Capítulo 22: Luces coloridas
Era pasada la medianoche y corría un viento capaz de helar a cualquiera que se atreviese a salir sin una capa gruesa encima. Cada una de las personas que vio pasar se encontraban acompañadas, provocándole cierta envidia.
Se preguntó qué estarían haciendo sus padres.
El año pasado, a esa misma hora, se hallaban los tres en casa de un hermano de John, alrededor del árbol de navidad. Se abrazó a sí misma con más ímpetu al sentir que la temperatura estaba disminuyendo.
Un auto se detuvo frente a la parada del autobús donde estaba sentada, el que reconoció de inmediato.
Vio a Dylan acercándose, quien llevaba su cabellera rubia cubierta por un gorro color rojo, como el que usaba Santa, y aquello le causó gracia.
—Te estuve buscando —dijo él—. Vamos, sube al auto antes de que te congeles y aparezca Céline Dion a cantar.
Connie esbozó una sonrisa simple y lo obedeció.
—¿Cómo me encontraste? —preguntó ella, en el interior del vehículo.
—Jake me contó que habías salido hace poco, así que vagué sin rumbo alrededor de su casa... Creo que sólo fue suerte. —Se inclinó para abrir la guantera y sacó de allí un obsequio. Se lo entregó a la chica en el mismo segundo que dijo—: Feliz navidad.
Ella tomó el obsequio entre sus manos. Por la forma, adivinó que se trataba de un disco.
—Gracias. —Le sonrió efusivamente.
—Ábrelo.
Connie rompió el envoltorio. Se trataba del disco Absolution de la banda Muse.
—Me lo recomendaron en la tienda. Espero te guste.
—Eso podemos descubrirlo ahora —mencionó ella en forma coqueta y lo observó con atención—. ¿Puedo? —indicó el radio con su dedo índice.
—Claro... Déjame estacionar en otro lado. Estoy mal ubicado aquí.
El chico arrancó el auto y Connie aprovechó para romper el plástico transparente que envolvía el disco.
Minutos después comenzaba a escucharse Intro, la primera canción del tercer álbum de estudio de la banda Muse.
Dylan ocultó muy bien su nerviosismo, pues él no había escuchado el disco, sólo se dejó influenciar por las recomendaciones que le dieron en la tienda, y estaba a minutos de saber de primera fuente si le atinó al regalo o no.
—¿Cómo estuvo tu día? —preguntó ella, transcurrido el primer coro de la segunda canción.
—Muy bueno. —Le sonrió—. Hoy fue un excelente día.
—¿Sí?
—Fuimos a cenar a casa de mi tía —contó en tono alegre y con ojos brillantes—. Pese a todo pronóstico, ella sigue con nosotros.
Connie le entregó una amplia sonrisa. Le agradó escucharlo contento.
Se mantuvieron en silencio un tiempo más.
—Me encanta —mencionó ella mirando la radio.
—Va recién en la quinta pista —dudó.
—Aun así, me encanta. Muchas gracias.
Dylan la miró a los ojos, sintiendo como si sus palabras fuesen una dulce armonía que se colaba por sus oídos.
—¿Y qué hay de ti? —preguntó él—. ¿Qué tal tu día?
—John me llamó en la tarde y platicamos un rato —contestó ella con la mirada en sus manos, las que posaban sobre sus muslos—. Ayudé a Jake en la cocina porque invitó a Kate a cenar. —Se tomó una pausa antes de confesar—: No me agrada Kate.
—Lo sé. —Sonrió gracioso—. Lo he notado en tus gestos... Pones cara de mucho disgusto cada vez que ella habla.
—No puedo disimularlo. ¿Crees que Jake lo sepa?
—Supongo que sí.
Ella suspiró.
—Tranquila. Si fuera un problema para él lo hablaría contigo.
—Sí... Tienes razón.
Se quedaron en silencio unos minutos. Dylan la observó con curiosidad y ella le devolvió la mirada.
—Entonces, ¿decidiste salir a congelarte sólo porque no te agrada Kate?
Connie frunció el labio antes de contestar:
—Necesitaba estar sola un rato para pensar.
—¿Afuera? ¿Con este clima?
—Quería estar en un lugar donde nadie me encontrara —puntualizó.
Se miraron.
—No me mires así. No has hecho nada malo —advirtió ella al notar culpa en la mirada de su compañero.
—Arruiné tus planes.
—No. No es así. En cierta forma, estoy agradecida de que tú me encontraras... Prefiero conversar contigo que conmigo misma.
—¿Cómo es eso?
—He estado cuestionándome todo el día si soy una mala hija o no. —Bajó la mirada a sus manos de nuevo—. Rebecca quería que pasara la navidad con ella. Y, en perspectiva, no era algo difícil de cumplir, pero no quería hacerlo... No quiero estar nunca más cerca de ella.
—No eres una mala hija, sólo necesitas más tiempo para perdonarla.
—No, no es eso. —Dirigió su mirada a los ojos del chico—. Nunca la voy a perdonar.
Dylan la observó con detalle, sin comprender de dónde venía tanto rencor.
—¿Estás molesta con ella por lo que le hizo a tu padre o por mentirte?
—Por todo el daño que me ha hecho —respondió Connie tajantemente.
El peso opresor que habitaba en su pecho, con respecto a la relación con su madre, empezó a golpearla con fuerza. Era hora de desahogarse.
—Desde que tengo memoria, ella ha estado controlando todo a mi alrededor, y no es una exageración... Dylan, ella no me dejaba comer dulces ni usar pantalones. Controlaba mi peso y me forzaba a ser femenina.
Tomó un respiro y continuó:
—Tú tienes tu pieza con pósteres de bandas en las paredes, yo nunca pude tener eso. Ella incluso escogía a cuáles fiestas podía ir, y sólo me daba permiso para ir a las fiestas de compañeros adinerados. Recién el semestre pasado tuve el valor suficiente para enfrentarla, ¡y lo único que logré fue que me dejara usar pantalones!
Ella bajó su mirada al recordar que en ese tiempo estuvo saliendo con Ian y como eso, de cierta forma, la ayudó a confrontar a su madre.
—Tuve un periodo de rebeldía... pero algo salió mal y volví a comportarme como ella quería. —Miró al chico a su lado—. Desde que dejé de vivir con ella que me siento libre. Tomo malas decisiones, pero son mis decisiones.
Ella sintió que le tomaban la mano con firmeza.
—No eres una mala hija —insistió él, en tono dulce y tratando de retomar el tema inicial.
—Sí lo soy —aseguró sintiendo las lágrimas caer por sus mejillas.
Dylan pasó su brazo por encima de los hombros de la chica e hizo que ella apoyara la cabeza sobre su hombro.
—Debí haberla llamado —mencionó ella, sintiendo la reconfortante mano del rubio subir y bajar por su brazo derecho.
—Todavía puedes llamarla y desearle una feliz navidad.
Permanecieron de esa manera durante cinco canciones más.
—Esto se siente extraño —dijo ella, rompiendo el silencio. Secó sus mejillas y levantó su rostro para mirar a Dylan a los ojos—. Sé honesto conmigo: ¿Esto ha sido muy difícil para ti?
—¿Qué cosa?
Ella respondió con su mirada; lo miró de arriba abajo.
—¿Mantenerme alejado de tus pantalones? —ironizó él y Connie le sonrió, confirmando su inquietud—. Diría que hoy ha sido bastante fácil. Si no lo mencionas, no lo hubiese recordado.
—¿Sí? —Levantó una ceja—. ¿Y a qué se debe eso? ¿Tuviste sexo hace poco?
—¡No! ¡Es porque es la maldita navidad! Es el día en que soy un chico bueno.
Ella soltó una risilla suave.
—Hablando en serio, creo que tienes razón, esto se siente diferente... en el buen sentido —reveló Dylan.
El disco terminó.
Dylan se ofreció ir a dejarla a casa y ella aceptó.
—Muchas gracias, por el regalo y por traerme —dijo ella una vez que llegaron a destino—. Y también por escucharme. Me siento mucho mejor ahora. —Se liberó del cinturón de seguridad.
—Tú sabes que puedes confiar en mí.
Ella asintió con naturalidad pese a que su comentario la hizo sentirse como una basura humana. Si bien, hablar con él sobre sus problemas familiares la reconfortó, el hecho de que le estuviera ocultando su aventura con Matt la estaba mortificando.
Comenzó a llorar una vez que cerró la puerta de su habitación. El sentimiento de culpa reapareció porque le estaba mintiendo a una de sus más cercanas amistades, y la única razón tras eso era su promesa hacia Matt.
Ya era suficiente.
Debía hablar con Matt, saber sus intenciones y aclarar en qué punto estaban ellos dos, sólo así iba a poder decidir qué camino tomar con respecto a él. Y, si tenía suerte, podría contarle a Dylan la verdadera razón detrás de su distanciamiento.
******
Mientras almorzaba junto a Jake lo que sobró de la cena navideña, le preguntó qué días de esta semana tenían planeado ensayar. Para su desgracia, sólo estaba planeado el ensayo rutinario del sábado.
—Nos tomaremos estos días para descansar, aprovechando que la próxima semana el Bar estará cerrado —explicó Jake.
Connie no podía esperar tanto, considerando que era martes.
—¿Está todo bien? —preguntó él.
—¿Por qué lo dices? —Alcanzó su vaso de jugo.
—Te he notado algo extraña. No fuiste a vernos tocar el otro día, y cada vez que hablo con Dylan me pregunta por ti. Está preocupado y me gustaría entender por qué.
—No pasa nada. Esta fecha me tiene nostálgica, eso es todo.
—Sabes que estoy siempre dispuesto a ayudarte.
—No hay ningún problema, Jake —insistió en tono hostil—. Además, hablo con Dylan constantemente, no tiene por qué preguntarte por mí.
Jake frunció el ceño. No continuó con el tema, guardándose para él sus sospechas.
La chica apenas comió de su plato. Cargaba consigo un revoltijo de emociones que le impedía disfrutar la comida. Se obligó a comer unas porciones más para que Jake dejara de mirarla con recelo.
Cuatro horas después se encontraba en camino hacia la casa de los Myers con el objetivo claro de hablar con Matt.
Parece que la suerte estaba a su favor porque lo divisó a unos metros antes de llegar a su destino. Matt iba caminando por la vereda de enfrente y lo perdió de vista un minuto más tarde.
Ella cruzó corriendo toda la avenida para adentrarse en la misma calle que él tomó, pero una vez ahí, no lo vio más. Hizo memoria y trató de descifrar hacia dónde llevaba ese camino. La casa de Adam, recordó más tarde. Sin embargo, el camino hasta allá era bastante largo como para ir a pie.
¿De verdad Matt se dirigía hacia allá?, se preguntó con impaciencia.
Caminó con sus manos en los bolsillos por unas cuadras más, esperanzada de volver a toparse con el chico de ojos azules.
Empezaba a oscurecerse y las calles por las que caminaba eran desconocidas para ella. Sintió de pronto fuertes deseos de llorar. Estaba ahí, sola, sin rumbo aparente, buscando a alguien que sólo se ha empeñado en alejarse de ella.
Pateó una piedra. Empuñó sus manos e intentó calmar la angustia que comenzaba a adueñarse de su cuerpo.
Trató de guiar sus pensamientos al recuerdo del muchacho, los buenos recuerdos con él, para volver a encender la llama que había estado apagándose en los últimos minutos.
Recordó así cuando él le regaló una bufanda por su cumpleaños. También el momento en que él le agradeció por la ayuda con su hermanita, y esa vez en la que él le contó que se habían besado.
Tomó un taxi, el que la dejó en una esquina cercana a la casa de Adam. Con las manos en los bolsillos de su chaqueta caminó directo hacia esa infame y gran casa. La fuerte música se oía como un pequeño murmullo y, a medida que se acercaba a su destino, escuchó esos beats retumbando con más fuerza.
Con pasos firmes se dirigió hacia la entrada por ese camino recto y de cemento. A unos metros de la puerta, un fuerte agarre la sacudió por completo. Se trataba de Matt, quien apareció desde la nada. Histérico, él comenzó a sermonearla mientras la guiaba hacia un costado, lejos de allí.
—¿Qué mierda haces aquí? —le gritó apenas la soltó.
Connie, con voz temerosa y ojos bien abiertos, trató de explicarle que estaba aquí por él.
—¿¡Perdiste la cabeza!? Jamás debes venir sola hasta acá. ¡Jamás! —Matt actuaba totalmente fuera de sí, levantaba los brazos y movía sus manos de forma frenética—. Tienes suerte de que te vi antes. ¡Esa gente se divierte con personas como tú!
Connie trató en vano de calmarlo al recordarle que no era la primera vez que iba hacia allá.
—¿Qué le ibas a decir al que está en la puerta? ¿Ah? ¿«Vengo por Matt»? ¿Sabes lo que hubieran hecho contigo? Este lugar es peligroso. ¡Esa gente es peligrosa! —gritó apuntando hacia la gran casa—. No vuelvas nunca más por acá... nun-ca...
Matt pestañeó de manera lenta y su cuerpo se movió como si fuera sobre un barco en alta mar. Un súbito mareo lo invadió, llevándose consigo los gritos.
Connie se abalanzó velozmente a socorrerlo cuando se percató que perdía el equilibrio. Le fue imposible descifrar las palabras que el chico musitó después, por su bajo volumen versus los decibeles de la música proveniente de la casa.
Guio al muchacho hacia la acera. Ahí lo ayudó a sentarse y le preguntó qué le ocurría. Él apoyó sus codos sobre sus rodillas, colocó sus pulgares alrededor de sus sienes y el resto de sus dedos afirmaron su cabeza.
Después de aproximadamente un minuto, que para Connie fue eterno, él comenzó a pronunciar algunas palabras. Ella se inclinó para colocar su cabeza a la misma altura que la de él.
—Ese hijo de puta me dio algo —indicó él.
—¿Qué? ¿Quién?
—Me siento muy mal. —Levantó su cabeza.
Los ojos de Connie se abrieron en total asombro. Si él fue capaz de mostrarse ante ella de esa manera, era porque de verdad se sentía mal.
—Vámonos de aquí —propuso preocupada.
Matt negó suavemente con la cabeza y respondió que no se sentía capaz de caminar, provocando que ella lo observara con preocupación.
—Debes irte —imploró él.
—No te voy a dejar solo.
Matt sonrió para luego refregar sus párpados.
La cabeza de Connie trabajó a toda máquina para idear un plan que los sacara a ambos de ahí y que, por sobre todo, les diera oportunidad de hablar a solas para cuando Matt se sintiese mejor. Eso último tiraba por la borda las opciones de llamar a alguno de sus amigos o de ir a su habitación, porque Jake estaba en casa.
Cuando la ampolleta de su cabeza se iluminó, se agachó para ayudar a Matt a levantarse.
—Te ayudaré a caminar —explicó ella para saciar esos ojos de cachorro asustado que la miraron en busca de una respuesta por su acercamiento.
El terco de Matt intentó levantarse y caminar por sí mismo. Alcanzó a dar dos pasos antes de dar signos de desorientación nuevamente. Connie lo sostuvo con fuerza y caminaron hacia un sector más seguro.
Con Matt sentado en la acera, ella se tomó unos segundos para descansar y recobrar el aliento. Luego sacó su teléfono para llamar al mismo servicio de taxis que la trajo hasta acá.
Subieron al vehículo.
Matt estiró los dedos de sus manos y movió sus piernas de forma ansiosa, una y otra vez, a medida que su respiración se hacía más agitada. Adicionalmente, cerraba los ojos con fuerza, de vez en cuando, y sudaba mucho. Ella temió que el taxista se percatara de que algo extraño le ocurría.
Por suerte, lograron llegar sin ninguna novedad al motel que quedaba fuera de la ciudad.
Recostó a Matt sobre la cama tan pronto recibió las llaves de la habitación, y le preguntó si necesitaba algo, obteniendo como respuesta una negación con la cabeza. Ella se quitó su chaqueta y la dejó sobre la silla. Fue al baño a enjuagar su rostro, pero debió salir corriendo de ahí unos segundos más tarde, debido a una llamada a su celular.
«Estoy bien. No te preocupes.», «No llegaré a dormir.», «Descansa.», fueron sus cortantes diálogos con Jake.
Al colgar, vio a Matt sentado a un costado de la cama, con los pies en el suelo y con sus brazos extendidos para darse apoyo. Miraba fijamente la pared frente a él y pestañeaba con dificultad.
—Cielos, Matt, estás ardiendo —comentó después de tocarle la frente.
Corrió al baño a humedecer la toalla que ahí se encontraba. Cuando regresó al cuarto, Matt estaba abriendo la puerta.
Él salió y dio unos pasos sin rumbo por el pasillo. Connie sólo lo observó, atenta por si debía socorrerlo. Estaba preocupada. Quizás sí debía llamar a alguno de sus amigos, pensó.
Esto no era algo que debería estar haciendo una chica de su edad. Ella debería estar en casa, viendo la televisión o conversando por teléfono con sus amistades, meditó sintiendo lástima hacia sí misma.
Cuando Matt se acercó a la escalera, ella fue a socorrerlo. Lo tomó por el torso y lo guio de vuelta a la habitación. Lo recostó sobre la cama. Tomó la toalla que había humedecido y la pasó con cuidado por todo el rostro del muchacho.
—¿En dónde estamos? —preguntó él en un tono severo.
Connie notó que sus iris estaban extrañamente oscuros, dándoles una apariencia de ojos vacíos. Se dio cuenta de que su desafiante faceta comenzaba a reaparecer.
—¿Ya te sientes mejor?
Él sonrió divertido y le siguió una carcajada liviana. Connie no supo diferenciar si este cambiante estado de ánimo se debía a que estaba volviendo en sí, o era por efecto de la sustancia en su sistema.
—Siento que este cuerpo no es mío —confesó él, manteniendo la sonrisa—. Te escucho lejos y te veo deforme.
—Cielos, Matt, ¿qué tomaste? —Acarició su mejilla con preocupación—. ¿Quieres que te lleve a un hospital?
Él negó con sutileza. Sabía que estaba sintiendo los efectos de la droga y que debía tratar de disfrutar «el viaje». Preocuparse sólo iba a empeorar la situación. Le pidió a Connie ayudarlo a conseguir algo dulce para comer y un vaso con agua.
Ella accedió. Tomó su chaqueta y fue a hablar con el recepcionista. Pidió dos botellas de agua, galletas y varios dulces.
Cuando volvió al cuarto, se encontró a Matt en la ducha, vestido y con sus manos apoyadas en los azulejos mientras el agua caía por su cabeza.
¿Esto era normal?, se preguntó ella. La angustia comenzó a invadirla de nuevo.
¿Y si algo malo le ocurría a él? ¿Qué tal si su próximo síntoma involucraba una taquicardia? ¿O dejar de respirar? ¿Qué iba a hacer ella ante eso?
Matt la observó y ella reconoció inmediatamente esa mirada: la estaba llamando. La angustia que la había invadido fue reemplazada de forma categórica por la alegría.
Ella se sacó su chaqueta y sus zapatillas antes de introducirse a la ducha. Tembló inmediatamente al sentir el agua helada, no obstante, el beso con el que él la recibió la hizo olvidarse de todo a su alrededor.
Se besaron de forma lánguida mientras el agua caía por sus cabezas.
—¿Puedes verme ahora? —Tomó su rostro y lo forzó a que la mirara.
No hubo respuesta. Él buscó sus labios nuevamente, pero ella lo esquivó y en su lugar lo abrazó con fuerza.
Entendió a tiempo que este no era él y que estaba actuando así sólo por la sustancia que se había apoderado de sus acciones. Sintió la cabeza del chico apoyarse sobre su hombro e inmediatamente unas lágrimas comenzaron a brotar desde sus ojos.
Toda esta escena la apenó mucho. Se sintió muy sola en ese instante, pese a que estaba abrazada a Matt.
No tenía fuerzas para cuidar de nadie, ni de ella misma. Quería que todo esto se acabara de una buena vez y que él le entregara las respuestas que estaba esperando.
En ese momento sintió intensos deseos de rendirse.
—¿Puedes verme? —preguntó ella después de recobrar la compostura. Acarició el rostro del muchacho y agregó—: ¿Sabes quién soy?
Matt la observó desorientado.
Ella suspiró antes de estirar su brazo para detener la caída del agua. Estrujó su cabello, su ropa y salió de la ducha para buscar unas toallas.
Al retornar, ayudó al chico a deshacerse de algunas de sus prendas superiores, dejándolo sólo en pantalones. Luego lo envolvió con la toalla por sobre los hombros y lo ayudó a sentarse sobre la tapa del retrete.
Estaba cansada. A pesar de eso, sacó fuerzas para continuar, porque ninguno de los dos debería salir de allí con las prendas mojadas.
Se sacó toda su ropa y frotó su piel con otra toalla. Luego se envolvió en ella a la altura de su pecho. Estrujó la ropa que levantó del suelo y la tendió en donde encontró lugar para hacerlo.
—Connie...
Ella lo observó inmediatamente, con ojos brillantes.
—Tengo frío —continuó él.
La chica frotó con fuerza los brazos y la espalda de Matt por encima de la toalla. Le indicó que lo ayudaría a desvestirse para poder llevarlo a la cama. Le quitó sus zapatillas y sus calcetas. Sintió los ojos punzantes del chico sobre los suyos después de desabrocharle su cinturón.
—No sigas —ordenó Matt.
Connie lo estudió; parecía que ya estaba volviendo en sí. Se incorporó y le informó que lo esperaría afuera.
Un gran suspiro abandonó su cuerpo al sentir la comodidad del colchón bajo su espalda. Estaba realmente muy agotada.
Cerró los ojos y se durmió por unos instantes.
El ruido de unos envoltorios de plástico siendo despedazados la despertó. Se levantó y vio a Matt vistiendo una bata de baño y comiendo galletas. En ese momento se sintió tan aliviada y feliz, que tuvo que controlar el deseo de ir a abrazarlo y de querer invitarlo a dormir junto a ella para acurrucarse a su lado.
Suspiró frustrada. No quería seguir postergando su conversación por más tiempo, pero sabía que este no era un buen momento para acercarse a él. Le temía tanto al rechazo que controló su impulso de querer ir por lo que deseaba.
—¿Dónde estamos? —preguntó él.
—Lejos de la ciudad —indicó en un tono cariñoso—. Podemos quedarnos aquí hasta mañana.
—Esto está mal. —Se sentó en la silla que estaba a un costado de la cama.
—¿Debía haberte dejado allá?
—Debiste llevarme a tu casa. —La miró desafiante—. Jake habría sabido qué hacer.
—¿Tu buen amigo Jake? —cuestionó con sarcasmo.
Matt no respondió.
—Te traje acá para que podamos conversar —resumió ella después de un rato.
Matt llevó sus manos a su rostro y frotó sus párpados.
—Sentí que no tenía otra opción —continuó ella—. Has estado postergando nuestra conversación y ya no puedo...
—Está bien. No necesitas explicar más —dijo con actitud moderada—. Pasaremos la noche aquí y conversaremos a primera hora.
Connie lo observó con desconfianza. ¿Y si él se arrancaba en medio de la noche mientras ella dormía?, pensó. No obstante, su petición sonaba sensata, pues necesitaban descansar primero.
No supo reconocer si esta decisión provino de él o de ella. Era una línea muy delgada y le costó identificarla. Siempre terminaba haciendo todo de la manera que él quería y, al parecer, esta vez fue él quien cedió.
—Es la primera vez que me secuestran —mencionó Matt antes de esbozar una sonrisa graciosa y ella lo observó con seriedad.
Matt caminó hasta el pequeño armario. Se inclinó para abrir uno de los cajones y sacó otra bata idéntica a la que usaba. Se la entregó a la chica y retornó al baño.
En su ausencia, Connie se cambió y colgó la toalla húmeda en la barra que sostenía las cortinas de la habitación. Levantó las mantas de la cama y se introdujo allí.
Tiempo después, Matt se acostó en el otro extremo de la cama, el que quedaba más lejos de la puerta.
—Me siento mareado de nuevo —indicó, acomodando su cabeza en la almohada.
—¿Es en serio o dices eso para que no me acerque a ti?
Lo próximo que ella observó fue al chico reír levemente. En otra oportunidad hubiese reído junto con él, pero en ese momento se le hizo difícil porque la situación se asemejó a la de recién, en la ducha, en donde lo tenía cerca, pero lo sentía lejano.
Ella se giró hacia su otro lado, dándole la espalda. Se durmió esperando un abrazo que nunca llegó.
Despertó casi dos horas después producto de unas intensas ganas de orinar. Fue al baño y aprovechó de darle una segunda estrujada a la ropa que colgaba allí.
Al volver a la cama escogió arriesgarse: apoyó su cabeza sobre el pecho del chico y colocó su pierna sobre la de él. Lo sintió despertar y sin alterarse demasiado, como pensó que lo haría.
Notó que la respiración de Matt comenzó a relajarse y escuchó los latidos de su corazón bajar en intensidad. Quiso enmarcar ese momento para siempre. Tanta calma la ayudó a dormirse rápidamente.
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♫ Linkin Park - My December
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