Capítulo 12: La discusión
Una pesadilla la obligó despertar de golpe, otra con su ex amor como protagonista. Sus pies tocaron el suelo segundos después de percatarse que estaba en una habitación extraña. Por la decoración y las fotos familiares dedujo que era el cuarto de los Myers.
Caminó por el pasillo sintiendo un leve dolor de cabeza. Entró a la primera puerta a su izquierda, que era la del baño. Allí realizó su rutina mañera y bebió mucha agua, esperando así aliviar en algo su resaca.
Continuando por el pasillo, notó que Dylan no se hallaba en su pieza. Se giró a su otro lado y vio la puerta entreabierta del ex cuarto del menor de los Myers. Se asomó con sigilo hasta encontrar la cabellera oscura de Matt, que sobresalía por encima de la cama.
El muchacho se encontraba sentado en el suelo, con la cama como respaldo, demasiado concentrado en lo que hacía como para notar que la puerta se abría, dándole paso a la chica.
—Hola —saludó Connie con nerviosismo.
Matt le devolvió el saludo con una sonrisa que le duró hasta que ella se sentó a su lado.
Connie vio varios utensilios esparcidos sobre un pedazo de tela en el suelo frente a las cruzadas piernas del chico. Por la presencia de una jeringa intuyó que no era algo bueno, aun así, la curiosidad la invadió igual que a una niña pequeña a la que le enseñan una actividad nueva por primera vez.
—¿Es por esto que tardaste tanto tiempo anoche en esa casa? —cuestionó ella.
Matt no contestó.
Connie observó con detenimiento cómo él, con un encendedor, calentaba una cuchara con una sustancia en su interior, la que luego él succionó con la jeringa.
—¿Qué tal dormiste? —preguntó Matt mientras dejaba la jeringa dentro de una taza. Giró su rostro para ver a la chica antes de agregar—: ¿Recuerdas cómo llegaste a esa pieza?
Connie notó su intensa mirada sobre ella. De pronto se sintió como aquella sustancia en la cuchara, como si los ojos de Matt fueran la llama esperando tenerla lista para usarla después a su antojo.
Respondió con un escueto «No», provocando que se formara una maliciosa sonrisa en el rostro del chico.
—¿Qué es lo último que recuerdas? —preguntó él.
Connie pestañeó varias veces, tratando de reactivar su memoria.
—Estar en la cocina y... —Dudó por un segundo—. Estabas tú... Lo último que recuerdo es verte a ti.
—Estabas muy desorientada y algo torpe —añadió después de que una media sonrisa se formara en su rostro.
Súbitamente, Connie sintió que se burlaban de ella y su postura se volvió rígida. Levantó la guardia y entrecerró sus ojos como respuesta.
—Te ayudé a beber agua, a subir las escaleras y a acostarte —expuso Matt.
Las palabras del chico derrumbaron la repentina armadura que Connie se armó. Sintió deseos de agradecerle, pero algo le dijo que Matt utilizaría eso para contraatacar con alguna otra pesadez.
Al quedarse callada, un silencio incómodo invadió el cuarto. Matt aprovechó el momento y se bajó el cierre de su sudadera. Se quitó la prenda, la dejó a un costado y alcanzó con su mano izquierda una banda elástica.
—¿No recuerdas nada más? —preguntó él antes de envolver la banda alrededor de su brazo.
—No, no recuerdo nada más —mencionó hipnotizada viendo como él formaba un nudo con la banda y la apretaba contra su piel.
—Me besaste —soltó por fin y sus miradas se toparon. La vio sonrojarse y eso le provocó esbozar una sonrisa burlesca.
Connie balbuceó sílabas sin sentido. En ese momento quiso cavar un hoyo bajo sus pies y enterrarse ahí hasta que se le pasara la vergüenza.
—Lo siento... —logró decir cuando esos intensos ojos azules la liberaron para enfocarse en la jeringa—. No sé qué me pasó. Discúlpame.
—Descuida. No era una queja... Yo te lo respondí.
Sus miradas se toparon nuevamente por un periodo corto de tiempo. Luego Matt, sosteniendo la jeringa, se sentó sobre la cama. Empuñó y soltó su mano derecha un par de veces hasta que encontró una de sus venas. Introdujo la aguja contra su piel y con cuidado levantó el émbolo hasta que vio sangre entrar en el cilindro.
—No le digas a Dylan —pidió él antes de impulsar la sustancia a su torrente sanguíneo. Lanzó la jeringa vacía sobre el velador y, sin decir ninguna palabra más, se dejó caer sobre la cama.
Connie se incorporó al verlo desplomarse y se acercó a examinarlo con curiosidad. Era difícil describirlo, él lucía completamente ido y no reaccionaba a sus llamados.
Salió de ahí con muchas dudas en su cabeza; no supo si Matt se refirió a mantener en secreto su reciente actividad o lo relacionado con el beso.
Si todo lo que él dijo era cierto, la habían correspondido. Qué lástima no recordar nada de aquello, se lamentó bajando por las escaleras.
—Al fin alguien se digna aparecer. —Dylan, quien contabilizaba el dinero robado, le lanzó ese comentario en tono de broma al verla entrando al comedor.
Connie se sentó frente a él, dejando escapar un gran suspiro al hacerlo.
—Necesito que ordenes la pieza de mis padres y la dejes tal cual la encontraste.
La chica cruzó sus brazos sobre la mesa para luego dejar caer su cabeza en ellos. Al parecer Dylan estaba de mal humor y no tenía ánimo para tratar con eso.
—Lo digo en serio, Connie. Ellos llegarán más tarde y deben encontrar todo como lo dejaron. —Hizo una larga pausa—. ¿Has visto a Matt?
Connie levantó su cabeza.
—Necesito que ayude a ordenar —continuó él.
—Seguía dormido —mintió.
—Cuando subas, aprovechas y lo despiertas.
—¿Por qué estás de mal humor? —increpó ella en tono relajado—. ¿Contar tanto dinero en efectivo te pone de malas? Necesitas relajarte. Te recuerdo que todo resultó bien.
Dylan esbozó una simple y pequeña sonrisa que le duró muy poco. Su rostro serio volvió a escena.
—Actúas extraño —mencionó él, cambiando de tema.
—¿Yo?
Dylan dejó el asunto hasta ahí. Se sentía molesto porque algo no le calzaba en la historia sobre anoche: él la observó beber no más de tres tragos de alcohol y al rato después la vio desorientada y sin ser capaz de moverse por su propia cuenta. No pudo dormir con ella, porque ni siquiera podía levantarse del sofá, y por la mañana la encontró acostada en la cama de sus padres. Era todo demasiado extraño.
Sea lo que sea que desconoce prefirió dejarlo pasar. No era el tipo de personas que le gustara resolver acertijos o sacar conclusiones apresuradas.
—¿Quieres seguir tú? —preguntó él indicando los billetes—. ¿O prefieres hacer aseo?
Ella escogió la segunda opción.
El cómputo final de Dylan arrojó que alrededor de dos mil seiscientos dólares le corresponderían a cada uno por el robo.
Con el dinero ya contabilizado, se sumó a la actividad de la limpieza, no sin antes colocar un disco de la colección de sus padres; Kick de INXS.
Connie aprovechó el cambio de turno, por así decirlo, y fue a ducharse. Más tarde fue a la cocina a preparar algo para comer. Descongeló una presa de pollo y lo cocinó junto con algunas verduras.
Casi dos horas después, ambos chicos almorzaban en la cocina, satisfechos por haber ordenado toda la casa. Cuando llevaban consumido la mitad de sus platos, Matt apareció, llamando la atención de ambos.
Dylan lo miró relajado. La chica, en cambio, tuvo que girarse para echarle un vistazo, ya que estaba de espalda a la entrada.
Matt se había vuelto a colocar su sudadera y lucía como si hubiera trasnochado toda la noche.
—¿Puedes llevarme donde Derek más tarde? —preguntó Matt mirando a su amigo.
Dylan masticó con lentitud la comida en el interior de su boca, observándolo con una mirada repleta de suspicacia. Eso hizo que él se convirtiera en el autor de un extraño silencio en el ambiente.
—¿El gordo Derek? —preguntó Dylan una vez que se quedó sin comida que masticar.
Matt asintió y abrazó su propio cuerpo con su brazo izquierdo, dándole una apariencia de inseguridad.
Dylan accedió a su petición y le indicó que se sentara en uno de los puestos desocupados.
—No tengo hambre —protestó Matt antes de marcharse, llevándose con él la calma que había armonizado el almuerzo hasta ese momento.
Connie estudió el rostro y la postura de su compañero frente a ella; ambas cosas habían cambiado drásticamente luego de la visita de Matt. Moría de ganas por entender qué clase de secretos ocultaban ellos dos, y era consciente de que sólo el rubio podría entregarle respuestas concretas, no divagaciones como las que acostumbraba a dar Matt.
—¿Quién es Derek? —preguntó ella con entusiasmo.
Dylan ignoró su pregunta.
—¿Tiene que ver con la casa que visitamos ayer?
Él bebió de su bebida, respondiendo con más silencio.
—¿Por qué te molesta tanto el tema?
Más silencio.
Connie suspiró, rendida. Tenía que cambiar su táctica.
—Matt me dijo que compró drogas en esa casa. —Dicho eso logró que los ojos del rubio se tornaran sorpresivos—. Cuéntame en qué cosas anda metido. ¿Es muy grave?
—¿Qué crees tú, Connie? ¿Por qué crees que lo echaron de su casa? —Su tono fue irónico—. Sus padres no le iban a dar más dinero. Tampoco iban a dejar que él manchara la intachable reputación de la familia. ¿Cómo lo enfrentaron? Pues lo amenazaron: o dejaba las drogas o se iba a la calle.
Connie tragó saliva. Jamás lo había escuchado hablar de esa manera tan categórica.
—Pero... Él me contó que sus padres lo echaron porque no aceptaban que quisiera dedicarse a la música —comentó ella.
—En parte sí. Pero lo principal fue lo otro. Su madre encontró las drogas en su cuarto y eso lo desató todo.
Connie lo observó perpleja. Matt no le había contado esa parte de la historia. Con esa pieza revelada por Dylan, todo el puzle cobró mayor sentido.
—Lo echaron de su casa. Dejó la escuela. Roba para conseguir dinero y comprar más drogas. Consiguió un trabajo, en el que es muy probable que lo despidan —continuó Dylan—. Dice que la gente de esa casa son sus amigos, pero en realidad sólo quieren su dinero. A ellos les importa una mierda su bienestar. Todo ese dinero que conté recién lo gastará en drogas y, si llega a comprar algo material, en un par de meses lo venderá para comprar más drogas. Así de grave es.
Los ojos de la chica reflejaron temor.
—No hay nada que se pueda hacer —prosiguió él después de soltar un gran suspiro—. Sé también que lucha por dejarlas atrás, pero tendrá que esforzarse más para lograr cambiar por completo, y debe querer hacerlo por su propia cuenta. Echarlo de mi casa, de la banda u obligarlo a ver un especialista sólo arruinaría las cosas.
—¡No pueden echarlo de la banda! —sentenció Connie con ojos que reflejaron pánico absoluto.
—Tranquila, era por decir. La banda es lo único que lo mantiene centrado.
Él se levantó de la silla. Recogió ambos platos y los dejó en el fregadero.
—Esto no lo puedes comentar con nadie, ¿entendido? Ni siquiera con Jake —finalizó él.
******
Los tres ladrones volvieron a introducirse en el auto. Connie utilizó el asiento de copiloto en esta oportunidad y Dylan colocó el disco ...And Justice for All de Metallica antes de partir.
Ella quiso sintonizar una emisora en la radio, pero apenas se acercó al aparato, Dylan se interpuso y colocó su mano, bloqueándole el paso. Él negó con la cabeza y ella rodó los ojos.
Matt abrió la puerta tan pronto Dylan aparcó el vehículo en el lugar de su destino. Detuvo su andar al escuchar que su amigo lo llamó. Se devolvió y asomó su cabeza por la ventana del copiloto.
—Recuerda que tocamos hoy —le advirtió Dylan.
—No lo olvidaré, cariño —contestó Matt antes de guiñarle el ojo. Posteriormente fue en dirección al departamento de Derek, uno de sus recientes drugdealers.
Connie miró al rubio arqueando una de sus cejas.
—¿Desde cuándo te llama así? —cuestionó ella.
—Ignóralo, es una broma interna —respondió entre risas y comenzando a maniobrar el auto para retornar a la pista.
Connie frunció el ceño, luciendo demasiado confundida.
—Creo que tendré que encontrarle una novia —mencionó Dylan, llamando poderosamente la atención de su compañera—. Y así recordarle que aparte de la música y las drogas también existen las chicas.
Ella lo observó con seriedad. No le gustó lo que escuchó.
—Entonces... ¿Una cama nueva? Imagino que la vamos a estrenar —dijo Dylan con soltura y con la vista al frente.
Connie, a diferencia de anoche, esta vez no lo ignoró. Se giró hacia él y cargó su cuerpo sobre su lado izquierdo para observarlo directamente. Dylan se incomodó un poco al recibir tanta atención, sin embargo, se controló de manera impecable.
—He estado pensando —mencionó él al detenerse en una luz roja—, y creo que sería mejor que te cuides con píldoras —continuó de la manera más casual que le fue posible.
—¿Píldoras anticonceptivas?
Dylan asintió con entusiasmo.
No era una mala idea, pensó Connie. Prometió que lo iba a meditar.
—¿Sabes qué otra cosa deberíamos estrenar? —preguntó ella de una manera coqueta. Se mordió el labio inferior y con cuidado acercó sus labios a la oreja de su compañero para proseguir—: Tu auto —susurró al mismo tiempo que deslizó lentamente su mano por la entrepierna del rubio.
Ella escuchó con claridad cómo la respiración del chico se aceleró. El auto comenzó a andar, lo que complicó un poco su equilibrio, siendo eso un detalle porque ya había logrado lo que buscaba.
—Detén el auto —ordenó ella en un susurro.
Dylan no pudo evitar esbozar la más alegre y satisfactoria sonrisa de todo el día, quizás la de toda la semana. Ese momento podía ser comparado con lo que sintió cuando llegaron a un acuerdo como banda para tocar esa noche en el popular Imsomnia Bar.
—Estamos por llegar —replicó él manteniendo la sonrisa.
—Anda, Dylan, ¿crees que no noté tu erección?
Dylan aparcó en un terreno deshabitado, muy cerca de la casa de Jake, que antiguamente era un parque de juegos y se había transformado en un basural. Él sabía que nadie transitaba por ahí y que en las noches era centro de encuentro de pandilleros.
Ella, quien se desvistió cintura para abajo mientras él estacionaba, le pidió que corriera el asiento hacia atrás y él la obedeció, pese a que en su mente todo iba a ocurrir en el asiento trasero. Estaba muy excitado como para protestar.
Reclinó el respaldo y la chica se sentó sobre sus muslos. Para cuando ella comenzó a desabrocharle su pantalón, recordó algo que podría arruinarlo todo: No andaba con preservativos.
Connie no le dio mayor importancia. Ambos estaban muy calientes como para postergar más el encuentro. Salir de las cuatro paredes y hacerlo en el exterior, con luz de día, sabiendo que cualquier persona podría descubrirlos, le entregaba un condimento extra, haciéndolo más excitante.
El vehículo no tardó en ser invadido por los gemidos y jadeos sofocantes de parte de sus ocupantes, creciendo en intensidad a medida que transcurrían los minutos.
Las tres semanas de ausencia entre sus cuerpos se hicieron notar.
Los gemidos se apaciguaron una vez que Dylan acabó.
Con la mente algo más fría, Connie quiso retornar a su asiento, pero él la detuvo con un fuerte abrazo. Sintió luego el rostro del chico hundiéndose entre su cuello y en un susurro él le pidió que se quedaran así un rato más.
—Esto está mal —recalcó ella para cuando su respiración se calmó. Alejó su rostro unos centímetros y miró al rubio con ojos preocupados—. No debimos hacerlo...
—Ya da igual —interrumpió con molestia.
Connie se abrió paso y retornó al asiento del copiloto.
—¿Cómo que ya da igual? —preguntó comenzando a organizar su ropa y en tono de voz histérico—. ¿Qué acaso no pusiste atención en la clase de biología?
—¿Qué quieres, Connie? —replicó acomodándose el pantalón y sintiendo una repentina ira apoderándose de su cuerpo—. No puedo retroceder el tiempo.
—Mierda —maldijo en un murmullo. Su voz era frágil—. ¿Tienes pañuelos o algo con que pueda limpiarme?
Él se estiró hasta alcanzar la guantera. Tomó el paquete de pañuelos desechables y se los entregó a la muchacha antes de salir del vehículo. No quiso seguir escuchando las quejas llenas de sarcasmo de parte de ella. Prefirió calmar las aguas y darle tiempo a solas para que se vistiera y enfriara la cabeza.
Pero Connie no tomó muy bien que la dejaran hablando sola. Ella se vistió, respiró profundamente y se bajó del vehículo.
—¿A dónde vas? —Dylan le gritó yendo por ella—. No seas infantil, Connie. Sube al auto.
—¿Para qué? Me quedó muy claro que no quieres hablar del tema porque ya no es tu problema.
—¿¡Qué!? ¿Por qué siempre tienes que ver todo como un ataque?
—Oh, perdón por malinterpretar tu silencio y tu huida. ¡Qué idiota soy!
Dylan rodó los ojos con fastidio, pues odiaba que le hablaran en tono sarcástico.
—No tengo por qué aguantar esto. Volveré al auto —sentenció él dando media vuelta.
—Perfecto. ¡Aprovecha de irte a la mierda de paso!
******
El resto de los chicos notó esa misma noche, en Insomnia Bar, que ellos dos estaban peleados.
Connie volvió a casa temprano esa noche. Se había hartado de todo y de todos; de ver a Dylan coqueteando con unas chicas que no le habían quitado la mirada de encima por todo el periodo que estuvo sobre el escenario, de las muestras de cariño entre Kate y Jake, de Brad y Emily hablando sobre sus pasatiempos favoritos, y de Matt, que andaba muy hiperactivo. Ella estaba segura de que él se había metido algo, porque toda esa muestra de energía y entusiasmo no era algo normal en él.
El resto de los días transcurrieron con los chicos tratando de llevar el asunto del distanciamiento entre Connie y Dylan con la mayor naturalidad posible, pese a que fue muy incómodo evitarse durante los recesos de la escuela.
Connie ocupó su tiempo en organizarse con sus deberes y gastar el dinero del robo: compró en estado nuevo una cama, auriculares, ropa y algunos discos. En estado usado compró un escritorio pequeño, una computadora y un reproductor de música.
Con la cama nueva ya no le costó trabajo conciliar el sueño. Eso le provocó enfrentar los días de mejor forma, y sin duda alguna mejoró su estado de ánimo. No obstante, el insomnio volvió a hacer de las suyas cuando se percató de que llevaba tres días de retraso de su periodo menstrual.
Trató en lo más posible de no pensar en eso durante el día, que en el calendario era el cuarto día de retraso. Algunas veces tuvo éxito, otras no tanto. Su parte pesimista creía que las desgracias iban a continuar en su vida y que tendría que lidiar prontamente con un bebé.
Sin querer pensar más en el asunto, se fue temprano a dormir.
Unas horas después de haberse dormido, se tenía a sí misma en un ambiente diferente. De lejos vio la silueta de un muchacho de cabello oscuro. Era Matt. Corrió para alcanzarlo, pero él corrió también. Ella gritó su nombre mientras intentaba correr más rápido. De pronto, él se detuvo y se volteó. Ella ya no corría, ahora estaba frente a él y sus ojos se posaron en sus labios. Deseó besarlo. El rostro del chico se acercó al suyo, pero no era Matt, nunca fue Matt, era Ian. Él tomó su rostro entre sus manos y le dijo «Felicidades, estás embarazada».
Connie despertó, sentándose sobre la cama y aferrándose con fuerza de la sábana que la cubría. Respiró agitadamente por alrededor de medio minuto.
¿Cómo iba a olvidarse de Ian si su subconsciente no dejaba de recordárselo?, se preguntó.
Ahogó las lágrimas antes de que aparecieran. Se levantó decidida a dejar el sueño atrás mientras se dirigía a su closet por toallas, porque en una hora y treinta minutos más tendría que estar en la escuela.
Bajó aprisa por las escaleras y sus pasos alertaron al tatuado muchacho dueño de casa, quien se encontraba en la cocina desayunando.
—Hice panqueques —le indicó Jake caminando hacia ella.
—No, gracias. Voy atrasada. —Fue hasta el perchero.
—Después te puedo ir a dejar en el auto, así llegarás a la hora —contestó luego de revisar su reloj y darse cuenta de que le estaban mintiendo.
Connie subió el cierre de su chaqueta y colocó alrededor de su cuello la bufanda que Matt le regaló.
—Lo lamento, Jake, pero estoy atrasada. —Levantó su cabello, el que había quedado atrapado entre la ropa—. Ten un buen día.
Con la mano sobre el pomo un extraño mareo la invadió. Por suerte Jake estaba ahí y la socorrió antes de que su cuerpo se estrellara contra el suelo.
El bajista la tomó en brazos y la acostó sobre el sofá. Le despejó el pecho y apoyó sus pies en el apoyabrazos del mueble para que sus piernas quedaran levantadas. Cuando vio que las mejillas de la chica se tornaban rosadas, fue a la cocina y preparó un té.
Al regresar, dejó la taza sobre la mesa de centro y cogió uno de los libros del estante, el que comenzó a agitar con fuerza frente al rostro de la chica.
Connie pestañeó un par de veces. Tremenda fue su sorpresa al encontrarse sobre el sofá y con Jake mirándola fijamente.
—Te desmayaste —explicó él.
Ella se acomodó, apoyando su espalda en el apoyabrazos del mueble.
—Te hice un té. Necesitas azúcar. —Jake le entregó la taza sobre un plato pequeño.
Ella bebió más que nada para darle en el gusto. Enterarse de que se había desmayado no fue una noticia agradable de escuchar, sobre todo después del sueño que tuvo esa mañana. Sin duda alguna, su mente ya tenía con qué torturarla durante el resto del día.
Debía calmarse o Jake iba a notar que algo le ocurría, aunque intuyó que eso ya era tarde porque él no paró de mirarla con ojos intranquilos.
—¿Hasta cuándo harás esto, Connie?
Ella tragó saliva. Continuó mirándolo, sin entender a qué se refería. La postura de él era tan tensa que temió decir algo.
—He notado que evitas comer. De hecho, estás más delgada que cuando llegaste.
Connie bajó la mirada.
—Sé que lo haces porque no te sientes cómoda acá. No quieres comer u ocupar nada que implique gastos. No soy tonto, Connie. Aparte de comer poco he notado que tus duchas son cortas y con agua helada.
—Jake...
—No tienes que hacer eso, ¿entiendes? Yo te considero un integrante más de esta casa y tienes que comportarte como tal.
—Pero no quiero abusar de ti.
—No es ningún abuso. Tú necesitas mi ayuda y gracias a Dios que puedo entregártela. El dinero no es problema para mí en estos momentos, así que debes dejar ese comportamiento porque no es necesario. Lo digo en serio. Terminarás enfermándote y una cuenta en el hospital sí sería costosa.
Ella rio levemente.
Existía algo que Jake ocultaba, algo que lo hacía sentir un villano por tener que hacerlo, pero era una promesa que le había hecho a John, el padre de Connie; John le ha estado mandando dinero para costear los gastos extras en la casa. John le pidió que lo viera como si fuera el pago de un alquiler y que, por favor, no se lo contara a ella.
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♫ Circa Survive - Travel Hymn
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