29
Holaaaa.
-----
Ale e Isabella estaban sentadas juntas en la mesa del comedor, repasando algunos papeles y materiales para el primer día de clases de Isabella en su nueva escuela. Ale, como siempre, mostraba paciencia y dedicación, asegurándose de que todo estuviera perfecto para su hija.
—¿Lista para el gran día? —preguntó Ale, sonriendo mientras organizaba los lápices y cuadernos en la mochila.
—No sé... —respondió Isabella, encogiéndose de hombros—. Es un poco aterrador, ¿no crees? Nueva escuela, nuevos compañeros…
Ale dejó lo que estaba haciendo y le acarició el cabello con ternura.
—Vas a estar bien, Isa. Eres una chica increíble. Todos se darán cuenta de eso en cuanto te conozcan.
Isabella asintió, pero había algo más en su mente. Después de un momento de silencio, miró hacia la sala, donde Belén estaba sentada leyendo un libro en el sofá.
—Oye, ¿puedo ir a hablar con Belén? —preguntó Isabella de repente.
Ale arqueó una ceja, pero sonrió.
—Claro, ve.
Isabella se levantó y caminó hacia Belén, que levantó la vista del libro al notar su presencia.
—¿Qué pasa, Isa? —preguntó Belén, sonriendo y dejando el libro a un lado.
Isabella se sentó a su lado, un poco nerviosa, jugando con el dobladillo de su camiseta.
—Quería hablar contigo de algo… importante.
Belén inclinó la cabeza, interesada y un poco preocupada.
—Claro, dime.
Isabella tomó aire y comenzó a hablar, con su voz un poco temblorosa.
—Mira, sé que tú no eres mi mamá. Sé que no lo eres y no quiero que pienses que estoy tratando de reemplazar a mi mamá.
Belén frunció el ceño ligeramente, confundida, pero no interrumpió.
—Pero... —continuó Isabella, con los ojos brillantes— tú me cuidas mucho. Siempre estás ahí para mí, como cuando me ayudas con mis tareas, cuando me das consejos, o incluso cuando haces que Ale no sea tan intensa.
Belén rio suavemente ante ese comentario, y eso animó a Isabella a seguir.
—Y yo... bueno, yo te quiero mucho, Belén. No solo como la novia de Ale, sino como alguien que realmente se preocupa por mí.
Belén la miró con ternura, claramente emocionada.
—Isa...
—¿Puedo llamarte “ma”? —interrumpió Isabella, antes de que Belén pudiera decir algo más—. No para reemplazar a nadie, solo... porque siento que también eres una mamá para mí.
Belén se quedó sin palabras por un momento, sus ojos llenos de lágrimas que trató de contener. Finalmente, extendió los brazos y abrazó a Isabella con fuerza.
—Claro que puedes llamarme “ma” —dijo Belén, con la voz quebrada por la emoción—. Es un honor para mí que quieras hacerlo, Isa. Te quiero mucho, mucho más de lo que imaginas.
Isabella se hundió en el abrazo, sintiéndose más segura y amada que nunca.
Desde la mesa, Ale las observaba con una sonrisa emocionada, limpiándose una lágrima que escapó de sus ojos. Para ella, ver a Isabella y Belén conectarse de esa manera era una de las cosas más hermosas que podía imaginar.
—Bueno, parece que ahora somos oficialmente una familia completa —dijo Ale, acercándose a ambas.
Belén rió entre lágrimas y asintió.
—Siempre lo hemos sido. Solo que ahora es más oficial.
Las tres se abrazaron, compartiendo ese momento único que cimentó aún más los lazos de amor entre ellas.
Alejandra y Belén llevaron a Isabella a su primer día de escuela, ambas emocionadas y llenas de orgullo. Isabella, ahora más segura y con una sonrisa radiante, se despidió de ellas antes de entrar al edificio.
—Pórtate bien, Isa. ¡Te recogeremos más tarde! —le dijo Ale, mientras Belén agitaba la mano con una sonrisa.
Cuando Isabella desapareció entre sus nuevos compañeros, Ale y Belén se dirigieron a visitar a Ángela, que las había invitado a su departamento.
—Qué raro que Ángela haya querido que la visitemos tan temprano —comentó Belén mientras conducían.
—Debe ser importante. Ya sabes cómo es mi hija. No habla de cosas grandes sin avisar antes —respondió Alejandra con una sonrisa.
Al llegar, Ángela las recibió con un abrazo fuerte.
—¡Qué bueno que vinieron! —dijo mientras las hacía pasar—. ¿Quieren café o algo?
Las tres se sentaron en la sala, charlando cómodamente sobre la vida y los próximos planes.
—Tengo algo que contarles —dijo Ángela de repente, con una mezcla de emoción y seriedad—. En unas semanas me voy del país.
—¿Cómo? —preguntó Ale, sorprendida—. ¿Adónde?
—Voy a representar a México en unas competencias de boxeo. Es un gran paso en mi carrera, mamá. No podía rechazarlo.
Alejandra sonrió con orgullo y la abrazó.
—Estoy tan orgullosa de ti, hija. Vas a hacer historia, lo sé.
Belén, quien también había aprendido a admirar y querer a Ángela, añadió:
—Vas a brillar, Ángela. Y aquí estaremos esperándote cuando regreses.
—Gracias, Belén. Por cierto, ¿y ustedes? ¿Qué planes tienen? —preguntó Ángela, cambiando el tema con curiosidad.
Belén miró a Ale y luego a Ángela antes de responder.
—Nosotras también nos iremos del país en unos meses. Tengo que ir a Hollywood para firmar el contrato de una película que podría cambiarlo todo. Es un gran proyecto, y si todo sale bien, podría significar el papel más importante de mi carrera.
Ángela sonrió ampliamente.
—¡Eso es increíble, Belén! Estoy segura de que también brillarás allá.
Pasaron el resto de la tarde hablando y compartiendo anécdotas. Ángela incluso bromeó sobre cómo haría falta organizar una reunión familiar cuando todos estuvieran de regreso.
Esa noche, Ale y Belén decidieron celebrar a lo grande su primer año de relación. Ale había reservado una cena especial en un restaurante elegante, con música en vivo y un ambiente íntimo.
—No puedo creer que ya haya pasado un año desde que empezamos —dijo Belén mientras sostenía la mano de Ale sobre la mesa.
—Ni yo —respondió Ale, mirándola con ternura—. Pero ha sido el mejor año de mi vida.
Después de la cena, regresaron a casa, donde Ale había preparado una sorpresa: el departamento estaba decorado con luces cálidas y velas, y en la mesa las esperaba un pastel con la inscripción "Feliz Aniversario."
—¿Todo esto lo hiciste tú? —preguntó Belén, emocionada.
—Quería que esta noche fuera especial, como tú lo eres para mí —dijo Ale con una sonrisa.
Las dos brindaron con una copa de vino y se dedicaron a recordar los momentos más significativos de su primer año juntas.
—Gracias por ser mi apoyo, mi fuerza y mi felicidad —dijo Ale, mirándola con amor—. No puedo esperar a ver qué nos depara el futuro.
—Juntas podemos con todo —respondió Belén, besándola con pasión.
La noche terminó con risas, amor y promesas para un futuro brillante, tanto en sus carreras como en su relación.
.
.
La madrugada estaba en su punto más sereno. Las luces suaves de la ciudad entraban por la ventana y dibujaban formas irregulares en la habitación. Alejandra descansaba desnuda sobre el pecho de Belén, quien acariciaba distraídamente el cabello de su novia. Sus respiraciones estaban sincronizadas, formando un ritmo tranquilizador en la intimidad de la noche.
—¿Sabes algo? —murmuró Belén, rompiendo el silencio con su voz suave.
Ale levantó la vista hacia ella, con sus ojos brillando por la curiosidad y el amor.
—¿Qué cosa?
Belén sonrió y deslizó los dedos por el cabello de Ale antes de responder.
—Estoy tan feliz... tan feliz de que Isabella me haya dicho "ma". Fue inesperado, pero me hizo sentir algo tan bonito.
Ale la abrazó con más fuerza, apretándose contra ella como si quisiera fundirse en su piel. Su vulnerabilidad era evidente, como la de una niña pequeña que busca consuelo y amor.
—Te lo mereces —dijo Ale con ternura, alzando un poco el rostro para mirarla—. Eres increíble con ella, Belén. Le das amor, paciencia y todo lo que yo a veces no sé cómo darle. No sé qué haría sin ti.
Belén sonrió y le dio un beso en la frente.
—Tú eres una mamá increíble, Ale. Isabella te adora. Yo solo trato de hacer mi parte.
Ale se acurrucó aún más cerca, envolviendo su brazo alrededor de Belén y cerrando los ojos por un momento.
—Te amo muchísimo —susurró Ale, casi como un secreto—. Nunca me había sentido así.
Belén besó su cabello y le acarició la espalda con movimientos lentos y reconfortantes.
—Y yo a ti, Ale. Nunca dudes de eso.
Por un rato, el silencio regresó, lleno de pequeños gestos de cariño: caricias, suspiros y besos ocasionales. Pero entonces, Belén habló de nuevo, esta vez con un tono más reflexivo.
—¿Sabes? Cuando era adolescente, solía cantar.
Ale levantó la cabeza, sorprendida.
—¿Cantar? ¿En serio?
Belén asintió, con una pequeña sonrisa melancólica.
—Sí. Cantaba para mi abuela. Ella siempre decía que tenía buena voz y me pedía que le cantara sus canciones favoritas. Lo hacía todo el tiempo.
—¿Y por qué dejaste de hacerlo? —preguntó Ale, apoyando su barbilla en el pecho de Belén, claramente interesada.
Belén dejó escapar un suspiro.
—Cuando me echaron de casa por ser lesbiana, dejé de cantar. Todo cambió. Perdí a mi familia, y aunque mi abuela siempre fue buena conmigo, no pude volver a verla tanto como quería. Mi vida se convirtió en sobrevivir, y cantar dejó de tener sentido.
Ale la miró con tristeza, su corazón encogiéndose al imaginar lo difícil que debió ser para Belén.
—¿Y tu abuela? ¿Sigue viva?
Belén asintió, aunque con un aire pensativo.
—Sí, sigue viva. Es muy grande ya, pero sigue aquí. De mi familia... no sé nada. No me han buscado, y la verdad, tampoco los he buscado yo.
Ale se incorporó un poco, mirándola con seriedad y cariño.
—¿Te gustaría cantar otra vez para ella?
Belén parpadeó, sorprendida por la pregunta.
—No lo sé... No lo había pensado. Tal vez... algún día.
Ale la abrazó de nuevo, apretándola con fuerza.
—Si alguna vez decides hacerlo, estaré contigo. Me encantaría verte cantarle.
Belén sonrió, profundamente conmovida.
—Gracias, Ale. De verdad, gracias.
Ale no respondió con palabras, sino que se acurrucó aún más cerca, su rostro escondido en el cuello de Belén mientras la rodeaba con sus brazos. Belén, por su parte, continuó acariciando su cabello y susurrándole palabras de amor. La madrugada se alargó en medio de esa burbuja de cariño, dejando que ambas compartieran no solo su amor, sino también las heridas del pasado que poco a poco se iban sanando juntas.
La luz de la mañana apenas entraba por las cortinas cuando los golpes provenientes de la habitación de Isabella sacaron a Alejandra y Belén de su sueño. Ambas se levantaron de golpe, aún desorientadas, y se vistieron apresuradamente antes de correr hacia la puerta de Isabella.
—¡Isabella! —gritó Ale, con el corazón en un puño mientras intentaba abrir la puerta, que por suerte no estaba cerrada.
Al entrar, el panorama las dejó heladas. Isabella estaba en el suelo, su cuerpo temblando violentamente y sus ojos en blanco. Ale soltó un grito desgarrador.
—¡Belén! ¡Haz algo!
Belén, aunque pálida por el susto, reaccionó rápidamente. Se arrodilló junto a Isabella, moviéndola con cuidado para colocarla en posición segura, girándola de lado para que no se atragantara en caso de que vomitara.
—Está teniendo una convulsión, Ale, tranquila. Respira —dijo Belén, aunque su propia voz temblaba.
Alejandra no podía controlar las lágrimas mientras veía a su hija en ese estado. Temblaba, incapaz de apartar la vista del cuerpo de Isabella.
—¿Qué le está pasando? ¡Dios mío, Belén, haz algo más!
Belén agarró el teléfono y llamó a emergencias, mientras con la otra mano seguía sujetando a Isabella. Su voz era firme, aunque la desesperación se asomaba en el borde de sus palabras.
—Tenemos una emergencia. Mi hija está convulsionando. Necesitamos una ambulancia, rápido.
Después de darles la dirección, colgó y se giró hacia Ale, que estaba paralizada.
—Ale, respira. Va a estar bien. Ya llamé a la ambulancia, van a llegar pronto.
Alejandra se arrodilló al otro lado de Isabella, sus manos temblorosas queriendo tocar a su hija pero sin saber cómo.
—¿Por qué está pasando esto? —preguntó con un sollozo, sus ojos llenos de pánico—. Ella estaba bien, Belén. Estaba bien...
—No lo sé, amor, pero los médicos lo averiguarán. Por ahora, lo importante es que respiremos y la mantengamos segura.
Los minutos que siguieron parecieron eternos. Isabella seguía temblando, aunque menos intensamente, hasta que de repente su cuerpo se relajó por completo. Alejandra se inclinó sobre ella, alarmada.
—¡Isabella! ¡Hija!
Belén la tocó suavemente en el brazo.
—Tranquila, Ale. Parece que la convulsión terminó. Ahora tenemos que esperar a los paramédicos.
Cuando la ambulancia llegó, dos paramédicos entraron rápidamente a la habitación. Examinaron a Isabella, midieron sus signos vitales y le colocaron una mascarilla de oxígeno. Alejandra estaba a un lado, con el rostro empapado de lágrimas. Belén estaba a su lado, sosteniéndola firmemente para evitar que se derrumbara.
—¿Cómo está? —preguntó Belén con voz firme pero preocupada.
Uno de los paramédicos respondió mientras terminaba de ajustar la mascarilla.
—Sus signos vitales están estables. Parece que fue una convulsión aislada, pero por precaución vamos a llevarla al hospital para hacerle estudios.
—¿Va a estar bien? —preguntó Alejandra, desesperada.
—Por ahora no vemos nada preocupante, pero no podemos saberlo con certeza hasta que le hagamos los estudios.
Alejandra asintió, aunque sus lágrimas no dejaban de caer. Belén la abrazó con fuerza, susurrándole palabras tranquilizadoras.
—Va a estar bien, Ale. Estamos con ella, y los médicos la cuidarán.
Mientras llevaban a Isabella a la ambulancia, Alejandra y Belén subieron junto con ella. Ale tomó la mano de su hija, acariciándola suavemente mientras sollozaba.
—Estoy aquí, Isa. Mamá está contigo. Todo va a salir bien, te lo prometo.
Belén, sentada a su lado, mantuvo su mano en la espalda de Ale, dándole apoyo silencioso mientras veía a Isabella, tan frágil en la camilla.
El camino al hospital fue silencioso, roto solo por el sonido de los monitores y el motor de la ambulancia. Al llegar, los médicos la llevaron rápidamente a una sala de emergencias para hacerle los primeros estudios. Alejandra se quedó en la sala de espera con Belén, su rostro lleno de angustia mientras se apoyaba en su novia.
—Belén... —susurró Ale, temblando—. ¿Y si no está bien? ¿Y si... si hay algo malo?
Belén la abrazó con fuerza, acariciándole el cabello.
—No pienses en eso ahora. Isabella es fuerte, Ale. Sea lo que sea, lo superaremos juntas.
Alejandra asintió lentamente, aferrándose a esas palabras como un salvavidas mientras esperaban noticias de los médicos.
Alejandra y Belén seguían esperando en la sala del hospital, sentadas en un incómodo sofá. El silencio entre ellas era tenso, aunque ambas estaban llenas de preocupación por Isabella. Alejandra, aún con los ojos rojos de llorar, levantó la vista hacia Belén, quien permanecía calmada a su lado, aunque el cansancio se notaba en su rostro.
—Belén... —murmuró Ale, rompiendo el silencio.
Belén la miró con ternura, acariciándole la mano.
—¿Qué pasa, amor?
Alejandra bajó la mirada, sus dedos jugueteando nerviosamente con el borde de su camisa.
—Quiero disculparme por cómo te traté antes... cuando le grité que hicieras algo. No fue justo. Estaba aterrada, sentí tanto miedo, y... no supe manejarlo.
Belén sonrió suavemente, tomando la mano de Ale y entrelazando sus dedos.
—Amor, no tienes que disculparte. Entiendo que estabas asustada, yo también lo estaba. Pero lo importante es que reaccionamos rápido y cuidamos de Isabella juntas.
Alejandra dejó escapar un suspiro de alivio, aunque las lágrimas volvieron a llenar sus ojos.
—Es que no quiero que pienses que no confío en ti. Yo confío en ti más que en nadie, Belén. Sólo... me sentí tan impotente, y...
Belén la interrumpió suavemente, acercándose para besar su frente.
—Lo sé, Ale. Lo sé. Y yo siempre voy a estar contigo, pase lo que pase. Estamos en esto juntas, ¿recuerdas?
Alejandra asintió, apoyando su cabeza en el hombro de Belén justo cuando un médico salió de la sala donde estaban atendiendo a Isabella. Ambas se pusieron de pie inmediatamente.
—¿Cómo está Isabella? —preguntó Belén, adelantándose un paso.
El médico, con una expresión calmada, asintió.
—Isabella está estable. Los estudios preliminares no muestran ningún problema neurológico grave. Es posible que la convulsión haya sido causada por estrés o fatiga, pero queremos hacer algunos análisis más para estar seguros.
Alejandra dejó escapar un suspiro de alivio, cubriendo su rostro con las manos mientras las lágrimas caían nuevamente.
—Gracias... gracias a Dios.
Sin embargo, el médico continuó con un tono más serio.
—Hay algo que quiero mencionar. Hemos notado que Isabella ha perdido bastante peso recientemente. Esto podría ser un factor importante en lo que sucedió hoy. ¿Han notado algún cambio en su alimentación o comportamiento últimamente?
Alejandra y Belén se miraron, preocupadas.
—Bueno... —comenzó Belén—. Isabella ha estado más callada últimamente, pero pensamos que era por la transición a la nueva escuela. No sabíamos que había perdido peso.
El médico asintió comprensivamente.
—Es importante que hablemos con ella sobre esto. Puede ser algo tan simple como nervios por el cambio, pero también podría ser un signo de algo más serio, como estrés emocional o incluso un trastorno alimenticio.
Alejandra asintió rápidamente.
—Haremos lo que sea necesario. Lo que usted diga.
—Por ahora, la mantendremos en observación y le daremos una dieta específica para estabilizar su peso. También recomiendo que hablen con un terapeuta o consejero escolar para asegurarse de que Isabella esté emocionalmente bien.
Belén tomó la mano de Alejandra, apretándola con fuerza.
—Gracias, doctor. Queremos hacer todo lo que sea necesario para que Isabella esté bien.
El médico les sonrió con amabilidad antes de regresar a la sala. Alejandra se giró hacia Belén, sus ojos aún llenos de preocupación.
—Tenemos que hablar con ella, Belén. Quiero asegurarme de que Isabella sepa que puede contar con nosotras para todo.
Belén asintió, abrazándola con fuerza.
—Lo haremos, amor. Lo haremos juntas.
Alejandra se acurrucó en el abrazo de Belén, encontrando consuelo en la fuerza de su pareja mientras ambas se preparaban para enfrentar este nuevo desafío juntas.
Alejandra y Belén entraron en la habitación donde Isabella estaba recostada en la cama del hospital, luciendo cansada pero con una pequeña sonrisa al verlas. Alejandra se apresuró a su lado, sentándose en la silla junto a la cama mientras Belén se quedaba de pie, observando con preocupación.
—¿Cómo te sientes, Isa? —preguntó Ale, tomando la mano de su hija entre las suyas.
—Cansada... pero mejor —respondió Isabella en voz baja, mirando a ambas con algo de culpa reflejada en sus ojos.
Belén le acarició suavemente el cabello, inclinándose un poco hacia ella.
—Nos tenías muy preocupadas, cariño. Pero estamos aquí para ti.
Isabella asintió y después de unos segundos de silencio, tomó aire profundamente, como preparándose para algo difícil.
—Quiero decirles algo... algo que he estado haciendo y sé que está mal.
Alejandra frunció el ceño, mientras Belén le dio una mirada alentadora a Isabella.
—Puedes decirnos lo que sea, Isa. Estamos aquí para escucharte, no para juzgarte —dijo Belén con calma.
Isabella apretó las manos sobre la sábana, evitando mirar a los ojos de su madre.
—He estado dejando de comer en la escuela. No... no porque no quiera comer, pero siento que si como, voy a engordar y... no quiero que los chicos me llamen "la niña gordita" como antes.
Alejandra sintió un nudo en el estómago al escuchar aquello. La frustración y el miedo comenzaron a mezclarse dentro de ella.
—¡¿Cómo pudiste hacer algo así, Isabella?! —dijo, alzando un poco la voz sin darse cuenta—. ¡Esto no es un juego! ¡Pusiste tu salud en riesgo!
Isabella retrocedió ligeramente en la cama, con los ojos llenos de lágrimas, visiblemente asustada por el tono de Ale. Belén, notando esto, intervino rápidamente.
—¡Ale, basta! —exclamó con firmeza, colocando una mano en el hombro de Ale para calmarla. Luego se giró hacia Isabella y habló en un tono suave—. Isa, no te asustes, cariño. Mamá está preocupada por ti, pero no deberías sentirte sola o culpable por esto.
Alejandra, dándose cuenta de que su reacción había asustado a su hija, se llevó las manos al rostro, llorando silenciosamente.
—Lo siento... lo siento tanto, Isabella —dijo, tratando de calmarse mientras se inclinaba para abrazar a su hija—. No grité porque no te quiera, lo hice porque tengo miedo de perderte. Perdóname, mi amor.
Isabella, aún con lágrimas en los ojos, abrazó a su madre de vuelta.
—Está bien, mamá. Yo también tenía miedo de decirles... pero ya no quiero seguir así.
Alejandra la sostuvo con fuerza, acariciándole el cabello mientras intentaba recuperar la compostura.
—Prometo que vamos a salir de esta juntas, Isa. Voy a estar contigo en cada paso, y vamos a asegurarnos de que estés sana y feliz.
Belén se unió al abrazo, colocando una mano en la espalda de ambas.
—Isa, somos una familia. Vamos a apoyarte en todo, y nunca, nunca tendrás que enfrentarte a esto sola.
Isabella asintió, sintiéndose un poco más aliviada en los brazos de sus madres. La habitación se llenó de un aire de amor y comprensión, mientras las tres prometían enfrentarse juntas a cualquier obstáculo.
-----
Holaaa.
Vamos llegando al final.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro