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No había nada mejor que tener una amistad con una persona a la cual poder contar todo sin vergüenzas ni tapujos; poder compartir todo tipo de momentos, confesiones, bromas, aventuras...

Pero...

¿Aunque fueran íntimas?

El que había tenido la suerte de experimentar la comodidad de hablarle a alguien sobre sexo como si fuese lo más normal del mundo, sabía que se sentía como uno de los pequeños placeres de la vida. La gente que solía ver el sexo como una aventura siempre estaba aprendiendo para mejorar, para sentir más, para experimentar más, y el diálogo de confianza era una de las mejores formas para aprender a partir de otras experiencias.

Lucy y su mejor amiga eran un ejemplo de esas amistades afortunadas. Una amistad que tan solo en cinco años se había convertido en la más importante de su vida. Una amistad tan estrecha que ambas podían interpretar perfectamente aquella imagen de la Barbie y Ken en el baño después de un año viviendo juntos.

Y es que las dos parecían una pareja.

Por supuesto, Lucy y Juvia no vivían juntas, pero ambas eran mujeres solteras con un apartamento vacío que de vez en cuando solían compartir para rellenar la soledad. Días en los cuales se ponían al día de la vida de la otra, se confesaban cosas nuevas y organizaban planes para divertirse juntas.

Y después de una confesión totalmente inesperada, una propuesta indecente y una organización descabellada, Lucy y Juvia se encontraban en la entrada de un sitio clandestino.

Justo en ese momento...

—Vale, no se te ha olvidado tu tarjeta de crédito, ¿verdad? —preguntó nerviosa admirando el enorme letrero que ponía en letras rojas y negras: Entre cadenas.

—De hecho traje dos, por si acaso. —Respondió la peliazul asintiendo con la cabeza igual de nerviosa que su amiga rubia.

—Bien. —asintió con la cabeza—. Es mucho dinero pero valdrán la pena..., eso espero.

—Eso espero. —Repitió Juvia volviendo a asentir.

Lucy se giró hacia su amiga con determinación.

—Hagamos esto Juvia: miramos, y si no nos gusta realmente alguien nos largamos. ¿Va?

—Pero entonces perderíamos nuestro dinero de entrada —la peliazul resopló—, el cual es mucho también.

—Mejor perder eso a que perder todo por una noche que no nos va a gustar como esperamos. —Lucy suspiró evidentemente nerviosa—. ¿Qué te has puesto debajo?

Las mejillas de Juvia se tiñeron de rosa inmediatamente.

—Nada...

Una sonrisa se expandió por el rostro de la rubia.

—Chica lista... Yo sí me he puesto allí abajo porque esto de llevar falda sin nada me incómoda.

—A los hombres les pone que aparentemos estar listas —Juvia sonrió—, y yo quiero poner mucho mucho al que encuentre allí dentro. —volvió a dirigir su mirada a la entrada del sitio, pero esta vez el nerviosismo en su expresión estaba combinado de deseo.

—Dios mío, qué encontremos hombres guapos. —Lucy miró al cielo de manera cómica—. Ahora entremos de una buena vez a ver cómo nos va.

—Sí.

Cuando por fin decidieron entrar al sitio el primer golpe de decepción las sacudió a ambas al encontrarse con una sala muy parecida a un vestíbulo. No había nada en las paredes, ni en la decoración o en las trabajadoras que evidenciara estar en un lugar en busca de relaciones sexuales. Casi que pensaban haber llegado al lugar equivocado cuando una mujer alta y castaña apareció en el vestíbulo desde una puerta que daba a los pasillos... con una cadena gruesa en sus manos.

La mujer traía una cadena...

Juvia y Lucy se miraron de reojo tragando saliva mientras la mujer entregaba la gruesa cadena a la otra mujer que daba el aspecto de ser una recepcionista. Una vez le entregaron sus cosas a la castaña, esta se dio la vuelta super feliz y le guiñó un ojo a las chicas al chocar sus miradas con ellas.

—Gracias por visitarnos, señorita Alberona. —dijo una empleada a sus espaldas.

Lucy carraspeo más que nerviosa cuando se acercó a la recepcionista para solicitar los servicios.

Ambas dejaron sus pertenencias cuando pagaron el respectivo dinero de entrada desde sus tarjetas de crédito, y luego siguieron a la relaciones públicas en el interior del pasillo oscuro del edificio. Como era la primera vez que llegaban a ese local, tenían que ser orientadas antes que nada.

Iban tomadas de las manos por los nervios mientras escuchaban ausentemente todo lo que la mujer les indicaba, sus mentes estaban más que todo concentradas y sumamente sorprendidas por lo que sus ojos observaban:

Hombres...

Hombres semi desnudos por todas partes...

Hombres semi desnudos encerrados en vitrinas de vidrios por todas partes...

Hombres semi desnudos y guapos y encadenados encerrados en vitrinas de vidrios por todas partes...

—Dios, creo que ya me mojé... —susurró Juvia a su amiga a espaldas de la mujer que seguía hablando.

—¿De dónde han salido estos hombres? Están buenísimos. —a continuación, Lucy abrió su boca con un gemido—. Ay Dios, mira a ese rubio de allí, ¡tiene cadenas alrededor del paquete!

La relaciones públicas se giró con una sonrisa llevando su vista hacia el fornido hombre que observaban las chicas.

—Vamos chicas, pueden observar tranquilamente a cada uno de los muñecos hasta que eligan el que más les guste. Desde allí dentro ellos no pueden ver nada de afuera.

Lucy y Juvia se miraron con determinación.

—¿No hay un pasillo especial para rubios? —preguntó Lucy muy seriamente. Pero antes de que la relaciones públicas pudiera responder Juvia resopló jalando a su amiga para continuar viendo a los muñecos.

Los hombres allí encerrados estaban de lo más simple; espacio pequeño, ninguna decoración, luz blanca. La sensación era la belleza de esos hombres que cambiaban de pose cada tantos segundos, literalmente parecían unos muñecos de lo ridículamente hermosos que eran pero, a diferencia de los juguetes, estos irradiaban testosterona por todos lados. Eran hombres de verdad, con músculos bien tonificados, algunos con tatuajes o piercing, otros con barba, algunos sin cabello... Y todos, TODOS tenían el torso desnudo dejando a la vista distintos tonos de chocolatina.

—Joder, esto es el paraíso. —Soltó Juvia con la boca abierta mirando hacia todos lados—. Todos estos tipos están buenos, ¿por qué no le bajas a tu obsesión con los rubios? —miró a su amiga con negación.

Lucy resopló.

—Es, más que nada, por el amiguito. —dijo muy sonrojada mientras sus ojos marrones seguían viendo a cada chico en las vitrinas—. Los rubios los tienen perfectos.

Juvia se echó a reír igual de sonrojada por lo que sus ojos veían. Dios, incluso a algunos hombres se les veía el inicio de todo...

—Explicame eso.

—¿Nunca has visto un pene sonrojado? ¿Cuándo se... ?

La carcajada de Juvia interrumpió sus palabras.

—No te burles, es cierto —dijo sonriendo—. Me encantan cuando los penes son tan sensibles que se ponen rosas... Y sé por experiencia que así los tienen ellos.

Puf, eso es lo más cursi que he oído. Además los rubios la tienen pequeña.

Lucy abrió la boca indignada.

—Sting no la tenía pequeña, te lo puedo asegurar.

—Sal con otro rubio y verás. —Juvia se detuvo frente a un hombre moreno que miraba hacia arriba tomando el dije del collar que tenía con los dientes, parecía que se estuviera riendo pero no se movía. Sus pantalones estaban a mitad de unas firmes nalgas y paquete. Joder, parecía una fotografía.

—Mira nada más como están los morenos —Juvia soltó un gemidito—. Estos sí los tienen perfectos. Me encantan.

—Aburrida. —Resopló la rubia sin detenerse a mirar la vitrina donde su amiga estaba babeando—. Ya te digo que el color rosa en el sexo es... Ay Dios...

—¿Qué? —preguntó Juvia intrigada por la reacción de su amiga, la cual ahora ni parecía poder respirar y estaba más roja que un atardecer soleado.

—Lo-lo quiero..., este es mío. ¡Lo quiero!

Juvia se acercó rápidamente, al igual que las relaciones públicas, para ver a través de la pared de vidrio a un hombre fornido que debía tener unos veintitantos. Su piel era blanca, pero no hasta al punto de ser pálida, tenía una mirada verde intensa, llevaba la cadena en forma de perro —en el cuello—, y tenía un inusual cabello en puntas de color rosa.

Rosa...

Juvia miró a su amiga con la boca abierta.

—Ya no quieres rubios, ¿eh?

—Si hablamos de hijos, pues sí que quiero un montón de rubios con este hombre. —Lucy miró a la empleada—. Lo quiero. ¿Cómo se llama?

—Esa es información que no podemos darle, señorita. Pero su apodo es Fire.

Un gemido para nada prudente se escapó de sus labios.

—Lo quiero. —Volvió a repetir.

La mujer sonrió diciendo en voz alta la cifra exacta que costaba la noche con ese muñeco.

—¡Eso es prácticamente dos veces mi sueldo!

—Lo siento, señorita. Pero el muñeco Fire es muy solicitado.

Lucy gruñó abatida con una guerra de emociones en su interior, pero de todas ellas la que primaba era el deseo. Joder, deseaba a ese hombre pelirrosa como nunca había deseado nada.

Pero el problema era el dinero.

Miró a su amiga en busca de ayuda pero esta ya estaba frente a otra vitrina con una mirada perdida y tan embobada en lo que veía que su mano derecha la iba dirigiendo lentamente hacia su...

Se acercó rápidamente para detenerla.

—¿Qué te pas... ? ¡Oh! —Lucy quedó sorprendida al ver al nuevo moreno guapísimo por el que su amiga babeaba—. Parece que te estuviera mirando...

El hombre de cabello negro y en punta tenía una pose simple pero sumamente sexy e intimidadora. Llevaba unos boxers negros que marcaban unos muslos y un paquete maravilloso, las cadenas las llevaba en sus muñecas y tenía ambos dedos pulgares en el inicio de sus boxers como si fuera a quitárselos. Pero claro, no se movía en absoluto. Aún así su mirada estaba fija en un punto inexistente que parecía estar mirando a Juvia.

—Su mirada me da miedo...

—A mí me encanta. —Respondió en seguida la peliazul—. Y me está mirando a mí.

—No, no lo hace. —Respondió la relaciones públicas con amabilidad—. Es imposible para ellos mirar nada desde ahí dentro.

Juvia se volteó a verla.

—Yo-yo quiero este.

—¿Estás segura? —preguntó Lucy.

—Dios. Sí. Creo que me acabo de enamorar.

La mujer empleada sonrió y con la misma amabilidad dijo la cifra exacta del precio del moreno.

—¡Mi apellido es Lockser, no Kardashian!

—¡Eso es casi el mismo precio que mi pelirrosa! ¿Por qué son tan caros?

—Señoritas por favor, no se alteren. —siguió sonriendo con amabilidad—. Es que ustedes han tenido la suerte de escoger a dos de los más caros de esta semana. El muñeco Fire y el muñeco Cold son muy populares entre las clientas, si ustedes deciden escogerlos seguro quedarán más que satisfechas. Pero también pueden descartarlos y escoger a cualquier otro que cuestan menos.

—No quiero otro. —dijeron ambas al mismo tiempo.

Lucy resopló.

—No tenemos tanto dinero.

Otra sonrisa amable apareció en el rostro de la mujer.

—En ese caso, podemos ofrecerles una oferta por ser clientas nuevas. Si ambas deciden escoger a los dos, sólo tendrán que pagar el sesenta por ciento sumando las dos cifras.

Juvia y Lucy casi que sueltan un grito de alegría.

—¡Trato hecho!

—Bien, pero con ciertas reglas a seguir. Y solo si ambos muñecos son usados al mismo tiempo..., en la misma habitación.

Las sonrisas de ambas se congelaron en el instante. Se miraron sin comprender, y a continuación a la empleada.

—¿E-está hablando acaso de... una orgía?

Una vez más la sonrisa amable apareció en la cara de la relaciones públicas.

—Solo ustedes deciden cómo jugar ahí dentro.








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No pregunten nada, solo gocénlo. :v



Gracias por leer esta historia.

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