Capítulo 19: Invitaciones
Parada frente a su casillero, Connie notó de reojo que a alguien se acercaba. Esbozó media sonrisa al reconocer a Dylan.
—Adivina a quién le fue bien en su prueba de química. —Sus manos estaban escondidas detrás de su espalda.
Connie levantó una ceja.
—¡Mira! —exclamó Dylan al mismo tiempo que revelaba un «82» en su prueba, provocando una sonrisa divertida en ella.
—Te fue bien en tu cita el domingo, por lo que veo —comentó con soltura, cerrando su casillero.
—¿Cuál cita?
—Con Kimberly... ¿No te ayudó ella con esto? —indicó al papel que sostenía el chico.
—Sí, pero no fue una cita. El domingo estudiamos en su casa.
—Oh...
—¿Estás celosa? —Frunció el ceño.
Ella le contestó con una expresión sarcástica.
—¿Le agradeciste? —dijo Connie. Su compañero la cuestionó con la mirada y ella agregó—: A Kimberly.
—¡Ah! ¡Por supuesto! Me dieron la nota y me abalancé a abrazarla. Debiste ver eso. Creo que tengo talento como actor.
—¿Y a Brad cómo le fue? —preguntó después de reír.
—¡Oh! ¿Por qué quieres arruinar mi felicidad?
—¿Qué? ¿A qué te refieres?
—¡Brad es un puto genio! —Soltó una risilla complaciente—. No sé cómo lo hace. Nunca estudia y siempre obtiene notas altas. Pareciera que su cerebro trabaja mejor bajo presión, no lo sé... Intenté mucho tiempo de mejorar mis notas estudiando junto con él, pero sólo conseguí que empeoraran. ¿Por qué crees que tuve que cambiar de método?
—No lo sabía, Dylan. Lo siento. Felicidades por tu nota —finalizó con una sonrisa simple.
—Con Brad vamos a ir a comer al sitio donde trabaja Matt. ¿Quieres venir?
A la chica se le formó un revoltijo en el estómago. No quería ver al de ojos azules, por lo que se excusó mencionando que no se encontraba de ánimo para salir.
—¡Vamos! Te compro un helado —insistió Dylan.
—¿Irá Kimberly?
—¿Qué? ¡No! —respondió contrariado.
—¿No la invitaste?
—¡Connie, te estoy invitando a ti!
—Pero ella es quien te ayudó a estudiar.
—Sí, porque es parte del acuerdo que tenemos —replicó con voz afligida—. ¿Qué tienes? ¿Acaso quieres hacerme sentir mal sobre esto?
—No. Claro que no. Pero creo deberías invitarla, presentarle a tus amigos y ayudarla a sociabilizar. Toda la atención que ella está recibiendo con este acuerdo le durará hasta que termine el año, ¿y después qué? Se quedará sola. Creo que deberías ayudarla a hacer amigos.
Dylan la observó con seriedad, sin comprender de dónde venía todo eso.
—Es sólo una sugerencia —agregó ella.
—Si ella quisiera eso me lo diría, ¿no lo crees?
Connie le entregó una mirada serena. Hace tiempo se había dado cuenta de que su compañero era poco observador, y a veces había que exhibirle los hechos.
Emily apareció entre medio de los dos, con la mano sobre su pecho y la respiración agitada. Le indicó a su amiga que afuera de la escuela estaba Rebecca.
—Creo que te está esperando —remató Emily.
—¿Cómo luce? ¿Está sobria? —preguntó Connie, sintiendo sus manos sudorosas.
—Se ve bien. Muy arreglada, como siempre.
Claro que su madre no se dejaría ver luciendo desaliñada. Todavía tenía una reputación que mantener, meditó Connie.
—Si quieres, podemos salir juntos y nos vamos rápido al auto —propuso Dylan.
Emily lo observó y asintió como muestra de aprobación.
—No. No quiero que te involucres en esto —contestó tajantemente Connie.
Tomó la mano de su amiga y emprendió junto a ella su camino. Detuvo su andar un segundo y retornó aprisa donde el chico.
—Gracias por ofrecerme tu ayuda, y también por la invitación.
Dylan le entregó una dulce sonrisa, pues siempre le ha gustado eso de ella: que se disculpe cuando mete la pata y que le agradezca hasta lo más mínimo.
—Llámame si me necesitas —mencionó él.
Connie volvió con su amiga. Al salir de la escuela no evitó a Rebecca, al contrario, caminó directamente a su encuentro.
Rebecca estaba muy bien vestida. Llevaba un abrigo largo, apto para el clima de ese día. Vestía botas de taco, usaba un collar llamativo y su maquillaje, junto con su cabello, parecían recién salidos del salón de belleza.
La mujer adulta sacó un regalo de su bolso de marca y se lo pasó a su hija.
—Por tu cumpleaños —explicó ella.
Connie tomó el regalo entre sus manos. Por el tamaño y peso, aparentemente se trataba de una costosa caja de bombones; sólo en su cumpleaños Rebecca la dejaba comer dulces, el resto del tiempo se los tenía prohibido.
Sin esperar más, la chica confrontó a su madre y le preguntó qué quería.
—Vine a entregarte eso y a saber cómo estabas —respondió Rebecca.
Connie bufó incrédula.
—Te noto más delgada. ¿Comes bien en dónde te encuentras viviendo?
La chica la miró en silencio, con Emily a su lado. Ambas estaban preparadas para correr si la situación lo ameritase.
—Me gustaría que vayas a casa a pasar la navidad conmigo —continuó Rebecca. Faltaban dos semanas para esa fecha—. Puedes invitar a las personas que quieras... Por favor, te lo suplico, ven a casa a cenar conmigo.
—Me mentiste —dijo Connie, cambiando drásticamente el tema—. ¿Cuándo pensabas decirme la verdad?
—Hija, lo hice pensando que era lo mejor para ti —respondió con voz frágil.
Era evidente que la mujer estaba sufriendo, pero Connie no se inmutó por aquello.
—¿No pensabas decírmelo nunca? ¿¡Ni cuando cumpliera dieciocho, veintiuno o treinta!?
—¿Cuál es el sentido de preguntarme eso? Ya lo sabes y me gustaría que partiéramos de cero.
—Eso no va a pasar.
—Sigo siendo tu madre.
—Con Connie ya tenemos que irnos —interrumpió Emily, tomando a su amiga por el brazo.
—No puedes huir de tus problemas para siempre. Tarde o temprano te van a encontrar —agregó la mujer mayor en tono mordaz.
—Tía Rebecca, por favor —suplicó Emily.
—Está bien. Con tan sólo verte ya me siento pagada. —Acarició con delicadeza el cabello de su hija—. Piensa en mi invitación.
La expresión seria de Connie no cambió después de escuchar a su madre. Emily le dio un leve tirón para que salieran de allí, provocando que sus piernas se movieran y dejaran que su amiga las guiara.
Todo el trayecto a casa pensó en la conversación con Rebecca. El regalo se lo pasó a Emily y le indicó que no quería saber qué era.
Una sensación agobiante la invadió al mismo instante que cerró la puerta tras ella al entrar a su alcoba. Colocó un disco de la banda Tool y se acostó sobre su cama.
¿Estaba siendo una mala hija?, se preguntó.
Rebecca la estaba pasando mal también y no importaba cuánto lo negara, seguía siendo su madre.
Aceptar su invitación y pasar la navidad junto a ella quizá no sea una mala idea. Podrían conversar y arreglar las cosas. Podría exigirle que respete su espacio y que deje de controlar todo aspecto de su vida. Rebecca aceptaría y ella podría volver a casa. Tendría dos años para aprender a convivir con esa nueva versión de Rebecca y acostumbrarse a que sean sólo ellas dos en casa. Pasado ese tiempo se iría a otra ciudad a continuar con sus estudios en una universidad y mantendrían un contacto normal entre madre e hija. Eso sonaba como un buen plan.
Dejó escapar el aire por su boca. Ya no escuchaba música.
Parecía que la pastilla que se tomó hace un rato estaba jugando con su mente y la hizo ver las cosas de una forma optimista por un momento.
Rebecca no iba a cambiar. No lo hizo durante el tiempo que ella vivió allí y no lo iba a hacer jamás.
Volvió a acostarse sobre las mantas y dejó que la sustancia en su cuerpo tomara el control.
De forma repentina, la lluvia comenzó a caer estrepitosamente. El fuerte ruido que hacía al chocar con las planchas del techo la obligó a despertar y a permanecer en el mundo real. Se sentó a la orilla de la cama y frotó sus ardientes párpados.
Abrió la ventana un poco al sentir que su cuerpo le pedía aire fresco. No fue suficiente, así que se dirigió al baño y bebió una gran cantidad de agua. Luego mojó su rostro, el que sentía muy caliente.
Escuchó de repente unos fuertes golpes contra la puerta de la casa. ¿Quién podría andar por la calle bajo la lluvia? Quizá su cerebro estaba jugando con ella, resolvió.
Asomó su cabeza por el pasillo para corroborar que el ruido no era parte de su imaginación. Escuchó los golpes más fuertes esta vez. Miró su reloj para percatarse de que eran pasadas las once con treinta de la noche. Sin pensarlo un minuto más, bajó las escaleras.
En estado de alerta ojeó por la mirilla para inspeccionar de quién se trataba, pero la lluvia y la oscuridad de la noche no le permitieron ver nítidamente el rostro de aquella persona.
Tres golpes resonaron contra la madera antes de que, ya harta de la incertidumbre, decidiera abrir la puerta. El chico la saludó y ella suspiró con calma al escucharlo. Una pequeña sonrisa de alivio se reflejó en su rostro, pues se trataba de Matt.
—¿Está Jake?
—¿Qué haces en la calle con esta lluvia? —se apresuró a interrogarlo e hizo el ademán de invitarlo a pasar.
Matt volvió a preguntar por Jake.
—No está. —Fue cortante al responder. El tono de voz del chico y su comportamiento tan distante la obligaron a cambiar su postura.
—¿Estás sola?
Un dejo de temor se escabulló por su voz y Connie lo notó de inmediato. Volvió a cambiar su postura y con dulzura lo invitó a pasar nuevamente, indicándole lo fuerte que llovía y que era una locura que estuviese afuera por más tiempo.
Matt retrocedió un paso y se cruzó de brazos. Sintió luego que lo tomaban del brazo, obligándolo a entrar a la casa. El sonido de la puerta cerrarse tras él lo aterrorizó. Tragó saliva e intentó calmarse. Debía controlar su paranoia, se ordenó a sí mismo.
—Deja tu ropa en el perchero —mencionó ella.
Matt la cuestionó con la mirada.
—Tu chaqueta está empapada, sácatela. Te traeré una toalla —afirmó ella y subió al segundo piso.
Cuando volvió, Matt seguía de pie junto a la puerta y con la chaqueta puesta. Tal parecía que el muchacho no se movió ni un centímetro en su ausencia.
—Matt, quítate la chaqueta y cuélgala ahí. —Apuntó con su dedo índice el perchero en la pared—. Toma, para que te seques. —Le ofreció la toalla, pero Matt no la recibió.
—¿Dónde está Jake? —Se abrazó a sí mismo con su brazo izquierdo.
Connie lo observó con recelo. Le contestó que se encontraba en el departamento de su novia.
—Pero su auto está afuera —dudó él.
—¿No me crees?
El chico sacudió su cabeza, como queriendo salir de su trance. Se sacó la chaqueta y la colgó en el perchero, tal como le indicaron.
—¿A qué hora volverá?
—No lo sé —respondió cortante para luego lanzar la toalla al sillón más cercano—. La verdad, no creo que regrese hasta mañana.
Matt comenzó a temblar.
—Entonces... ¿Estás sola?
Ella rodó los ojos, cansada ya de la absurda y repetitiva ronda de preguntas que no iban hacia ningún lado.
—Te haré un café.
—¡No! —La detuvo con un grito.
—Matt, estás empapado, te hará bien algo caliente. Puedes subir a buscar ropa de Jake y cambiarte mientras yo te preparo el café. También, si quieres, puedes tomar una ducha. —Sus palabras fluían con rapidez, sin procesarlas en su cabeza antes de dejarlas salir—. ¡O mejor aún! ¡Te prepararé una sopa caliente!
—No. Pensé que él podría ir a dejarme a casa. Me iré a pie. —Se giró a buscar su chaqueta.
—¿En serio vas a preferir caminar bajo la lluvia sólo porque no quieres estar a solas conmigo? —preguntó con seriedad, captando toda la atención del chico.
Matt no contestó.
—¡Te haré un café! —avisó ella y corrió hacia la cocina.
Matt se quedó en la sala. Pensó en que debía aprovechar el momento y escapar, dado que hace un minuto estaba totalmente arrepentido por haber venido hasta acá. Ver el auto del bajista afuera lo había ilusionado. Con Jake en casa las cosas se le facilitaban. Jamás hubiera golpeado la puerta de saber que ella se encontraba sola.
Dejó el miedo detrás y fue hasta la cocina. Vio desde la entrada a la chica, echándole azúcar a una taza.
—Mentí —confesó él, de pie bajo el dintel. Connie lo miró y él prosiguió—: No vine por Jake.
—Lo sé. —Le sonrió ampliamente—. Pero iba a pretender que era cierto para seguirte el juego.
Matt tragó saliva. Pestañeó un par de veces y se obligó a sí mismo a seguir confesando lo que estuvo torturándolo.
—Quería disculparme por la forma en que te traté el otro día —soltó él.
Connie lo observó con calma, esperando a que él continuara, pero nada más salió de su boca.
—¿Sólo a eso viniste? —lo interrogó con actitud confiada—. Es casi media noche y llueve sin parar.
Que él estuviera ahí, a esa hora y con ese clima, era la prueba suficiente que ella necesitaba para entender que Matt sí sentía algo por ella, y no iba a dejar que se le escapara como siempre solía hacerlo.
—Dilo de nuevo y dilo bien esta vez —exigió caminando hacia él—. Di que viniste a verme porque estás cansado de tenerme sólo en tus sueños.
Matt la observó con la mirada perdida. No se dio cuenta en qué momento ella se acercó más, tanto como para quedar frente suyo. Connie, en cambio, lo observó con cuidado, reflejando curiosidad en su mirada. Con lentitud posó su mano sobre la húmeda mejilla del muchacho, provocando así una especie de auto reflejo en él porque se apartó inmediatamente.
—No hagas eso —ordenó Matt con desprecio.
—¿Hacer qué?
—No te hagas la desenten...
—Acercarme a ti, ¿eso? —Se paró frente a él de nuevo.
Sus intensas miradas se encontraron.
—¿A qué le temes, Matt?
—No juegues conmigo. —Retrocedió otro poco.
—No estoy jugando... Yo también quiero esto, quizás tanto como tú.
La chica se dio cuenta de que él no iba a dar el primer paso, por lo que debía actuar rápido. Se abalanzó sobre él con la intención de juntar sus labios con los suyos, pero Matt la detuvo con firmeza.
Sus miradas volvieron a encontrarse: los de él reflejaban ira, y los de ella, determinación mezclada con tristeza, esto último debido al rechazo.
Fue en ese momento cuando Matt se percató de las dilatadas pupilas con las que ella lo observaba. No pudo evitar sonreír. Conocía la razón de aquello y lo encontró cómico; eso explicaba su comportamiento. Luego se percató de que los ojos de la muchacha comenzaban a brillar por unas lágrimas que querían hacerse presentes.
Sostuvo el rostro de la chica con sus manos, dejando de lado el desprecio que sentía por ella, y dejando también que lo invadieran todos esos sentimientos de deseo contra los que había luchado tanto por ocultar. Tenía a Connie frente suyo, susceptible e indefensa, deseosa y hermosa, tal cual como en sus sueños, esos sueños que cada vez eran más recurrentes y lujuriosos.
Ya no había vuelta atrás.
La razón lo había abandonado.
Con urgencia la besó y ella le respondió de igual manera. Su beso se volvió cada vez más pasional, ambos comenzando a sentir que la ropa estorbaba.
Matt la tomó por las caderas, levantándola del suelo, y la acercó a la encimera, mientras que Connie con sus manos apartó todo lo que había allí, haciendo que el frasco de café y el azúcar cayeran al suelo.
El ruido del frasco hacerse añicos contra el piso amenazó con volver a Matt a la realidad, pero estaba demasiado inmerso en el deseo como para reaccionar. Él la sentó en ese pequeño apartado y Connie lo entrelazó con sus piernas. Sintió luego las manos de la chica desabrochando su empapado pantalón. La agarró por las muñecas para detenerla cuando ella bajó su cremallera.
—Estoy drogado.
—Yo sé que tú puedes —susurró al soltarse delagarre.
Matt sintió las manos de la chica desvistiéndolo nuevamente.
—No me quiero arrepentir de esto —dijo mirándola a los ojos.
—No lo harás... Créeme que no lo harás.
Sus labios se volvieron a encontrar.
Connie colocó sus manos sobre la encimera para levantar su cuerpo y así facilitar que Matt bajara su pantalón junto a sus bragas, todo esto sin dejar de besarse y perdidos en el deseo que sentían el uno por el otro desde hace ya bastante tiempo.
Ella gimió con fuerza cuando sintió a Matt dentro suyo. Con sus piernas lo envolvió, por encima de sus caderas, para que la separación entre ellos fuera mínima. Con su brazo lo rodeó por los hombros y se aferró con fuerza a medida que las embestidas se volvían más violentas. La intensa excitación que en un principio la invadió se estaba mezclando con dolor físico, pero no le importó.
Sólo le importaba tener a Matt lo más cerca posible. Que él fuese brusco era un pequeño detalle. Estaba dispuesta a dejar que la atracción por él la destruyera, tanto física como emocionalmente.
Ninguno dijo algo durante el acto. El sonido ambiente lo protagonizaron sus gemidos junto con la lluvia que caía con fuerza. Ambos se encontraban inmersos en un mundo excluido sólo para ellos dos. Era lo maravilloso de estar bajo la influencia del deseo sexual. Los pensamientos habían desaparecido hace varios minutos. Lo que pasaba en ese momento, lo que sentían, con sus sentidos a tope; eso era lo único real, lo único que importaba.
La conexión inconsciente que alcanzaron fue tan especial que acabaron casi al mismo tiempo, o al menos, eso escogió creer ella.
Connie se sintió inmensamente feliz, como hace mucho tiempo no se sentía. Dirigió sus manos hacia la cara del muchacho con la intención de sellar el acto con un beso, pero él la tomó por las muñecas y apartó su rostro, deteniéndola con indiferencia.
Matt se separó de ella, se vistió y salió de la cocina con rapidez, mientras que los ojos de Connie se humedecieron instantáneamente. La felicidad se había ido junto con él.
Su cuerpo comenzó a extrañar el calor de Matt. Se sintió más vacía que nunca.
Su piel se erizó en respuesta a la baja temperatura del ambiente. Dejó escapar un gran suspiro que fue acompañado por unos débiles sollozos. Sus pies hicieron contacto con el piso y recogió su ropa. Se vistió mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, sintiendo también su zona íntima muy adolorida.
No había escuchado la puerta, por lo que Matt seguía en la casa. Tenía que enfrentarlo y exigir alguna respuesta. Secó sus lágrimas, respiró profundamente y salió de la cocina.
No fue difícil encontrarlo; él estaba sentado en el sillón, con sus codos sobre sus rodillas y sus manos sostenían su cabeza con la mirada al piso.
—No tienes por qué ser tan frío.
Unas nuevas lágrimas quisieron brotar desde los ojos de Connie cuando lo vio agachar la cabeza al suelo y enterrar sus dedos en su oscuro cabello. No sabía qué hacer. Una parte de ella quería ir donde él y abofetearlo lo más fuerte que pudiera por arruinar su hermoso encuentro. Otra parte quería correr a su cuarto a llorar descontroladamente para luego borrarse con alguna otra sustancia.
—¡Mierda, Matt, di algo! —gritó, sin conseguir que le dirigieran la mirada.
Matt se levantó. Se colocó su chaqueta, abrió la puerta de la casa y salió de ahí en completo silencio.
Connie lo persiguió. No se daría por vencida. Quería una respuesta, alguna emoción en sus ojos, algo, lo que fuese.
—¡Matt! —gritó con fuerza tras él, una y otra vez, hasta que él finalmente se detuvo.
El chico se acercó a ella con lentitud y carente de emoción.
—Prométeme que nadie sabrá de esto —dijo él.
Connie lo observó con detalle, tratando en vano de leerlo.
—Lo prometo —susurró con la voz entrecortada, ya sin importarle que la viera destrozada mientras sus lágrimas se confundían con la lluvia.
Permaneció ahí por mucho tiempo después de que Matt se perdiera en la oscuridad, sin poder aceptar la horrible manera en que todo había terminado.
Las lágrimas ya habían cesado, aun así, no se sentía fuerte como para entrar a la casa a enfrentar la realidad. Sentía que todo fue una ilusión, que nunca tuvo a Matt y que nunca podrá decir que fue suyo, y eso le dolía más que nada en esos momentos.
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♫ Evans Blue - Eclipsed
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