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9

Holaaaaa.

Ahora sí se viene lo bueno.

Aclaraciones de edades,no tienen las mismas edades que en "voy a recuperarte" , tengan en cuenta que este es un mundo alternativo, cambia casi todo.

Edades:

Ángela: 18

Isabella: 10

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El aeropuerto de México estaba lleno de gente, pero para Ángela todo se sentía vacío. Sus ojos lanzaban miradas llenas de enojo hacia Sofía, quien se encontraba a unos metros de distancia, fumando un cigarrillo con total despreocupación. Ángela apretaba los dientes, intentando contener las palabras hirientes que quería gritarle. A su lado, May, su novia, la abrazaba con fuerza, intentando consolarla.

—Te voy a extrañar tanto, Ángela —susurró May, su voz cargada de tristeza.
Ángela bajó la mirada, su enojo apenas disminuyendo al escucharla. La envolvió en un abrazo más fuerte, como si quisiera llevarse un pedazo de May consigo.
—Yo también, May. No sé cómo voy a aguantar sin verte… pero voy a volver, te lo prometo.

May sonrió débilmente y acarició su rostro, intentando calmarla. Sin embargo, el ambiente seguía tenso. Isabella, más atrás, estaba inmóvil, con los ojos clavados en el suelo. Había llorado mucho antes de llegar al aeropuerto y ahora parecía apagada, como si hubiera decidido desconectarse de todo. Su pequeño cuerpo se veía más frágil que nunca, y nadie, ni siquiera Ángela, podía romper esa burbuja de dolor que la envolvía.

De repente, Ángela sintió una mano en su hombro. Giró la cabeza rápidamente, su mirada todavía llena de enojo, pero se encontró con las caras preocupadas de Daniela y Paulina, sus tías. Ellas habían llegado corriendo, aprovechando que Sofía había salido a fumar, para intentar hablar con sus sobrinas.

—Ángela, Isa —dijo Daniela, respirando rápido. Paulina las miraba con una mezcla de cariño y urgencia—. Por favor, necesitamos que escuchen lo que tenemos que decir.

Isabella levantó la mirada lentamente, pero no dijo nada. Ángela frunció el ceño.
—¿Qué quieren? —preguntó, todavía con tono áspero.

Paulina dio un paso al frente, mirando directamente a Ángela.
—Sabemos que están molestas, que todo esto es una locura, pero… por favor, no juzguen a su mamá sin escucharla primero.

Ángela soltó una risa amarga.
—¿De qué hablas? Ella nos dejó. Nos abandonó. ¡Ni siquiera nos buscó! ¿Sabes lo que es vivir creyendo que no te quieren?

Paulina cerró los ojos con fuerza, como si las palabras de Ángela le dolieran físicamente. Daniela tomó el relevo.
—No fue así, Ángela. Ale no quería dejarlas. Ella… ella nunca habría hecho eso por su propia voluntad. Fue Sofía quien… —su voz se quebró por un segundo—, quien la obligó.

Isabella parpadeó, confundida.
—¿Obligó?

Paulina asintió rápidamente, agachándose un poco para mirar a Isabella directamente a los ojos.
—Sí, Isa. Sofía hizo cosas horribles. Engañó a Ale, la golpeó, la manipuló… y cuando todo salió mal, se aseguró de quitarle la custodia de ustedes. Ale nunca quiso irse. ¡Nunca!

Ángela estaba aturdida, su mente procesando las palabras de sus tías. Por un momento, el enojo dio paso a la confusión, y detrás de eso, al dolor.
—¿Por qué nunca nos lo dijo? —murmuró finalmente, su voz temblando.

Daniela se acercó y la abrazó con fuerza.
—Porque pensó que lo mejor para ustedes era no saber. No quería que cargaran con su dolor. Pero ahora… ahora tienen la oportunidad de verla, de hablar con ella. Les rogamos que no dejen pasar esa oportunidad.

Paulina abrazó a Isabella, quien finalmente rompió a llorar en sus brazos.
—Por favor, Isa. No pienses que tu mamá te abandonó. Ella las ama más de lo que puedes imaginar.

Isabella asintió entre sollozos, sus pequeños brazos rodeando a su tía. Ángela seguía quieta, pero sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Está bien. Voy a hablar con ella… pero no voy a perdonarla tan fácil —dijo, su voz todavía dura, pero con menos enojo.

Daniela y Paulina intercambiaron una mirada llena de alivio y abrazaron a sus sobrinas una vez más, como si quisieran transmitirles toda la fuerza posible. Sabían que el camino no sería fácil, pero al menos ahora había una chispa de esperanza.

Cuando Sofía volvió al área de espera, las tías ya se habían ido. Ángela miró a su madre con frialdad, mientras que Isabella evitaba su mirada. Pero en el fondo, ambas sabían que este viaje a España cambiaría todo.

Sofía tomó a Ángela del brazo con más fuerza de la necesaria y, sin darle opción a protestar, la llevó a un rincón alejado del bullicio del aeropuerto. Isabella, nerviosa, se quedó donde estaba, mordiéndose el labio y mirando al suelo mientras sus manos temblaban ligeramente.

Cuando llegaron al rincón apartado, Sofía giró bruscamente a Ángela para que la mirara. Su expresión era fría, calculadora, y su voz salió baja, pero cargada de amenaza.
—Escúchame bien, Ángela. Sé que eres mayor de edad, sé que puedes hacer lo que quieras… pero quiero dejar algo muy claro: no vas a hacer ninguna estupidez en este viaje. Vas a comportarte, vas a hacer lo que yo diga, y no vas a cuestionarme. ¿Entendido?

Ángela cruzó los brazos y le devolvió una mirada desafiante, aunque en el fondo el miedo empezaba a instalarse en su pecho.
—¿Y si no lo hago? —preguntó, con un tono retador, pero su voz tembló ligeramente al final.

Sofía no respondió de inmediato. En lugar de eso, agarró la muñeca de Ángela y subió bruscamente la manga de su suéter, revelando una serie de moretones en diferentes estados de sanación que recorrían su antebrazo. Ángela intentó zafarse, pero Sofía la sostuvo con firmeza y se inclinó hacia ella, sus ojos llenos de malicia.

—Si no haces lo que digo, esto es lo que pasará —susurró, su tono helado. Luego soltó su brazo con un movimiento brusco, como si le diera asco.

Ángela apretó los dientes, sus ojos llenándose de lágrimas de frustración. Pero no iba a dejar que Sofía viera su debilidad. Se cubrió rápidamente los moretones con la manga y se quedó en silencio, con la mandíbula tensa. Sofía sonrió de manera casi satisfecha, como si creyera que había ganado.

—Bien. Regresemos con Isabella —dijo Sofía, dándose la vuelta sin esperar respuesta.

Cuando llegaron de nuevo a donde estaba Isabella, la niña las miró con una mezcla de incertidumbre y esperanza.
—Ángela… ¿puedo tener un abrazo? —preguntó en voz baja, sus ojos brillando con lágrimas contenidas.

Ángela se inclinó hacia su hermana sin dudarlo, abriendo los brazos y abrazándola con fuerza. El contacto hizo que Isabella rompiera a llorar silenciosamente, aferrándose a su hermana como si temiera perderla. Ángela cerró los ojos y dejó escapar un suspiro tembloroso, acariciando la espalda de su hermana para calmarla.

Sofía observaba la escena a una distancia corta, cruzada de brazos y con una expresión indescifrable. Pero Ángela no le prestó atención. En ese momento, todo lo que importaba era Isabella.
—Todo va a estar bien, Isa. Te lo prometo —murmuró Ángela, aunque no estaba segura de creer sus propias palabras.

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Alejandra estaba de pie en la pequeña sala del departamento de Belén, sosteniendo un trapo húmedo y moviéndose de un lado a otro, ajustando los cojines del sofá una y otra vez, como si estuvieran mal colocados, aunque ya estaban perfectamente alineados. Su respiración era rápida, y sus manos temblaban mientras trataba de ordenar cosas que no necesitaban ordenarse.

Belén, quien estaba recargada en la pared con los brazos cruzados, la observaba con una mezcla de preocupación y ternura. Finalmente, dio un paso adelante y tomó a Ale de las manos, deteniéndola.
—Ale, ya basta. El departamento está impecable. No tienes que limpiar ni ajustar nada más. Por favor, relájate un poco —le dijo con suavidad.

Ale bajó la mirada al suelo, apretando los labios con fuerza.
—No puedo... No puedo calmarme, Belén. Mis hijas deben estar en el vuelo ahora mismo. Y Sofía… —su voz se quebró, y soltó un suspiro tembloroso—. Sofía me da miedo... muchísimo miedo.

Belén la sostuvo por los hombros, obligándola a mirarla a los ojos.
—Ale, escúchame. Aquí estás segura. Este departamento tiene cámaras en la entrada y en el interior. Sofía no podrá hacerte nada, no podrá lastimarte ni golpearte. Estoy aquí para cuidarte, ¿sí? No tienes que enfrentarte a esto sola.

Alejandra asintió débilmente, aunque sus ojos seguían llenos de incertidumbre.
—Lo sé... pero no quiero hablar con ella, Belén. No puedo hacerlo. Sofía siempre encuentra la manera de dominarme, de hacerme sentir pequeña, como si no valiera nada. Su autoestima es mucho más alta que la mía, y... siempre me gana. Me mira y ya sabe cómo destruirme.

Belén negó con la cabeza y la abrazó con firmeza.
—No esta vez. No voy a dejar que te domine ni que te haga daño. Si Sofía intenta manipularte, voy a estar ahí para defenderte, ¿me escuchas? No estás sola en esto, Ale.

Alejandra cerró los ojos, permitiéndose descansar en el abrazo de Belén, aunque las palabras de su ex esposa seguían resonando en su mente.
—Solo quiero ver a mis hijas. Eso es todo lo que me importa… —murmuró con un nudo en la garganta.

—Y las verás —le aseguró Belén con firmeza—. Pero primero, tienes que confiar en mí. Déjame ser tu apoyo en esto, Ale. No tienes que cargar con todo tú sola.

Alejandra no respondió, pero sus lágrimas silenciosas y el leve asentimiento de su cabeza fueron suficiente para que Belén supiera que estaba empezando a creerle.

Horas después......

Sofía avanzó con pasos decididos por el aeropuerto, sus tacones resonando con cada pisada. Ángela e Isabella la seguían, manteniendo la distancia, como si caminar demasiado cerca de ella pudiera provocar que el volcán que llevaban por madre estallara. Al salir, la luz del sol español las envolvió, pero no hubo calidez en ese momento, solo tensión.

Sofía sacó un cigarro y lo encendió con una sonrisa sardónica mientras veía a sus hijas. Dio una larga calada y exhaló el humo con lentitud.
—Bienvenidas a España, niñas. Espero que se comporten, porque esto no será un paseo —dijo, su voz teñida de sarcasmo.

Ángela, que se mantenía al lado de Isabella, miraba todo con desconfianza. Su mandíbula estaba apretada, y sus ojos no dejaban de observar cada movimiento de Sofía, como si intentara anticiparse a lo peor. Isabella, por su parte, caminaba cerca de su hermana mayor, buscando consuelo en su presencia.

Un auto negro las esperaba en la entrada. El conductor, vestido impecablemente, abrió la puerta trasera para Sofía, quien subió con elegancia antes de indicarles a las niñas que se sentaran en el asiento trasero.
—La dirección está en el sobre —dijo al conductor con un tono seco.

El trayecto fue silencioso, salvo por el ocasional crujido de los nudillos de Ángela y los suspiros nerviosos de Isabella. Cuando llegaron al edificio donde Alejandra estaba, el portero las dejó pasar sin mucha ceremonia, aunque no pudo evitar una mirada curiosa hacia las chicas.

Al entrar al lobby, Sofía se detuvo frente al ascensor y se giró hacia sus hijas con una sonrisa fría.
—Quédense aquí. Esto es asunto de adultos —ordenó, con un tono que no admitía discusión.

Pero Isabella, con voz temblorosa pero decidida, alzó la mirada hacia su madre.
—Quiero ver a mamá Ale... quiero verla —dijo, sus ojos llenos de esperanza.

La sonrisa de Sofía desapareció. Miró alrededor para asegurarse de que no hubiera cámaras, y cuando confirmó que estaban solas, dio un paso hacia sus hijas. Su mano se cerró con fuerza alrededor del brazo de Isabella, apretando tanto que la chica ahogó un gemido de dolor.
—Escúchame bien, Isabella —dijo entre dientes, acercándose tanto que su aliento olía a tabaco—. No me importa lo que quieras. Vas a hacer lo que yo diga. ¿Entendido?

Ángela dio un paso hacia adelante, pero Sofía la sujetó también por el brazo, su fuerza sorprendentemente firme.
—Y tú, Ángela, deja de mirarme con esa cara de odio. Porque si vuelves a desafiarme, vas a saber lo que realmente es el dolor. ¿Quedó claro?

Las uñas de Sofía se clavaron en la piel de Isabella mientras la soltaba con un pequeño golpe en el brazo que hizo que la chica retrocediera un paso. Isabella se mordió el labio inferior, sus ojos brillando con lágrimas, pero no dejó que cayeran. Había aprendido a no llorar.

Sofía las miró una última vez, sus labios curvados en una sonrisa burlona.
—Sean niñas buenas y espérenme aquí. No me hagan arrepentirme de traerlas. —Con esas palabras, se giró y entró al ascensor, dejando a sus hijas en el lobby.

Cuando las puertas se cerraron, Isabella dejó escapar un pequeño sollozo. Se abrazó el brazo adolorido y miró a Ángela, buscando consuelo.
—No llores, Isa. No le des el gusto —murmuró Ángela, aunque su propia voz estaba cargada de rabia contenida.

Pero Isabella no pudo evitar que un par de lágrimas cayeran, rápidamente limpiadas por su mano. Había aprendido a no llorar, pero el dolor de la situación era demasiado.

Alejandra estaba sentada en el sofá junto a Belén, sosteniendo una taza de té que apenas había probado. Su pie se movía inquieto, y cada vez que su mirada se encontraba con la de Belén, intentaba forzar una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

De repente, el sonido de la puerta resonó por el departamento, tres golpes firmes e impacientes que hicieron que la taza en las manos de Alejandra temblara ligeramente. Y luego, una voz que Ale reconocería en cualquier lugar.

—¡Alejandra! Abre la puerta, sé que estás ahí —gritó Sofía con un tono que combinaba burla y autoridad.

Alejandra se congeló. Su respiración se volvió errática, sus manos comenzaron a temblar y el color pareció abandonar su rostro.
—No puede ser… no puede ser… —susurró en pánico, dejando la taza sobre la mesa con movimientos torpes.

Belén se acercó rápidamente, tomándola suavemente por los hombros.
—Ale, mírame. Mírame —le dijo en un tono firme pero calmado, sus ojos transmitiendo una tranquilidad que Alejandra no podía sentir en ese momento.

—No puedo… no puedo verla. Va a entrar y… —La voz de Alejandra se quebró mientras comenzaba a hiperventilar.

Belén colocó una mano en su rostro, obligándola a concentrarse en ella.
—Escúchame. No va a pasarte nada, ¿me oyes? Estoy aquí. No estás sola. No dejes que ella te controle. Ve y abre la puerta, pero si te sientes insegura, yo estaré a un grito de distancia, ¿entendido?

Alejandra asintió con dificultad, aunque sus piernas parecían de gelatina.
—¿Y si me dice algo? ¿Y si…?

—No importa lo que diga. Es solo aire. No tiene poder sobre ti. Eres más fuerte de lo que crees. Ahora ve, y recuerda: no estás sola. —Belén le dio un apretón en el hombro antes de retirarse hacia el cuarto, dejándole el espacio para enfrentarse a Sofía.

Alejandra tragó saliva con dificultad y caminó lentamente hacia la puerta. Su corazón latía con fuerza, y sus manos sudaban mientras giraba el picaporte. Al abrir, se encontró con Sofía, quien llevaba una sonrisa torcida en el rostro y el olor a cigarro impregnando el aire.

—Hola, Alejandra. Qué lindo verte otra vez —dijo Sofía, inclinándose ligeramente hacia ella como si estuviera a punto de besarla.

Alejandra se sostuvo del marco de la puerta, sus piernas temblando mientras intentaba mantener la compostura.
—¿Qué… qué haces aquí, Sofía? —preguntó con un hilo de voz.

Sofía soltó una carcajada baja, como si la pregunta fuera un chiste.
—¿Qué crees? Vine a hablar contigo. Tenemos cosas pendientes, ¿no?

Alejandra tragó con fuerza, recordando las palabras de Belén. Respiró hondo, intentando mantenerse en pie.
—No sé de qué quieres hablar, pero no creo que sea necesario que entres —dijo, aunque su voz todavía traicionaba su nerviosismo.

Sofía arqueó una ceja, dando un paso adelante.
—Vamos, Ale. ¿De verdad me vas a dejar aquí afuera? ¿Eso es lo que quieres enseñarles a nuestras hijas? —preguntó con una sonrisa falsa que escondía un filo cortante.

Alejandra sintió el pánico regresar, pero algo dentro de ella se aferró a las palabras de Belén. No estás sola.

Alejandra dio un paso hacia atrás, abriendo la puerta lo justo para dejar pasar a Sofía. Su ex esposa entró con esa confianza desmedida que siempre había tenido, observando el departamento con ojos críticos mientras daba una calada a su cigarro.

—Bonito lugar, Alejandra. Aunque un poco pequeño para alguien como tú, ¿no crees? —comentó con sarcasmo mientras apagaba el cigarro en la mesa de entrada sin molestarse en buscar un cenicero.

Alejandra respiró hondo, intentando mantener la calma. Cerró la puerta detrás de ella y se giró, enfrentando a Sofía.
—¿Vas a dejarme ver a las niñas? —preguntó directamente, intentando que su voz sonara firme aunque sentía el corazón en la garganta.

Sofía se encogió de hombros, con esa sonrisa socarrona que Alejandra conocía demasiado bien.
—Claro que sí, pero antes tenemos que hablar, ¿no crees? —Se acercó lentamente, sus ojos recorriendo el cuerpo de Alejandra de una manera que la hizo sentir incómoda al instante.

—¿Hablar de qué? —preguntó Alejandra, dando un paso atrás, intentando mantener la distancia.

Sofía ladeó la cabeza, fingiendo inocencia, pero su tono era descaradamente provocador.
—Oh, no te hagas la tonta, Ale. Mírate, sigues igual de hermosa que siempre. Ese cuerpo... —Sofía dejó que sus palabras colgaran en el aire, cargadas de insinuación—. ¿Por qué no salimos a tomar algo? Podríamos recordar viejos tiempos, ¿qué dices?

Alejandra sintió cómo la rabia y el asco se mezclaban en su pecho. Cerró los puños y negó con la cabeza.
—No, Sofía. No voy a salir contigo. Estoy preguntando por mis hijas, no por ti.

Sofía soltó una risa baja y amarga, como si Alejandra acabara de decir algo ridículo.
—Siempre tan rígida, ¿verdad? Está bien, si no quieres cooperar, vamos a hacer esto a mi manera. —Se cruzó de brazos y la miró fijamente, como si estuviera a punto de dictar una sentencia.

Alejandra se tensó, preparándose para lo peor.
—¿Qué quieres decir con "tu manera"?

Sofía dio un paso hacia ella, su tono de voz cambiando a uno más serio y controlado.
—Es simple, Alejandra. Podrás ver a las niñas, pero bajo mis términos. Primero, no puedes decirles nada sobre nuestro pasado. Nada de lo que pasó entre tú y yo. Quiero que sigan creyendo que tú las abandonaste porque no pudiste manejar la responsabilidad.

Alejandra sintió un nudo en el estómago, pero permaneció en silencio, dejando que Sofía continuara.

—Segundo, cuando estés con ellas, no puedes hablar mal de mí. No quiero que escuches ni una sola palabra que ponga en duda mi rol como madre. ¿Entendido? —Sofía levantó una ceja, como desafiándola a objetar.

Alejandra respiró profundamente, luchando por contener las lágrimas que amenazaban con brotar.
—¿Algo más? —preguntó, su voz temblando levemente.

Sofía sonrió, disfrutando de su aparente control.
—Sí. Cuando quiera hablar contigo, estarás disponible. Nada de excusas. Y, por supuesto, no quiero a tu "amiguita" interfiriendo. No sé cómo se llama, pero ya sabes a quién me refiero.

Alejandra sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, pero antes de responder, Sofía añadió:
—Cumple con esto, y podrás ver a las niñas. De lo contrario... bueno, sabes que tengo la custodia.

Alejandra cerró los ojos un momento, intentando encontrar fuerzas en su interior. Finalmente, abrió los ojos y habló con firmeza.
—Haré lo que sea necesario para ver a mis hijas. Pero no esperes que me quede callada si intentas lastimarlas, Sofía.

Sofía soltó una risa burlona.
—Siempre tan dramática, Ale. Bueno, ¿entonces estamos de acuerdo?

Alejandra no respondió, pero su mirada dejó claro que no iba a rendirse tan fácilmente.

Sofía soltó una risa seca y burlona, recostándose contra el marco de la puerta.

—Es una pena, ¿sabes? Yo no voy a bajar por las niñas, y tú tampoco puedes. Así que parece que estamos en un pequeño... problema, ¿no? —dijo con un tono descaradamente cínico.

Antes de que Alejandra pudiera responder, la puerta del cuarto se abrió y Belén apareció, caminando con paso seguro y decidido hacia ellas.

—Yo iré —anunció con calma, dirigiéndose a Ale con una sonrisa llena de ternura—. Quédate aquí, ¿sí? Yo me encargo.

Belén se giró hacia Sofía, saludándola de manera educada pero firme.
—Hola, tú debes ser Sofía. Qué bueno que al fin has llegado. Ale y yo estábamos esperando.

El tono cálido de Belén contrastaba completamente con la fría hostilidad de Sofía, que arqueó una ceja y observó a Belén de arriba abajo como si intentara medirla.

—¿Y tú quién demonios eres? —espetó Sofía, ignorando deliberadamente la cordialidad de Belén.

Belén no perdió la calma.
—Alguien que cuida de Alejandra —respondió con una ligera sonrisa antes de volverse hacia Ale nuevamente—. Todo estará bien, amor. Espérame aquí.

La suavidad en la voz de Belén y la forma en que pronunció "amor" no pasó desapercibida para Sofía, quien inmediatamente tensó la mandíbula. Belén, sin esperar una respuesta, se dirigió hacia la salida para recoger a las niñas.

Una vez que Belén se fue, Sofía giró hacia Alejandra con una mirada llena de desdén.
—¿"Amor"? —preguntó con sarcasmo venenoso—. ¿Qué demonios significa eso, Alejandra? ¿Qué relación tienes con esa mujer?

Alejandra evitó su mirada, cruzándose de brazos y apretando los labios. Sabía que cualquier respuesta solo empeoraría las cosas.

—No es asunto tuyo, Sofía —respondió finalmente, manteniendo su tono lo más neutral posible.

Sofía rió, pero no había alegría en su risa.
—¿No es asunto mío? Por favor, Alejandra. Claro que es asunto mío. ¿Dejaste a tus hijas para irte a jugar a la familia feliz con tu... amiguita?

—Ya basta, Sofía —dijo Alejandra con voz baja pero firme, intentando controlar el temblor en sus manos—. Esto no tiene nada que ver con las niñas.

Sofía dio un paso más cerca, su mirada afilada como cuchillas.
—Oh, claro que tiene que ver. No sé qué jueguito te traes con esa mujer, pero te advierto algo, Alejandra. Si creo por un segundo que esto afecta a mis hijas, te aseguro que no volverás a verlas nunca más.

Alejandra sintió que la sangre le hervía, pero no dijo nada. En ese momento, solo podía esperar que Belén volviera pronto con sus hijas.

Alejandra respiró hondo, luchando contra el miedo y el temblor que recorría su cuerpo mientras ideaba su plan. Sabía que Belén llegaría pronto con sus hijas y, aunque el pánico quería apoderarse de ella, decidió tomar el control por primera vez en mucho tiempo.

—¿Sabes qué, Sofía? —dijo de repente, su voz apenas un susurro, pero cargada de dolor y determinación—. Estoy cansada de callar.

Sofía arqueó una ceja, claramente desconcertada.
—¿De qué demonios hablas ahora?

Alejandra dio un paso hacia ella, su mirada fija en los ojos de Sofía, aunque el miedo seguía presente.
—De todo. De las infidelidades. De las veces que llegabas oliendo a alcohol y a otra mujer. De las palizas, Sofía. ¿Crees que olvidé todas las veces que me golpeaste?

Sofía se rió, una risa amarga y llena de desdén.
—¿Y qué? —espetó con frialdad—. Ya superaste eso, ¿no?

Alejandra apretó los puños, recordando cada detalle de su sufrimiento.
—¿Superarlo? —repitió con una risa amarga—. ¿Cómo superas que tu propia esposa, después del divorcio, te invite a suicidarte? ¿Cómo superas un año entero en coma porque decidiste intentar hacerlo? Un año, Sofía. Por tu culpa.

Sofía se cruzó de brazos, su rostro endurecido.
—¿Y qué? —repitió, con el mismo tono sarcástico—. ¿Crees que me importa? Yo tengo la custodia, Alejandra. El juez me la dio a mí. ¿Sabes lo que significa? Que no puedes ni siquiera respirar cerca de las niñas sin mi permiso.

Alejandra sintió que su corazón se rompía un poco más, pero no dejó que Sofía viera su debilidad.
—Eres un monstruo... —susurró con lágrimas en los ojos.

Sofía se inclinó hacia ella, con una sonrisa cruel.
—Si tienes un poco de cerebro, dirás que las abandonaste, Ale. Porque si se enteran de la verdad... créeme, te las haré pagar.

Antes de que Ale pudiera responder, Sofía la empujó con fuerza, haciendo que tropezara hacia atrás. Fue entonces cuando se escucharon pasos apresurados y la puerta se abrió.

Belén entró primero, con una sonrisa triunfante en el rostro, pero lo que captó la atención de Ale fueron las lágrimas en los ojos de Isabella y el rostro impactado de Ángela detrás de ella.

—¿Mamá? —la voz quebrada de Isabella resonó en la habitación mientras corría hacia Ale y la envolvía en un abrazo desesperado—. ¡Mamá!

Alejandra no pudo contener las lágrimas, envolviendo a su hija con tanta fuerza como podía.
—Perdón, mi amor... perdón por todo. Nunca quise irme... nunca quise dejarlas.

Isabella sollozó en su pecho, temblando mientras la abrazaba más fuerte.
—No nos abandonaste, mamá. ¡Lo sé ahora!

Ángela, mientras tanto, permanecía inmóvil, mirando a Sofía con una mezcla de furia y asco. Sofía, consciente de la atención de su hija mayor, simplemente giró la cabeza con desdén y salió del departamento, encendiendo un cigarro en el pasillo.

Isabella finalmente se separó un poco, sus ojos rojos de tanto llorar.
—Te extrañé tanto... —susurró antes de besarle la mejilla.

En ese momento, Ángela dio un paso al frente, aún con los ojos fijos en la puerta por donde Sofía había salido. Luego miró a Ale, quien seguía abrazando a Isabella con ternura.

—Mamá... —dijo finalmente, su voz apenas audible.

Alejandra levantó la vista y su corazón dio un vuelco. Sin dudarlo, abrió los brazos y Ángela se lanzó hacia ella, envolviéndola en un abrazo fuerte y desesperado.

—Mamá... —repitió Ángela, su voz temblorosa mientras las lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas—. Te necesitamos... yo te necesito.

Las tres se abrazaron, dejando que el momento llenara el espacio con amor y dolor. Mientras tanto, Belén observaba desde un rincón, con una sonrisa suave y lágrimas silenciosas en sus ojos. Sabía que este era el comienzo de algo nuevo para Alejandra, un paso hacia la sanación que tanto necesitaba.

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Holaaa.

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