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Capítulo 2: Discos

Rebecca le confesó que llevaba un mes engañando a John, su esposo, con un hombre cinco años más joven. A Connie le costó mucho aceptar esa situación. ¿En dónde estuvo su mente todo ese tiempo como para no notarlo?, se culpó.

Con esos punzantes pensamientos se enfocó en el paisaje a través del cristal del autobús en el que ella y sus nuevos amigos se dirigían a la casa de Dylan.

Al llegar a destino, Connie y Matt se sentaron en la sala, Dylan fue a la cocina, y Brad fue hasta el mueble alto y ancho, destinado a guardar el equipo musical y los discos de los padres del rubio, los señores Myers.

—¿Cómo conocieron a Jake? —preguntó Connie una vez que Brad se sentó en el sillón.

Brad y Matt se miraron entre sí mientras de fondo se escuchaba la primera canción del disco Synchronicity de The Police.

—Hum... Yo lo conocía hace tiempo —contestó dudoso Brad después de morder su piercing del labio.

—Jake tocaba el bajo en otra banda, pero se notaba que no era su estilo —explicó Matt—. A nosotros nos faltaba un bajista y Brad le preguntó si quería unírsenos.

Brad comenzó a reír y posteriormente le siguió Matt. Connie los observó con curiosidad.

—Oh. ¡Verdad! Había olvidado ese detalle. —Brad rio de nuevo—. Jake se arriesgó con nosotros, pues seguíamos en la escuela y no teníamos temas propios, sólo muchas ganas de crear algo diferente. Él encajó perfecto y muy rápido comenzaron a salir nuestras canciones.

—Me encantaría asistir a uno de sus ensayos —comentó ella.

Los chicos volvieron a mirarse entre sí con ojos dubitativos.

Dylan se les unió cargando una bandeja con cuatro vasos de gaseosa sabor cola y varios snacks, la que dejó luego en la mesita de centro.

—¿Desde qué edad tocan sus instrumentos? —continuó ella con el interrogatorio después de comer una papita.

—Desde los ocho —contestó Dylan sentado en el sofá, al lado de la chica.

Brad tragó las papitas que masticaba antes de responder:

—Yo desde los doce, más menos.

Connie asintió, estirando el brazo para alcanzar su vaso de bebida desde la mesa de centro.

—¿Y tú, Matt? ¿Tocas algún instrumento? —Lo apresuró ella.

El aludido la observó confundido, para ese entonces su mente se encontraba en otro sitio.

—Matt toca el piano —reveló Brad—. Su madre le enseñó de pequeño.

Los ojos de Connie se abrieron en sorpresa.

—Ella es una pianista profesional —informó Matt cruzado de brazos—. Viajó por varias partes del mundo para dar conciertos. Pero claro, eso fue antes de conocer a mi padre.

Un silencio incómodo inundó la sala mientras sonaba de fondo el coro de la canción King of Pain de The Police.

El padre de Matt era un prestigioso abogado muy conocido en toda la ciudad, quien actualmente se hallaba con aspiraciones de comenzar una carrera política.

—En casa de Emily hay un piano —comentó Connie para romper el silencio—. De niña le dieron lecciones. No sé si aún lo recuerda. —Dejó su vaso en la mesita y se encaminó hacia el fondo de la sala a inspeccionar la colección de discos.

Unos minutos más tarde la sala quedó en completo silencio. Connie estaba tan sumergida en lo que hacía que no se percató de que sólo Dylan quedó en el lugar y que iba donde ella.

Él sacó el disco compacto del equipo musical para retornarlo a su sitio.

—¿Cuáles de estos son tuyos? —le preguntó ella al notar su presencia.

—Ninguno. Estos son de mis padres. —Tomó con suavidad la mano de la chica y le sacó el disco que sostenía para, al igual que el anterior, retornarlo a su lugar.

Ella se sonrojó un poco al sentir el contacto de su piel. Tragó saliva y dirigió su mirada hacia la sala, percatándose de la ausencia del resto de sus amigos. Con ojos confusos retornó la mirada al chico rubio, quien le hizo un gesto con la cabeza para que lo siguiera por las escaleras.

En el cuarto de Dylan, Brad se miraba un grano del mentón en el espejo que colgaba en la pared, cerca de la ventana, mientras que Matt recogía ropa del suelo.

Lo primero que llamó poderosamente la atención de la chica fue el sofá cama que estaba en un costado de la habitación. Ahí debía dormir Matt, pensó. Lo segundo que llamó su atención fue la gran cantidad de póster de estrellas de rock que había en las paredes. Sintió envidia en ese momento.

—Estos son míos —indicó Dylan, de pie a un costado del estante donde guardaba sus discos—. Escoge el que quieras y lo escuchamos ahora.

En cuanto a cantidad, Connie notó que su colección era un cuarto del total en comparación con la que había en el primer piso, de todas formas, eran bastantes. No se tardó mucho en percatarse de que estaba la discografía completa de Led Zeppelind, la banda favorita de Dylan.

—¿Creen que me vendría el pelo rojo? —preguntó Brad, posando frente al espejo.

—Pensé que lo querías verde —replicó Matt.

—Sí, pero mi madre dijo que si me lo teñía verde me iba a llamar «cabeza de vómito».

Todos rieron.

—Oye, qué buen nombre para una banda —comentó Dylan.

—¡Verdad que sí! Yo le dije lo mismo —agregó Brad.

Volvieron a reír.

—¿Ya te decidiste? —le preguntó Dylan a la chica.

Ella pestañeó con velocidad y sacudió su cabeza en negación. Sus ojos vagaron nuevamente por todos los títulos que tenía frente a ella. Notó que, a pesar de que Dylan tenía discos de bandas conocidas, algunas que siguen vigentes, su colección se identificaba por contener solamente discos de la década de los ochenta hacia atrás.

—Hum... Es difícil escoger —respondió Connie—. No tienes nada de los noventa. —La música de esa década era la favorita de ella.

—¡Yo le digo lo mismo! —exclamó Matt.

Brad se les sumó con una risilla graciosa.

—Ja, ja, ja. Pues estos son los discos que inspiraron a su tan querida música que escuchan ahora —contestó Dylan con aire de superioridad.

—¡Ah, vamos! Siempre dices lo mismo —resopló Matt, recostado sobre el sofá cama.

—A mí me prestaron un disco hoy, ¿lo escuchamos? —mencionó Brad antes de ir a hurgar dentro de su mochila.

Dylan frunció el ceño. Pasarían la tarde escuchando música de la que no tendría nada que comentar y eso lo desanimaba.

—Como sea... Quiero que escuches este. —Le pasó a la chica el álbum Wish you were here de Pink Floyd—. Creo que podría gustarte.

—Bien. —Connie lo tomó entre sus manos para echarle una breve ojeada—. Lo escucharé. Yo te prestaré uno de Tool.

Matt, quién siguió atento la conversación, pese a que ya sonaba de fondo el disco colocado por Brad, soltó inmediatamente:

—No le va a gustar.

—¿En serio? ¿Por qué no? —Lo miró estupefacta.

—Hum... ¿Cómo lo explico? —Matt hizo una pausa—. Dylan no escucha la música del todo, ni pone atención a las letras. Escucha solamente los riffs y los solos de guitarra.

—¡Eso no es cierto! —replicó el aludido.

—Además, si no es música vieja no le va a gustar —dijo Brad en tono de broma—. Así que no pierdas tu tiempo.

Connie observó a Dylan, quien lucía muy serio y a punto de una rabieta, provocando en ella una risilla.

—Como buenos compañeros de banda deberían actualizarlo.

—Uf, no sabes cuántas veces lo hemos intentado —comentó el chico del piercing.

—Es una batalla perdida —añadió Matt.

Connie rio y se le sumaron los otros dos chicos. Dylan, en cambio, fue a sentarse de brazos cruzados a la silla del escritorio.

Un silencio extraño se formó cuando las risas cesaron, uno que hizo sentir a la chica culpable.

—No te enfades, Dylan —pidió ella en tono suave—. Sólo intento marcar un punto: La música de los noventa en adelante también es buena.

—Lo sé... Tampoco es que viva bajo una roca y no haya escuchado nada nuevo —mencionó antes de girar su rostro hacia su colección—, pero esta música es la que me inspira, y mientras no escuche algo que me provoque lo mismo que estos discos, no voy a "actualizarme". —Al decir eso último hizo el gesto de las comillas con los dedos, al mismo tiempo que retornaba la mirada a la chica.

Ella le contestó con una sonrisa amable, una que fue correspondida por él.

Matt se levantó. Sacó algo de su mochila y salió de la habitación. Connie lo siguió con la mirada hasta donde sus ojos alcanzaron. Esperó unos minutos y se levantó también con dirección al baño.

Al salir, ella no retornó a la pieza, en su lugar, bajó al primer piso con la intención de encontrar al de ojos azules. Revisó el comedor, la sala y la cocina, sin obtener resultados. Escuchó una puerta abrirse y caminó con destino al origen de ese sonido.

Vio a Matt sacudiendo sus zapatillas en el tapete que estaba frente a la puerta que daba al patio trasero. Le sonrió cuando lo vio acercarse, reconociendo cierto grado de sorpresa en su mirada.

—¿En qué estabas? —preguntó ella.

—Fumaba un cigarro.

Connie lo observó con interés. Debió bajar antes, pensó, así lo hubiese acompañado a fumar.

El resto de los chicos bajaron por la escalera.

—Brad se va, lo acompañaré un rato —informó Dylan.

Connie aprovechó la situación e indicó que también se iría, pues ya era tarde. Mencionadas sus palabras, Dylan la miró como si hubiera perdido la cabeza. Por otra parte, Matt fue hasta la sala y se sentó sobre uno de los apoyabrazos del sillón.

—Está oscureciendo. Espera a que lleguen mis padres —le recomendó Dylan.

—Me iré junto con Brad. Él también debe tomar el autobús, ¿no?

—No, yo no vivo tan lejos de acá —respondió Brad, colgándose su mochila al hombro.

—Esperemos a mis padres y de ahí te llevo en la camioneta —insistió el rubio.

—Mi madre debe estar preocupada.

—Connie, son sólo un par de minutos más. —Dylan se oyó molesto—. A tu madre la puedes llamar por teléfono.

—No me digas qué hacer —respondió fastidiada. Su corazón comenzó a latir más rápido, presa del enojo que amenazaba con invadirla—. No entiendo cuál es el problema. ¿Brad puede irse solo y yo no?

—No seas tan testaruda. Brad conoce este sector —reclamó Dylan.

La chica se sentó en el sofá, de brazos cruzados, notablemente fastidiada.

—Matt, ayúdame a convencerla —suplicó Dylan con su mano sobre el pomo de la puerta principal.

Dylan salió. Brad se despidió de sus amigos y salió después. La puerta se cerró, dejando la casa en completo silencio.

La chica observó a Matt con molestia. Esperaba que él dijera algo para responder de forma agresiva, sin embargo, Matt guardó silencio, provocando en ella que la ira fuese remplazada paulatinamente por la calma.

Un suspiro abandonó su cuerpo al mismo instante que relajó sus brazos.

—¿En serio es tu madre la razón por la que te quieres ir tan pronto? —la cuestionó Matt.

Connie lo observó pensativa. Cambiar ese panorama por la desagradable actitud de Rebecca no tenía mucho sentido. Por otra parte, sabía que entre más tiempo transcurría allí, más problemas le traería con ella.

—Los padres de Dylan te agradarán —continuó Matt—. Después él te puede llevar a tu casa o te acerca hasta un lugar seguro para que andes sola.

Connie dejó escapar otro suspiro.

Unos breves minutos más tarde llegó Dylan, quien se puso rápidamente a ordenar la cocina, no sin antes pedirle apoyo a sus amigos con el aseo.

Cuando los señores Myers llegaron, se encontraron con la casa en orden y la cena, un estofado que había sobrado del día anterior, ya calentado. Dylan les presentó a Connie y viceversa. Durante ese momento, los ojos de la muchacha se dirigieron inmediatamente al pequeño de la familia, Ryan, de cuatro años, quien se escondía detrás de la falda de su madre. Su timidez le pareció encantadora. Aquello le recordó que era una extraña en la casa.

—Me encantaría quedarme y acompañarlos a cenar, pero debo volver a mi casa —se disculpó ella.

Dylan pidió prestada la camioneta y con un gesto le indicó a la muchacha que lo siguiera.

Subieron al vehículo, que era de cabina individual. La chica observó al rubio colocarse el cinturón de seguridad e intentó hacer lo mismo, pero su cinturón parecía trabado. Dylan notó que ella estaba batallando más de lo normal, pues era común que el cinturón del copiloto se trabara.

—Tíralo con suavidad —indicó él.

La chica intentó de la forma que él le dijo, varias veces, sin conseguir el resultado esperado. Frustrada, volvió a intentar con más fuerza.

Dylan se bajó del vehículo y lo rodeó por delante hasta llegar al asiento de la chica. Tenía que hacer algo o ella terminaría estropeando el mecanismo. Connie, en cambio, resopló cuando lo vio caminando en su dirección.

—Perfecto —murmuró con enojo para sí misma.

Dylan agarró la correa con ambas manos y con delicadeza la tiró hasta rodear el cuerpo de la muchacha. Se inclinó un poco para alcanzar el receptor que estaba a un costado de su cadera. Connie aguantó la respiración de forma inconsciente durante los breves segundos que le tomó a él enganchar la hebilla con el receptor. Hace tiempo que no tenía a un chico tan cerca de ella.

—Listo —avisó él con una triunfante sonrisa.

Salieron de ahí.

—Hay lugares muy peligrosos por aquí, los cuales nunca, pero nunca, debes transitar sola —mencionó Dylan conduciendo a baja velocidad—. Esta es la ruta más segura. Memorízala y con el tiempo podrás regresar sola a tu casa.

—Suenas como mi padre —resopló.

—Si yo fuera tú también estaría molesto, pero se trata de tu seguridad y en ese caso siempre será mejor opción prevenir.

Connie lo observó con detenimiento. Será un buen hermano mayor para cuando Ryan crezca, pensó.

—¿Cuánto tiempo crees que Matt se quedará contigo? —preguntó ella después de un minuto en silencio y en un tono que reflejó curiosidad.

—Creo que estará con nosotros por bastante tiempo... Sinceramente, no creo que vuelva a su casa.

Connie lo miró aterrorizada.

—Esto era de esperarse —continuó él—. Hace meses que viene durmiendo en casas ajenas. En la mía se ha quedado una infinidad de veces. También alojó en casa de Brad e incluso en la de Jake.

Dylan se detuvo en la parada de una de las calles principales del sector, porque Connie insistió en regresar a casa por su cuenta. Ella se bajó y, antes de cerrar la puerta, le agradeció al chico, no sólo por darse el tiempo de traerla, sino también por la invitación inicial.

Connie emprendió rumbo a su hogar una vez que vio la camioneta perderse entre los otros vehículos.

Al llegar a casa, como era de esperarse, Rebecca la bombardeó con preguntas y la reprendió por llegar tarde.

—Llamé a la policía —indicó la mujer mayor.

—¿¡Qué hiciste qué!?

—Estaba preocupada —se defendió Rebecca—. Me dijeron que era muy pronto para dar aviso por desaparición.

Connie rodó los ojos. No era primera vez que su madre le contaba lo mismo. Debió adorar toda la atención que recibía por parte de los policías mientras jugaba su papel de madre devastada, pensó con frialdad.

Esa noche se fue a dormir deseando poder consumir algo que la ayudase a olvidar el mal rato, algo más efectivo que la nicotina o el alcohol.

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♫ KT Tunstall - Hold On


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