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Capítulo 1: Ojos azules


«Tú puedes con esto. Un día a la vez», se animó Connie frente al espejo del baño, vestida para su primer día de clases del décimo grado.

A ella no se le ha hecho nada fácil retornar a la normalidad, no después de haber vivido intensos meses junto a un chico que le mostró que la vida era mucho más que escuchar música, obedecer a sus padres y estudiar para los exámenes.

Esperaba que el inicio de ese año académico la ayudase a dejar todos esos recuerdos en el pasado porque necesitaba enmendar su vida bajo sus propios términos.

—Después de clases te vienes directamente para la casa. No quiero pasar otro semestre metida en la oficina del director escuchando sus quejas sobre tu comportamiento, ¿me entendiste?

Connie resopló molesta luego de escuchar a su madre. Cerró con fuerza la puerta tras salir de casa.

La relación con Rebecca, su madre, estaba muy lejos de ser considerada como cercana, y con el pasar de los años sólo ha empeorado.

Unos pasos más adelante, Connie vio que en la esquina de la calle la esperaba su mejor amiga y también vecina, Emily, con una gran y radiante sonrisa, digna de alguien que ha esperado ese momento por semanas.

Emily era una chica rubia de ojos verdes, cabello liso y contextura delgada. Connie, en cambio, era dueña de una cabellera larga color castaño, ojos marrones y era seis centímetros más baja que su mejor amiga.

La primera hora en la escuela se llevó a cabo sin grandes acontecimientos. Ambas chicas emplearon esa hora para ponerse al día con sus compañeros sobre lo que hicieron en sus vacaciones.

Cuando el timbre se hizo escuchar, las amigas se apresuraron para ir a sus casilleros. Durante el trayecto, Emily ojeó a toda persona que se topó en el camino. Estaba tan emocionada con ese nuevo año que sus ojos irradiaban expectación.

—¿Tú no estás entusiasmada? —preguntó la rubia.

Connie era muy diferente a su amiga en ese sentido. Por ser más retraída, el conocer personas no le llamaba la atención en lo absoluto.

—Lo siento en mis entrañas —continuó Emily—. Sé que conoceré a alguien del cual me enamoraré y viviremos una historia de amor digna de una película romántica.

—¿No dijiste eso mismo el año pasado? —cuestionó Connie arqueando una ceja.

—¡Esta vez es distinto! Lo sé, mi horóscopo me lo dijo y lo presiento —afirmó con seguridad—. Necesito ir al baño, ¿me acompañas?

Connie rodó los ojos en forma burlona y agregó:

—Te ves bien, Emily.

La rubia la ignoró y con falsa molestia se dirigió al baño de damas que se encontraba a la mitad de aquel pasillo.

En la espera, Connie se entretuvo observando a los estudiantes que pasaron frente a ella. Fue en ese instante cuando algo llamó su atención; un chico, mientras guardaba un cuaderno dentro de su mochila, dejó caer una hoja de papel. Connie rápidamente la recogió y echó un pequeño vistazo. Se trataba de una hoja con muchos borrones que contenía unas cinco frases en forma de poema.

Ella se apresuró en ir detrás del chico.

—¡Oye! —gritó ella antes de tomarlo por el hombro, haciendo que él se volteara—. Se te cayó esto.

Ella alcanzó a leer una frase que decía «Soy una parte de ti».

El muchacho, algo sorprendido, tomó la hoja, la arrugó y la guardó en el bolsillo izquierdo de su pantalón. Le entregó a la chica una confusa mirada y siguió por su camino después de responderle con un escueto «Gracias».

Connie se petrificó por unos segundos. Los ojos azules de ese chico le recordaron a los de su ex amor, cuyo romance terminó muy mal hace dos meses. Podría asegurar que ambos eran idénticos en color y, más importante aún, ambos reflejaban mucho dolor.

Volvió a su estado consciente cuando Emily la agarró por el brazo y le dijo que ya era hora de entrar a clases. La verdad es que ella no escuchó el timbre y tampoco se percató de todo el tiempo que pasó de pie ahí sin hacer nada más que pensar en esos ojos.

—Con mi madre vamos a ir al centro comercial, ¿quieres acompañarnos? —preguntó Emily mientras se encaminaban a la salida del recinto. Las clases habían llegado a su fin.

Connie, por más que quiso aceptar aquella invitación, no pudo ignorar lo que su madre le advirtió aquella mañana, por lo que tuvo que negarse.

Emprendió rumbo hacia su casa una vez que vio a su amiga marcharse. Iba tan sumergida en sus pensamientos y en la canción que escuchaba, que no se percató de que alguien corría detrás de ella para alcanzarla. Cuando subió a la vereda, luego de cruzar por el paso peatonal, alguien la tomó por el hombro.

—Tú recogiste uno de mis escritos hoy, ¿cierto? Después de eso me quedé pensando porque estaba seguro de que te había visto antes.

—¿A mí? —Entrecerró los ojos, dudosa.

Él le explicó que durante el semestre pasado la vio muchas veces caminar en la misma dirección a la que él se dirigía. Incluso, un día de lluvia, él la saludó en la parada del autobús que se encontraba cercana a la escuela y que platicaron por unos minutos.

Connie, por más que trató de recordar, no logró tener éxito. El semestre pasado tenía la mente puesta en otros asuntos o, mejor dicho, en otro par de ojos del mismo color.

—Oh, bueno... —El chico le entregó una frágil mirada—. No tiene importancia. Ten una buena tarde.

Él se giró y siguió a paso rápido por su camino, que era el mismo por el que Connie tenía que ir. La chica lo siguió con la mirada, observando minuciosamente cada paso que él daba. De pronto se imaginó a su amiga junto a ella, quien le exigía ir a conocer a ese nuevo personaje.

«Nuevo grado, nuevas personas», decía la voz imaginaria de Emily en su cabeza.

Sin pensarlo más se apresuró para ir tras el muchacho.

—¿Cómo te llamas? —preguntó ella casi sin aliento por la breve corrida que acababa de dar.

—Puedes decirme Matt —dijo sonriente para luego reír un poco.

Ella lo cuestionó con la mirada por aquella risa. Se acomodó el cabello pensando que se encontraba desaliñada.

—Ya me habías preguntado eso —contestó él con una sonrisa burlona—. Veo que es cierto que no te acuerdas para nada de mí.

Una sonrojada Connie debió disculparse por su mala memoria.

—Yo sé que te llamas Connie, que vas dos grados más abajo y que vives relativamente cerca de la escuela —contestó temeroso de haberse escuchado como un psicópata.

Connie asintió con su cabeza mientras retomaba la caminata, acompañada de Matt.

—¿Y tú? ¿Vives cerca también? —preguntó ella.

—No, yo vivo más arriba de tu sector. Ahora voy a la casa de un amigo que faltó a clases hoy.

Las casas de más arriba, a las que él se refirió, eran de las más lujosas de toda la ciudad. Connie supo así que él venía de una familia más adinerada que la de ella y Emily juntas.

—¿Qué escuchas? —preguntó él apuntando a los audífonos que llevaba la chica.

—Oh... Nada. —Sacó su reproductor de mp3 del bolsillo—. Le coloqué «Pausa» hace rato.

—¿Qué escuchabas? —Matt se inclinó para tratar de leer la pantalla del reproductor musical.

Got Me Wrong de Alice In Chains... ¿Los conoces?

—Son mi segunda banda favorita —dijo con una amplia sonrisa.

—¿En serio? —contestó sorprendida y un poco ofendida a la vez—. ¿Segunda? ¿Existe una banda mejor que ellos?

—Es cosa de gustos —replicó antes de detener su andar, provocando que ella también se detuviera—. Mi banda favorita es Stone Temple Pilots.

Connie abrió los ojos en sorpresa.

Matt le informó que hasta ahí podía acompañarla ya que su amigo vivía en otra dirección, a noventa grados del camino que ella debía seguir.

Se despidieron cordialmente y cada uno siguió su rumbo.



******

Connie tuvo un sueño muy vívido esa noche, uno protagonizado por su ex amor. En su sueño volvía a revivir la escena en la que lo conoció y quedó completamente flechada por él.

Despertó agitada y, tan pronto sus ojos se humedecieron, fue al baño a lavar su rostro. No quería derramar más lágrimas por él.

«Fue sólo un sueño, un mal sueño.», se repitió durante el trayecto a la escuela.

En el primer receso, Emily le contó sobre la fantástica tarde que tuvo junto a su madre el día de ayer. Connie la dejó hablar sin interrupciones porque así se distrajo y su mente se desvió del recuerdo que su subconsciente le recordó esa mañana.

De repente, ella se quedó ensimismada en una dirección fija. Emily lo notó y giró su rostro, logrando ver que se trataban de dos chicos de cabello oscuro.

—¿Los conoces? —preguntó Emily al retornar la mirada hacia su amiga.

Connie le respondió con una expresión atónita. Había obviado el hecho de que estaba acompañada.

—No —respondió cortante.

—Ah, ¿sí? —Emily la miró con incredulidad—. ¿Y por qué uno de ellos te está saludando?

Connie observó que Matt ondeaba su mano con entusiasmo. La chica respondió de la misma manera, pero con menos ánimo por quedar en evidencia que le había mentido a su mejor amiga. Luego vio como ambos jóvenes se acercaban a paso rápido.

El de ojos azules saludó a ambas chicas y les presentó a su amigo y compañero de clase. Brad era un muchacho de ojos marrones, con un piercing en el medio del labio inferior y cuyo cabello estaba cubierto con un gel que ayudaba a mantenerlo levantado.

No hubo necesidad de que Connie presentara a su amiga, la rubia saludó a ambos chicos de forma efusiva.

—¿De dónde conoces a Connie? —preguntó Emily.

La aludida esperó con curiosidad la respuesta de Matt.

—Hum... En verdad no nos conocemos. —Sus miradas se toparon—. Ayer camino a casa íbamos en la misma dirección y conversamos por un rato.

—¿¡En serio!? ¡Entonces vives cerca mío también!

—Él vive más arriba. —Se apresuró Connie en recalcar que no eran vecinos.

—¡Ahí estaban!

La voz de otro chico se escuchó a sus espaldas, haciendo que todos se giraran a verlo. Él se introdujo al grupo y con curiosidad observó a ambas chicas.

—Él es Dylan. —Matt lo presentó.

Dylan era el mejor amigo de Matt, de hecho, a él fue a visitar ayer cuando se separó de Connie. Ese nuevo integrante también tenía una apariencia desaliñada, pero no tan exagerada como la de Brad. A Dylan se le veía más natural. 

Él era el más alto de sus amigos, su cabello era rubio y sus ojos color miel. Rápidamente quedó en evidencia que él era el más extrovertido del grupo. Eso se vio reflejado después de que relató una divertida historia de cómo un chico se cayó en el baño porque el piso estaba resbaloso. Sus gestos teatrales, su expresión y su risa hicieron que todos rieran junto con él.

Las carcajadas de los cinco se vieron interrumpidas por el sonido del timbre, indicando que debían separarse.

El resto de la semana se hizo rutinario juntarse de vez en cuando en los recesos. En una de esas juntas, los chicos contaron que tenían una banda con un amigo más, Jake, quien era el mayor del grupo.

El nombre de la banda era Firecut; Dylan era el guitarrista, Jake el bajista, Brad tocaba la batería y Matt era quien cantaba y escribía las canciones. Luego de saber eso, el tema favorito de Connie fue hablar sobre discos y bandas con los muchachos, especialmente con Dylan, quien parecía saberlo todo sobre la escena musical, en especial la que marcó tendencia décadas anteriores.

Connie hubiese preferido continuar en la escuela durante el fin de semana, ya que en casa Rebecca no hizo nada más que fastidiarla con sus órdenes, además, sus padres tuvieron una fuerte discusión por temas de dinero, motivo por el cual ella se mantuvo todo el domingo encerrada en su habitación escuchando sus discos favoritos. Extrañamente, esa tarde deseó escuchar el despertador del lunes en la mañana.

Ese lunes llegó y trajo consigo muchas dudas. Aquel día el comportamiento de los chicos fue extraño. El rostro de Dylan reflejaba cansancio, como si no hubiese dormido en toda la noche, y junto con Brad actuaban diferentes, demasiado irritables, en especial el rubio.

«Está enfermo», fue la respuesta cuando Connie preguntó a qué se debía la ausencia de Matt.

Esa respuesta se repitió tres días seguidos.

Dando un gran suspiro, Connie se tiró en su cama a mirar el techo y pensar. Hace una hora había llegado a casa, encontrándola vacía, una vez más.

El sonido del timbre la sacó de su trance.

Abrió la puerta y se encontró con Emily.

—Brad me llamó y quiere que vayamos al parque —informó la rubia, quien debió caminar hasta acá porque su amiga no contaba con un teléfono celular; Rebecca se lo quitó hace tiempo como castigo.

Connie no estaba de ánimo para salir. Además, si Rebecca llegaba y no la encontraba en casa, un infierno se iba a desatar.

—Irán todos —agregó Emily en tono convincente—. Por favor, vamos, ¡di que sí!

¿Matt también?, se preguntó Connie. Segundos después aceptó la invitación.

******

Ambas chicas esperaban por los muchachos en una esquina muy transitada de la ciudad. Una nerviosa Emily miraba hacia todos lados mientras Connie deseaba tener un cigarro encendido entre sus dedos. Los chicos se estaban tardando más de lo acordado.

Un fuerte bocinazo resonó desde el medio de la calle, a unos metros de ellas. El auto se detuvo a un costado de la avenida y ambas se apresuraron en llegar.

Dylan se bajó de la puerta trasera para abrirles paso e indicarles que debían apretujarse lo más que pudiesen para caer los cuatro ahí.

—Hola, mucho gusto, me llamo Jake. Los chicos me han hablado mucho de ustedes —mencionó mirándolas por el espejo retrovisor.

—Hola, Jake —dijo Connie con una gran sonrisa en su rostro—. A nosotras también nos han hablado mucho de ti —finalizó de forma animosa. La razón de su alegría se debió a que en el asiento del copiloto iba un silencioso Matt.

—Nos tardamos porque nos costó encontrar palomitas de maíz para cumplir con los antojos de Jake... ni que estuviera embarazado —bromeó Dylan, recibiendo luego una seria mirada por el espejo retrovisor de parte del aludido.

—A mí también me gustan —comentó Emily.

—¿Sí? ¿Y también te gusta combinarlas con salsa de queso? —replicó Dylan.

—¿Qué? —La rubia hizo un gesto de asco—. ¡No! ¡Eso suena asqueroso!

—No pueden opinar si no lo han probado —se defendió Jake y todos rieron.

Llegaron al parque.

Bajaron las cosas desde la cajuela y caminaron hacia un lugar apartado.

Connie observó al recién conocido muchacho, al bajista de la banda de sus amigos. Por su apariencia, parecía un chico agresivo; cargaba con una expresión seria, medía más de un metro ochenta y la piel descubierta de su brazo izquierdo se encontraba repleta de tatuajes que, al parecer, eran recientes porque su piel lucía brillante.

Brad colocó una manta a cuadros sobre el pasto. Sus amigos se sentaron sobre ella después de acomodar las bolsas con los alimentos en el centro. Connie se sentó al lado de Matt.

—¿Hacen esto a menudo? —preguntó Emily al recibir un jugo de manzana de parte de Jake.

—Venimos de vez en cuando, pero esta es la primera vez que lo hacemos tan preparados —bromeó Dylan mirando a su amigo mayor.

Jake, al enterarse de que las chicas vendrían, insistió en que debían traer una manta para sentarse sobre el césped y que, a su vez, debían comprar comida para todos los gustos, como muestra de hospitalidad.

—¿Cómo te sientes, Matt? —preguntó Connie.

El aludido la observó con una expresión confundida.

—¡Cierto! —recordó Emily y se sumó a la lista de interesadas—. Nos dijeron que estuviste enfermo.

Matt miró rápidamente a su mejor amigo y luego negó con la cabeza.

—Tenía un fuerte dolor al...

—No, no es necesario mentir —interrumpió Matt—. Falté a clases porque me fui de la casa de mis padres y ahora vivo en casa de Dylan.

Un extenso silencio se formó.

Matt intentó cambiar el tema de conversación, sin conseguir que algo coherente saliera de su boca.

—Brindemos por la amistad —mencionó Brad de forma acertada, extendiendo su brazo al centro con su lata de refresco sabor limón.

Los cinco refrescos restantes se le unieron en el brindis.

De pronto, a unos metros de distancia, Connie reconoció a una mujer bien vestida caminando junto a un hombre desconocido para ella. Se trataba de Rebecca, su madre. Boquiabierta quedó después de ver como ambos personajes se besaban.

Ella se levantó y corrió a toda velocidad a increpar a su madre, a vista perpleja de sus amigos.


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♫ U2 - Stuck In A Moment You Can't Get Out Of

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