4. La fórmula para enamorarte
La conexión que existe entre mi papá y yo es algo que hace que mi corazón sienta un calor continuo en todo mi ser.
—¡Me encantan! —exclame con emoción —. Dile a Romi que se lo agradezco.
El rostro de mi padre se ilumino, su dientes permanecieron ocultos detrás de sus finos labios. Pero sus ojos podían llegar a cristalizarse por la felicidad que le provocaba mi reacción ante los aretes de plata con una colgante flor blanca, que su amada novia me había regalado.
—Olvidó dártelos en tu graduación.
—Son muy lindos —seguí admirándolos.
—A ella le alegrara saber que te gustaron.
Sonreí y guardé los aretes en su caja y los resguardé en mi bolso, que colgaba de la silla a mi lado.
Volví a tomar otro sorbo de la bebida italiana de manzana verde.
—Y combinan con la ropa que me compraste —dije satisfecha.
—Lo que sea por ti, solecito.
—¿Podemos hablar de tener un auto?
—¡No! —dijo inmediatamente.
—Entonces no me digas "lo que sea por ti, solecito" —intente imitar su voz y reí por el intento.
—Hablaremos de eso cuando entres a la universidad.
Hice un puchero y el siguió comiendo de su helado.
Hacia semanas que les había dicho a mis padres que me tomaría un año sabático y decir que no les cayó en gracia mi comunicado era poco. Recibí demasiados sermones sobre lo que pasaría si dejaba pasar un año sin hacer nada. Propuse que me pondría a trabajar para ahorrar para la carrera de repostería, pero ellos dijeron exaltados que era algo que les correspondía a ambos. Y aunque agradezco no tener que trabajar, me siento mal cada que sale el tema de la universidad porque siento que los decepcione al tomar esa decisión.
Necesitaba cambiar de tema antes de que sintiera que mi corazón se estrujara.
—Bien, entonces tengo algo que contarte —me interrumpió.
—Nada de novios tampoco.
Abrí la boca sorprendida, solté un par de carcajadas entrecortadas.
—No es mi novio.
Me señaló con su cuchara — ¡Aja!
—Lo conocí en una fiesta.
—Hablo enserio, Jane. Concéntrate en entrar a la universidad.
—Lo hare, papá —hable seria.
El silencio entre nosotros se hizo presente. Juguetee con mi cuchara formando cruces en mi helado de vainilla.
Alguno de los dos tenía que romper el silencio.
—Y... ¿Qué paso? —mi papá rompió el silencio.
Sonreí como babosa al recordar los ojos de Carter.
—Me compró gomitas —sabía que mis mejillas ya estaban coloradas.
—Descubrió la fórmula para enamorarte —dijo mi padre negando con la cabeza, disimulando estar decepcionado.
—No me enamoró, solo me gustó.
—Dile eso a tu cara, estas rojísima.
—¡Papá! No le eches más leña al fuego.
Él rio y me miró fijamente. Sabía lo que esa mirada significaba.
Le tengo demasiada confianza a mi papá, puedo hablar con él de cualquier tema. Prefiero contarle mis situaciones a él que a mamá. Es raro, normalmente suele ser al revés, pero mi papá tiene una vibra tan linda, que sin quererlo le cuento hasta mis sueños.
—No va a pasar nada, papá.
—Eso depende de ti, Jane. Acabas de terminar una relación con el vago ese.
—Cristian, papá. Se llama Cristian.
—Eso no me importa. Rompió tu corazón. Aún tengo ganas de partirle la cara.
—Decidí olvidarme por completo de él ¿sí?, lo ignoro lo más que puedo. Ya no significa nada para mí.
—Bien. Solo no quieras sanar tu corazón con el afecto de alguien más.
—El día de hoy no estas siendo una buena compañía.
—Solo digo la verdad.
—¿Y si mejor vamos a la tienda de mascotas?
Intente nuevamente cambiar la conversación.
—Tampoco tendrás una mascota.
—Pero si tú tienes.
—Corrección, Romina tiene. Además, no puedes tener por que tu mamá tiene nariz sensible —hice un puchero.
—Solo quiero ir a verlos. ¿no te gusta ver las caritas preciosas de los cachorros?
—¿Para qué me hagas tus ojos de cachorra para convencerme de tener un perro? No, gracias.
—Entonces llévame a casa.
Me cruce de brazos y recargue mi espalda en el respaldo de la silla.
—No te enfades. Mejor vamos por un postre a Odalys.
Mis ojos brillaron por tal propuesta. Amo ir a Odalys, es el lugar donde despertó mi interés en dedicarme el resto de mi vida a la repostería. Los pasteles, las galletas y en especial las donas son lo más exquisito que he probado en mi vida.
—Te culpare si engordo, papá.
Llevábamos comiendo solo chatarras las últimas dos horas.
—Pero estarás feliz. Es lo que importa.
Tomamos las bolsas donde venia mi ropa nueva y nos dirigimos al estacionamiento. Una vez dentro del auto, papá empezó a conducir rumbo a Odalys. Cuando el negocio con colores rosa y azul en sus paredes aparecieron en mi campo de visión, hicieron que mis tripas volvieran a rugir, a pesar de que minutos antes había comido una hamburguesa doble, papas y dos helados.
Mi corazón se sentía feliz.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro