24
Holaaaa.
No me odien.
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Pasó un mes desde el incidente con Sofía, y la vida parecía estar tomando un ritmo más estable para Alejandra, Belén e Isabella. Todo iba bien hasta aquella tarde en que una pequeña acción de Belén desató un torbellino en Ale.
Belén estaba arreglando la sala cuando recibió un mensaje en su teléfono. Ale, sentada en el sofá con Isabella a su lado, vio cómo Belén sonreía mientras respondía rápidamente.
—¿Quién era? —preguntó Ale con aparente calma, aunque había un leve tono de inseguridad en su voz.
—Un compañero de trabajo —respondió Belén, sin darle mayor importancia.
—¿Un compañero? —repitió Ale, con las cejas ligeramente fruncidas—. ¿De qué hablaban?
Belén la miró, algo desconcertada por el interrogatorio.
—Solo me pidió un consejo para un proyecto. No es nada importante, Ale.
La respuesta no calmó a Ale. Su inseguridad, que siempre había sido una batalla interna, comenzó a asomarse.
—¿Y por qué sonríes así? —insistió Ale, su tono más cortante ahora.
Belén dejó el teléfono sobre la mesa y cruzó los brazos, molesta.
—¿Así cómo, Ale? ¿Ahora no puedo sonreír sin que lo cuestiones?
—No se trata de eso, Belén. Es... es la forma en que actúas.
—¿La forma en que actúo? —Belén alzó la voz ligeramente, sintiendo que la discusión tomaba un rumbo que no comprendía—. ¿Qué estás insinuando?
Isabella, que estaba jugando con un libro en el sofá, levantó la mirada, preocupada por el tono que estaban usando.
—¡Ya basta! —intervino la pequeña, poniéndose de pie—. ¡No se peleen!
Ale se giró hacia Isabella, suspirando profundamente.
—No es tu asunto, Isabella.
—¡Claro que lo es! —protestó Isabella, con lágrimas en los ojos—. Ustedes son mi familia. No quiero que se peleen por tonterías.
Belén, al verla llorar, se agachó y la abrazó.
—Tranquila, Isa. No es nada grave, ¿sí?
Pero Ale no podía calmarse. Se sentía atrapada por su propio enojo, aunque sabía en el fondo que estaba siendo injusta.
—Necesito salir —dijo de repente, tomando su chaqueta y las llaves.
—Ale, no te vayas así. Por favor, hablemos —pidió Belén, su tono desesperado.
—No ahora. Necesito despejarme.
Y con eso, Ale salió del departamento, cerrando la puerta detrás de ella.
Belén se quedó en silencio, abrazando a Isabella, quien seguía llorando.
—Mamá... ¿va a volver? —preguntó Isabella con miedo.
—Claro que sí, Isa. Tu mamá siempre vuelve —respondió Belén, aunque su voz temblaba.
Mientras tanto, Ale caminaba por las calles, intentando calmar su mente. Se sentía horrible. Sabía que había actuado mal, que sus inseguridades no eran culpa de Belén. Se sentó en un parque cercano, mirando a la nada mientras las lágrimas comenzaban a caer por su rostro.
—Soy una idiota... —murmuró para sí misma, limpiándose las lágrimas con brusquedad.
Después de un rato, decidió volver al departamento. Quería arreglar las cosas, pedir disculpas. Belén lo daba todo por ella, y Ale no podía permitir que sus miedos arruinaran lo que tenían.
Pero mientras caminaba por una calle oscura y poco transitada, un sonido detrás de ella la alertó. Antes de que pudiera reaccionar, alguien la golpeó con fuerza en la cabeza. El dolor fue inmediato y cegador. Cayó al suelo, viendo apenas cómo unas manos la arrastraban hacia una camioneta. Sentía la sangre caliente correr por su frente antes de perder el conocimiento.
En el departamento, Belén estaba en un estado de creciente desesperación. Habían pasado horas desde que Ale se fue, y no respondía sus llamadas ni mensajes.
—¿Dónde estás, Ale...? —murmuró, marcando su número otra vez.
Isabella, ahora más tranquila, se sentó junto a ella.
—Belen... ¿y si algo malo le pasó?
—No digas eso, Isa. Ale va a volver. Lo sé.
Pero en el fondo, Belén sentía un creciente miedo. Ale no era de desaparecer así. La amaba demasiado como para hacerlo. Su corazón latía desbocado mientras revisaba el reloj una y otra vez, esperando que la puerta se abriera y Ale apareciera, diciendo que todo estaba bien.
Pero la noche avanzaba, y Ale no regresaba.
La desesperación de Belén era palpable. Habían pasado siete horas desde que Ale se había ido, y no había rastro de ella. El celular seguía mandando a buzón, y Belén ya no sabía qué hacer.
Sentada en el sofá, con Isabella abrazándola por consuelo, Belén decidió intentar una vez más.
—¡Por favor, contesta, Ale! —rogó al teléfono, marcando su número por enésima vez. Nada.
Con lágrimas en los ojos, miró a Isabella.
—Quiero que te quedes aquí, Isa. Voy a buscarla.
—Pero... —la pequeña intentó protestar.
—No te preocupes, amor. Volveremos pronto, te lo prometo —dijo Belén, besando su frente antes de salir de prisa.
Llamadas sin respuestas
Primero marcó el número de los suegros , con la esperanza de que Ale hubiera ido a su antigua casa.
—¿Alejandra está ahí? —preguntó con urgencia, pero la respuesta fue negativa.
Después, contactó a Daniela y Paulina, las hermanas de Ale, pero ninguna tenía noticias de ella.
Finalmente, decidió llamar a Ángela, con la voz quebrada por la preocupación.
—¿Ángela? ¿Sabes algo de tu mamá?
—¿Qué? No... no sé nada. ¿Qué pasó?
—Se fue hace horas y no ha vuelto. No contesta su celular. Estoy desesperada.
—Voy para allá. Tranquila, Belén, la encontraremos.
Mientras tanto, Belén salió a recorrer las calles, gritando el nombre de Ale como si pudiera escucharla. Cada esquina, cada parque, cada rincón parecía un lugar donde podía estar, pero Ale no aparecía.
—Por favor, Ale... ¿dónde estás? —murmuró, sintiendo que su corazón estaba por romperse.
El despertar de Alejandra
Ale abrió los ojos lentamente. Todo a su alrededor era borroso, y su cabeza latía con un dolor insoportable. Sintió algo pegajoso en su rostro y notó que era sangre. La sangre manchaba su ropa, y al intentar moverse, se dio cuenta de que estaba atada a una silla.
—¿Qué...? ¿Dónde estoy? —murmuró con la voz débil, mirando desesperada a su alrededor.
Delante de ella había dos hombres, ambos hablando entre sí como si no les importara que Ale estuviera allí.
—¡Ayuda! ¡Por favor! —gritó, sus ojos llenos de lágrimas.
Uno de los hombres se giró hacia ella con una sonrisa burlona.
—Tranquila, nena. No te va a pasar nada... por ahora.
Ale intentó gritar nuevamente, pero en ese momento, un estruendo resonó en la habitación. Los dos hombres cayeron al suelo, un disparo limpio en la cabeza de cada uno. La sangre se esparció por el piso, y Ale, horrorizada, comenzó a sollozar.
El sonido de unos tacones acercándose llenó el lugar. La puerta se abrió lentamente, y por ella entró Sofía, con un arma en la mano y una expresión fría.
—Hola, Alejandra —dijo, con una calma escalofriante.
—¡Sofía! ¿Qué estás haciendo? —preguntó Ale, entre lágrimas y desesperación.
Sofía sonrió mientras se acercaba lentamente.
—Recuperando lo que es mío.
—¡Yo no soy tuya! ¡Por favor, déjame ir!
Sofía inclinó la cabeza, burlona.
—¿De verdad crees que después de todo este tiempo voy a dejarte ir tan fácilmente?
Ale lloraba sin consuelo, tironeando de las cuerdas que la mantenían atada.
—Sofía, por favor... tengo una hija. Tengo a Belén. No puedes hacer esto.
—¿Belén? —repitió con desprecio, inclinándose hacia Ale para mirarla directamente a los ojos—. ¿De verdad crees que ella te ama como yo lo hacía?
Ale negó con la cabeza, las lágrimas corriendo por sus mejillas.
—Ella me ama. Me ama de verdad, Sofía. No como tú.
La respuesta hizo que Sofía se enfureciera. Golpeó la mesa cercana con el arma, provocando que Ale diera un respingo.
—¡No digas eso! —gritó, su voz quebrándose por la frustración—. ¡Nadie te va a amar como yo lo hice, Alejandra! ¡Nadie!
Ale temblaba, apenas pudiendo mantenerse en pie emocionalmente.
—Sofía, por favor... piensa en Isabella. Ella me necesita.
Sofía rió, aunque había un deje de locura en su tono.
—¿Isabella? Oh, pobrecita. Quizás ahora que no estés, yo pueda cuidarla como realmente merece.
—¡No te acerques a mi hija! —gritó Ale, llena de furia.
Sofía se inclinó aún más, dejando el arma en la mesa y colocando sus manos en las mejillas de Ale.
—Oh, Alejandra... esto apenas comienza.
Ale cerró los ojos, rezando porque alguien, quien fuera, la encontrara antes de que fuera demasiado tarde.
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Al día siguiente.
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La luz de la mañana se filtraba por una ventana rota y sucia, iluminando apenas el rostro de Ale. Estaba irreconocible. Los golpes de la noche anterior habían dejado su marca en cada centímetro de su piel visible: el ojo izquierdo estaba completamente hinchado, el labio partido y varias manchas moradas adornaban sus pómulos y brazos. El dolor era insoportable, pero la desesperación en su interior lo superaba.
Ale trató de mover sus manos, atadas aún tras la espalda. Cada vez que se movía, las cuerdas raspaban más su piel, dejándole heridas abiertas. Su garganta estaba seca y su cuerpo temblaba, no sabía si por el miedo o por el dolor.
El sonido de unos pasos la hizo tensarse. Era Sofía. Entró a la habitación con una sonrisa torcida, sosteniendo un cigarrillo recién encendido entre los dedos.
—Buenos días, mi amor —dijo con sarcasmo, expulsando una nube de humo hacia el rostro de Ale.
Ale giró el rostro, tosiendo. Odiaba el olor del cigarro, y Sofía lo sabía.
—Por favor... Sofía, déjame ir —suplicó con la voz quebrada.
Sofía rió mientras se sentaba en una silla frente a ella, cruzando las piernas con una calma perturbadora.
—Déjame ir, déjame ir... Es todo lo que sabes decir. ¿No tienes nada más que decirme, Alejandra? ¿No quieres hablar de lo que me hiciste? —Sofía dio otra calada profunda y sopló el humo directamente en la cara de Ale.
Ale tosió de nuevo, las lágrimas cayendo de sus ojos por la impotencia.
—¿Qué te hice? ¡Eras tú la que me engañaba! —dijo con un hilo de voz, mirando a Sofía con dolor.
Por un momento, la sonrisa de Sofía se desvaneció. Una sombra de ira cruzó su rostro, y de repente apagó el cigarro directamente en el brazo de Ale. El grito de dolor de Ale resonó en la habitación.
—¡Claro que sí te engañé! ¿Y qué? ¡Tú me alejaste! —gritó Sofía, levantándose de golpe y señalándola con un dedo acusador.
Ale, entre lágrimas, negó con la cabeza.
—¡Yo te amaba, Sofía! ¡Lo di todo por ti!
Sofía se inclinó hacia ella, agarrando su rostro con una mano, apretando con fuerza.
—¿Y quién te pidió que lo hicieras? Tú siempre fuiste tan... perfecta. Siempre tan correcta, tan buena madre, tan buena esposa. Pero nunca fuiste suficiente para mí.
Ale cerró los ojos, las lágrimas cayendo sin parar. Cada palabra era como un cuchillo que cortaba su corazón.
—Entonces, ¿por qué no me dejaste ir? —susurró con un hilo de voz, incapaz de mirarla.
Sofía se rió, pero había algo oscuro en su tono.
—Porque tú eres mía, Alejandra. Siempre lo has sido y siempre lo serás.
Sin previo aviso, Sofía levantó el puño y golpeó a Ale nuevamente en el rostro. Ale apenas tuvo fuerzas para reaccionar; su cabeza cayó hacia un lado, y un hilo de sangre salió de la comisura de su boca.
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Mientras tanto, en el departamento de Belén...
Belén caminaba de un lado a otro, con el teléfono en la mano, marcando y marcando el número de Ale, solo para que la llamada terminara en buzón. Isabella estaba sentada en el sofá, abrazando su peluche favorito, sin dejar de mirar a su madrastra con preocupación.
—¿Ya encontraron a mamá? —preguntó la niña con voz temblorosa.
Belén se detuvo y miró a Isabella, tratando de sonreír aunque sus ojos estaban llenos de lágrimas.
—Todavía no, mi amor, pero lo haremos. Te lo prometo.
En ese momento, Belén decidió llamar a la policía. Su desesperación era tal que no le importaba si le decían que era muy pronto para reportar una desaparición.
—Buenas tardes, quiero reportar a mi pareja como desaparecida —dijo con la voz firme.
La oficial del otro lado de la línea suspiró antes de responder:
—Señora, las personas solo se pueden reportar como desaparecidas después de 72 horas.
—¡Pero ella no es una persona cualquiera! ¡Es Alejandra Villarreal! —gritó Belén, su voz quebrándose—. No es normal que desaparezca así.
—Lo siento, señora, pero esas son las reglas.
Belén apretó el teléfono con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.
—¿Y si le pasa algo? ¿Quién va a responder por eso?
—Haremos todo lo posible, señora, pero por ahora no podemos intervenir oficialmente.
Belén colgó el teléfono con un grito de frustración. Isabella corrió hacia ella, abrazándola con fuerza.
—No llores, Belén. Mamá va a volver, ¿verdad?
Belén se arrodilló frente a Isabella, tomándola de los hombros.
—Claro que sí, amor. Tu mamá es fuerte, y la encontraremos.
Pero por dentro, Belén se estaba desmoronando. No podía dejar de imaginar a Ale sola, herida, en algún lugar desconocido. ¿Qué pasaría si no la encontraban a tiempo?
Alejandra estaba en el suelo, su cuerpo temblaba por el dolor y el agotamiento. La cuerda que antes la mantenía atada había dejado marcas profundas en sus muñecas. Levantó apenas la vista cuando Sofía la observó desde arriba, fumando con aire de superioridad, como si se tratara de un espectáculo.
—¿La amas? —preguntó Sofía de repente, su voz áspera y cargada de resentimiento.
Ale tardó unos segundos en responder, apenas pudo mover la cabeza para asentir.
—Sí... Amo a Belén... —dijo con la voz rota, apenas audible.
Sofía dio una calada profunda al cigarro y dejó escapar el humo lentamente mientras sonreía con amargura.
—Te odio —murmuró, sin apartar la mirada de Ale.
Alejandra bajó la cabeza, incapaz de sostener la mirada de Sofía. El peso de esas palabras la aplastó aún más, como si no fuera suficiente todo lo que había soportado.
—Por favor, Sofía... ¿Qué más quieres? —preguntó Ale, con lágrimas en los ojos—. Ya me arruinaste la vida... ¿Qué más quieres de mí?
El rostro de Sofía cambió al instante. La tranquilidad aparente desapareció, y sus ojos se llenaron de rabia. Soltó una carcajada amarga antes de lanzarse hacia Ale, inclinándose para quedar cara a cara con ella.
—¿Qué más quiero? —repitió, su voz subiendo de tono—. ¡Quiero que cierres esa maldita boca y me respetes, Alejandra! ¡Siempre te creíste mejor que yo, siempre con esa maldita perfección!
Ale la miró, sus ojos llenos de lágrimas y miedo.
—Tú me engañaste... Me humillaste... ¿Y yo soy la que debe respetarte? —dijo con un hilo de voz.
Sofía soltó una carcajada sarcástica y empezó a caminar de un lado a otro, agitando el cigarro en el aire como si fuera un arma.
—¿Sabes qué? Las mujeres con las que estuve eran mejores que tú en todo. —La miró de reojo con una sonrisa venenosa—. Eran más apasionadas, más salvajes... más mujeres que tú jamás serás.
Ale cerró los ojos con fuerza, las palabras de Sofía eran como puñaladas.
—Eres... una maldita cobarde —susurró Ale, con lo poco de fuerza que le quedaba.
Sofía se detuvo en seco, volteó hacia Ale y la miró con una mezcla de incredulidad y diversión.
—¿Qué dijiste? —preguntó, con una sonrisa torcida mientras se inclinaba hacia ella.
—Que eres una cobarde, Sofía. Y no importa cuánto me golpees o me insultes. Nunca vas a ser feliz. —La voz de Ale era débil pero firme, sus palabras cargadas de verdad.
Sofía rió nuevamente, pero esta vez había algo oscuro en su risa. Dio otra calada a su cigarro, lo observó por un segundo y luego, sin previo aviso, lo apagó en la palma de la mano de Ale.
El grito de Ale resonó en la habitación, un sonido desgarrador que llenó el aire.
—¡Así aprenderás a respetarme! —gritó Sofía, levantándose y alejándose un poco mientras Alejandra se retorcía en el suelo, sujetándose la mano herida.
Ale sollozaba, su respiración era errática, y las lágrimas corrían por su rostro.
—Eres un monstruo... —logró decir entre jadeos.
Sofía no respondió de inmediato. Se quedó mirándola con una mezcla de satisfacción y frustración. Finalmente, dejó escapar un suspiro y apagó el cigarro por completo en el suelo.
—Y tú... —dijo con frialdad—. Eres mía. Siempre lo has sido, y siempre lo serás.
Alejandra cerró los ojos, deseando que todo terminara, deseando estar lejos, deseando que Belén pudiera encontrarla antes de que fuera demasiado tarde.
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Belén estaba sentada en el sofá de la sala, abrazada a una almohada como si su vida dependiera de ello. Su rostro estaba empapado en lágrimas, y su mirada perdida mostraba el dolor y la desesperación que la consumían. Las voces de sus suegros y las hermanas de Ale llenaban el espacio, pero todo sonaba lejano para ella. Ángela, con Isabella en brazos, trataba de mantener la calma, aunque su mandíbula apretada delataba la rabia y la impotencia que sentía.
—Tiene que aparecer... Ale es fuerte, ¿verdad? Siempre lo ha sido —decía Daniela, intentando convencer tanto a los demás como a sí misma.
Paulina, en cambio, caminaba de un lado a otro con su teléfono en la mano, marcando sin cesar.
—¡Esto es ridículo! ¡72 horas para aceptar la denuncia! —gruñó con frustración, apretando el teléfono contra su oído—. Si algo le pasa a Alejandra, jamás voy a perdonar a esta maldita burocracia.
Belén sollozó aún más fuerte, enterrando el rostro en la almohada.
—Esto es mi culpa... —murmuró con un hilo de voz—. Yo la hice enojar. Si no hubiéramos discutido...
—¡Belén, no digas eso! —interrumpió Moni, la madre de Ale, acercándose a ella y tomando sus manos—. Esto no es tu culpa. Ale te ama, y haría lo mismo que tú si fuera al revés.
Isabella, que estaba sentada en el regazo de Ángela, miró a Belén con ojos llenos de lágrimas.
—¿Dónde está mi mami, Belén? ¿Por qué no vuelve? —preguntó en voz baja, su pequeño cuerpo temblando de miedo.
Belén no pudo responder. Simplemente abrazó a la almohada con más fuerza mientras Ángela intentaba consolar a Isabella.
Mientras tanto, a kilómetros de distancia, Alejandra estaba sentada en el suelo de una habitación húmeda y oscura. Su cuerpo estaba cubierto de heridas y moretones, y sus ojos, hinchados de tanto llorar, apenas podían mantenerse abiertos. Sofía estaba frente a ella, recostada contra la pared con un cigarro en la mano, observándola con una sonrisa torcida.
—¿Sabes? Siempre pensé que terminarías suplicando —dijo Sofía con una calma que resultaba escalofriante—. Pero aquí estás, siendo la misma idiota testaruda de siempre.
Ale no respondió. Su cuerpo estaba demasiado débil para siquiera levantar la cabeza.
Sofía dio un paso hacia ella, inclinándose lo suficiente como para que el humo del cigarro llegara directo a su rostro.
—Te voy a hacer una oferta —dijo, jugando con el cigarro entre sus dedos—. Si te desnudas... y me dejas darte lo que mereces, te dejo ir.
Alejandra levantó la mirada lentamente, sus ojos llenos de lágrimas y rabia.
—Eres... repugnante —murmuró con dificultad—. Nunca voy a traicionar a Belén.
Sofía rió, una carcajada seca y amarga.
—¿Belén? Esa idiota nunca te va a encontrar. Eres mía, Alejandra. Siempre lo fuiste, aunque te resistieras.
Alejandra apretó los dientes, sintiendo cómo la impotencia se apoderaba de ella.
—Prefiero morir que dejar que me toques —escupió con firmeza, aunque su voz temblaba de miedo.
La sonrisa de Sofía desapareció al instante. Sin decir una palabra, apagó el cigarro en el pecho de Alejandra, quien gritó de dolor, su cuerpo retorciéndose por el impacto.
—Eso fue por insolente —dijo Sofía con frialdad mientras la agarraba del cabello y la arrastraba fuera de la habitación.
La lluvia caía con fuerza, empapando a ambas mientras Sofía tiraba de Alejandra como si fuera un muñeco de trapo. Ale intentaba resistirse, pero sus fuerzas eran mínimas. Cuando finalmente llegaron al patio trasero, Sofía la soltó bruscamente, haciendo que Ale cayera al suelo lleno de lodo.
—Quédate aquí —dijo Sofía, encendiendo otro cigarro bajo la lluvia como si nada pasara—. A ver si la lluvia te hace entrar en razón.
Alejandra la miró, sus ojos llenos de lágrimas y desesperación.
—Por favor, Sofía... —susurró, su voz apenas audible—. Déjame ir...
—No hasta que aprendas a obedecer —respondió Sofía, dándole la espalda y regresando al interior de la casa.
La lluvia seguía cayendo con fuerza, empapando a Alejandra mientras ella sollozaba en el suelo. Su cuerpo temblaba, no solo por el frío, sino también por la culpa que la consumía.
—Esto es mi culpa... —murmuró para sí misma, sus lágrimas mezclándose con la lluvia—. Debí quedarme y hablar con Belén...
En la distancia, el sonido de un trueno resonó en el cielo, como si la naturaleza compartiera su dolor.
Alejandra temblaba incontrolablemente mientras la lluvia seguía empapándola. Estaba al borde del colapso cuando Sofía volvió al patio, arrastrando una silla de metal que rechinaba contra el piso. Con un gesto brusco, lanzó una botella de agua hacia Alejandra, que rodó por el suelo hasta sus pies.
—Tómala —ordenó Sofía mientras encendía otro cigarro, mirándola fijamente.
Ale, agotada y deshidratada, apenas pudo levantar la botella. Con manos temblorosas, desenroscó la tapa y bebió desesperadamente, dejando que el agua resbalara por los lados de su boca. Sentía que su cuerpo estaba al límite.
—Mírate —dijo Sofía con desprecio, cruzándose de brazos mientras exhalaba humo—. Eres patética, Alejandra. ¿Sabes cuánto te odio?
Ale levantó la mirada, sus ojos llenos de lágrimas y furia.
—Si me odias tanto, ¿por qué no me dejas ir? —preguntó con voz quebrada.
Sofía rió con amargura, tirando el cigarro al suelo y aplastándolo con el pie.
—Porque eres mía, Alejandra. Siempre lo has sido. Y ahora vamos a empezar de cero, tú y yo. Nos vamos lejos, a un lugar donde nadie nos encuentre. Ahí arrancaremos nuestro matrimonio de cero.
Alejandra sintió que su corazón se hundía al escuchar esas palabras. Se incorporó como pudo, todavía temblando, y la miró con desafío.
—Antes muerta que pasar un solo día más contigo.
Sofía apretó la mandíbula, claramente irritada por la respuesta. Sacó el arma que llevaba en la cintura y, sin pensarlo dos veces, disparó contra uno de los hombres que la habían estado ayudando. El cuerpo cayó al suelo con un ruido sordo, y Alejandra gritó de horror.
—¿Quieres morir? —preguntó Sofía, apuntando a Ale con el arma mientras una sonrisa cruel se formaba en sus labios—. Porque te puedo cumplir ese deseo ahora mismo.
Alejandra respiraba con dificultad, mirando el cuerpo sin vida en el suelo y luego el cañón del arma que Sofía sostenía. Su mente estaba nublada por el miedo, pero también por la ira.
—¿Eres feliz, Sofía? —preguntó de repente, su voz suave pero cargada de veneno.
Sofía parpadeó, sorprendida por la pregunta. Bajó el arma lentamente y dio un paso hacia Alejandra, inclinándose para mirarla directamente a los ojos.
—¿Qué dijiste?
—Te pregunto si eres feliz —repitió Alejandra, con más firmeza esta vez—. Mírate. Tienes todo el control, todo el poder, y aun así estás aquí, miserable, obligando a alguien que no te ama a quedarse contigo.
Sofía rió, pero su risa sonaba hueca.
—¿Y tú? ¿Crees que Belén te hace feliz? —preguntó, ladeando la cabeza—. Ella no te conoce como yo. Yo sé lo que necesitas.
—No —respondió Alejandra, sin dudarlo—. Belén me ama como tú jamás podrías hacerlo. Y eso es lo que te consume, ¿verdad? Saber que nunca serás suficiente.
Sofía apretó los dientes y levantó el arma de nuevo, apuntando directamente a Alejandra.
—Cállate.
Alejandra no apartó la mirada, a pesar del miedo que sentía.
—Máteme, Sofía. Si eso es lo que necesitas para sentirte mejor contigo misma, hazlo. Porque prefiero morir que vivir un segundo más a tu lado.
Sofía respiraba con dificultad, su mano temblando mientras sostenía el arma. Por primera vez, parecía estar dudando.
Mientras tanto, en el departamento de Belén, la desesperación era palpable. La desaparición de Alejandra estaba en todos los noticieros, y la casa estaba llena de familiares y amigos, tratando de consolar a Belén mientras la policía finalmente comenzaba la búsqueda oficial.
—No voy a descansar hasta encontrarla —dijo Belén con determinación, limpiándose las lágrimas mientras miraba a Daniela y Paulina—. Ale me necesita, y voy a traerla de vuelta.
En ese momento, Alejandra, herida y agotada, continuaba mirando a Sofía, esperando el próximo movimiento de la mujer que una vez fue su esposa.
Alejandra, arrodillada y débil, miraba a Sofía con una mezcla de desafío y resignación. Su voz temblorosa, pero firme, volvió a retumbar en el espacio vacío:
—Hazlo, Sofía. Dispara. Mátame de una vez. Demuéstrale al mundo lo patética que eres, incapaz de lidiar con el hecho de que ya no te amo.
Sofía, con el arma aún temblando en su mano, respiraba agitada, sus ojos brillando de furia.
—¡Cállate, Alejandra! ¡Cállate! —gritó, dando un paso hacia ella, pero Ale no se detuvo.
—¿Es eso lo que quieres? ¿Que me quede contigo a la fuerza? —Alejandra levantó la cabeza, mostrando su rostro magullado pero lleno de rabia—. Nunca podrás obligarme a amarte, Sofía. Nunca.
Sofía apretó los dientes, sus ojos llenos de lágrimas de frustración.
—¡Yo te di todo, Alejandra! —gritó, golpeando la mesa cercana con la culata del arma—. ¡Todo! Y tú me dejaste.
—Te dejé porque me destrozaste —respondió Alejandra, con un tono de voz que era más doloroso que cualquier grito—. Me engañaste, me mentiste, me trataste como si no valiera nada. Y aun así, mírame. Estoy aquí porque tú no puedes aceptar que ya no te amo.
Sofía perdió el control. En un arrebato de desesperación, lanzó el arma al suelo, dejando escapar un grito de frustración que resonó en el espacio vacío.
—¡Cállate! ¡Cállate! —sollozó, cayendo de rodillas frente a Alejandra. Por un momento, pareció colapsar emocionalmente, incapaz de mantener su fachada de control.
Alejandra, aunque exhausta y herida, no pudo evitar sentir un breve momento de lástima por ella.
Mientras tanto, en el departamento de Belén, la situación era completamente distinta. La policía había llegado finalmente, y la pequeña sala estaba abarrotada de familiares y amigos. Belén, con el rostro lleno de angustia, estaba rodeada por Daniela, Paulina, y los padres de Ale, quienes intentaban consolarla.
—¿Han encontrado algo? —preguntó Belén desesperada, sujetando las manos de uno de los oficiales.
El policía, con el rostro serio, asintió ligeramente.
—Tenemos una pista sólida. Creemos que Alejandra fue secuestrada por Sofía Reyes.
Un silencio sepulcral llenó la habitación. La madre de Alejandra soltó un grito ahogado, y Belén se tambaleó hacia atrás, como si las palabras fueran un golpe físico.
—¿Sofía? —preguntó Paulina, incrédula—. ¿Cómo es posible?
—Hemos reunido pruebas suficientes para vincularla al caso —explicó el oficial—. Encontramos huellas de su vehículo cerca del lugar donde Alejandra fue vista por última vez, y algunos testigos la ubicaron en la zona.
Belén se llevó las manos al rostro, intentando procesar la información.
—¿Y dónde está ahora? —preguntó con desesperación—. ¿Tienen alguna idea de dónde podría haberla llevado?
—Estamos trabajando en ello —respondió el oficial con cautela—. Pero necesitamos que todos estén preparados. Esto podría volverse más peligroso.
Isabella, abrazada a Ángela, rompió a llorar en silencio, mientras Daniela intentaba consolarla.
—Alejandra va a regresar —dijo Belén, con una determinación feroz en su voz—. No importa lo que tenga que hacer, la voy a traer de vuelta.
En ese momento, lejos de todos ellos, Alejandra miraba a Sofía, que ahora parecía rota, sentada en el suelo frente a ella. Aunque estaba aterrada, Alejandra supo que, de alguna manera, tenía que encontrar una forma de escapar.
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Holaaaa.
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