvanecida al notar que el rostro de su compañero se volvió serio.
—Pero eso tampoco resultó como lo esperaban. Mi madre perdió dos bebés... —Guardó sus manos en sus bolsillos y se apoyó en el vehículo—. Tiempo después ella se embarazó nuevamente y el médico le recomendó hacer reposo absoluto. Ella pasó todo ese embarazo en cama.
Connie le entregó una mirada compasiva.
—Por suerte yo podía cuidarme solo y hacerme cargo de algunas cosas en la casa. Mi tía también jugó un papel fundamental en ese tiempo, porque venía a cuidar de ella y hacerle compañía cuando yo estaba en la escuela y mi padre en el trabajo. De no ser por ella, probablemente Ryan no existiría.
—Cielos... Todo eso debió ser muy duro para tu madre.
—Claro que sí. Por eso también la pérdida de mi tía se sintió muy fuerte en mi familia.
Connie sintió una especie de remordimiento. Lamentaba mucho no haberlo acompañado en el funeral de su tía. Sintió de pronto fuertes ganas de abrazarlo, y lo hubiera hecho de no ser por la voz de una chica que se escuchó a unos escasos metros de distancia.
—Oh, mierda... —murmuró él viendo a la chica acercándose. Se incorporó inmediatamente.
Connie observó a Dylan por un breve instante antes de dirigirse a la chica desconocida, de tez blanca y cabello colorín, el que se notaba que era teñido porque las raíces eran más oscuras.
—¿Cómo estás? —saludó con entusiasmo a Dylan—. ¿Está tu madre en casa?
—Sí, está adentro.
—Genial. —Le sonrió antes de marcharse en dirección a la casa de los Myers.
Connie notó que la postura de Dylan se había vuelto rígida.
—A ella le gustas —mencionó sin apartar la mirada del chico, percibiendo una irritada expresión de vuelta.
—Vámonos. Aún debemos pasar por Cristopher.
Subieron al vehículo.
Dylan echó a correr el motor y se abrochó el cinturón de seguridad, sintiendo que lo observaban de forma insistente. Salió de ahí aprisa en dirección a la casa de Cristopher, el primo de Brad. Continuó conduciendo con la vista fija en el camino hasta que debió detenerse ante un semáforo en rojo. Aprovechó la pausa y escogió un disco de los que tenía al alcance.
El tema 1984 de la banda Van Halen comenzó a escucharse en el auto.
—¿Por qué estás tan molesto? —soltó Connie finalmente.
—Porque estamos atrasados y no has dejado de mirarme raro.
Connie le sonrió burlesca. Desvió la mirada hacia su ventana. Escuchó al chico suspirar frustrado y se giró a mirarlo, de la misma forma que lo había estado mirando desde que apareció la otra chica.
—¿Qué quieres saber? —preguntó rendido.
El auto volvió a moverse y Connie hizo una pausa antes de responder:
—Quiero saber por qué tu humor cambió tanto.
—Porque hice algo de lo que no estoy para nada orgulloso —respondió con franqueza.
—¿Con esa chica?
Él asintió.
—Pero ella no se veía molesta contigo —replicó Connie luego de otra pausa—. Al contrario, lucía bastante contenta de verte.
Dylan guardó silencio mientras que la muchacha estudió cada detalle de su lenguaje corporal.
—Creo que a ella le gustas —prosiguió Connie—, pero eso ya lo sabes, ¿no es cierto?
Dylan no soltó ni una sola palabra más hasta detenerse frente a la casa de Cristopher.
—Se llama Mandy —dijo él después de presionar el botón «Pausa» de la radio. Tomó una gran bocanada de aire y continuó—: Es mi vecina desde hace años, y por supuesto que sé que está interesada en mí, ella ha sido muy directa con eso.
—¿Y? ¿Qué es lo que hiciste? —Su impaciencia la traicionó. No podía más con la espera.
Dylan se liberó del cinturón de seguridad y enderezó su espalda en el asiento.
—La historia con ella partió hace mucho tiempo. —Desvió la mirada hacia su ventana—. Lo importante es que seguíamos como amigos, pero en una fiesta, después de saber lo de tú y Matt.
Un silencio bastante incómodo se formó una vez que Dylan se calló.
—Creo que no es necesario que...
—No pasó nada —la interrumpió, girándose a verla—. Nos encerramos en un cuarto, pero no pude hacerlo... No se sentía correcto.
Connie lo observó con atención.
—Ahora ella está ilusionada conmigo de nuevo, y yo no he sido capaz de enfrentarla y decirle que eso no debió pasar —reveló Dylan en un tono agobiado.
Otro silencio se formó.
—¿No vas a decirme nada? —increpó él.
—Tú la buscaste, ¿no es cierto? —dijo luego de un intenso análisis—. Da lo mismo si se acostaron o no, le entregaste señales de que te interesa y ahora sientes como si lo hubieras estropeado todo, y de eso es de lo que no estás orgulloso, ¿o me equivoco?
Los ojos del chico reflejaron remordimiento.
—Dylan, creo que estás siendo muy duro contigo mismo. Eso ya es parte de tu pasado. Ya sabes que hiciste mal y ahora sólo tienes que enmendarlo. —Le entregó una sonrisa tierna—. Si quieres, te puedo ayudar con eso, entregándote mi punto de vista femenino, aunque sospecho que ya sabes qué hacer. De todas formas... agradezco que me lo hayas contado.
Las mejillas de Dylan se tornaron de un color rojizo.
—Cuéntame algo tú ahora... Algo de lo que no te sientas orgullosa.
—Tú ya sabes esa historia —contestó en tono de sabelotodo.
—Bah, pero cuéntame algo que no sepa. O algo de lo que te arrepientes —insistió después de rodar los ojos.
Connie cambió totalmente su postura. Lo miró con angustia y contestó:
—Estuve enamorada de un hombre que es un completo imbécil.
Dylan la observó con desconcierto y Connie soltó un gran suspiro.
—Él tuvo una infancia muy tormentosa, con una madre que no le entregaba atención y un padre del cual recibía solamente una llamada telefónica al año —explicó ella—. Siendo sólo un niño, convivió con padrastros que lo maltrataron. Su madre, quien se supone que debía cuidarlo, tardó mucho tiempo en percatarse de eso. —Bajó la mirada a sus manos—. Creo que por eso mismo yo justifiqué todas sus conductas extrañas hacia mí.
—¿Te trató mal?
—No. —Lo miró a los ojos—. Me refiero a que yo siempre terminé cediendo ante sus peticiones... A él nunca le importó si yo tenía deberes que cumplir. Él me insistía que fuera a verlo y yo siempre aceptaba —reveló antes de desviar la mirada otra vez—. En mi ingenua cabeza creía que me extrañaba y en verdad sólo me utilizó. De eso me arrepiento... de haber sido tan ingenua.
Pausa.
—Le di todo lo que tenía para dar y mucho más. Todo para que él se sintiera mejor —agregó ella, retornando la mirada a los ojos color miel de su compañero.
Dylan la observó con detenimiento.
—Tú harás lo correcto, ¿verdad? —preguntó ella.
Él le prometió que aclararía todo con Mandy. Luego buscó la mano de la chica y la apretó con cariño.
—También agradezco que hayas confiado en mí para contarme eso —expresó él de forma sincera.
—Eso era algo que sólo Emily sabía —confesó, obteniendo una sonrisa de parte del muchacho. Humedeció sus labios y continuó con seriedad—: Ian... Su nombre es Ian.
Dylan volvió a entregarle otra sonrisa dulce antes de bajarse del auto para ir a golpear la puerta de la casa de enfrente.
El vehículo volvió a movilizarse, esta vez con destino a la costa y con Cristopher en el interior.
A mitad de la canción Hot For Teacher de la banda Van Halen, Dylan vio de reojo como los dedos de Connie alcanzaban la radio. Él mantuvo sus manos en el volante mientras la observó en silencio detener su disco. Le entregó una sonrisa al verla entusiasmarse con la emisora que encontró.
El tema Midlife Crisis de la banda Faith No More se escuchó por los parlantes.
Llegaron a su destino casi cuatro horas después; para evitar el cansancio propio de la conducción, entre Dylan y Cristopher se turnaron para conducir.
Emily recibió con bastante entusiasmo a sus amigos, quienes eran los últimos inquilinos en sumarse a la casa durante estas vacaciones. La rubia ayudó a cargar algo del equipaje liviano hasta la sala. Brad apareció más tarde y los saludó con el mismo entusiasmo con el que su novia lo había hecho con anterioridad. Un momento después le siguieron el resto de sus amigos.
Los tres nuevos integrantes quedaron boquiabiertos con lo hermosa y espaciosa que era la casa; la sala tenía una chimenea, un televisor, una mesa de centro, un sofá y cuatro acogedores sillones. Las cortinas eran de un color esmeralda y las paredes pintadas de blanco perla. La puerta trasera daba a una terraza, que tenía más sillones y una vista directa al mar. Siguiendo esa misma dirección, más al fondo, había una escalera larga que llegaba a la arena, teniendo a unos metros de distancia el océano.
Emily les explicó que en el segundo piso había dos piezas matrimoniales, separadas una de la otra por un baño. En una de esas piezas dormían Jake con Kate y en la otra Matt junto con Rachel.
En el primer piso había dos piezas más, cada una de ellas tenía dos camas individuales. Emily les indicó en cuál habitación dormirían ella y Connie, y en cuál Brad con Dylan. Cristopher, como bien ya sabía, tendría que dormir en el sillón cama, ubicado en un pequeño cuarto a un lado del lavadero.
Emily le entregó un fuerte abrazo a Connie una vez que se encerraron en el cuarto que compartirían juntas.
—Te extrañé mucho, ¿sabes? —comentó la rubia al liberarla del abrazo—. La he pasado muy bien aquí, pero no es lo mismo sin mi mejor amiga cerca, ¿me entiendes?
Connie le respondió con una gran sonrisa, sintiéndose muy optimista con respecto a este viaje.
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♫ Mando Diao - Dalarna
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