Capítulo 11: Ladrones
La banda pasó toda la tarde del sábado ensayando para el show que debían dar la semana siguiente en Insomnia Bar. Ellos estaban muy motivados con presentarse en ese escenario porque ese local era muy concurrido. Al dueño poco le importaría si la gente los abucheaba o aplaudía, ya que el resto de las bandas le garantizaba el éxito. No obstante, si ocurría lo primero en su noche debut, no habría una segunda oportunidad. Por eso también acordaron ensayar todas las tardes de los próximos días.
—Resultó la primera vez y ahora también va a resultar. Estoy seguro. Tenemos que intentarlo —dijo Matt utilizando un tono persuasivo.
Él junto con Dylan se quedaron un rato más en el garaje una vez terminado el ensayo. Ambos desconocían que una curiosa Connie los escuchaba con detenimiento detrás de la puerta entreabierta.
—¿Bromeas? La última vez casi termino atropellado —replicó Dylan.
—¡Ah, vamos! Eso nos enseñó que debemos planear mejor nuestra huida. Si hacemos un...
—Matt, no.
—¡Pero escúchame! Si hacemos un buen plan de ataque y otro de huida, va a resultar todo mejor. ¡Ya verás!
—No creo que sea...
Las palabras de Dylan se vieron interrumpidas cuando la chica entró con una bandeja que traía tres vasos con coca-cola. Dylan tomó uno y le entregó una amplia sonrisa como forma de agradecimiento. Matt, en cambio, empuñó ambas manos y observó a Connie como si fuera a matarla por cortar su conversación con algo tan innecesario.
—Yo también quiero participar en su plan —confesó ella al dejar la bandeja sobre una mesa.
—¿De qué hablas? —Dylan frunció el ceño y Matt lo imitó.
—Conozco una casa de la que se puede obtener mucho dinero —dijo llamando poderosamente la atención de ambos chicos—. Sé la clave de la caja fuerte y también sé que esa casa no cuenta con alarmas. Lo único complicado sería entrar y pasar desapercibidos, pero ustedes pueden encargarse de eso.
—Suena arriesgado...
—¿Cómo estás tan segura? —Matt interrumpió a su amigo.
—Porque es la casa de una amiga de Rebecca y estuve obligada por años a acompañar a ambas mientras conversaban en la hora del té. Créanme. Estuve ahí cuando confesó que su caja fuerte se abre con la fecha de nacimiento de su único hijo.
—Pero pudo haberla cambia...
—¿Con quién vive ella? —Matt volvió a interrumpirlo.
—Sola. Enviudó y su hijo está en otra ciudad.
Esto se ponía cada vez mejor, pensó Matt. Ya no quería asesinar a la chica, por el contrario, quería convertirla en su cómplice y obtener toda la información que pudiese servirle.
—¿Vive sola y su casa no tiene alarmas? —interrogó Dylan con escepticismo—. ¿Qué tal si tiene cámaras? ¿O unos perros guardianes?
—No tiene nada de eso. Estoy segura. No es una mujer que le guste llamar la atención con cosas lujosas. En su casa hay pocas cosas de valor, pero créeme, dinero sí hay en esa caja fuerte y yo conozco la clave —respondió con total seguridad.
Matt observó a Connie con atención antes de asentir. Luego miró a su amigo, a lo que Dylan le respondió negando con la cabeza.
—No cuenten conmigo. No participaré en esto —sentenció Dylan antes de salir indignado de ahí.
Su indignación no le duró mucho, puesto que sus amigos conocían sus puntos débiles y el dinero era algo que a él también le interesaba obtener.
Matt y Connie quisieron atacar esa misma noche, pero el sensato de Dylan los convenció de esperar unos días para planificar bien el robo, lo que implicaba una visita a aquella casa para conocer sus detalles relevantes.
El día seleccionado para el ataque fue la madrugada del viernes, porque la casa de Dylan estaría desocupada hasta la tarde de ese mismo día, así podrían usarla para prepararse y, si llegase a resultar, podrían repartirse el dinero allí mismo sin problemas.
******
El plan del asalto, junto con el show, ayudó a que los días transcurrieran más rápido a percepción de sus involucrados. Fue así como el jueves finalmente llegó.
Durante el ensayo tocaron de corrido los temas del show y sonaron mucho mejor que los días anteriores. Los chicos se sentían preparados para patear unos cuantos traseros. Iban a triunfar y de ahí en adelante ya nada los detendría hasta alcanzar el estrellato.
Finalizado el ensayo, Connie, Matt y Dylan fueron a la casa de este último a echar andar el plan del robo.
Alrededor de las tres de la mañana, ya del viernes, Dylan estacionó su auto en el lugar previsto para aquello; a varios metros de distancia de la casa que iban a asaltar.
Vestidos completamente de negro se bajaron del vehículo cargando un bolso del mismo color. Caminaron sigilosamente hacia la casa que habían estado espiando. Se escondieron detrás de unos arbustos para inspeccionar que todo estuviese tranquilo.
Dylan notó que Connie lucía inquieta y no tardó en preguntarle qué le ocurría.
—Es mi primer robo —murmuró ella con ojos entusiastas.
—Y espero que sea el último. —Le acomodó el pasamontañas.
—Vamos —ordenó Matt, quien fue el primero en salir del escondite.
En fila caminaron a paso rápido hasta llegar a una de las ventanas de la casa. Matt sacó un aparato artesanal con el que dio inicio a su batalla para abrir la cerradura. Le tomó un par de minutos conseguir hacerlo. Se tomó un respiro, pues era el momento crucial; si llegase a sonar una alarma, tendrían que salir corriendo hacia el auto y olvidarse del dinero.
Matt abrió la ventana y ninguna alarma alertó sobre sus andanzas, tal cual como Connie lo aseguró.
La chica ocupó el primer puesto en la fila y dirigió al resto hasta llegar al despacho del difunto dueño de casa. Una vez ahí, Dylan colocó el bolso en el suelo, a un costado de un cuadro gigante de un castillo ancestral.
Connie sacó el cuadro, dejando a la vista la caja fuerte. Le pasó el cuadro a Matt, quien lo depositó a un costado mientras ella colocaba los números del día de nacimiento del único hijo de esa familia.
La caja fuerte se abrió.
Connie fue la primera en ver todo ese dinero en efectivo a su completa disposición. Luego los chicos se le sumaron por detrás. Esos tres pares de ojos brillaron en conjunto de deseo absoluto.
Dylan fue en silencio hacia la puerta a vigilar que todo estuviera en orden, por otro lado, los otros dos chicos comenzaron a sacar los fajos de dinero y colocarlos en el bolso.
Prontamente, Dylan comenzó a impacientarse, sus amigos estaban demorándose demasiado. Retornó al lugar donde los dejó y presenció que ya no quedaba más dinero a disposición.
—¿Qué hacen? No podemos llevárnoslo todo —mencionó asustado.
—¿De qué hablas? —susurró Matt—. Claro que sí podemos.
—Pásame el cuadro —ordenó la chica y Matt la obedeció.
—No podemos dejarla sin nada. Ella necesitará ese dinero para vivir.
Connie colgó el cuadro y se volteó hacia él para decir:
—No seas ingenuo, Dylan, ella tiene más dinero en el banco.
Dylan miró a ambos chicos. Asintió al quedar conforme.
Al dejar la casa atrás corrieron con todas sus fuerzas hacia el vehículo, el que Dylan rápidamente echó a andar.
Lo habían conseguido.
Estaban eufóricos. Se oían sus gritos de alegría retumbando en el interior del auto.
—¡Hay que celebrar! —gritó Dylan.
Matt concordó con él. Asomó su cabeza entre los asientos delanteros y le indicó virar hacia la izquierda, en dirección a los peores barrios de la ciudad. Dylan lo obedeció, pese a lo mucho que detestaba ir a aquel lugar.
Se detuvieron frente a una casa gigantesca y bastante descuidada, la que tenía todas sus luces prendidas y música muy fuerte provenía de su interior.
Aquella casa se ubicaba en medio de un gran sitio eriazo, rodeada sólo de cercas y unos cuantos arbustos, la mayoría secos, y no contaba con viviendas vecinas. A simple vista lucía perfecta para rodar una película de terror en su interior.
Connie junto con Dylan esperaron a su amigo, apoyados en el auto. Ella sacó un cigarro de su chaqueta y para cuando lo encendió, Dylan se apresuró en pedirle uno. Sacó otro y se lo entregó junto con su encendedor.
Era la primera vez que ella lo veía fumar un cigarro. Lucía tenso, demasiado para lo que acababa de pasar. Se preguntó a qué podría deberse, logrando sólo atribuirlo a que Matt tardaba demasiado.
Después de botar la colilla al suelo, decidió romper el silencio.
—¿Qué lugar es este? —Observó con curiosidad el rostro del chico rubio.
Él botó humo por su boca para luego escupir con desprecio:
—Un lugar repleto de gente que quiere morir joven.
Connie lo miró con detalle. ¿Esas personas le habían hecho algo?, se preguntó de inmediato. Dylan se llevaba bien con todo el mundo, o al menos eso pensaba.
Permanecieron en silencio hasta que vieron a Matt salir de ahí a paso rápido y con las manos en los bolsillos de su sudadera.
La siguiente parada fue la tienda en la que Dylan solía comprar alcohol para sus fiestas.
—Esperen aquí —ordenó al estacionar su auto—. ¿Les traigo algo en especial?
Los chicos atrás negaron con la cabeza. Un minuto después se bajó Connie a fumar otro cigarro. Matt apareció y se paró frente a ella.
—¿Me convidas uno? —pidió él.
Connie observó al chico mientras él colocaba el cigarro entre sus labios antes de encenderlo. Él clavó sus potentes ojos sobre los de ella antes de devolverle su mechero de color azul que, coincidentemente, combinaba con sus iris.
—Tienes pinta de querer preguntar algo —mencionó Matt, sin apartar la mirada.
La habían pillado; Connie sintió que se quedaba sin aliento. Tragó saliva y retrocedió hasta pegar su cuerpo contra el helado metal del vehículo. A veces le temía a Matt, ¿y cómo no hacerlo? Si la mayoría de las veces, sobre todo cuando estaban en grupo, él la miraba como si quisiera asesinarla.
No sabía si estaba en presencia de ese Matt o del que era amigable, como lo fue para cuando secuestraron a Audrey.
Pues manteniendo el silencio no lo iba a averiguar.
—¿Qué hacías allá? —preguntó finalmente, sin esconder esos curiosos ojos que la delataron hace un momento.
—Necesitaba comprar algo.
Connie frunció el ceño. Miró los bolsillos de la sudadera del chico.
—¿Qué cosa? —lo cuestionó al retornar la mirada a su rostro.
Matt esbozó media sonrisa. Caló profundamente de su cigarro, sintiendo la nicotina adueñándose de sus pulmones. Expulsó el humo con pasiva lentitud, agregándole más tensión al momento.
La chica observó cada movimiento de él con demasiada atención, como siempre solía hacerlo.
—Drogas —respondió Matt antes de dar otra calada a su cigarro.
Dylan se les unió trayendo consigo una radiante sonrisa y cargando dos bolsas que contenían botellas de alcohol.
Cuando llegaron a la casa de los Myers, cada uno tenía en mente su propia y distinta manera de celebrar el éxito del robo. La menos entusiasta de los tres era la de Connie.
Dylan colocó las botellas en la mesa de centro. Matt prendió el equipo musical y sintonizó una emisora que trasmitía temas fiesteros de la década de los 80's-90's, que encajaban muy bien para un viernes en la madrugada.
Connie, obedeciendo a Dylan, fue a la cocina por hielo y vasos, los que después estuvieron llenos de whisky y alzados en el aire por sus dueños. Los cristales chocaron entre sí antes de ir a parar a las bocas de los ladrones de casas ajenas.
Dylan compró un tequila, dos vodkas y dos botellas de su whisky favorito. El único emocionado por tanto alcohol era él mismo. Matt tenía otras maneras para celebrar y Connie no solía beber alcohol sin combinarlo con bebida o jugo.
Ella fue hasta la cocina a buscar un vaso de jugo de naranja. Con el vaso en mano caminó hacia la salida en donde se encontró con Matt, quien parecía que la estaba esperando.
—Tengo algo para ti. —Tomó la mano desocupada de la chica y dejó ahí una pastilla.
—¿Qué es?
—Te hará sentir bien —aseguró Matt, previo a abandonar aquel lugar.
Una resignada Connie lamentó la falta de información. Miró la pastilla sobre la palma de su mano con bastante inquietud. Supuso que se trataba de una droga, Matt acababa de confirmarle que eso estuvo comprando en aquella bulliciosa y descuidada casa. Sin embargo, ella nunca antes había tomado una pastilla para drogarse. Por folletos entregados en la escuela sabía que el éxtasis se presentaba como una píldora pequeña y colorida, distinta a la que tenía en su poder.
Ella jamás adivinaría de qué se trataba, por lo que comenzó a analizar todo desde otro ángulo. Quizá Matt no le dio respuesta porque su intención era que ella volviera a hablarle. O tal vez porque era una de esas drogas que usaban los violadores; sacudió su cabeza tan pronto esa idea se cruzó por su mente.
Su análisis fue tan mediocre que decidió que no tomaría esa pastilla hasta saber qué era antes.
Dejó el jugo a un lado y fue hacia la sala. Vio a Dylan caminar en dirección a ella.
—Voy por limones —indicó él alegremente antes de perderse de vista recorriendo el camino que ella acababa de transitar.
En su ausencia, los chicos habían acercado la mesa al sofá, en donde Matt se encontraba sentado, abriendo la botella de tequila. Estaba solo.
Ella consideró la idea de acercarse y plantearle sus dudas. Sin embargo, se quedó quieta viendo cómo él sacaba de su bolsillo otra pastilla. Pese a la distancia, notó que era idéntica a la que tenía en su poder. Lo vio echarse la pastilla en la boca y beber directamente de la botella.
Una extraña sensación de peligro la invadió, pero un mordisco juguetón en su hombro la hizo saltar y reír un poco.
—¡Vamos! —La invitó Dylan mostrándole los dos limones que había encontrado en la cocina junto con el salero y un cuchillo.
Él se sentó al lado de Matt y empezó a cortar los limones en trozos pequeños.
—Esto va a terminar mal —murmuró ella.
O se les unía o... ¿O qué? ¿Se iba arriba a dormir?, se cuestionó a sí misma en un tono hostigoso. Recordó de pronto el viernes anterior, en donde todos parecieron divertirse mucho más que ella sólo por andar preocupada de evitar a Kate y del estado de salud de Dylan. Ese era el momento perfecto para desquitarse, pensó luego.
Se sentó alrededor de la mesa de centro, en el suelo, y tomó entre sus manos uno de los vasos que contenía tequila.
Dylan le sonrió antes de beber su primer shot. Su cara se arrugó al morder el limón y unos gritos propios de una persona que siente el alcohol arder en su interior le siguieron.
Connie rio un poco al verlo, pues parecía un niño feliz.
—¿Qué harán con el dinero? —preguntó ella después de alcanzar un trozo de limón—. Yo lo primero que haré será comprar una cama.
—De dos plazas, espero —dijo Dylan en un tono que dejó en evidencia el doble sentido de su comentario.
Connie fingió no haberlo escuchado. Enfocó su mirada en Matt, incitándolo a contestar.
—Quiero comprar una bicicleta —confesó Matt después de beber otro sorbo de tequila desde su vaso.
—Deberías comprarte un celular también. —Se sumó su amigo.
—Claro. Es buena idea, aunque sabes mejor que yo que terminaré vendiendo ambas cosas en unas semanas más.
El rostro de Dylan se transformó drásticamente de uno contento a uno serio.
—Pero tienes un trabajo —le recordó él en tono severo y Matt hizo un gesto de desgana.
Un extraño silencio los invadió, a pesar de que la música no paraba de escucharse por los parlantes.
Connie no entendió a qué se referían ambos chicos, pero sabía que si quería información sólo podría obtenerla de parte del chico rubio.
—¿Qué harás tú con el dinero, Dylan? —preguntó ella.
—Ahorrarlo o dárselo a mi tía para su tratamiento. —Bebió otro shot antes de levantarse abruptamente del sofá para ir al baño.
Solos otra vez, pensó ella al mirar a Matt.
—No deberías hacerlo enojar —le advirtió ella en un tono relajado.
—Es tu novio el exagerado.
Connie se puso roja como un tomate, más de rabia que de vergüenza. Él lo notó porque lo vio esbozar media sonrisa, algo que la hizo enfurecer más.
—Lo digo en broma —se disculpó él y le entregó otra sonrisa. Luego bajó la mirada a su vaso y empezó a mover su dedo índice por el borde de este, formando un círculo tras otro—. Sé que no están juntos —agregó ensimismado en lo que hacía con su dedo.
Ella notó de pronto que su postura era diferente a la de hace un rato. Ya no lucía tan tenso o malhumorado.
—¿Qué me diste? —preguntó ella.
Matt volvió a esbozar media sonrisa, dándole una apariencia de engreído. Connie presintió que él iba a hacer eso toda la noche. De ser así, tendría que ser fuerte y controlar los antiguos deseos que comenzaban a reaparecer.
—Oxicodona —respondió Matt.
Connie jamás había escuchado esa palabra antes. Sonaba como cualquier cosa menos como una droga. Nuevamente su respuesta no le aclaró nada.
—Tómala luego para que te sientas bien —insistió él.
Ella se levantó para ir a la cocina. No quiso darle en el gusto y tomarse la pastilla frente a él. Aparte, en esa mesa sólo había alcohol.
Su vaso con jugo seguía en el lugar donde lo había dejado. Lo tomó con una mano y con la otra sacó la pastilla de su bolsillo, la que miró con detalle una última vez sobre su palma antes de llevársela a la boca.
Salió de ahí después de beber todo su jugo. Se sentó en uno de los sillones sin importarle nada más. Estaba dispuesta a no pensar y a dejar que la pastilla actuara de la forma que fuese a hacerlo.
Varios minutos más tarde, una inmensa sensación de bienestar la comenzó a invadir, haciéndose más fuerte a medida que transcurría el tiempo. Todo era hermoso. Todo se sentía bien. Ningún recuerdo amargo y ninguna sensación de incomodidad había en su cuerpo. No sabía lo que había ingerido, pero sin duda en un futuro cercano buscaría obtener más.
Escuchó de fondo a sus amigos hablar sobre el show que tendrían esa noche y de lo muy entusiasmados que estaban por dar ese gran paso. De pronto, una idea cruzó por su cabeza.
—¿Saben qué deberíamos hacer ahora? —preguntó con voz entusiasta.
Los muchachos se miraron entre sí, sin contestar.
—¡Cantar! —exclamó ella con ojos brillantes—. ¡Escuchemos canciones!
Dylan se le unió con un largo «¡Siiiiii!». Bebió todo el líquido de su vaso antes de caminar hacia la colección de discos de sus padres, en donde empezó a revisar nombre tras nombre.
Transcurrido un minuto, Matt comenzó a cantar We are the Champions de Queen mientras llenaba con alcohol los tres vasos. Luego los chicos cantaron el coro de esa canción, a capela y a todo pulmón, después de haber hecho otro brindis al aire.
Dylan subió a su alcoba a buscar algunos de sus discos y regresó tan pronto como pudo.
—Esta es perfecta para la ocasión —comentó él antes de pulsar el botón «Play».
Breaking The Law de Judas Priest empezó a escucharse.
Matt rio, honestamente feliz, y Connie comenzó a sacudir su cabeza, dejándose guiar por la música.
Escucharon un par de canciones más, todas escogidas por el dueño de casa. Finalmente, él colocó el disco Appetite for Destruction de Guns N' Roses con la intención de dejarlo andar sin interrupciones.
Connie fue al baño al sentir que vomitaría. Había bebido más alcohol del que su cuerpo era capaz de aguantar, sin embargo, no vomitó. Se quedó sentada en el suelo, apoyada de espalda a la pared y sintiéndose desorientada. Escuchó la voz de Matt antes de sentir que la levantaban con fuerza para ayudarla a caminar. Lo próximo que sintió fue el sofá bajo su cuerpo. Se durmió un minuto después.
Abrió los ojos y los cerró inmediatamente al sentir que la movían con la intención de reanimarla.
—Connie, despierta. Vamos a mi cuarto —mencionó Dylan antes de moverla por el hombro—. No puedes dormir acá.
Ella trató de abrir los ojos de nuevo, sin conseguirlo. Sonrió de forma burlesca hacia sí misma.
Ya no se escuchaba música de fondo.
—Vamos, Connie. —Trató de levantarla.
—Déjala tranquila —comentó Matt.
—¿Qué quieres? ¿Qué la deje durmiendo acá? —protestó Dylan fastidiado.
—Claro. Pásale una manta.
Dylan lo insultó antes de intentar levantar a la chica de nuevo, pero le fue imposible hacerlo. Estaba muy ebrio como para mantener el equilibrio y hacer fuerza al mismo tiempo.
—Ambos se caerán por la escalera si intentas subirla —advirtió Matt.
—Puedes ser un verdadero hijo de puta cuando quieres, ¿lo sabías?
Connie intentó abrir los ojos y esta vez sí lo consiguió, pues no quiso que sus amigos terminaran discutiendo. Vio a Dylan de pie a un costado suyo y a Matt apoyado en uno de los brazos de otro sillón, fumando un cigarro.
—Hola... Te llevaré arriba, ¿de acuerdo? —murmuró Dylan en un tono suave al verla despertar. Intentó pasar su brazo por debajo de ella, sin tener éxito—. Necesito que te levantes.
Connie notó que tres de las botellas sobre la mesa habían disminuido hasta dejar, al menos, un cuarto de los líquidos al interior. Luego vio de reojo el rostro de Dylan acercándose al suyo.
—¿No quieres dormir conmigo? —susurró él en su oreja—. Vamos, coopera conmigo y levántate.
—Déjame aquí —sentenció ella antes de voltearse y quedar boca abajo.
—¡Mierda! —Golpeó el sofá al incorporarse.
Dylan subió a su cuarto a regañadientes, después de que Matt lo hiciera primero.
A las siete de la mañana, Connie despertó con un malestar en su estómago y sintiendo su boca seca. Caminó, tambaleándose en más de una oportunidad, hacia la cocina.
Se estiró para alcanzar uno de los vasos que estaban guardados en la parte alta del mueble. El cristal se resbaló por sus dedos y se hizo pedazos al hacer contacto contra el piso. Intentó tomar otro vaso, consiguiendo lo mismo que anteriormente.
Se tomó una pausa. Lo iba a intentar una vez más, pero sintió que una mano rodeó su muñeca antes de guiarla hasta una de las sillas de la cocina. Pestañeó un par de veces hasta lograr enfocar su visión y percatarse de que se trataba de Matt.
—Quiero agua —murmuró ella.
Matt recogió los vidrios del suelo y los botó en el basurero. Se sentó frente a ella cargando un vaso de agua fresca y, con mucho cuidado, la ayudó a beber de este.
Notó que ella aún lucía desorientada; pestañeaba con lentitud y no podía realizar sus labores por sí sola. Síntomas demasiados extraños para ser ocasionados por una sola pastilla, pensó. De todas formas, no sintió remordimiento alguno. Había impedido que sus amigos durmieran juntos y eso lo tenía contento.
—¿Te sientes mejor? —preguntó él con suavidad.
Matt dejó el vaso sobre la mesa y esperó a que ella contestara. Sin embargo, ninguna palabra salió de la boca de la chica. Su respuesta provino solamente de su mirada, que se había vuelto más intensa.
—Tus ojos... —musitó ella, sin dejar de mirarlo.
Matt intercaló la mirada entre los ojos de la muchacha y su boca.
—¿Qué hay con ellos? —preguntó él en un elocuente susurro.
—Son hermosos.
Connie acercó sus labios a los de él y lo besó.
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♫ The Cooper Temple Clause - Head
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