
Capítulo 32: Refugio
Aquel lunes, Connie no se encontraba de ganas de levantarse, ni mucho menos de asistir a la escuela. Sentía sus ojos hinchados de tanto llorar la noche anterior, algo que también se repitió la noche anterior a esa.
Suspiró al escuchar a Rebecca, como cada mañana, golpeando su puerta.
—Ya desperté —gritó Connie.
Sacó de su closet unas toallas y escogió las prendas que usaría, las que dejó sobre la cama.
Su ducha fue más larga de lo planeado. Al entrar a su habitación se encontró con Rebecca husmeando en su closet.
—¿Por qué hoy no te pones algo de lo que te regalé? —le preguntó su madre.
Connie sintió un Déjà vu.
—Desde que volviste, te veo siempre con la misma ropa —continuó Rebecca.
—No es la mis...
—Pantalones oscuros y camisetas, todo eso es igual para mí. —Sacó un vestido del closet—. Ponte este, ¿quieres?
—Ya hemos tenido esta misma conversación, ¿recuerdas?
—Claro, pero cada uno de estos vestidos los compré pensando en ti. ¿Es mucho pedirte que los uses de vez en cuando?
Connie botó el aire de sus pulmones.
—Usa uno cada último lunes del mes, ¿te parece un buen trato? —Miró a su hija a los ojos—. Vamos, haz feliz a tu madre.
Connie no se encontraba de ánimo para defenderse, además, ya estaba bastante atrasada. Se colocó el vestido que Rebecca escogió, unos leggins, unos botines de caña alta y su chaqueta.
Guardó en su mochila el emparedado que su madre acababa de preparar y salió de la casa quince minutos más tarde de lo habitual. Debía rendir un examen de matemáticas en su primera clase del día, aun así la maestra la dejó ingresar, pese al atraso.
Le costó mucho trabajo enfocarse en sus siguientes clases. Fue como si toda su energía hubiese sido drenada por el examen que rindió temprano esa mañana.
Durante el almuerzo, Emily volvió a molestarse con ella; la rubia sintió que no le estaban prestando atención con su panorama para las vacaciones de primavera, y tenía razón. No fue una discusión del todo, Emily solamente se levantó de la mesa y fue a hacer otra cosa.
Connie se sintió aliviada al terminar su última clase, pues había logrado sobrellevar el día sin derrumbarse. Mientras guardaba sus libros en su casillero, notó una silueta aproximándose por su costado derecho.
—Hola —la saludó Dylan—. Bonito vestido.
Ella giró su rostro cargando una confundida expresión. Luego examinó su propia vestimenta y se percató que llevaba el mismo vestido que usó en su casa, durante ese fin de semana de la «reunión». Se sonrojó y, esperando que él no lo notara, volcó su atención a sus libros.
—¿Quieres ir al cine? —invitó Dylan.
—No puedo. —Cerró su casillero—. Ya tengo planes —mintió.
—¿Qué tal mañana? ¿O la próxima semana?
Connie agarró con fuerza la correa de su mochila al mismo tiempo que subió su mirada para ver al chico a los ojos.
—No hagas esto —imploró ella antes de girarse en su otra dirección.
No lo escuchó decir nada más y tampoco se volteó para verlo, tan sólo caminó a paso rápido hasta que salió de la escuela.
Mientras se alejaba del recinto, recreó la reciente conversación en su cabeza, una y otra vez. Se preguntó cuál habrá sido la real intención de él tras su repentino acercamiento; quizás el vestido le dio una errónea idea, o quizás él sólo quería contarle sobre el ensayo y que la banda había vuelto a la formación original.
Se sintió malvada por no darle una oportunidad y estúpida por estar sobre pensando. A medida que sus pies avanzaban por la acera, más grande era el arrepentimiento por haberse negado a su invitación.
Una gran parte de ella extrañaba la amistad con Dylan y haber aceptado la salida con él le habría dado otras cosas en las que pensar. De esa forma habría podido mantener alejados por un rato los extraños y agobiantes pensamientos que la han atormentado últimamente.
Debió detener su avance al ver que el semáforo peatonal se encontraba en rojo. Observó ensimismada los autos pasar y luchó con todas sus fuerzas para no dejar escapar las lágrimas. Cuando el semáforo cambió a verde, cruzó la calle deseando que un auto la arrollara en ese mismo momento.
Una vez en casa, fue inmediatamente hasta su pieza. Se quitó el vestido y lo lanzó lejos, al mismo tiempo que las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Se acostó y abrazó su almohada con fuerza. Lloró y lloró, una y otra vez, por al menos una hora completa.
Escuchó a Rebecca llegar y eso la espantó muchísimo. Fue rápidamente al baño a mojar su rostro y botar los papeles con los que había limpiado sus mocos y lágrimas. Se colocó su pijama y se metió a la cama al escuchar a su madre subiendo por las escaleras.
—¿Qué haces acostada? —preguntó Rebecca acercándose a la cabecera de la cama—. ¿Te sientes enferma?
Connie asintió.
—¿Quieres que te traiga algo para comer?
—No, gracias. No tengo hambre.
—Hija, necesitas alimentarte. Estás muy delgada. Ningún hombre decente te va a querer en los huesos.
La chica suspiró.
—Voy a salir en un rato más —comentó Rebecca acariciándole la cabeza con suavidad—. Tengo una cita. No me esperes despierta, ¿de acuerdo?
—¿Una cita? —Frunció el ceño.
—¡Sí! Lo conocí en el trabajo. Es divorciado, tiene dos hijos y es un poco mayor que yo. Pero no te preocupes, si todo avanza bien, no lo traeré a la casa sin tu consentimiento. —Besó la frente de Connie—. ¿Estarás bien aquí sola por un rato más?
—Sí —mintió.
—Bien. Te traeré una sopa y una rebanada de pan. —Se levantó.
—Mamá —murmuró después de ver a Rebecca dar unos pasos hasta la puerta. La vio girarse y continuó—: ¿Crees que puedas conseguirme hora al psicólogo?
—¿Al psicólogo? —la cuestionó con estupefacción.
—Sí... Me gustaría ver uno.
Rebecca la observó en silencio por unos segundos antes de entregarle una falsa ilusión al asentir. Ella no iba a hacer lo que su hija le acababa de pedir.
******
Con los brazos cruzados sobre su pecho se encaminó hasta la entrada de la escuela, sintiendo que su interior hacía juego con el clima, puesto que las nubes amenazaban con dejar caer la lluvia que los meteorólogos estuvieron advirtiendo durante el fin de semana.
Un compañero de clase pasó por su lado y la saludó con entusiasmo. Ella le sonrió y lo saludó de vuelta, ondeando su mano. Su fingida sonrisa duró hasta que lo perdió de vista.
Se cruzó de brazos nuevamente y dio media vuelta. Caminó a paso rápido, dejando el recinto atrás, mientras que por su cabeza deambulaba la creencia de que no sería capaz de fingir estar bien durante tantas horas.
Los lunes sus compañeros solían conversar sobre las cosas que hicieron el fin de semana, y ella últimamente no ha tenido panorama más que estar acostada en su cama, sin mayores deseos de levantarse.
Divisó un banco a la distancia. Dejó su mochila a un costado y soltó un suspiro al sentarse.
Alrededor de un minuto después escuchó la voz de Dylan a unos pasos de ella. Se giró hacia él y lo vio de pie, observándola con detenimiento.
—¿Me seguiste? —preguntó ella una vez que él se aproximó.
—¿Crees que podamos volver a ser amigos? —la interrogó con voz dulce al sentarse a su lado.
Ella bajó la mirada al cemento bajo sus pies. No quiso responder y tampoco sintió fuerzas como para escapar. Permaneció en silencio, quieta y sintiendo la mirada de Dylan sobre ella.
—Cada vez que le pregunto a Jake y a Emily por ti, me dicen que estás bien —comentó él—. Creo que has logrado engañarlos a ellos y a todo el resto, pero no a mí.
Ella cerró los ojos con fuerza.
—Puedes contar conmigo —prosiguió, posando su mano sobre la de ella.
—No, Dylan. —Lo apartó y lo miró a los ojos—. Déjame sola y olvídate de mí. Yo sólo te haré sufrir.
—Verte así me hace sufrir.
Ella se quebró. No lloró, sino que bajó la guardia.
Dylan volvió a buscar su mano. La acarició con dulzura mientras observaba con atención a la chica, notando que sus ojos se humedecían. Se acercó lentamente a ella hasta que logró envolverla por completo con sus brazos.
—Está bien, déjalo salir —mencionó escuchando los sollozos de la chica contra su pecho.
Acarició su espalda y luego la abrazó con más fuerza. Escucharla llorar así le ocasionó un extraño sentimiento de culpa; no debió esperar tanto tiempo, se recriminó.
Él, más que nadie, había sido testigo de cómo ella ha estado apagándose lentamente, siendo muy devastador para él presenciar aquello desde la distancia, no obstante, ya era tarde para lamentos. Tenía que mostrarse fuerte por ella.
—Es demasiado —murmuró Connie.
—Tranquila... No te dejaré.
La sensación reconfortante que ella sintió al inicio del abrazo fue repentinamente reemplazada por el pánico. Se alejó de él y negó con su cabeza.
—Déjame ayudarte —insistió él con voz suave. Rodeó el rostro de la chica con sus manos—. Mírame. Mírame bien. Soy yo. Sigo aquí. Estoy contigo.
—Tengo mucho miedo —reveló ella, volviendo a hundir su rostro en el pecho de su compañero—. No sé qué ocurre conmigo... Tengo pensamientos que lo único que me provocan es desear que todo se termine. Me asustan... Antes sentía como si algo viviera en mí y aparecía de vez en cuando, pero ahora siento que está ahí todo el tiempo.
Se apartó unos centímetros y observó al chico a los ojos, notando que la miraban con preocupación.
—Ya no sé qué hacer para lidiar con todo esto —dijo ella en un murmullo débil.
—Lo resolveremos. —Le acarició el dorso de su mano derecha.
Connie lo observó en silencio. Pestañeó para dejar caer las últimas lágrimas, las que él limpió con su mano libre.
—¿Quieres que te lleve a casa? —consultó él.
Dylan se colgó la mochila de la chica al hombro después de verla asentir. Tomó la mano de ella y la guio hasta el estacionamiento.
Subieron al auto.
—Le pedí a Rebecca que me reserve una cita con un psicólogo —mencionó Connie luego de verlo colocarse el cinturón de seguridad.
—Genial. Eso te ayudará a sentirte mejor.
—Se lo pedí hace dos semanas —recalcó con pesadumbre.
Dylan frunció el ceño.
—Yo te ayudaré a encontrar uno. Si quieres te puedo acompañar a las consultas.
Ella le sonrió en respuesta.
El trayecto hasta la casa de Rebecca se llevó a cabo sin mencionar ninguna palabra más. Lo único que se escuchó de fondo fue parte del álbum Crazy World de la banda Scorpions, disco que Dylan tomó prestado de la colección de sus padres.
—¿Está tu mamá? —preguntó Dylan caminando hacia la casa, siguiéndole el paso a la chica.
—No te preocupes por ella. —Sacó las llaves de su mochila y abrió la puerta—. Rebecca se fue a la casa de su novio por unos días. Mañana debería regresar.
—¿Te dejó sola todo el fin de semana? —La observó anonadado.
Connie asintió después de dejar su mochila en el sofá.
—¿Es en serio? —continuó él.
—¿Cuál es el problema?
—O sea, ella vive contigo, ella más que nadie debe saber que dejarte sola es una mala idea.
Connie se tomó un momento para entender su punto.
—Ella no sabe que me corto ni todo lo que pasa por mi mente. —Defendió a su madre.
—Pero sabe que necesitas ayuda, le pediste ver a un psicólogo.
La chica suspiró rendida. Bajó la mirada al piso y llevó su mano hasta su brazo izquierdo, el que apretó con fuerza. Sintió unos segundos más tarde que Dylan la envolvía en otro abrazo.
—Yo jamás te habría dejado sola —dijo él con dulzura.
Connie cerró sus ojos y cargó su peso en él. Estaba agotada, tanto mental como físicamente, y él lo notó. La guio hasta su habitación y la ayudó a acostarse.
—Yo me encargaré de todo. Ahora trata de descansar —mencionó arropándola con las mantas.
Connie se durmió tan pronto acomodó su cabeza sobre la almohada.
Dylan se quedó con ella por unos minutos más, acariciando su cabello. Luego se incorporó y bajó al primer piso. Tomó su celular y buscó a uno de sus contactos habituales.
—Jake, necesito tu ayuda. Estoy con Connie y ella no está bien.
—¿Cómo dices? —contestó sorpresivo.
—Siento que la estoy perdiendo. No sé cómo explicarlo... La veo moverse, pero en realidad no la veo a ella. No lo sé... Es como si estuviera en modo automático. Necesita ayuda profesional, Jake. Urgente. ¿Crees que puedas conseguirle una cita con algún especialista?
Se escuchó a Jake suspirar desde el auricular.
—No estoy exagerando. Hablo en serio —insistió Dylan.
—¿Está ella contigo ahora?
—Sí, o sea, está durmiendo en su pieza. Acabamos de tener una pequeña plática y... —Dejó escapar un suspiro—. Te lo digo, no está bien. Tenemos que hacer algo. Por favor, no la quiero perder. Tenemos que ayudarla.
Dylan colgó la llamada una vez que escuchó a su amigo comprometerse en conseguirle ayuda a la chica lo antes posible. Volvió al cuarto de Connie y con mucho cuidado se acostó a su lado, por encima de las mantas.
La observó embobado mientras dormía; lucía tan bella y tranquila. Un sentimiento de satisfacción lo invadió al recordar todas las horas que pasó deseando estar así de cerca con ella nuevamente. Acarició su mejilla al no poder controlar el impulso de hacerlo.
Los segundos pasaron y él no pudo quitar su mirada de ella. Se acercó otros centímetros y con cuidado tomó su mano.
Se durmió escuchando la lluvia de fondo.
Alrededor de una hora más tarde, despertó al escuchar bulla y se percató de que Connie ya no estaba a su lado.
Salió aprisa de la habitación.
No hubo necesidad de buscarla, la encontró sentada en uno de los escalones, a un costado de la pared. Se sentó a su lado y la observó con preocupación; ella respiraba de forma agitada y abrazaba con fuerza sus piernas.
—Respira... Con calma. Todo está bien —mencionó después de posar su mano sobre la rodilla de ella—. Inhala... Exhala... —Hizo una pausa entre medio de sus palabras, mostrándole cómo hacerlo.
Connie empezó a imitarlo.
—Eso es. Inhala... Exhala... No te detengas. Lo haces bien.
Ella continuó así, sintiendo cómo su respiración se normalizaba lentamente.
—¿Sabes? Agregué un par de discos de los noventa a mi colección —comentó él con lentitud. Observó que los ojos de ella destilaron curiosidad y con entusiasmo continuó—: Son de las bandas que ya me gustan, aunque también he estado escuchando harto a las bandas populares de esa época.
—¿En serio?
—Sí. Creo que pronto incluiré varios de esos discos a mi colección personal, esa que me inspira a ser mejor músico.
—Eso suena como un milagro —contestó después de esbozar una pequeña sonrisa, la que él contestó de igual forma.
—¿Te sientes mejor?
Connie asintió. Humedeció sus labios y le pidió que siguiera actualizándola sobre su vida.
—La banda va bien, este viernes tocamos con Matt de vuelta. La hermana de Kate se integró a mi curso. No hemos conversado mucho, pero parece agradable. En la escuela me ha ido bien porque sigo estudiando con Kimberly. Seguí tu consejo y la he estado ayudando a hacer amigos. —Tomó un respiro y sonrió divertido antes de continuar—: Creo que ella ya no se siente atraída por mí... debió darse cuenta de lo estúpido que soy.
—No eres estúpido —replicó apresuradamente.
—Lo digo con respecto a la escuela. Ninguna asignatura es sencilla para mí si involucra libros.
Ella lo observó en silencio por un momento antes de contestar:
—Una vez leí que hay varios tipos de inteligencia. No todo se trata sobre lo que los libros pueden entregar. Tú eres bueno con la música y sociabilizando.
Dylan esbozó una sonrisa.
—Y yo soy buena con los números —continuó Connie.
—Me pregunto qué clase de inteligencia tendrá Brad... No toma apuntes, estudia poco y siempre obtiene calificaciones altas —inquirió él después de un breve análisis.
—Quizás es de esas personas auditivas. Debe retener bien lo que explican en clases... O simplemente es un genio.
—Podría ser el siguiente Einstein y escogió ser baterista —bromeó Dylan.
—Qué desperdicio —agregó en tono bromista también.
Ambos rieron.
—Gracias —mencionó ella cuando cesaron las risas.
—Te pondrás bien. —La envolvió con un brazo por sobre sus hombros y juntó su cabeza con la de ella—. Voy a buscarte ayuda y te acompañaré en el proceso. No te voy a dejar sola.
Él la escuchó sollozar y se apartó para mirarla a los ojos.
—Tranquila, estoy contigo —mencionó, secándole una lágrima con su pulgar.
—Ayer fue un día terrible, Dylan. Se sintió tan agobiante, que el simple hecho de haberlo superado me dejó exhausta.
Él la miró con preocupación. Le preguntó si le había pasado algo en particular el día de ayer.
—Nada pasó, sólo era yo conviviendo conmigo misma, con este sentimiento abrumador que no me deja ni un segundo en paz.
—¿Por eso mismo estabas así hace un rato?
Connie tragó saliva. No respondió.
—¿O no te gustó verme durmiendo a tu lado? —insistió él, sin obtener nada distinto al silencio—. Necesito saberlo para poder ayudarte.
—Dylan, no me pidas respuestas porque no las tengo. Hay muchas cosas dando vueltas por mi cabeza y yo sólo trato de terminar el día con vida.
—Está bien... Lo siento.
Ella lo observó por un instante. Percibió que lo había lastimado y apoyó su cabeza sobre su hombro.
—No te disculpes, no hiciste nada mal. Estoy agradecida de que estés aquí.
Dylan inclinó su cabeza también en dirección a la de la chica. Permanecieron así por un par de minutos.
—Hay otra cosa importante que pasó en mi vida estos días —mencionó él. Lo próximo que vio fue el rostro de Connie observándolo con atención. Prosiguió después de una breve pausa—: Mi tía falleció.
La chica abrió sus ojos en sorpresa.
—Fue hace tres semanas y bueno... era esperable. Ahora las cosas están algo más normal en mi familia. Mi madre retornó a su trabajo cuidando enfermos a domicilio y mi padre aceptó el trabajo de remodelar toda una casa —informó él en un tono calmado, buscando tranquilizarla.
—Lo siento mucho.
Él le acomodó un mechón de cabello por detrás de su oreja.
—¿Quieres que pida pizza para almorzar? —preguntó él rompiendo otro silencio que se había hecho presente.
—No creo que sea buena idea. No quiero tener problemas con Rebecca... Ella se enfadará conmigo si se entera de que hubo pizza en la casa.
—¿Y si vamos por unas hamburguesas? —mencionó con entusiasmo—. Las comemos en el auto.
Connie también se entusiasmó con la idea.
******
Con la lluvia sin dar indicios de una tregua, se dispusieron a comer en el interior del vehículo, aparcado en un estacionamiento cercano al local de comida rápida.
—Había olvidado lo sabroso que es esto —comentó ella luego de tragar el primer trozo de su hamburguesa con extra queso.
Dylan asintió antes de darle otro gran mordisco a la suya.
Permaneció en silencio una vez que terminó su comida, mientras que por su mente transitaban un montón de preguntas que quería hacerle a su compañera.
El alimento en su sistema pareció estimularlo porque el silencio comenzó a impacientarlo. Limpió sus dedos una vez más, con las servilletas que le pasaron en el local, y se estiró para abrir la guantera. Buscó entre los discos que guardaba allí, pero ninguno lo motivó lo suficiente como para querer escucharlo. Suspiró, pegando su espalda al asiento.
—¿Y si pones la radio? —le propuso ella.
—A esta hora no tocan nada bueno.
—Entonces tendrás que conformarte con el sonido de la lluvia junto con el que hago al comer. —Realizó un sonoro ruido al beber de su bebida sabor cola.
Dylan soltó una risilla antes de observarla embobado.
—¿Qué tienes? —cuestionó ella.
—Te eché de menos.
—Yo también te extrañé. —Lo observó por un momento a los ojos. Luego bajó la mirada a su hamburguesa—. Y también me extraño a mí misma.
—Oye, mírame. —Colocó su mano bajo el mentón de ella e hizo que le dirigiera la mirada—. Te vas a poner a bien. Me voy a encargar de eso.
Ella le sonrió. Tomó una gran bocanada de aire y continuó comiendo su almuerzo hasta que se acabó. Echó todos los envoltorios sucios a una de las bolsas de papel y las dejó a un costado.
—¿Qué quieres hacer ahora? ¿Quieres volver a tu casa? —preguntó Dylan apresuradamente.
—Quisiera quedarme un rato más —respondió después de negar con la cabeza—. Estoy bastante cómoda aquí.
Él suspiró y pegó su cabeza al asiento.
—Pero al parecer tú no lo estás tanto. —Sospechó ella de forma acertada—. Si tienes otro compromiso, yo lo entiendo. Vamos a casa...
—No. No se trata de eso.
—¿Entonces? —lo incitó a continuar después de un extraño silencio.
—Tengo tanto que quiero conversar contigo, pero no quiero abrumarte más —soltó con honestidad—. Además, el silencio me está volviendo loco.
Connie lo observó con afecto.
—¿Vamos afuera?
—¿Cómo dices? —Dylan ladeó su cabeza.
—Salgamos a disfrutar de la lluvia.
Él levantó una ceja.
—Vamos. Creo que nos ayudará a ambos —insistió ella, abriendo la puerta.
Dylan la vio salir y caminar a paso lento hasta quedar frente al auto. Luego la observó haciéndole una seña con la mano para que lo acompañara. La vio dar una vuelta sobre su mismo eje con los brazos abiertos antes de volver a insistirle con señas.
Esbozó una sonrisa boba al darse cuenta, en ese preciso instante, que todos sus intentos por olvidarla no dieron resultado. Seguía tan enamorado como desde el primer momento en que empezó a sentirse así por ella.
Lo que terminó convenciéndolo de salir fue la sonrisa con la que lo invitaron. La última vez que la vio sonreír así de feliz fue en la «reunión» que tuvieron.
Las gotas chocar contra su piel descubierta y empezar a sentir su ropa cada vez más incómoda, lo ayudó a alejar los temores de su mente. De esa forma se sintió capaz de hacerle a Connie las dos preguntas que estuvieron dando vueltas por su cabeza: «¿Vas a ir este viernes a vernos tocar?», y «¿Puedo quedarme esta noche en tu casa?».
Cada respuesta de ella abrió paso a una pequeña conversación. Al final, ella respondió positivamente sólo a la última pregunta.
Esa noche ambos durmieron juntos y completamente a gusto, en especial ella, quien lo hizo envuelta en un abrazo protector.
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♫ Poets Of The Fall - Diamonds For Tears
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