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26

Holaaaa.

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La mañana era tranquila, pero en la habitación donde estaba Alejandra, la atmósfera era pesada y silenciosa. Belén estaba sentada al lado de la cama, sus ojos fijos en el rostro de Alejandra, quien dormía sedada. Su respiración era tranquila, pero su expresión, incluso dormida, estaba marcada por el miedo.

Belén no podía apartar la mirada de las marcas en el cuerpo de Alejandra. Cada quemadura de cigarro en su piel era un recordatorio cruel de lo que Sofía le había hecho. Su brazo, aún inmovilizado, lucía hinchado y amoratado, y aunque los médicos dijeron que no estaba roto del todo, la recuperación sería dolorosa y lenta.

—Mi amor... —susurró Belén, su voz quebrándose mientras una lágrima rodaba por su mejilla.

Se inclinó hacia Alejandra, tomando con cuidado su mano vendada. Sentía que iba a romperse al verla así: su tesoro, su todo, tan vulnerable, tan herida. No podía borrar de su mente la imagen de Ale suplicándole que la mataran, de su cuerpo temblando de miedo, de sus sollozos mientras la cargaban en la ambulancia.

—Lo siento tanto, Ale... lo siento por no haberte protegido, por no haber hecho más... —dijo entre sollozos, apretando suavemente la mano de Alejandra.

Los ojos de Belén viajaron nuevamente hacia el brazo vendado de Alejandra y luego a las marcas en su pecho. Cada una de esas quemaduras era como un golpe directo a su alma. Sofía no solo había dañado el cuerpo de Alejandra, también había destrozado su espíritu.

—Nunca más, Ale... nunca más voy a permitir que alguien te haga daño. —Su voz era un susurro, pero estaba cargada de determinación.

La mirada de Belén volvió al rostro de Alejandra. Incluso sedada, su expresión era de angustia, como si estuviera atrapada en una pesadilla. Y lo estaba; Belén sabía que en la noche Ale había tenido un ataque de pánico tras soñar con Sofía. Fue una escena desgarradora: Alejandra había despertado gritando, luchando contra algo que no estaba allí, con lágrimas rodando por su rostro.

Belén no había podido calmarla de inmediato, y eso la había destrozado. Había llamado a los médicos, quienes tuvieron que administrarle un sedante para que pudiera descansar. Ahora, viéndola en ese estado, Belén sentía una impotencia abrumadora.

—Eres tan fuerte, Ale... incluso después de todo esto... —murmuró, acariciando suavemente su cabello—. Pero no tienes que ser fuerte sola. Estoy aquí, siempre voy a estar aquí.

Belén se inclinó para besarle la frente, permitiéndose derramar las lágrimas que había estado conteniendo. Sabía que el camino sería largo y doloroso, tanto física como emocionalmente. Pero estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para ayudar a Alejandra a sanar.

La puerta de la habitación se abrió ligeramente, y Daniela asomó la cabeza. Al ver a Belén llorando, entró en silencio y puso una mano en su hombro.

—¿Cómo está? —preguntó en voz baja.

—Sedada... —respondió Belén, limpiándose las lágrimas—. Tuvo una pesadilla anoche... un ataque de pánico...

Daniela suspiró, mirando a su hermana en la cama.

—Es fuerte, Belén. Va a salir de esto. Pero necesita de todos nosotros... especialmente de ti.

Belén asintió, apretando la mano de Alejandra con más fuerza.

—Lo sé. No pienso dejarla sola ni un segundo.

Daniela se quedó un momento más, en silencio, antes de salir de la habitación, dejándolas solas nuevamente. Belén se acomodó en la silla, su mano aún entrelazada con la de Alejandra, mientras observaba el rostro de su novia.

—Te prometo, Ale... que vamos a superar esto juntas. Pase lo que pase. —Su voz era apenas un susurro, pero en ella había una promesa inquebrantable.

Alejandra comenzó a moverse levemente en la cama, sus ojos intentando abrirse mientras un gemido de dolor escapaba de sus labios. Belén, que había estado sentada a su lado, se enderezó de inmediato, sosteniendo con delicadeza su mano vendada.

—Ale... estoy aquí, amor —susurró Belén con voz suave pero llena de emoción, inclinándose hacia ella.

Ale finalmente abrió los ojos por completo, pero al reconocer su entorno, el miedo se apoderó de su rostro. Su cuerpo se tensó y sus respiraciones se hicieron rápidas y descontroladas.

—Belén... —murmuró, con lágrimas brotando de sus ojos—. ¿Dónde...? ¿Qué...?

—Shh, tranquila, estás a salvo —dijo Belén, acariciándole suavemente la mejilla—. Todo terminó, amor, todo terminó.

Pero Alejandra no podía calmarse. Cada parte de su cuerpo dolía, y aunque estaba con Belén, no podía ignorar las imágenes que cruzaban su mente: la lluvia, el frío, el arma en su cabeza, el rostro de Sofía lleno de odio.

—Me duele... —dijo entrecortadamente, su voz temblorosa—. Todo me duele...

Belén sintió que su corazón se rompía aún más. Se inclinó hacia Ale y apoyó su frente contra la de ella, cerrando los ojos mientras las lágrimas corrían por su rostro.

—Lo sé, mi amor, lo sé... Pero estás aquí, conmigo. Eso es lo único que importa ahora.

Alejandra sollozó, luchando por hablar entre sus lágrimas.

—¿Cómo... cómo me veo? —preguntó, tartamudeando, con la voz cargada de inseguridad y miedo.

Belén levantó la cabeza y la miró directamente a los ojos, sin evitar la pregunta, aunque le doliera la inseguridad de Ale.

—Te ves... muy herida, Ale. Estás golpeada, llena de marcas... tu brazo está muy mal, y... las quemaduras... —Su voz se quebró por un momento, pero se obligó a continuar—. Pero, ¿sabes algo? Eres incluso más hermosa para mí ahora. Porque estás aquí. Porque sigues siendo tú, con tu fuerza, con tu valentía.

Alejandra no pudo contener el llanto. Las lágrimas caían como un torrente mientras escondía su rostro entre las almohadas.

—Lo siento... —murmuró, entre sollozos—. Perdóname, Belén... por todo. Por esa pelea estúpida, por dudar de ti, por ser tan... tan insegura.

Belén negó con la cabeza, inclinándose para besarle la frente.

—Ya no importa, Ale. Lo que pasó, pasó. Estás aquí conmigo, y eso es lo único que me importa.

Alejandra la miró con ojos llenos de lágrimas, pero con un atisbo de alivio.

—¿Me duele todo, Belén...? —murmuró—. Todo... excepto los labios.

Belén soltó una pequeña risa entre lágrimas, entendiendo lo que Ale intentaba decir.

—¿Ah, no? —preguntó, tratando de aligerar un poco el ambiente.

Ale negó con la cabeza débilmente, su voz apenas un susurro.

—No...

Belén se inclinó lentamente hacia ella, con lágrimas cayendo de sus ojos.

—Entonces voy a darte el beso más suave que te haya dado nunca —susurró antes de rozar con ternura los labios de Alejandra.

El beso fue lento, cargado de amor y tristeza. Belén no podía evitar llorar mientras sus labios se unían a los de Ale, como si estuviera tratando de transmitir todo el amor que sentía por ella en ese único gesto.

Cuando se separaron, Alejandra respiraba entrecortadamente, pero con un leve atisbo de calma en su rostro. Sus ojos, llenos de lágrimas, buscaron a Belén desesperadamente.

—Te amo tanto, Belén... —susurró, su voz temblorosa.

—Y yo a ti, Ale... más de lo que las palabras pueden decir.

A pesar de su debilidad, Alejandra levantó su mano buena con esfuerzo y la movió hacia el brazo de Belén. Logró tocarlo apenas, pero ese simple gesto hizo que Belén rompiera en sollozos.

—No hagas eso, amor... no te esfuerces... —dijo Belén, tomando su mano con cuidado y sosteniéndola contra su propio pecho.

—Quiero... quiero sentirte cerca... —murmuró Ale, cerrando los ojos mientras más lágrimas rodaban por sus mejillas.

Belén volvió a besarla suavemente, esta vez en la mejilla, y apoyó su frente contra la de Alejandra una vez más.

—Estoy aquí, Ale. Siempre voy a estar aquí.

Alejandra temblaba levemente, tanto por el dolor físico como por el esfuerzo emocional. Sus ojos, aunque cansados y húmedos, brillaron un poco al escuchar la puerta abrirse. Isabella y Ángela entraron con pasos cautelosos, mirándola con preocupación, intentando no mostrar lo mucho que les dolía verla en ese estado.

Alejandra hizo un esfuerzo por sonreírles, aunque la curvatura de sus labios era tenue y apenas perceptible.

—Mis niñas... —susurró, su voz quebrada por la emoción y el cansancio—. Ayer no... no las pude ver bien...

Isabella, que había estado conteniendo las lágrimas todo el tiempo, dejó escapar un sollozo y se acercó apresurada a la cama de Alejandra, tomando con cuidado su mano sana.

—Mamá... —murmuró Isabella, incapaz de decir más mientras las lágrimas rodaban por su rostro.

Ángela, que siempre había sido la más fuerte de las dos, se acercó con pasos lentos, tragando el nudo que sentía en la garganta. Pero al ver a Alejandra, su madre, tan frágil, no pudo evitar que las lágrimas también escaparan de sus ojos.

Alejandra las miró con cariño y esfuerzo.

—Están más altas... —dijo con una débil sonrisa, intentando aligerar el ambiente—. Isabella... Ángela... mis pequeñas ya no son tan pequeñas.

Isabella se inclinó, apoyando su frente contra la mano de Alejandra, llorando en silencio.

—No digas eso, mamá... siempre seremos tus niñas...

Alejandra respiró profundamente, con el pecho temblando de dolor y emoción. Sus ojos se enfocaron en Isabella, y su expresión se volvió más seria, aunque el cariño no se desvaneció.

—Isabella... —murmuró, tomando aire para poder continuar—. Quiero pedirte perdón...

Isabella levantó la cabeza rápidamente, confundida.

—¿Perdón? ¿Por qué, mamá?

Alejandra cerró los ojos un momento, como si reunir las fuerzas para hablar fuera un desafío monumental.

—Por... por lo que viste... ese día... cuando Belén y yo peleamos... —Sus palabras eran lentas y entrecortadas, pero claras—. No fue justo para ti. No debiste haber presenciado algo así. Yo... yo perdí el control.

Isabella negó con la cabeza, apretando con suavidad la mano de su madre.

—No tienes que disculparte, mamá... —respondió con la voz temblorosa—. Eso quedó en el pasado. Lo único que importa ahora es que estás aquí... con nosotras.

Alejandra intentó sonreír de nuevo, aunque esta vez su rostro se contrajo por el dolor que le causaba el esfuerzo. Ángela, que había estado en silencio, finalmente se acercó más y se arrodilló junto a la cama.

—Mamá, no te preocupes por eso —dijo Ángela con firmeza, aunque su voz seguía cargada de emoción—. Isa tiene razón. Lo único que importa es que estás viva... que sigues con nosotras.

Alejandra asintió débilmente, sus ojos llenos de lágrimas al ver la fortaleza de sus hijas.

—Las amo tanto... —susurró, con la voz quebrada—. Y lamento no haber sido lo suficientemente fuerte para evitar que... que todo esto les afectara.

Isabella y Ángela se inclinaron al mismo tiempo, abrazándola con cuidado, temerosas de lastimarla más.

—Eres fuerte, mamá... siempre lo has sido —dijo Ángela, mientras las lágrimas rodaban por su rostro—. Ahora déjanos cuidarte a nosotras.

Isabella asintió, apretando la mano de Alejandra entre las suyas.

—Estamos aquí contigo, mamá. Siempre lo estaremos.

Alejandra cerró los ojos por un momento, permitiendo que sus hijas la rodearan con su amor, ese amor que la hacía sentir un poco más fuerte, incluso en su estado más vulnerable.

La hora de la comida fue un desafío emocional y físico para Alejandra. Belén se sentó a su lado, ayudándola con cada pequeño movimiento, desde llevar la cuchara a sus labios hasta limpiarle las lágrimas que inevitablemente caían cuando el dolor al masticar se volvía demasiado.

—Tranquila, mi amor... —murmuraba Belén con ternura, acariciando su cabello mientras le ofrecía un sorbo de agua—. No tienes que forzarte, solo un poquito a la vez. Estoy aquí contigo.

Alejandra apenas podía responder; su cuerpo temblaba por el esfuerzo, y su mente oscilaba entre la gratitud y la frustración. Pero cada vez que alzaba la mirada y veía los ojos de Belén, llenos de amor y paciencia, se sentía un poco más en paz.

Por la tarde, cuando el dolor físico se había calmado un poco gracias a la medicación, Ale solo quiso estar con Belén.

—No te vayas... —murmuró con voz débil mientras alargaba su mano hacia ella.

Belén, que no planeaba moverse ni un centímetro, tomó su mano con cuidado y se sentó junto a la cama.

—No iría a ningún lado, cielo. ¿Qué necesitas?

Alejandra cerró los ojos, aferrándose a los dedos de Belén como si fueran su ancla.

—Solo... háblame... —pidió con un hilo de voz—. Quiero escuchar tu voz.

Belén sonrió conmovida, inclinándose para besar la frente de Alejandra antes de comenzar a hablarle en un tono suave y tranquilizador. Le contó pequeñas anécdotas, recuerdos de momentos felices juntas, y sus planes para el futuro cuando Alejandra estuviera mejor.

Unas horas más tarde, la puerta se abrió y Luis y Mónica entraron. Habían evitado verla durante el primer día, incapaces de soportar el impacto emocional, pero ahora no podían esperar más.

Belén, entendiendo que era un momento íntimo, se inclinó hacia Alejandra y le susurró:

—Voy a salir un momento, pero estaré justo afuera, ¿sí?

Alejandra asintió débilmente, sus ojos llenos de amor y gratitud mientras veía a Belén marcharse.

Luis y Mónica se acercaron lentamente a la cama, como si temieran romperla con un simple movimiento. Luis fue el primero en hablar, su voz temblando de emoción.

—Mi pequeña... —murmuró, sus ojos llenos de lágrimas—. Perdóname... perdóname por todo.

Alejandra lo miró con confusión, tratando de responder, pero Mónica rápidamente se dio cuenta de que intentar hablar le dolía.

—No hables, hija —dijo con ternura, colocando una mano en la frente de Alejandra—. Vamos a ayudarte.

Con cuidado, Mónica y Luis ajustaron las almohadas para que Alejandra estuviera más cómoda. La expresión de dolor en su rostro se suavizó un poco, y Mónica acarició su mejilla con dulzura.

—Siempre he sabido lo fuerte que eres, Ale... pero no tienes que serlo sola —le dijo Mónica, sus ojos llenos de amor maternal—. Estamos aquí para cuidarte, como siempre.

Luis asintió, aunque las lágrimas seguían corriendo por su rostro.

—Si pudiera retroceder en el tiempo, nunca habría permitido que Sofía entrara en tu vida de esa manera... nunca... —Su voz se quebró, y se cubrió el rostro con las manos.

Alejandra, con esfuerzo, alzó una mano temblorosa hacia él, tratando de transmitirle algo de consuelo. Mónica, viendo el gesto, tomó la mano de Alejandra y la colocó sobre la de Luis.

—Estamos aquí para ti, hija. Y nunca más permitiremos que alguien te haga daño.

En ese momento, la puerta se abrió de nuevo, y Daniela y Paulina entraron con rostros llenos de preocupación. Al ver a su hermana, ambas se quedaron paralizadas por un momento, incapaces de procesar lo que veían.

—Ale... —susurró Daniela, sus ojos llenándose de lágrimas.

Paulina fue la primera en moverse, acercándose rápidamente a la cama y tomando la otra mano de Alejandra.

—Hermana... estamos aquí... —dijo con voz temblorosa—. No tienes que pasar por esto sola.

Daniela se unió al abrazo familiar, inclinándose para besar la frente de Alejandra.

—Te prometemos que todo estará bien... vamos a salir de esto juntas, Ale.

Alejandra, aunque aún débil y conmovida, sintió una calidez en su corazón al estar rodeada por su familia. Aunque su cuerpo estaba herido, el amor que la rodeaba comenzaba a sanar las heridas invisibles en su alma.

Alejandra miró a su familia con los ojos llenos de lágrimas. Aunque apenas podía hablar, sabía que necesitaba contarles lo que había pasado. Sus palabras salían entrecortadas y dolorosas, pero su deseo de compartir su verdad era más fuerte que el dolor físico.

—Fue... Sofía... —murmuró, su voz apenas un susurro. Luis y Mónica se acercaron más, mientras Daniela y Paulina se inclinaban hacia ella con preocupación.

—Tranquila, Ale, tómate tu tiempo —le dijo Mónica, acariciándole la frente con ternura.

Alejandra tomó un pequeño respiro, luchando contra el nudo en su garganta.

—Me... hizo mucho daño... —continuó, con lágrimas rodando por sus mejillas—. Me quemó... me golpeó... decía que... si no era de ella... no sería de nadie...

Luis apretó los puños, tratando de contener su ira, mientras Mónica le tomaba la mano para calmarlo. Daniela y Paulina intercambiaron miradas llenas de angustia, sintiéndose impotentes ante el sufrimiento de su hermana menor.

—Yo pensé que... no iba a salir viva... —confesó Alejandra, sollozando—. Pero todo el tiempo... pensaba en ustedes... en lo mucho que me han cuidado siempre.

Hizo una pausa, y por un momento todos pensaron que no continuaría, pero entonces su mirada se llenó de nostalgia.

—Recordé... cuando era pequeña... —dijo, con una pequeña sonrisa triste—. Mamá... tú siempre estabas ahí cuando lloraba por tonterías, calmándome, haciéndome sentir que todo estaría bien.

Mónica no pudo contener las lágrimas y tomó con cuidado la mano de su hija.

—Mi niña... siempre estaré aquí para ti, siempre...

Alejandra giró su mirada hacia Luis, con el mismo amor reflejado en sus ojos.

—Papá... cuando me rompieron el corazón en primaria... tú fuiste quien me consoló. Me dijiste que nadie que me hiciera llorar merecía mi amor...

Luis soltó un sollozo y se acercó más a la cama, acariciando con cuidado la cabeza de su hija.

—Y siempre lo seguiré diciendo, Alejandra. Nadie merece tu amor si no puede valorarlo.

Luego, su mirada se dirigió hacia Paulina, quien ya estaba llorando en silencio.

—Pau... cuando me hacían bullying... tú siempre me defendías... Nunca dejaste que nadie me lastimara.

Paulina asintió, con la voz quebrada.

—Y nunca lo permitiré, Ale. Nunca más.

Finalmente, Alejandra miró a Daniela, quien estaba al borde de las lágrimas.

—Dany... cuando me iba mal en la escuela... tú pasabas horas conmigo, explicándome todo... hasta que lo entendiera. Nunca te rendiste conmigo.

Daniela tomó la mano de Alejandra con suavidad, inclinándose para besarla.

—Y nunca me rendiré, Ale. Siempre estaré aquí para ti, sin importar lo que pase.

Alejandra cerró los ojos por un momento, sintiendo el calor y el amor de su familia envolviéndola. Aunque su cuerpo estaba herido y su mente todavía luchaba contra los recuerdos de lo sucedido, sabía que no estaba sola. Su familia estaba allí, como siempre lo había estado, y eso le daba la fuerza para seguir adelante.

—Gracias... —murmuró débilmente, mirando a cada uno de ellos—. Los amo... a todos.

—Y nosotros a ti, hija —respondió Mónica, inclinándose para besarle la frente.

El cuarto quedó en silencio, pero no era un silencio vacío. Era un silencio lleno de amor, de promesas de cuidado y de la certeza de que Alejandra nunca más estaría sola en su dolor.

La habitación estaba en penumbras, con el leve brillo de la luna entrando por la ventana. Alejandra no podía dormir. Su cuerpo dolía demasiado, pero más que el dolor físico, era el tormento mental el que no la dejaba descansar. A su lado, Belén permanecía despierta, sosteniendo su mano con ternura y acariciando su cabello.

—Estoy aquí, mi amor —murmuró Belén suavemente, con los ojos llenos de lágrimas—. Nada malo va a volver a pasarte, te lo prometo.

Alejandra giró un poco la cabeza hacia ella, sus ojos llenos de cansancio y miedo.

—No puedo... no puedo cerrar los ojos... —dijo con voz temblorosa—. Cada vez que lo intento... la veo.

Belén apretó su mano con más fuerza, inclinándose para besar su frente.

—Yo estoy aquí, Ale. No estás sola. Sofía ya no puede hacerte daño, nunca más.

Alejandra dejó escapar un sollozo y cerró los ojos por un momento, tratando de concentrarse en la calidez de la mano de Belén y el suave movimiento de sus dedos en su cabello. Poco a poco, su respiración se hizo más estable, y finalmente se quedó dormida.

Sin embargo, poco después, la puerta de la habitación se abrió lentamente y entró el médico de guardia. Belén lo vio y se enderezó, todavía sujetando la mano de Alejandra con cuidado para no despertarla.

—¿Cómo está? —preguntó en voz baja.

El médico hizo una mueca de preocupación y miró el expediente en sus manos.

—Su recuperación será larga, pero estable. Lo que más me preocupa ahora son algunas de las lesiones que encontramos...

Belén frunció el ceño, alarmada.

—¿Qué tipo de lesiones?

El médico suspiró, claramente incómodo, y bajó la voz.

—Tiene múltiples quemaduras de cigarro... en los pechos y en los muslos. Esas áreas son particularmente sensibles, y el daño podría dejar cicatrices permanentes.

Belén sintió un nudo en el estómago y apretó la mano de Ale con más fuerza, como si con eso pudiera protegerla retroactivamente del daño.

—¿Y… hay señales de abuso sexual? —preguntó, su voz directa pero cargada de emoción contenida.

El médico negó con la cabeza.

—No, no hay indicios de abuso sexual. Parece que, en ese sentido, no hubo daño.

Belén cerró los ojos y dejó escapar un suspiro entrecortado de alivio, aunque el dolor seguía presente en su pecho.

—Pero el daño está hecho —continuó el médico con seriedad—. Las heridas físicas sanarán con el tiempo, pero las emocionales son otra historia. Cuando Alejandra esté un poco más fuerte, creo que sería prudente buscar ayuda profesional para ella. Lo que vivió es traumático, y necesitará apoyo para procesarlo.

Belén asintió lentamente, sintiendo un peso aún mayor en sus hombros.

—Gracias, doctor. Haré lo que sea necesario para que Ale se recupere... en todos los sentidos.

El médico le dedicó una mirada comprensiva antes de salir de la habitación. Belén volvió a centrarse en Alejandra, quien seguía dormida, aunque su rostro mostraba rastros de inquietud incluso en el sueño.

Belén acarició su cabello con más suavidad, inclinándose para susurrarle:

—Voy a estar contigo en cada paso, Ale. Te voy a cuidar como tú siempre me has cuidado a mí. Juntas vamos a superar esto, mi amor.

Las lágrimas corrían silenciosas por su rostro, pero no dejó de sostener la mano de Ale ni de prometerse a sí misma que haría todo lo posible por ayudarla a sanar, incluso cuando el camino fuese difícil.
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Dos semanas. Ese fue el tiempo que Alejandra pasó en el hospital, rodeada de cuidados, amor y el incesante apoyo de su familia. Por fin, había llegado el día de su alta médica. Aunque aún no estaba completamente recuperada, había una calma en su mirada, un atisbo de paz que hacía mucho tiempo no mostraba.

Belén, como siempre, estaba a su lado, mirándola con una mezcla de amor y preocupación, tratando de asegurarse de que cada movimiento fuera lo más suave posible para no lastimarla.

Ángela llegó a recogerlas, manejando con una madurez y concentración que sorprendió a todas. Con cuidado, entre Belén y ella, subieron a Ale a la silla de ruedas y la llevaron hasta el auto. Ale, desde su asiento, observaba a Belén con una leve sonrisa, notando lo mucho que se esforzaba por hacer todo perfecto.

—Te ves hermosa cuando te preocupas tanto —susurró Ale, con su voz aún algo débil pero cargada de cariño.

Belén soltó una risita nerviosa, limpiándose una lágrima que no pudo contener.

—Y tú te ves hermosa hasta en silla de ruedas, Ale.

El viaje al departamento fue tranquilo. Ángela conducía con extremo cuidado, consciente de que cada bache podía causar molestias a su madre. Al llegar, utilizaron el ascensor para subir al piso, y entre las tres lograron llevar a Ale directamente a la cama.

Isabella, que ya estaba esperándolas en el departamento, corrió hacia Ale apenas entraron.

—¡Mamá! —gritó, lanzándose a sus brazos.

Alejandra, con cuidado, levantó su brazo izquierdo, ya que el derecho aún no estaba en condiciones de moverse, y la abrazó con fuerza, besando su cabello.

—Hola, mi niña. Te extrañé tanto —susurró, dejando escapar una pequeña lágrima mientras acariciaba la cabeza de Isabella.

Ángela, desde la cocina, alzó la voz para hacerse notar.

—¡May viene en camino! Y preparé comida como para un batallón, así que nadie se va a quedar con hambre.

Ale soltó una pequeña risa, acomodándose mejor en la cama.

—Sabía que podía confiar en ti para alimentar a toda una familia —dijo con una sonrisa mientras Ángela aparecía en la habitación, llevando un plato con algo que olía delicioso.

—Mamá, esto es solo la entrada. Espérate al plato principal —respondió Ángela, guiñándole un ojo.

Alejandra observó a sus hijas con ternura y luego extendió su mano izquierda hacia Belén.

—Acérquense, las tres —pidió, su voz cálida pero un poco entrecortada.

Belén, Isabella y Ángela se acercaron de inmediato, rodeando la cama. Alejandra les dio un beso en la frente a cada una, tomándose su tiempo para mirarlas con amor.

—Les prometo que voy a sanar. Por ustedes. Por mí. Por todo lo que todavía nos queda por vivir juntas.

Belén tomó su mano y la apretó suavemente, mientras Ángela e Isabella asintieron, emocionadas. En ese pequeño momento, la habitación se llenó de una sensación de esperanza, como si el amor y la unidad pudieran ser el mejor remedio para todas las heridas.

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