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Inmarcesible

Las penumbras envuelven las almas a diario, las ahogan y asfixian sin descanso y el mundo parece ignorante ante el caos que se arma en sus hogares. Miles sufren y otros cientos se burlan ignorantes.

Qué miserable es un deprimido, cohibido y atormentado, sufriendo horrores inimaginables dentro de cuatro paredes. Sonríen y conversan, ríen y expresan emociones falsas; engañan tan bien que incluso ellos mismos creen su mentira, no es hasta llegar a casa y quitar su máscara que el disturbio los ataca.

Y es que la oscuridad es aquella fiel testiga de todas y cada una de las lágrimas y súplicas emitidas por las dolidas almas, rotas en sus adentros y débiles en su fachada. ¿Cómo se explica aquel dolor? Nadie es es capaz de hacerlo.

Muchos lo narran como un miedo incontrolable, otros como angustias extremas. Hay quienes lo expresan como ardores dolorosos que desgarran su pecho y muchos más como una bruma en sus pensamientos, que les doblega y fractura; todas las experiencias son tan distintas pero todos coinciden en algo: el dolor es tanto que salvar sus vidas resulta en una tarea inalcanzable.

Y lástima que tantos han caídos presas del pánico, buscando un alivio en un triste lazo.

Las almas en la brisa son aquellas que alguna vez fueron víctimas, conocen el dolor y bailan ante su liberación. Les cuentan a ese par de orejitas sus pensamientos previos a su actual estado: siempre hay solución para todo, algunas veces llega por si sola, otra tienen que buscarlo.

«Al igual que ustedes, me consumía» dice una de ellas, la más joven. Los ojos verdes admiran la brisa que se visualiza por las inquietas ramas «No soportaba más, mi miedo era extremo. Pero ¡miren ahora! Ya no tengo que preocuparme por eso...»

Ellos se cohiben y se observan atentos. ¿Cómo no temer por sus destinos? Pero han sido presas del terror, sus fantasmas y los ecos en sus oídos; no son días, ni unos cuando meses, sino años bajo el yugo de su martirio. Eso les convence y no pueden evitar reír y emocionarse.

La luna cabizbaja acepta al igual que la más pequeña nubecilla que junto a la dulce estrellita se ocultan tras la maleza.

En la lejanía cantan las flores, todas juntas en el pastizal que se queda atrás, marcando un punto de unión permanente, un atardecer con besos y un amanecer con llantos y ruegos. Los rosales se entretejen en protección de las abatidas catarinas y los abejorros se ocultan en sus cortinas de miel al escuchar el llanto del roble.

Un mundo admirado solo por ellos dos es el que se lamenta su partida, ¿razón? Saben que dolerá su ausencia, pero admiten su egoísmo y apoyan la noción. No son cobardes por tomar esa decisión, claro que no, sino los seres más sensatos en un mar de ignorantes.

Además de aquellas nubes, estrellas y flores, ¿quién llorará? Jamás se detuvieron a pensar. Puede que sus familiares lo hagan, aunque si antes no fueron de importancia, mucho menos después de su desalentadora partida.

Y es allí, un día entre azul y buenas noche en que la luna presta su radiante presencia para hacer más especial la ocasión. Las estrellas reunidas titilan y los grillos tocan una nueva canción, dedicadas a dos almas rotas que buscan su rescate, unidad por el amor y movidas por el horror. Y todo termina en el mismo lugar donde comenzó esta historia: he allí los únicos que aprecian las almas en la brisa, las pláticas de las flores, la risa del sol y las lágrimas de la luna.

Dos seres incomprendidos, solos y abatidos pero que tienen el mejor de los tesoros: El uno para el otro.

Las ventanas se encuentran cerradas y las gotas de agua salada son parte de una corta despedida. Se acurrucan en la cama, con las cortinas abiertas y las mantas tendidas en sus cuerpos. Sienten sueño, sus párpados quieren ceder y él es quien toma la palabra primero.

—Si yo llego antes, te esperaré al inicio de la luz. Si tú lo haces, abre bien los brazos, que no pienso soltarte —sisea en las orejitas que le escuchan atentas a pesar de que su dueño está al borde del sueño.

—Lo haré, nos iremos juntos y seremos por fin felices, tú y yo en un mejor y nuevo mundo —admira los rubíes y no puede evitar besar los labios morenos. Aquello fue lo único que le mantuvo vivo, al pie del cañón e inquebrantable ante su dolor. Él... Solamente él...

Siente un mareo y observa el rostro ajeno. Los rubíes están ocultos por el manto negro que funge como párpados. Una sonrisa triste le pinta el rostro y se acurruca en su pecho, ronroneando y escuchando atento los últimos latidos de su otra mitad.

—Te amo, Shadow. Y lo prometo, te buscaré en el otro lado. —su juramento le roba el último aliento y termina durmiendo junto a su amado.

Aquel veneno silencioso se regocija al ver su nueva azaña y se autoproclama como la más dulce de las muertes, indolora y perfecta antes de llevarse consigo a dos almas tan rotas que incluso le da escalofríos.

Oh viajeros deprimidos, de nulas ilusiones, ¿cómo les ha tratado la vida que mejor prefieren la muerte?

Desconocemos quién llegue a leer esto, lo más seguro es que quede como un secreto con la luna pero si no es el caso no lamenten nuestra muerte. Nos fuimos felices, buscando una oportunidad más pertinente.

Es un mundo que todos recitan como el sitio más bello, así que no rueguen por nuestras almas que, ante el calvario que vivimos, ahora se encuentran en un descanso eterno.

Los fantasmas ya no nos persiguen, la oscuridad no nos consume. Por fin estamos serenos, juntos y contentos.

Pronto seremos parte de la brisa y una nueva historia narrada por los rosales... No hay motivo para llorar, solo celebrar que dos seres igual de rotos por fin completaron su otra mitad. 

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Fin

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