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Capítulo 18: Corrosivo

Connie despertó con dolor de cabeza. Tardó un poco en percatarse de que había dormido en la cama de su compañero de casa, sobre el edredón y envuelta en este. Notó luego que a su lado dormía Dylan, quien le daba la espalda, y a diferencia suya, él sí se encontraba acostado entremedio de las sábanas.

Se acercó a él para abrazarlo por detrás. Lo abrazó con más fuerza al sentir que él despertaba.

—Pensé que estabas molesto conmigo.

—¿Qué? ¿Por qué? —contestó Dylan con voz adormilada.

—Porque me dejaste sola.

Dylan entrelazó su mano con la de ella y la apegó contra su pecho.

Connie estuvo cerca de volver al mundo de los sueños, pero recordó algo que la hizo alejarse del chico rubio y acostarse boca arriba. Vio luego a su compañero girarse con la intención de abrazarla y ella detuvo su avance, apartándolo con sus brazos.

—¿Qué ocurre? —La observó con molestia—. ¿Tú me puedes abrazar, pero yo a ti no?

Connie suspiró. Giró su rostro para mirarlo y resolvió:

—Recordé que no podemos dormir juntos.

—¿Qué?

—Va contra las reglas.

Dylan bufó. Se tomó una pausa mientras se acomodaba sobre la cama, con la intención de seguir durmiendo, y con su rostro fijo en la chica.

—Te informo que ya lo hicimos —mencionó él con aire de grandeza—. Me acosté a tu lado y dormimos juntos toda la noche... ¿Cuál va a ser mi castigo?

Sus miradas se cruzaron.

La respiración de Connie se aceleró y sus pupilas se dilataron. Nunca hablaron de las consecuencias por romper las tres primeras reglas, aun así, se imaginó un castigo que involucraba a Dylan desnudo y amarrado a la cama.

Se sentó a la orilla y dándole la espalda al sentir que debía alejarse de él.

—De todas formas, nunca entendí esa regla —mencionó Dylan.

Connie lo miró por encima de su hombro.

—No dormimos juntos, Dylan, sólo dormimos en la misma cama —corrigió ella.

—¿Cuál es la diferencia? —Frunció el ceño notablemente confundido.

—Podemos hablar de eso después, ahora me duele la cabeza. —Se levantó.

—Se te pasará si duermes otro poco. Ven, acuéstate a mi lado.

Connie lo observó con molestia. Sabía que él dijo eso sólo para retomar el tema.

—Todavía es temprano, podemos dormir una hora más —insistió él.

—Dylan, no puedo dormir contigo porque eso es algo muy íntimo para mí.

—¿Es por qué aún no cogemos? Porque eso es solucionable. —Se sentó y levantó las mantas a su lado para luego dar tres rápidas palmadas sobre el colchón.

Rápidamente, se percató que su insinuación no tuvo buena acogida. Por la confusa mirada que ella le entregó, sintió que era necesario aclarar sus palabras:

—Cuando zanjamos las reglas, yo entendí que no podemos dormir juntos sin haber tenido sexo antes.

—¡No! No podemos dormir juntos, nunca, con o sin sexo antes. ¡Nunca!

Dylan siguió sin entender. Por cómo ella contestó, supo que tendría que tomarse otra pausa y mantenerse sereno si quería continuar con sus interrogantes.

—¿Por qué? —cuestionó él casi un minuto más tarde—. Si ya lo hemos hecho.

La chica soltó otro suspiro, de pie frente a la cama.

—Eso fue cuando aún no te conocía bien. Ahora la confianza que te tengo es mayor —respondió ella, en tono calmado. Luego agregó—: Con dormir juntos me refiero a los abrazos y las caricias... No quiero llegar a ese nivel de intimidad.

—¿Dormir abrazados sería algo más íntimo que tener sexo conmigo?

Connie asintió.

—Pero Connie, yo. —Se calló abruptamente.

—Dilo —lo incitó ella con ojos expectantes—. Di lo que tengas que decir.

—No entiendo por qué dormir a mi lado sería algo más íntimo que follar, considerando que cuando lo hacemos estoy adentro tuyo.

—No se trata de la proximidad, Dylan. El sexo es divertido. En ese momento estoy consciente, me siento plena y poderosa. En cambio, cuando me acuesto a dormir, estoy en mi estado más vulnerable. Me siento pequeña e insegura... y cedo el control.

Connie no sabía cómo explicarle que el armazón que construyó, después de que le rompieron el corazón, se iría quebrantando si dejaba que alguien, continuamente, la confortase en su estado indefenso. Eso no lo iba a permitir. Con Dylan acordaron que su relación sería por diversión. Tenía que estar atenta y marcar los límites cuando lo estimase conveniente, por muy agotador que eso resultase. Al final, valdría la pena.

—Sigo sin entender —soltó él de manera honesta.

—Por favor. No te pido que lo entiendas, sólo te pido que lo aceptes.

Pausa.

—Lamento el malentendido —se disculpó ella—. La idea de poner reglas era aclarar las cosas, no complicarlas.

—Está bien... Si esa regla es tan importante para ti, puedo respetarla.

Connie le agradeció y giró su cabeza hacia la puerta, meditando si ya era hora para volver a su habitación.

—Quiero poner otra regla —sentenció Dylan, levantándose de la cama.

Connie lo miró nerviosa.

—Regla número cinco: Se deben cumplir las fantasías del otro.

Ella sonrió divertido. Tenía que admitir que adoraba la facilidad con la que él le robaba sonrisas y la manera en que tornaba todo tema de conversación a los encuentros sexuales.

—Suena muy arriesgado —replicó ella, sin borrar la sonrisa de su rostro.

—Bueno... Puede no ser una regla. —Se colocó frente a ella—. Pero sí quiero que consideres la idea de hacerlo conmigo en el baño del Bar.

—Anoche fue tu oportunidad.

—No, eso no cuenta. Esa no eras tú.

Connie lo observó fijamente antes de asegurarle que tenían un trato. Luego lo vio acercarse más a su cuerpo y sintió que la rodeaban por la cintura.

—¿Cuál es tu fantasía? —preguntó él.

—No tengo.

—Ay, vamos. Debes tener una.

—Es en serio. No tengo ninguna... por ahora.

—Hacerlo en la pieza de Jake sería una buena fantasía.

Connie esbozó una radiante y gran sonrisa. Deseó en ese momento que él la besara de forma fogosa y así poder tener lo que anoche le negaron, pero Dylan retrocedió y caminó hacia el closet. Ella lo vio hurgar ahí por medio minuto hasta que sacó una toalla.

—Le dije a Matt que durmiera en tu habitación. Te aviso para que no te lleves una sorpresa por si vas para allá —mencionó él, caminando a la puerta—. Yo iré a ducharme.

Connie suspiró profundamente al quedarse sola. Notó que su dolor de cabeza había desaparecido, para suerte suya. Con la intención de evitar pensar demasiado en los acontecimientos de anoche y los de recién, aprovechó el momento y ordenó la cama de Jake. A veces, ordenar la ayudaba a enfocarse en el presente. Escuchó luego el agua de la ducha y otro repentino deseo la invadió.

¿Era posible que la pastilla todavía tenga efectos sobre ella?, se preguntó.

Fue a su pieza y abrió lentamente la puerta para no despertar, o bien, sobresaltar a Matt. Para su sorpresa, él no estaba ahí. Tomó algo de ropa y unas toallas. Luego, entró al baño de forma sigilosa. Se desvistió y se introdujo a la ducha junto con Dylan, quien no protestó en lo absoluto por tal invasión.

Más tarde, ambos ya vestidos, fueron a la alcoba de la chica para conversar sobre las pastillas adquiridas anoche. Dylan le pasó el frasco de Valium que compró para ella y Connie le devolvió el dinero.

—Te sigo en un rato, debo llamar a mi madre —informó él.

Connie lo dejó a solas y bajó al primer piso con la intención de preparar un desayuno para ambos. Una gran impresión se llevó al ver a Matt sentado alrededor de la mesa de la cocina, comiendo leche con cereal.

El chico la observó con ojos inocentes y ella no pudo disimular el asombro que la invadió el verlo allí. Era extraño, pero sintió culpa por lo que acababa de pasar en el baño. De forma optimista anheló que el sonido de la ducha hubiese sido suficiente para opacar los ruidos propios del sexo. Para dejar eso atrás, se enfocó en la caja de cereales a un costado del muchacho; eran sus cereales azucarados. Quiso comentar algo sobre eso, pero se abstuvo. Prefirió actuar con normalidad y fue hasta la nevera para sacar huevos junto con tocino.

El ruido de golpes en la puerta se mezcló con el del aceite caliente en contacto con los ingredientes dentro del sartén, provocando que Connie se congelara.

Matt se levantó con el objetivo de ir a atender.

—¡No! ¡No abras! —exigió ella de forma agobiante.

Matt la observó extrañado. La ignoró y fue hacia la puerta principal.

El minuto que le tomó a él realizar su cometido se sintió eterno para la muchacha. Lo siguiente que escuchó fue la voz de Matt conversando con una voz masculina que ella no reconoció. Ya podía relajarse.

Por un instante, ella pensó que se trataba de Ian. Esa situación se había estado repitiendo durante toda la semana.

Matt retornó a la cocina.

—Buscaban a Jake. Era un chico que quería comprar yerba. —Se sentó en su silla.

Después ingresó Dylan al sitio, quien también se sorprendió de encontrar a Matt en la casa.

La chica le indicó que pronto estaría el desayuno y él se sentó frente a su amigo.

—Tengo planeado quedarme acá —informó él, mirando a Matt.

Era día de ensayo, por ende, ir a su casa y volver más tarde sonaba como una mala idea. Además, los instrumentos estaban en la Van de Cristopher, el primo de Brad, quien llegaría en dos horas más.

—Conversaré con Jake cuando llegue —indicó Dylan, obteniendo una confusa mirada de parte de Matt. Luego resumió—: Te debe una disculpa.

—No hagas nada... En parte sí fue culpa mía el atraso.

—Aun así. Se le pasó la mano.

Dylan tenía razón. Todos los que presenciaron aquella escena sabían que a Jake se le había pasado la mano. Incluso el mismo Jake lo sabía. Por eso mismo, a Dylan no le costó tanto trabajo convencerlo de disculparse con Matt. No arreglaron sus diferencias, pero sí sirvió para apaciguar el ambiente durante el ensayo.

******

La tarde del día siguiente, Jake invitó a su novia a almorzar y a pasar la tarde en casa. Aquel plan sonaba horrible para Connie. Ella no quería estar en casa con Kate, eso sería un suplicio. Además, estaba segura de que en cualquier momento Kate le preguntaría por Ian, o peor, le contaría de qué conversaron durante la sesión del tatuaje o durante la cena de la cual ella arrancó.

Tenía que arrancar de nuevo.

Llamó a Emily para hacer planes, pero ella le informó que iría al cine con Brad. Resopló frustrada al colgar esa llamada. Permanecer todo el día encerrada en su pieza era tan horrible y agobiante como compartir mesa con Kate.

Sin pensarlo más se dirigió a casa de Dylan. Para su infortunio, la casa estaba vacía.

—Oh, perfecto —murmuró con frustración, pues sus planes seguían arruinándose.

Caminó en dirección a la parada del autobús. Sentada allí, comenzó a analizar sus opciones. Quizás ir al centro comercial a pasear sería un buen panorama, pensó.

Introdujo sus manos a los bolsillos de su chaqueta al sentir una corriente de aire frío que la hizo temblar y mover su cabello.

Un autobús se detuvo frente a ella y vio a Matt bajarse. Se miraron por unos segundos hasta que él, sin inmutarse, continuó con su camino.

Connie suspiró y bajó la mirada hacia sus pies al sentirse extrañamente dolida. Ese rechazo se sintió aún más frío que los anteriores. Escuchó luego que él la llamó y con ojos expectantes levantó su rostro. Matt se había devuelto y estaba de pie a un costado de ella.

—¿Aún tienes las pastillas que te dio Adam? —preguntó él.

Connie lo estudió en silencio; Él se veía bien, lucía sobrio. Quizás esta sería una buena instancia para aclarar sus diferencias, pensó. Asintió luego en respuesta.

—¿Y qué piensas hacer con ellas? —volvió a preguntar Matt.

—¿Por qué?

—Quisiera que me las obsequies.

La chica le devolvió una mirada llena de curiosidad.

—Yo las podría vender... Te daría la mitad.

—Si dinero es lo que quieres, te puedo comprar de esas pastillas que me diste la otra vez —propuso ella.

Ahora fue Matt quien dedicó un poco de su tiempo a pensar en lo que acababa de escuchar. Hizo un gran esfuerzo por recordar si le quedaban de esas pastillas.

El chico accedió e hizo una seña con la cabeza para que lo siguiera.

—¿Dónde están todos? —preguntó ella tan pronto entraron a la casa de los Myers.

—Dylan está en una cita. —Lanzó su mochila sobre el sillón.

—¿Con Kimberly?

—Eso creo.

Él le indicó que esperara allí y caminó hacia la escalera, sin embargo, Connie lo detuvo antes del tercer paso.

—¿Te molesta si después me quedo aquí por un rato?

Matt se puso rígido.

—Por favor. No tengo a dónde más ir —pidió ella de forma encarecida.

—No estoy muy seguro... Esta no es mi casa.

—Pero... A ti no te molesta si me quedo, ¿cierto?

Matt la observó con seriedad, esbozando una sonrisa graciosa luego de unos segundos.

—¿Te arrepientes de mudarte con Jake?

Connie negó con la cabeza y le explicó que Jake no era el problema, sino que su novia.

—¿Bromeas? —Matt levantó una ceja—. Kate es un encanto.

—¿¡Qué!?

—Lo es. Su único defecto es el novio que tiene.

—Claro que no. Kate es bastante desagradable conmigo, todo el tiempo. Sé que quiere que me vaya de la casa y creo que también quiere mudarse con Jake.

—Si Kate hace eso van a terminar a la semana, considerando el temperamento de ese hombre.

Connie hizo una pausa. Siempre se preguntó por qué Matt, al quedarse sin hogar, prefirió vivir con Dylan y no mudarse con Jake, quien tenía una pieza desocupada. Parece que su enemistad con el chico tatuado era más antigua de lo que ella creía.

—Supongo que ambos tenemos ideas muy firmes sobre ellos, sólo por conocer sus facetas malas —reflexionó Connie—. Y supongo también que nunca nos pondremos de acuerdo sobre quién es mejor o peor.

El de ojos azules hizo un gesto vago.

—En lo único que podemos estar de acuerdo es en que Dylan es el mejor de todos —añadió Matt.

—Él es un gran amigo.

Matt le sonrió con ironía. La vio luego introducir una mano en su bolsillo y sacar unos billetes, los que empezó a contar frente suyo. Ella hizo eso de una forma tan delicada que, sumada a su frágil mirada, le recordó la primera vez que habló con ella. La inmediata atracción que sintió en ese momento se quiso replicar de nuevo. Se obligó a sí mismo a enterrar esos recuerdos.

—¿Estamos bien nosotros? —cuestionó ella después de que él guardara el dinero en su chaqueta.

—¿A qué te refieres?

—¿Somos amigos de nuevo?

Matt guardó silencio, observándola con extrema seriedad.

—Iré por tus pastillas —indicó él antes de subir las escaleras.

Connie lo siguió con la mirada. Se sentó en el sofá al quedarse sola y pensó por un rato. Le gustara o no, el silencio también era una respuesta.

Los minutos avanzaron y no hubo rastro del chico. Ella sintió que se estaba tardando demasiado. Subió al segundo piso y se encontró a Matt de pie en la habitación mirando hacia la pared.

Matt le entregó una temerosa mirada cuando la vio entrar.

—Te tardabas mucho —explicó ella.

A Connie le llamó la atención los objetos de niño que había en la habitación; los juguetes de autos en el suelo, los libros para colorear en el mueble y la cortina con estampado de superhéroes.

Entretanto, Matt continuó inmóvil. Esto era un horrible escenario, pensó. Ella no podía estar aquí, en su pieza y con nadie en la casa. Tenía que sacarla.

—Sé que aquí ya no duerme Ryan —mencionó ella con la mirada sobre los juguetes—, aun así, no deberías guardar las drogas acá. Él podría entrar y...

—No guardo las drogas acá —la interrumpió irritado.

—¿Y qué haces aquí entonces?

—¡Sólo quería estar un rato a solas, maldita perra loca!

Connie sintió como si un balde de agua fría la hubiese empapado y un silencio abrumador invadió el espacio.

—No quise decir eso —mencionó él.

—Esperaré abajo por las pastillas. —Salió.

El chico permaneció en el segundo piso unos minutos más. Al bajar, se encontró con Connie en el medio de la sala.

—No fue mi intención decir eso —repitió él.

La chica extendió su mano, enseñando su palma.

Matt le pasó dos pastillas de Oxicodona que estaban envueltas en un envoltorio improvisado hecho de papel. Sus manos temblaban.

Connie guardó el envoltorio en el bolsillo de su chaqueta.

—Nunca entenderé tu odio hacia mí —dijo ella.

—No te odio.

—Eso es difícil de creer —replicó con una postura segura luego de estudiar al chico por unos segundos.

Connie salió de ahí. Una pequeña luz de esperanza la hizo creer que él la seguiría, pero aquello no ocurrió.

—Estúpido. Estúpido. Estúpido —murmuró con cada paso que dio, dejando atrás esa casa.

Por el otro lado, Matt tuvo una recaída con heroína esa misma noche.


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♫ The Used - Blue And Yellow

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