21
Holaaa
Continuación del cap anterior.
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La casa estaba silenciosa después de que Isabella salió con sus abuelos y tías. Belén aprovechó la oportunidad. Tenía que intentarlo una vez más. Subió las escaleras lentamente, su corazón latiendo con fuerza. Cada paso hacia la habitación se sentía como una eternidad.
Al llegar, respiró hondo antes de tocar la puerta. —Ale, ¿puedo pasar?
Desde adentro, Ale respondió con un tono apagado. —Pasa.
Belén abrió la puerta y vio a Ale acostada de lado en la cama, completamente cubierta por una manta. Su rostro estaba vuelto hacia la pared, evitando mirarla. Belén sintió que algo se rompía dentro de ella al ver lo vulnerable que se veía.
—¿Podemos hablar? —preguntó Belén, avanzando tímidamente hacia la cama.
—Habla —respondió Ale sin moverse.
Belén tragó saliva. —Ale, lo siento. Lo siento muchísimo por haberte mentido. No fue mi intención herirte.
Ale no respondió, pero su respiración se hizo un poco más pesada. Belén continuó, desesperada. —No quería preocuparte. No quería que pensaras que no puedo manejar las cosas, pero... lo hice mal. Fui impulsiva, y sé que lo que hice estuvo mal.
—¿Por qué me mentiste, Belén? —preguntó Ale finalmente, con la voz entrecortada.
—Porque... porque pensé que era mejor así. No quería que te enojaras, no quería que te preocuparas.
Ale giró ligeramente la cabeza, lo suficiente para que Belén pudiera notar las lágrimas en sus ojos. —¿No te das cuenta de que fue peor?
Belén se sentó en el borde de la cama, su mirada fija en Ale. —Lo sé. Lo sé, y no tengo excusas.
Ale se incorporó un poco, abrazándose las rodillas y evitando mirarla directamente. —Fuiste a ver a Sofía... Sabes lo peligrosa que es. ¿Qué hubiera pasado si te hubiera lastimado? ¿Si... si no hubieras vuelto?
Belén sintió un nudo en la garganta. —Ale...
—¡Podría haberte pasado algo! —exclamó Ale, su voz quebrándose por completo. Las lágrimas comenzaron a caer libremente por su rostro, y su cuerpo temblaba—. ¿No entiendes lo que eso significa para mí? No puedo perderte, Belén. No puedo.
Belén sintió cómo su corazón se rompía al ver a Ale llorar de esa manera. Se acercó rápidamente y la rodeó con sus brazos, sosteniéndola con fuerza. —Lo siento, Ale. Por favor, perdóname.
Ale apoyó la cabeza en el hombro de Belén, sus sollozos llenando la habitación. —Solo te pido una cosa... No me mientas. No lo hagas otra vez.
—No lo haré, te lo prometo —susurró Belén, besando su cabello y tratando de calmarla—. Nunca más, Ale.
—No quiero perderte —repitió Ale, aferrándose a Belén como si su vida dependiera de ello.
—No me vas a perder. Estoy aquí contigo, siempre —respondió Belén, sintiendo cómo sus propias lágrimas comenzaban a caer.
Las dos se quedaron así, abrazadas y llorando juntas, dejando que la tensión y el dolor se desvanecieran con cada lágrima. Era su primera pelea, pero ambas sabían que su amor era más fuerte que cualquier error. Belén besó suavemente la frente de Ale, susurrando entre sollozos. —Eres lo más importante para mí. Nunca volveré a hacer algo que te lastime.
Ale levantó la cabeza, sus ojos rojos y hinchados por el llanto, y miró a Belén con una mezcla de dolor y amor. —Te amo, Belén.
—Y yo te amo a ti, más que a nada en este mundo —respondió Belén, acariciándole la mejilla con ternura.
Se abrazaron de nuevo, esta vez con menos desesperación y más calma, sintiendo que, a pesar de todo, estaban juntas y podían superar cualquier cosa.
Belén continuó abrazando a Ale, sintiendo cómo los sollozos de su novia se volvían menos intensos. Ale, aún temblando, levantó su rostro, sus ojos enrojecidos, pero llenos de algo más: necesidad.
—Belén... —murmuró Ale, su voz apenas un susurro.
—¿Qué, mi amor? —preguntó Belén, limpiando con suavidad las lágrimas que quedaban en sus mejillas.
—Necesito tus besos... Por favor, bésame.
Belén no dudó. Se inclinó hacia ella y la besó, primero con delicadeza, pero pronto el beso se volvió más profundo, más intenso. Ale la aferró con fuerza, como si tuviera miedo de que Belén desapareciera. Sus labios se movían con urgencia, y sus manos recorrían cada centímetro que encontraban, buscando más contacto.
—Te amo, Belén —susurró Ale contra sus labios, con un tono cargado de emoción.
—Y yo a ti, Ale. Más que a nada en este mundo.
Las palabras fueron suficientes para encender algo dentro de ambas. Belén la empujó suavemente hacia la cama, mientras sus besos descendían por su cuello, dejando un rastro cálido y húmedo. Ale se arqueó debajo de ella, dejando escapar un suave gemido que hizo que Belén se detuviera por un segundo, mirándola a los ojos.
—¿Estás segura? —preguntó Belén, su voz ronca y llena de deseo.
—Nunca he estado más segura de algo —respondió Ale, susurrando con firmeza mientras tiraba de Belén para atraerla de nuevo hacia ella.
Belén sonrió antes de inclinarse nuevamente, sus labios encontrando los de Ale mientras sus manos exploraban cada rincón de su cuerpo. Los movimientos eran lentos al principio, casi como si estuvieran descubriéndose de nuevo, pero pronto se volvieron más rápidos, más intensos, como si sus cuerpos no pudieran esperar más.
Belén unió sus caderas a las de Ale, moviéndose con un ritmo profundo y constante que arrancaba gemidos de ambas.
—Eres todo para mí, Ale... —susurró Belén entre jadeos—. Lo más importante. Mi todo.
—Belén... —murmuró Ale, aferrándose a ella con fuerza, su cuerpo temblando con cada movimiento.
Los sonidos de su pasión llenaron la habitación mientras se movían juntas, sus cuerpos sincronizados en un vaivén perfecto que las llevaba cada vez más alto. Belén inclinó su cabeza, besando a Ale con fervor mientras aceleraba el ritmo, sus respiraciones entrecortadas mezclándose en el aire.
—Te amo... —dijo Ale, su voz apenas audible, perdida en la intensidad del momento.
—Yo también, Ale... Siempre te amaré.
Después de horas de entregarse completamente la una a la otra, Belén se recostó junto a Ale, acariciando su rostro con ternura. Ambas estaban agotadas, pero sus ojos brillaban con una felicidad que solo ellas podían entender.
Ale, con una sonrisa suave, rompió el silencio. —Hoy hice algo importante.
Belén la miró con curiosidad, todavía recuperando el aliento. —¿Qué cosa?
Ale se incorporó ligeramente, apoyándose en un codo. —Compré un departamento.
Belén parpadeó, sorprendida. —¿Un departamento?
—Sí —confirmó Ale, con una sonrisa que mezclaba nerviosismo y emoción—. Es para nosotras. Quiero que sea nuestro lugar, un nuevo comienzo.
Belén se quedó en silencio por un momento, procesando las palabras de Ale, antes de abrazarla con fuerza.
—No tienes idea de lo feliz que me haces, Ale. Eres todo lo que necesito.
Ale sonrió, besándola suavemente. —Entonces es un trato. Ese lugar será solo nuestro.
—Y lo llenaremos de amor —respondió Belén, mirándola con ojos llenos de promesas.
Dos días más tarde...
El sol se filtraba por las grandes ventanas del nuevo departamento, iluminando las cajas aún sin abrir y los muebles que poco a poco comenzaban a llenar el espacio vacío. Ale estaba de rodillas frente a una caja, sacando cuidadosamente algunos libros mientras Belén, sentada cerca de ella, fingía ayudar, aunque su verdadera intención parecía ser otra.
—¿Sabes, mi amor? —comenzó Belén, con una sonrisa traviesa en los labios—. Si seguimos desempacando a este ritmo, podríamos terminar antes de que caiga la noche. Pero, claro, eso sería un desperdicio... podríamos aprovechar esta tarde para hacer cosas más interesantes.
Ale la miró de reojo, tratando de contener una sonrisa. —¿Más interesantes como qué?
Belén se inclinó hacia ella, susurrando con picardía. —Como llevarte al cuarto y enseñarte todas las cosas que puedo hacerte en cada rincón de este departamento.
Ale dejó escapar una risa, sacudiendo la cabeza. —Belén, apenas hemos terminado de armar la cama.
—Eso no me detendría —respondió Belén, guiñándole un ojo—. Además, este lugar tiene muchas paredes... y muchas posibilidades.
Ale se detuvo por un momento, mirando a Belén con una mezcla de diversión y ternura. —Eres increíble, ¿lo sabías?
—Claro que lo sé —respondió Belén, encogiéndose de hombros con fingida modestia.
Después de unos minutos más de desempacar, Belén se levantó de repente y fue hacia una de las cajas grandes que había dejado estratégicamente al lado del sofá. Ale la miró, curiosa.
—¿Qué haces?
—Tengo algo para ti —respondió Belén, sonriendo de manera enigmática.
—¿Un regalo? —preguntó Ale, dejando a un lado lo que estaba haciendo.
Belén asintió, con una emoción casi infantil. —Pero tienes que cerrar los ojos.
Ale arqueó una ceja, divertida. —¿De verdad?
—Sí, de verdad. Vamos, cierra los ojos.
Ale suspiró, pero obedeció. Belén se aseguró de que no estuviera espiando antes de sacar un estuche negro grande de la caja. Lo colocó cuidadosamente frente a Ale.
—Muy bien, ya puedes abrirlos.
Ale abrió los ojos y parpadeó al ver el enorme estuche frente a ella. Su mirada pasó de Belén al estuche y luego de vuelta a Belén.
—¿Qué es esto?
—Ábrelo y lo verás —respondió Belén, sonriendo ampliamente.
Con manos temblorosas, Ale desabrochó los cierres del estuche y lo abrió. Su boca se abrió ligeramente al ver lo que había dentro: un bajo absolutamente hermoso, con un diseño elegante y detalles en dorado que le daban un toque lujoso.
—Belén... —susurró Ale, casi sin poder creerlo—. Esto... esto es demasiado.
—¿Demasiado? —preguntó Belén, inclinándose hacia ella—. Nada es demasiado para ti.
Ale sacó el bajo del estuche con cuidado, admirando cada detalle. —No puedo aceptarlo, Belén. Esto debe haber costado una fortuna.
Belén se arrodilló frente a ella, tomando sus manos entre las suyas. —Ale, escúchame. Este bajo no es solo un regalo. Es un recordatorio de lo increíble que eres, de tu talento, de tu pasión. Quiero que cada vez que lo toques, recuerdes cuánto creo en ti.
Ale la miró, con lágrimas formándose en sus ojos. —No sé qué decir...
—Di que lo aceptarás —respondió Belén, sonriendo suavemente—. Porque si no lo haces, lo único que lograrás será romper mi corazón.
Ale dejó escapar una risa suave, secándose las lágrimas. —Está bien. Lo aceptaré.
Belén sonrió ampliamente, inclinándose para besarla. —Sabía que no te resistirías.
—Eres imposible —murmuró Ale contra sus labios, pero no podía ocultar la felicidad en su voz.
—Y tú eres la mejor bajista del mundo —respondió Belén, antes de besarla de nuevo.
El teléfono vibró en el suelo, interrumpiendo el momento íntimo entre Ale y Belén. Ale suspiró, tomando el móvil con algo de fastidio hasta que vio el nombre en la pantalla. Su expresión cambió al instante.
—Es Sofía... —murmuró, frunciendo el ceño mientras deslizaba el dedo para contestar.
Belén, que aún estaba arrodillada frente a ella, la miró con preocupación, colocando una mano sobre su rodilla en señal de apoyo.
—¿Qué quieres, Sofía? —preguntó Ale, con voz tensa.
Al otro lado de la línea, la voz de Sofía sonaba fría, casi burlona. —Quiero que sepas algo, Alejandra. Te odio. Te odio por todo lo que representas, por cómo siempre pareces ganar.
Ale apretó la mandíbula, pero no dijo nada, dejando que Sofía continuara.
—Pero ya no puedo más... Me voy. Me iré del país —admitió Sofía, su tono cargado de resentimiento—. Ya envié a mis abogados para que hagan los papeles. La custodia de Isabella será tuya.
Ale abrió los ojos con sorpresa, sus labios temblando ligeramente. —¿Hablas en serio?
—Claro que sí —respondió Sofía, con un tono cortante—. Pero no te emociones demasiado, Ale. Esto no acaba aquí. Algún día, de alguna forma, voy a regresar.
Y con eso, Sofía colgó, dejando un silencio que parecía resonar en el departamento. Ale bajó lentamente el teléfono, sus ojos llenándose de lágrimas.
Belén, alarmada, se inclinó hacia ella. —¿Qué pasa? ¿Qué te dijo?
Ale la miró, y una sonrisa se abrió paso entre sus lágrimas. —Se va, Belén. Sofía se va del país. La custodia de Isabella será mía.
Belén parpadeó, procesando la noticia, antes de sonreír ampliamente. —¡Eso es increíble!
Ale no pudo contenerlo más y rompió en llanto, un llanto de pura felicidad y alivio. Belén la abrazó de inmediato, besando su cabeza con ternura.
—Por fin, mi amor. Por fin será todo como debe ser —murmuró Belén contra su cabello.
Ale, entre sollozos, rió suavemente. —Será nuestra familia. Tú, Isabella y yo... y claro, Ángela, cuando nos visite.
Belén se apartó ligeramente para mirarla a los ojos. —Seremos una familia hermosa. Y prometo que siempre cuidaré de ti y de Isabella, pase lo que pase.
Ale la besó, profundamente agradecida por tener a alguien como Belén a su lado. Después de unos minutos, Belén se levantó, tomó el bajo que aún descansaba en el estuche y lo colocó frente a Ale.
—Creo que es momento de celebrar, ¿no crees?
Ale sonrió, asintiendo mientras tomaba el instrumento. —Sí. Celebremos que ahora somos una familia de verdad.
Con risas, abrazos y planes para el futuro, ambas se sumieron en una felicidad que parecía infinita, disfrutando del primer día de su nueva vida juntas.
La puerta del nuevo departamento sonó, interrumpiendo el cálido momento entre Ale y Belén. Ambas se miraron y, al escuchar la voz de Moni al otro lado, se levantaron para abrir.
—¡Hola, chicas! —saludó Moni con una amplia sonrisa, mientras Luis cargaba una mochila en un hombro y sostenía a Isabella de la mano.
—Aquí está su pequeña terremoto —bromeó Luis mientras Isabella corría a abrazar a Ale, casi tirándola al suelo con su entusiasmo.
—¡Mami! —exclamó Isabella, apretándola con fuerza.
—Hola, mi amor —respondió Ale con una sonrisa, besando la frente de su hija y acariciando su cabello.
Moni y Luis observaron la escena con ternura antes de abrazar tanto a Ale como a Belén.
—Les deseamos toda la suerte del mundo en este nuevo lugar —dijo Moni, con lágrimas en los ojos.
—Sabemos que harán de este departamento un verdadero hogar —añadió Luis, dándoles unas palmaditas en la espalda.
Ambos se despidieron con abrazos y palabras de ánimo antes de marcharse, dejando a la pequeña familia sola.
Isabella, con ojos curiosos y emocionados, comenzó a recorrer el departamento, inspeccionando cada rincón como si fuera un territorio desconocido.
—¡Es enorme, mami! ¡Y todo se ve tan bonito! —exclamó, maravillada, mientras tocaba las paredes y los muebles nuevos.
Ale y Belén la miraban desde la cocina, compartiendo una sonrisa.
—Ven aquí, pequeña, quiero hablar contigo —llamó Ale, sentándose en el sofá.
Isabella se acercó rápidamente y se subió al regazo de su madre, mirándola con atención.
—¿Qué pasa, mami?
Ale tomó sus pequeñas manos y la miró a los ojos, su voz llena de dulzura pero también de seriedad. —Tengo una noticia muy importante que darte, Isabella.
La niña ladeó la cabeza, intrigada. —¿Qué noticia?
Ale respiró profundamente antes de hablar. —Ya no tienes que volver con Sofía.
Isabella parpadeó, confusa. —¿Qué? ¿De verdad?
Ale asintió, acariciándole el rostro. —Sí, mi amor. Sofía ya no estará en nuestras vidas. No más maltratos, no más comentarios crueles. Ahora estarás conmigo, con Belén, y juntas construiremos algo hermoso.
La niña se quedó en silencio por un momento, procesando lo que acababa de escuchar. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas mientras abrazaba con fuerza a Ale.
—Gracias, mami. Gracias por no dejarme sola con ella.
Ale la apretó contra su pecho, besándola en el cabello. —Nunca te dejaré sola, mi pequeña. Eres lo más importante para mí.
Belén se unió al abrazo, rodeándolas a ambas con sus brazos. —Aquí siempre tendrás un hogar lleno de amor, Isa.
La niña, aún emocionada, les sonrió y les dio un beso a ambas. —¿De verdad vamos a ser una familia?
Ale y Belén intercambiaron una mirada antes de asentir al unísono.
—Sí, mi amor. Una familia hermosa, fuerte y feliz —confirmó Ale, mientras Belén añadía:
—Y siempre te cuidaremos, Isa. Pase lo que pase.
Con una sonrisa renovada, Isabella saltó del sofá y corrió a explorar el resto del departamento, dejando atrás todo el peso de su pasado con Sofía. Ale y Belén se quedaron sentadas, mirándose con complicidad, sabiendo que, aunque el camino no sería fácil, ahora estaban más unidas que nunca.
Después de un rato desempacando y acomodando cosas, los estómagos empezaron a reclamar. Isabella, siempre llena de energía y espontaneidad, anunció con entusiasmo:
—¡Mami, tengo muchísimas ganas de unas hamburguesas con papas!
Ale, quien estaba terminando de acomodar unas cajas en la cocina, levantó la vista y le sonrió al escucharla. Había algo tan puro y despreocupado en el tono de su hija que no pudo evitar sentir un inmenso alivio al verla así, libre de las preocupaciones que antes la abrumaban.
—¡Hamburguesas con papas, entonces! —respondió Ale, sacando su teléfono rápidamente.
—¿Y gaseosas? —añadió Isabella con una mirada traviesa.
—Por supuesto, también gaseosas. Hoy no nos preocupamos por las calorías —bromeó Ale mientras comenzaba a hacer el pedido.
Belén, que estaba doblando unas mantas cerca de la sala, sonrió al ver la interacción. Isabella era una niña increíblemente dulce, y aunque todavía estaba conociéndola, sentía un cariño especial por ella.
Cuando Ale terminó de hacer el pedido, Isabella se sentó al lado de Belén en el sofá. La niña la miró con curiosidad, sus ojos brillantes llenos de preguntas.
—¿Belén?
—¿Sí, Isa? —respondió Belén, dejando a un lado lo que estaba haciendo.
—¿Tú eres la novia de mi mami?
La pregunta directa sorprendió a Belén, pero no pudo evitar sonreír. Isabella siempre iba al grano.
—Sí, soy la novia de tu mami.
Isabella se quedó pensando por un momento antes de hablar de nuevo.
—Está bien... pero no la lastimes, ¿sí?
Belén sintió un nudo en la garganta al escuchar esas palabras. Había tanta sinceridad en la voz de Isabella, tanta protección hacia Ale. Se inclinó un poco hacia la niña y le tomó las manos.
—Isa, te prometo que jamás lastimaría a tu mamá. La amo muchísimo.
Isabella pareció satisfecha con la respuesta porque, sin previo aviso, se lanzó a abrazar a Belén.
—Entonces está bien —murmuró, apretándola con fuerza.
Belén correspondió al abrazo con ternura antes de levantarse y tomar a Isabella de la mano.
—Ven, pequeña. Quiero mostrarte algo.
Isabella la siguió, curiosa, mientras Belén la guiaba hasta una de las habitaciones vacías.
—Este será tu cuarto —dijo Belén, abriendo la puerta y dejándola pasar.
Los ojos de Isabella se iluminaron mientras miraba alrededor.
—¿De verdad?
—De verdad. Y pronto vamos a comprar cosas para decorarlo como tú quieras. ¿Qué te gustaría?
Isabella pensó un momento antes de responder.
—Colores brillantes... y tal vez algo de música. Ángela dice que la música siempre hace que todo sea mejor.
Belén sonrió y le revolvió el cabello.
—Entonces pondremos colores brillantes y un rincón especial para música.
Isabella asintió, emocionada, y luego corrió de regreso hacia donde estaba Ale. Al encontrarla, se lanzó a sus brazos, abrazándola con fuerza.
—Gracias, mami. Por todo.
Ale la sostuvo, acariciándole el cabello mientras le sonreía.
—Siempre, mi amor.
Isabella entonces notó el bajo que Ale había dejado apoyado contra una de las paredes.
—¡Mami! ¿Ese es un bajo?
—Sí, es nuevo. Fue un regalo de Belén —explicó Ale, con una mirada cariñosa hacia su novia.
Isabella lo observó con fascinación antes de preguntar tímidamente:
—¿Puedo usarlo? Ángela me enseñó un poco cuando me dejó tocar el suyo.
Ale levantó una ceja, sorprendida.
—¿En serio? Bueno, está bien. Pero con cuidado, ¿sí?
Isabella asintió emocionada y tomó el bajo con delicadeza, sentándose en el sofá. Intentó recordar lo que Ángela le había enseñado, sus dedos pequeños moviéndose con cuidado por las cuerdas.
Belén y Ale la observaban desde la cocina, sonriendo al verla tan concentrada. Era un momento simple, pero estaba lleno de amor y esperanza. Finalmente, las cosas parecían estar en su lugar, y el departamento ya empezaba a sentirse como un verdadero hogar.
La comida no tardó en llegar, y el delicioso aroma llenó el departamento. Ale, Belén e Isabella decidieron sentarse en ronda en el piso, usando las cajas como improvisadas mesas. La escena era sencilla, pero había algo íntimo y reconfortante en compartir este momento juntas, en su nuevo hogar.
Isabella, con una enorme hamburguesa en las manos, comenzó a comer con entusiasmo, alternando bocados con las papas fritas. Ale, observándola, no pudo evitar sonreír al verla tan relajada y despreocupada, algo que había sido un lujo en los últimos meses.
Belén, siempre atenta, llenó el vaso de Isabella con gaseosa antes de tomar un bocado de su propia hamburguesa.
—¿Qué tal, Isa? ¿Están buenas? —preguntó Belén con una sonrisa.
—¡Están riquísimas! —respondió Isabella con la boca llena, ganándose una leve risa de ambas mujeres.
Mientras comían, la conversación fluyó con naturalidad, desde pequeñas anécdotas hasta planes para decorar el departamento. Sin embargo, en un momento, Isabella dejó su hamburguesa en la caja y miró a Ale con seriedad.
—Mami, ¿me vas a cambiar de escuela?
Ale levantó la vista, sorprendida por la pregunta.
—¿Por qué lo dices, mi amor?
—No quiero volver a esa escuela. Algunos niños me hacen preguntas raras... y Sofía siempre me decía que era culpa mía si algo malo pasaba. Pensé que, tal vez, aquí podría hacer escuela en casa...
El tono de Isabella era tímido, pero sincero. Ale sintió una punzada de dolor al escucharla mencionar a Sofía y las cosas que le había dicho.
Belén, que estaba sentada al lado de Isabella, le puso una mano en el hombro con suavidad.
—Isa, aquí nadie va a obligarte a hacer algo que te haga sentir mal. Si quieres cambiar de escuela o hacer escuela en casa, podemos hablar de eso y ver qué es lo mejor para ti, ¿verdad, Ale?
Ale asintió rápidamente, dejando su hamburguesa a un lado para enfocarse completamente en su hija.
—Por supuesto, Isa. Lo importante es que te sientas cómoda y feliz. Si prefieres hacer escuela en casa, podemos buscar un programa que te guste. Y si quieres cambiar de escuela, buscaremos una donde te sientas segura y donde nadie te moleste.
Isabella parecía pensativa por un momento, sus ojos bajando hacia sus papas fritas. Finalmente, levantó la vista hacia ambas mujeres y sonrió tímidamente.
—Gracias. Solo quiero estar en un lugar donde me sienta tranquila.
Belén le revolvió el cabello con cariño.
—Y lo estarás, Isa. Prometemos que haremos todo lo posible para que estés feliz.
Ale se inclinó y le dio un beso en la frente.
—Siempre, mi amor.
La conversación tomó un giro más ligero después de eso, pero las palabras de Isabella resonaban en la mente de Ale. Era un recordatorio de cuánto tenía que sanar su hija y cuánto dependía de ella y Belén para brindarle un ambiente lleno de amor y seguridad.
Cuando terminaron de comer, Isabella tomó su vaso y brindó.
—Por nuestra nueva casa y porque ahora somos una familia.
Ale y Belén levantaron sus vasos también, sonriendo con los ojos brillantes.
—Por nuestra familia —repitió Ale.
—Por nuestra familia —añadió Belén, tocando los vasos de ambas.
El brindis sencillo, pero cargado de significado, selló ese momento como un nuevo comienzo para las tres.
Con la tarde cayendo, el departamento ya empezaba a sentirse como un hogar. Las cajas estaban casi todas vacías, y el lugar había tomado vida con los pequeños detalles que cada una había añadido mientras acomodaban. Isabella, exhausta después de la mudanza, descansaba en la habitación que ahora era suya, probablemente sumida en sueños tranquilos.
En la sala, Ale y Belén estaban juntas en el sillón, compartiendo un momento de calma después del ajetreo del día. Belén, con la cabeza recostada en el hombro de Ale, miraba hacia la ventana, donde los últimos rayos de luz iluminaban suavemente el espacio.
—Ale... —comenzó Belén, rompiendo el silencio.
Ale giró la cabeza ligeramente hacia ella, su expresión relajada.
—¿Qué pasa?
Belén tomó un segundo antes de responder, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras.
—Estaba pensando... ¿qué va a pasar ahora?
Ale frunció ligeramente el ceño, intrigada.
—¿A qué te refieres?
Belén se incorporó un poco para mirarla directamente.
—Prácticamente vivimos juntas desde que iniciamos nuestra relación hace casi dos meses. Ahora ya tenemos un departamento, compartimos nuestra vida, cuidamos juntas de Isabella… Y luego están los medios.
Ale suspiró, comprendiendo a dónde iba la conversación.
—Sí, los medios…
Belén la miró con seriedad.
—Eres muy conocida, Ale. Eres bajista en una de las bandas más importantes del país. No pasa mucho tiempo antes de que alguien se dé cuenta de nuestra relación y empiecen las preguntas. ¿Deberíamos hacer esto público?
Ale se quedó en silencio por un momento, mirando las manos de Belén que estaban entrelazadas con las suyas. Finalmente, levantó la vista y fue sincera.
—No quiero que nos escondamos, pero tampoco quiero que vivamos con el peso de tener que explicar cada cosa que hacemos. Si alguien nos ve juntas y pregunta, no lo vamos a negar, pero tampoco voy a sentarme frente a una cámara a dar un comunicado oficial.
Belén asintió lentamente, considerando las palabras de Ale.
—Entonces… seremos libres. Nada de confirmaciones, pero tampoco nos vamos a reservar.
—Exacto. —Ale sonrió, sintiendo que llegaban a un buen acuerdo.
Hubo un momento de silencio, y luego fue Ale quien tomó la palabra.
—¿No sientes como que fuimos muy rápido?
Belén arqueó una ceja, ligeramente divertida.
—¿Por qué lo preguntas?
—Es que... hace menos de dos meses ni siquiera nos conocíamos, y ahora estamos viviendo juntas. Este departamento, Isabella, todo… A veces siento que estamos en un tren a toda velocidad.
Belén dejó escapar una risa suave.
—No lo siento así.
Ale la miró, un poco sorprendida por la seguridad en su respuesta.
—¿No?
Belén negó con la cabeza.
—No. Cuando estoy contigo, todo se siente... bien. No importa si ha sido poco tiempo o mucho. ¿Tú sientes que vamos rápido?
Ale la miró con intensidad, como si estuviera buscando algo en sus ojos. Luego, negó suavemente.
—No. No cuando lo dices de esa forma.
Belén sonrió y se acercó un poco más a Ale, recostándose nuevamente en su hombro.
—Entonces estamos donde debemos estar.
Ale rodeó a Belén con un brazo, acercándola más a ella.
—Supongo que sí.
Se quedaron así, en silencio, disfrutando de la tranquilidad del momento y la seguridad que sentían al estar juntas. El ruido del mundo exterior no parecía importar mientras estuvieran allí, en ese sillón, compartiendo ese espacio que ya se sentía como suyo.
Ale y Belén estaban en el sillón, disfrutando de la calma de la noche. Después de la conversación que habían tenido, las tensiones parecían haberse disipado, y Ale había relajado sus hombros mientras Belén jugaba con un mechón de su cabello.
Belén se inclinó ligeramente, rozando los labios de Ale con los suyos, hasta que finalmente la besó con suavidad, pero no tardó en profundizarlo. Sus manos acariciaron los hombros de Ale, y entre beso y beso, empezó a susurrar.
—¿Sabes lo mucho que me gusta tocarte aquí? —murmuró Belén, dejando que su mano bajara hasta la cintura de Ale mientras besaba su cuello.
Ale cerró los ojos, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.
—Belén… —intentó hablar, pero su voz salió más como un suspiro.
—Y aquí… —continuó Belén, deslizando sus dedos un poco más abajo, susurrando el nombre explícito de la zona, con una sonrisa traviesa en los labios.
Ale abrió los ojos y dejó escapar una risa nerviosa, mirándola.
—Eres increíble. ¿Siempre tienes que hablarme así?
—¿Qué puedo decir? —respondió Belén, con una mirada descarada—. Me encanta tentarte.
Ale la empujó suavemente por los hombros, sonriendo.
—Eres una descarada.
—¿Y no te gusta? —preguntó Belén, inclinándose para morderle suavemente el lóbulo de la oreja.
Antes de que Ale pudiera responder, un sonido débil, como un llanto, llegó desde el pasillo. Ale se tensó de inmediato y se enderezó.
—Es Isabella.
Ambas se levantaron rápidamente y corrieron hacia la habitación de Isabella. Cuando llegaron, la encontraron en la cama, retorciéndose y llorando con pequeños gemidos. Su cuerpo parecía agitarse de manera descontrolada, y Ale llevó una mano a su boca, horrorizada.
—Está convulsionando —dijo Ale, con la voz temblando mientras daba un paso hacia la cama.
Belén la tomó del brazo, firme pero tranquila.
—No, Ale, espera. No es una convulsión. Está soñando. Es una pesadilla.
Ale la miró, confundida, pero asintió, tratando de calmar su respiración. Ambas se acercaron con cuidado, Belén poniéndose del lado de la cama y tocando suavemente el hombro de Isabella.
—Isabella… —dijo en un tono bajo, casi un susurro—. Despierta, cariño.
Ale se inclinó hacia el otro lado, acariciando su cabello con suavidad.
—Isabella, mi amor. Soy mamá. Despierta, estás a salvo.
Isabella gimió y su cuerpo se sacudió una vez más antes de abrir los ojos de golpe. Estaban llenos de lágrimas, y su respiración era rápida y descontrolada.
—¡No! —gritó, moviendo las manos como si tratara de alejar algo o a alguien.
—Shh… tranquila, Isabella. Estás con nosotras. Todo está bien —intentó decir Belén, pero la niña se encogió hacia un rincón de la cama, alejándose de ambas.
—¡No me toquen! —sollozó Isabella, su cuerpo temblando mientras se cubría la cara con las manos.
Ale y Belén intercambiaron una mirada angustiada. Ale se sentó en el borde de la cama, pero no se acercó más.
—Está bien, mi amor. No te vamos a tocar. Estamos aquí para ti. Cuando estés lista, estamos aquí —dijo Ale con la voz entrecortada, tratando de contener las lágrimas.
Pasaron varios minutos en los que Isabella lloró desconsoladamente, sin permitir que nadie se acercara. Finalmente, su llanto comenzó a disminuir, y su respiración se hizo más regular. Miró a Ale con ojos hinchados y llenos de miedo.
—¿Puedo… puedo abrazarte? —preguntó Ale, con la voz llena de amor y paciencia.
Isabella asintió ligeramente y, como si su resistencia se hubiera quebrado, se lanzó hacia Ale, envolviéndola en un abrazo desesperado. Ale la sostuvo con fuerza, acariciando su espalda mientras le murmuraba palabras tranquilizadoras.
—¿Qué pasó, mi amor? ¿Qué soñaste? —preguntó Ale, sin dejar de abrazarla.
Isabella tardó un momento en responder, su voz quebrada.
—Sofía… estaba borracha… —comenzó, sus palabras entrecortadas por los sollozos—. Me estaba pegando.
Ale cerró los ojos con fuerza, tratando de controlar la ira y el dolor que se apoderaban de ella. Belén se sentó a su lado, acariciando la cabeza de Isabella con suavidad.
—¿Y luego qué pasó? —preguntó Belén con delicadeza.
—Me gritaba cosas horribles… que era gorda, que no servía para nada. Y después… —Isabella hizo una pausa, su voz rompiéndose—. Después me abandonó.
Las lágrimas corrieron por las mejillas de Ale, y Belén tuvo que tomar aire para no romperse también.
—Eso nunca va a pasar, Isabella. Nunca más. No volverás a vivir con Sofía, te lo prometo —dijo Ale con firmeza, besando la frente de su hija.
Belén asintió, abrazando a ambas.
—Estamos aquí para ti, siempre. Nadie va a volver a hacerte daño.
Isabella finalmente se relajó en sus brazos, sus lágrimas cesando poco a poco mientras se sentía segura con Ale y Belén a su lado.
Después de un rato, cuando Isabella finalmente dejó de llorar y su respiración se estabilizó, Ale decidió cargarla. Con fuerza y cuidado, la levantó en brazos. Isabella era tan delgada que apenas le costó esfuerzo. Ale sintió una punzada de dolor al pensar en lo mal que había estado alimentándose mientras vivía con Sofía.
—No pesas nada, pequeña —dijo Ale con una sonrisa suave, tratando de aligerar el ambiente mientras la llevaba hacia el sofá.
Belén se levantó y se dirigió a la cocina. Cuando regresó, traía tres vasos con gaseosa y una sonrisa reconfortante.
—Vamos a brindar por esta nueva etapa, ¿les parece? —dijo Belén, colocando los vasos sobre la mesita.
Isabella miró la gaseosa con algo de duda, como si temiera que fuera un lujo que no debía permitirse. Pero al ver la expresión tranquila y alentadora de Ale y Belén, tomó el vaso con manos temblorosas y bebió un sorbo.
—Gracias… —murmuró, relajándose un poco más en el sofá junto a Ale.
Ale le acarició el cabello con ternura mientras tomaba un poco de su gaseosa.
—¿Sabes qué? —dijo Isabella después de un momento, mirándolas a ambas con ojos esperanzados—. ¿Ángela puede visitarnos pronto?
Ale sonrió ampliamente.
—Por supuesto que sí, amor. Estoy segura de que a Ángela le encantará venir a verte.
—Y se quedará a dormir, ¿verdad? —preguntó Isabella, con una pizca de entusiasmo en su voz.
—Lo que tú quieras —respondió Ale, sintiéndose aliviada de verla un poco más animada.
Belén, observando el cambio de humor de Isabella, decidió mantener el ambiente relajado.
—¿Y qué te parece si ahora vemos una película? —preguntó, sentándose en el otro extremo del sofá.
Isabella ladeó la cabeza, pensativa.
—¿Puedo escogerla yo?
—Por supuesto —respondió Belén con una sonrisa.
Isabella finalmente pareció relajarse por completo, acomodándose entre Ale y Belén mientras encendían el televisor. Aunque todavía quedaban heridas por sanar, en ese momento, todo parecía un poco más llevadero.
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