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17

Holaaaaa

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Alejandra salió del hospital después de su confrontación con Sofía, aún con la adrenalina corriendo por su cuerpo. Al subir al auto con Belén, tomó aire y sacó su teléfono. Sabía que necesitaba apoyo, y sabía exactamente a quién llamar.

Marcó el número de Paulina, quien contestó al segundo timbre.

—¡Ale! ¡Por fin! —dijo Pau con emoción, su voz llenando el silencio del auto—. ¿Ya estás en México?

Ale sonrió, a pesar de lo tensa que se sentía.

—Sí, Pau. Llegamos hace un par de horas. Estoy en el hospital con Isabella.

—Ale... —la voz de Pau se suavizó—. Tienes que venir a vernos. Por favor. No nos hemos visto en casi tres años. No solo en llamadas, ¿te das cuenta de eso? Dany y yo te extrañamos demasiado... Y mamá y papá también.

Ale suspiró, sintiendo una mezcla de emociones. Sabía que tenía razón, pero todo lo que estaba sucediendo con Isabella y Sofía la tenía distraída.

—No sé, Pau. No estoy segura de que sea el momento...

—¡Claro que es el momento! —interrumpió Pau, insistente—. Déjate de excusas. Te necesitamos, Ale. Le voy a avisar a Dany y a los papás. Nos vemos en la casa en una hora, ¿sí? Por favor.

Belén, que escuchaba todo desde el asiento del copiloto, le puso una mano en la pierna para calmarla. Ale la miró, y Belén simplemente asintió con una pequeña sonrisa, como dándole la aprobación que necesitaba.

—Está bien —dijo Ale finalmente—. Estaremos allí en una hora.

—¡Eso! —exclamó Pau, claramente emocionada—. Te prometo que no te arrepentirás.

Ale cortó la llamada y dejó el teléfono sobre su regazo. Se giró hacia Belén, que la miraba con calma.

—¿Estás segura de esto? —preguntó Ale.

—Ellos son tu familia, amor —respondió Belén, acariciándole la pierna—. Creo que será bueno para ti verlos. Además, estoy aquí contigo. No tienes que enfrentarlo sola.

Alejandra le dedicó una sonrisa agradecida y asintió.

—Está bien. Vámonos.

Belén arrancó el auto, y juntas se dirigieron hacia la casa de la familia Villarreal, donde las esperaba un reencuentro lleno de emociones, recuerdos y, sin duda, muchas risas.

Una hora después....

Alejandra respiró profundo antes de tocar el timbre de la casa de Paulina. A pesar de que era su familia, los años de distancia y todo lo que había sucedido entre ellos le generaban nervios. Apenas pasó un segundo desde que tocó cuando la puerta se abrió de golpe, y Pau prácticamente saltó sobre ella.

—¡Ale! —gritó Pau, llorando mientras la envolvía en un abrazo apretado—. ¡Por fin estás aquí!

Ale no pudo contener las lágrimas mientras sentía los brazos de su hermana rodeándola con fuerza. Antes de que pudiera decir algo, sintió otro par de brazos abrazándola desde el otro lado. Era Dany, quien también lloraba, conmovida por el reencuentro.

—Te extrañamos tanto, hermanita —dijo Dany entre lágrimas.

Ale abrazó a ambas con fuerza, dejando que todas esas emociones reprimidas durante años salieran.

—Yo también las extrañé —murmuró, su voz quebrándose.

Después de un largo momento, ambas hermanas soltaron a Ale para saludar a Belén, quien había observado la escena con una sonrisa cálida. Pau y Dany la saludaron con cariño, agradecidas de que estuviera allí apoyando a Ale.

Al entrar, Ale vio a sus padres esperándola en la sala. Su madre tenía los ojos llenos de lágrimas, mientras que su padre, luis, no se molestó en disimularlas. Se levantó rápidamente y abrazó a su hija con fuerza.

—Te ves feliz, Ale —le dijo luis mientras la miraba con una sonrisa llena de amor y orgullo.

Ale asintió, emocionada.

—Lo estoy, papá.

Después de saludar a su madre, quien no dejó de acariciarle el rostro mientras lloraba, Ale preguntó:

—¿Y Hanna? ¿Y Olivia?

Pau, secándose las lágrimas con una sonrisa, respondió:

—Ahora bajan.

Casi como si las hubiera invocado, Hanna apareció en la parte superior de las escaleras. Al ver a Ale, corrió hacia ella y la abrazó con fuerza.

—¡Ale! —dijo Hanna, emocionada—. No puedo creer que estés aquí.

—Yo tampoco —respondió Ale con una sonrisa mientras la abrazaba.

Hablaron un poco, poniéndose al día, hasta que una pequeña voz tierna rompió el momento:

—Hace calor...

Todos voltearon hacia las escaleras y vieron a Olivia, con su cabello despeinado y en pijama, bajando lentamente mientras se quejaba. Al llegar al final de las escaleras, se acercó a Pau, quien le susurró:

—Compórtate. Tenemos visitas.

Olivia levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de Alejandra. Su rostro mostró un destello de reconocimiento, pero casi de inmediato se escondió detrás de Pau, visiblemente avergonzada.

Pau, entre risas, comentó:

—¿Y no eras tú la que no dejaba de molestar con conocer a Ale? ¡Mírala ahora!

Ale sonrió con ternura y se agachó a la altura de Olivia.

—Hola, Olivia —le dijo suavemente, extendiendo los brazos hacia ella—. ¿Me das un abrazo?

Olivia miró a Pau, luego a Ale, y finalmente dio un paso tímido hacia adelante. Lentamente, rodeó el cuello de Ale con sus pequeños brazos y se aferró a ella. Ale la abrazó con cuidado, como si sostuviera algo precioso.

—Es un gusto conocerte, pequeña —le susurró Ale mientras acariciaba su cabello—. Tu mamá siempre me habla mucho de ti.

Olivia, aún escondiendo su rostro en el hombro de Ale, murmuró:

—También quería conocerte...

Ale se separó un poco para mirarla a los ojos y le sonrió.

—Pues aquí estoy. Y estoy muy feliz de conocerte también.

Olivia sonrió tímidamente y finalmente se relajó en los brazos de Ale, quien sintió su corazón llenarse al ver la confianza de la pequeña. La familia observaba la escena con sonrisas cálidas, sabiendo que este reencuentro significaba mucho más que un simple abrazo.

La tarde continuaba llena de emociones y reencuentros. Hanna, siempre en su rol de líder en la casa, organizaba la cena mientras le daba indicaciones a Pau sobre la comida. Olivia, por su parte, estaba bajo su atenta supervisión. Aunque aún tenía un aire tímido, de vez en cuando lanzaba miradas curiosas hacia Ale, como si estuviera intentando asimilar que la hermana de su madre estaba finalmente allí.

Dany, en un rincón, estaba hablando animadamente con Belén y Ale, quienes, todavía abrazadas, se intercambiaban historias y sonrisas. Habían estado separadas por tanto tiempo, pero ahora, finalmente, todo parecía encajar, como si nada hubiera cambiado, como si los años de distancia nunca hubieran existido.

La conversación se desvió hacia la mesa cuando Luis, el padre de Ale, con una expresión seria, empezó a hacerle preguntas a Belén mientras la comida se servía.

—Entonces, Belén —dijo Luis, mirando directamente a la novia de su hija con una mirada atenta pero no del todo fría—, ¿cuánto tiempo llevan ustedes juntas?

Ale, que aún estaba abrazando a Belén, la miró con un brillo de ternura en los ojos, esperando la respuesta.

Belén, aunque un poco sorprendida por la pregunta directa, no titubeó. Se había preparado para todo tipo de comentarios y preguntas. Con una sonrisa suave, le respondió:

—Llevamos casi un mes, pero hemos estado conociéndonos mucho antes de eso. No es solo un noviazgo reciente, señor, somos sinceras la una con la otra.

Luis asintió, evaluando sus palabras. Había una intensidad en su mirada que solo los padres pueden tener, especialmente cuando se trata de proteger a sus hijos.

—Bueno, eso me gusta escuchar. La sinceridad es lo más importante —respondió Luis, suavizando un poco su tono—. ¿Y cómo sabes que ella es la indicada para mi hija?

Ale, que escuchaba atentamente, tomó la mano de Belén bajo la mesa. No podía evitar sonreír al verla responder con tanta calma. Belén, con su característico aplomo, no dejó de mirarlo a los ojos.

—Porque la amo, y sé que ella también me ama —dijo Belén sin vacilar—. Y sé que juntos somos mejores. No estoy aquí por obligación, sino porque creo en lo que estamos construyendo.

Luis la observó en silencio por un momento, luego se echó hacia atrás en su silla, como si meditara sus palabras. Finalmente, soltó un suspiro y sonrió levemente.

—Está bien, parece que lo tienes claro. Solo quiero que sepas que mi hija significa todo para mí, y si vas a estar en su vida, espero que la cuides tanto como yo lo haría.

Ale no pudo evitar sonrojarse un poco al escuchar esas palabras de su padre, pero su corazón se sintió más ligero. A pesar de las tensiones de la vida, sabía que su padre solo quería lo mejor para ella. Belén, por su parte, asintió y le dio una sonrisa tranquila, sin mostrar nervios.

—Lo prometo, señor. La cuidaré y siempre seré honesta con ella.

Luis, al ver la sinceridad en los ojos de Belén, asintió lentamente.

—Bien, ya me he quedado tranquilo. Solo quiero que ambas sean felices.

El ambiente se relajó un poco y, con una sonrisa, Luis se levantó para servir algo más en la mesa. Todos comenzaron a sentarse, con las conversaciones fluyendo más fácilmente mientras la cena continuaba. Aunque la conversación había sido seria y directa, algo en el aire había cambiado, un entendimiento mutuo entre los padres y la pareja de su hija, con el respeto y la promesa de cuidar lo más valioso: el amor entre Ale y Belén.

La comida continuaba en un ambiente cálido y relajado. Belén, con su encanto natural y su manera cuidadosa de tratar a Ale, comenzaba a ganarse poco a poco a todos en la mesa. Moni, la madre de Ale, observaba cada gesto de la novia de su hija, desde cómo le servía más agua sin que Ale se lo pidiera, hasta cómo le acomodaba un mechón de cabello detrás de la oreja mientras le susurraba algo que hacía que Ale sonriera.

Moni no pudo evitar sonreír también. Se inclinó ligeramente hacia Luis y susurró:
—Es buena chica. Me gusta cómo trata a nuestra hija.

Luis asintió, todavía con su semblante serio, pero más relajado. Era evidente que Belén estaba dejando una buena impresión.

Dany, quien estaba sentada al lado de Pau, tomó la palabra mientras cortaba un pedazo de carne.
—Por cierto, Valentín no tarda en venir. Su jefe no lo dejó salir antes, pero ya va en camino.

—Siempre pasa lo mismo —comentó Pau, rodando los ojos mientras Hanna la miraba con una sonrisa divertida.
—Valentín debería tener un jefe más amable —bromeó Hanna mientras servía un poco más de ensalada para Olivia.

Pau, siempre cariñosa con su esposa, le dio un beso en la mejilla antes de responder.
—Sí, pero al menos hoy no puede quejarse porque tú también estabas retrasada.

Hanna rió y sacudió la cabeza, sin dejar de atender a Olivia, quien estaba inquieta en su silla. La pequeña seguía lanzando miradas furtivas hacia Ale y Belén, claramente fascinada con la presencia de ambas. Finalmente, no pudo contenerse más y habló con su voz dulce y llena de curiosidad.

—Tía Ale... ¿y tú, tía Belén? ¿Ustedes viven juntas?

Ale soltó una risita al escuchar la pregunta inesperada, mientras Belén miraba a Olivia con ternura.
—Pues no exactamente, Olivia —respondió Ale, inclinándose un poco hacia la pequeña—, pero pasamos mucho tiempo juntas.

—¿Y tienen un perrito? —preguntó Olivia, emocionada.

Belén rió suavemente.
—No, todavía no, pero tal vez algún día tengamos uno. ¿Te gustan los perritos?

Olivia asintió con entusiasmo.
—¡Sí! Quiero un perrito, pero mamá Pau dice que todavía no puedo porque haría un desastre.

—Eso es verdad —intervino Pau, riendo mientras Olivia la miraba con ojos suplicantes.
—¿Y qué les gustaría hacer si tuvieran un perrito? —preguntó Belén, siguiendo la conversación de Olivia con total atención.

Olivia comenzó a hablar emocionada, describiendo todas las aventuras que tendría con un perrito imaginario. Ale y Belén la escuchaban con sonrisas mientras la pequeña se soltaba, perdiendo por completo su timidez inicial.

Moni, observando la escena, se inclinó hacia Luis nuevamente.
—No solo trata bien a Ale, sino que también tiene paciencia con Olivia. Es un gran punto a favor.

Luis sonrió levemente y asintió.
—Es verdad. Parece una buena pareja para nuestra hija.

Mientras tanto, Hanna y Pau seguían con sus bromas y muestras de cariño, lo que llenaba el ambiente de risas. Belén, notando esto, susurró en el oído de Ale:
—Tu familia es increíblemente cálida. Me encanta estar aquí.

Ale la miró con ternura y le respondió en un susurro:
—Y ellos ya te adoran, lo sé.

El momento fue interrumpido por un sonido de la puerta. Dany se levantó rápidamente.
—Debe ser Valentín. Ya verán, está muerto de hambre —dijo mientras iba a abrir la puerta.

Todos rieron mientras la conversación continuaba animadamente, con Olivia ahora tratando de decidir qué preguntas haría a continuación para seguir conversando con sus nuevas tías favoritas.

La puerta se abrió y Valentín entró apresuradamente, con su chaqueta colgando de un brazo y el cabello ligeramente desordenado.
—¡¿Dónde está mi cuñada perdida?! —preguntó, alzando la voz en broma mientras sus ojos buscaban a Alejandra.

Ale se levantó de su silla con una sonrisa traviesa.
—¡Aquí estoy, imbécil! —le respondió con ese tono burlón que solía usar con él hace años.

Valentín se acercó rápidamente y la abrazó con fuerza, riendo.
—¡Te extrañé, mocosa! ¿Cómo estás?

Ale le devolvió el abrazo, dándole unas palmadas en la espalda antes de separarse.
—Bien... bastante bien, la verdad.

Valentín la miró con atención, notando el brillo en sus ojos y la serenidad en su rostro.
—Se te ve, Ale. Estás en paz, y eso me alegra mucho.

—Gracias, Val. —Ale sonrió con sinceridad antes de señalar hacia Belén—. Ven, te presento a Belén.

Valentín caminó hacia Belén con una expresión amigable y una sonrisa amplia. Extendiéndole la mano de manera exageradamente formal, dijo:
—¿Así que tú eres la que logró domar a esta fiera? Mis respetos.

Belén rió con diversión mientras tomaba su mano y correspondía el saludo.
—Algo así, pero no fue tan difícil como parece.

Valentín soltó una carcajada, luego la miró con picardía.
—Bueno, bienvenida oficialmente a la locura que es esta familia. Espero que estés preparada porque no damos tregua.

—Eso ya lo estoy viendo —respondió Belén con una sonrisa, mientras Valentín le guiñaba un ojo y se giraba hacia Ale.

Ale ya estaba sentada de nuevo en su lugar, junto a Belén, y la observaba con una mezcla de orgullo y cariño. Valentín, antes de sentarse, señaló con el dedo hacia ellas.
—Oye, pero hacen buena pareja, eh. Si me dejan, les doy un diez de diez.

—Gracias por tu bendición, oh gran crítico familiar —respondió Ale con sarcasmo mientras rodaba los ojos.

Todos rieron mientras Valentín finalmente se acomodaba en su lugar, aún bromeando y contando cómo casi no llegaba a tiempo por culpa del tráfico. La conversación fluyó de manera ligera y llena de risas, con Valentín integrándose rápidamente al ambiente cálido que ya reinaba en la mesa.

En un momento, la conversación alrededor de la mesa comenzó a calmarse, y las miradas se dirigieron a Ale, quienes sabían que había regresado a México no solo para visitar, sino por algo más importante. Pau, siempre directa, fue la primera en preguntar:

—Ale, ¿y las niñas? ¿Cómo está Isabella? ¿Qué fue lo que pasó?

Ale tomó un sorbo de su vaso y suspiró, sintiendo el peso de todas las miradas sobre ella. Belén le dio un apretón suave en la mano bajo la mesa, como recordándole que no estaba sola.

—Isabella está bien... bueno, dentro de lo que cabe. La encontramos en el hospital porque se desmayó. —Hizo una pausa, tratando de mantener la calma—. Tiene anemia, está muy débil... y no puedo creer que llegara a este punto.

Moni, su madre, puso una mano sobre su boca con una expresión de preocupación.
—¿Cómo pasó eso, hija? ¿Qué está haciendo Sofía?

Ale sacudió la cabeza, con una mezcla de frustración y tristeza en su rostro.
—Eso es lo peor. Sofía... no está bien. Es evidente que no puede cuidar de Isabella. Lleva semanas sin ir a la escuela, y su computadora está llena de cosas horribles sobre cómo matarse de hambre.

Hubo un silencio pesado en la mesa. Valentín, serio por primera vez en toda la noche, preguntó:
—¿Y Sofía? ¿Qué piensas hacer con ella?

—Hablé con Sofía en el hospital —continuó Ale, enderezándose un poco—. Fui directa. Le dije que sabía que estaba usando drogas, que Isabella lleva semanas sin ir a la escuela y que no tendría problema en reportarla a servicios sociales si no me deja tener al menos derechos de visita. Le di un día para decidir.

Dany, con una expresión de incredulidad, negó con la cabeza.
—¿Y crees que acepte?

Antes de que Ale pudiera responder, Belén intervino con voz firme y tranquila.
—Estamos preparadas para cualquier respuesta. Ya hablé con un abogado, y si Sofía no cede, iniciaremos el proceso legal. Hay pruebas suficientes para demostrar que no está en condiciones de cuidar a Isabella.

Pau asintió lentamente, aunque su preocupación era evidente.
—Hiciste bien, Ale. Pero si necesitas ayuda... estamos aquí.

Ale sonrió débilmente, agradecida por el apoyo de su familia.
—Gracias. De verdad, gracias. Solo espero que Sofía recapacite y piense en Isabella, no en su orgullo.

Moni, con lágrimas en los ojos, se inclinó hacia Ale.
—Eres fuerte, hija. Y estás haciendo lo correcto. Isabella te necesita.

El ambiente en la mesa se tornó más solemne, pero había un entendimiento compartido de que Ale estaba enfrentando algo muy difícil y, con Belén a su lado y el apoyo de su familia, no estaba sola en esta lucha.

La cena transcurría con calma, las risas aún flotaban en el aire después de la conversación seria sobre Isabella. Ale, queriendo relajarse un poco, tomó un vaso de agua que estaba cerca, pero un pequeño accidente cambió el ambiente en cuestión de segundos. Sin querer, derramó el agua sobre su remera.

—¡Maldición! —exclamó, mientras trataba de secarse con las manos.

Belén, que estaba sentada a su lado, soltó una risita y tomó una servilleta para intentar ayudarla.

—Tranquila, amor. No es el fin del mundo. —Le limpió un poco la remera y luego se quitó su campera para ofrecérsela—. Póntela, así no te mojas más.

—Gracias, mi salvadora —respondió Ale con una pequeña sonrisa mientras tomaba la campera.

Fue entonces cuando Luis, el papá de Ale, intervino:
—Creo que por aquí debo tener alguna remera vieja tuya, hija... aunque, bueno, esta es la casa de Pau, no la mía.

Pau, con una sonrisa pícara, levantó la mano.
—Oh, yo tengo remeras tuyas. Ya sabes, esas que "misteriosamente desaparecían" cuando éramos adolescentes.

Ale arqueó una ceja.
—¿De verdad te las quedaste?

—Claro. Nunca las devolví. ¿Qué esperabas? —Pau se levantó de la mesa y fue al cuarto a buscar alguna de esas reliquias. Regresó rápidamente con una remera en la mano—. Aquí tienes.

Ale tomó la remera, un poco desconfiada, pero no dijo nada. Se levantó y caminó hacia el baño para cambiarse. Mientras cerraba la puerta, su voz resonó desde dentro:
—¡No pienso salir de aquí jamás!

Pau estalló en carcajadas, casi tirando el vaso que tenía en la mano.
—¡Oh, no puede ser! Esto es demasiado.

Belén, confusa pero divertida, la miró.
—¿Por qué se ríe tanto? ¿Qué hiciste, Pau?

Desde el baño, Ale volvió a gritar:
—¡No puedo creer que me hayas hecho esto, Pau! ¡No voy a salir jamás!

Pau seguía riendo a carcajadas, con lágrimas en los ojos.
—¡Es que tenía que hacerlo!

Belén, cada vez más curiosa, se levantó y caminó hacia la puerta del baño.
—Amor, ¿qué pasa? ¿Qué tiene esa remera?

Finalmente, después de varios segundos de silencio y más risas de Pau, Ale abrió la puerta del baño con el rostro completamente rojo y sosteniendo la parte delantera de la remera como si quisiera ocultarla.

—¡Mírenla ustedes mismas! —dijo Ale con un tono de resignación mientras bajaba lentamente las manos.

Cuando la remera quedó a la vista, las risas explotaron en toda la habitación. La prenda tenía una enorme foto de Justin Bieber en el centro, con su nombre escrito en letras cursivas y brillantes.

—¡Esa remera no es mía! —dijo Ale, cruzándose de brazos como una niña enojada.

Pau, sin poder parar de reír, se sujetó el estómago y respondió:
—¡Claro que no es tuya! ¡Es mía! Bueno, técnicamente no. Era de Dany.

—¡¿Qué?! —gritó Dany desde la mesa, levantándose de su asiento.

Ale se escondió detrás de Belén, quien tampoco podía contener la risa mientras intentaba calmarla.
—¡Dany, no puedes culparme! ¡Mira esta cosa!

Dany caminó hacia ellas, con una expresión de vergüenza y frustración.
—¡Es mi remera de cuando tenía quince! ¡Era mi favorita!

Valentín, que hasta ese momento había estado mirando con una mezcla de incredulidad y diversión, se cruzó de brazos con fingida seriedad.
—¿Así que eras una "Belieber"?

Dany lo miró con los ojos entrecerrados.
—¡Eso fue hace años! Ya lo superé.

—Claro, claro —respondió Valentín, levantando las cejas con fingida inocencia—. Pero ahora todo tiene sentido. ¿Por qué nunca me dijiste que Justin Bieber era la competencia?

Las risas no cesaban, y Ale, todavía escondida detrás de Belén, sacudió la cabeza mientras sus mejillas seguían ardiendo.
—¡No puedo creer que me hayan hecho poner esto!

Belén se giró hacia ella, acariciándole el brazo con ternura mientras intentaba contener su propia risa.
—Amor, estás preciosa, incluso con esa remera... aunque debo admitir que Justin Bieber nunca fue mi estilo.

—¡Ni el mío! —gritó Ale rápidamente, tratando de defenderse.

Pau, aún riendo, se sentó nuevamente.
—Bueno, al menos alegraste la noche, hermanita.

Finalmente, Ale suspiró, tomó la campera de Belén y se la puso encima para ocultar la remera.
—Esto no se queda así, Pau. Te voy a vengar.

—Cuando quieras, Bieber. —Pau le guiñó un ojo, y las risas volvieron a llenar la habitación.

Después de que las risas por la remera de Justin Bieber se calmaron un poco, Olivia, con su ternura característica, se acercó a Ale, tirando suavemente de su campera.

—¿Puedo sentarme a upa tuyo? —preguntó con una vocecita dulce y unos ojitos que nadie podía resistir.

Ale sonrió y la levantó sin pensarlo dos veces, acomodándola en su regazo.
—Claro que sí, pequeñita. ¿Qué pasa?

Olivia jugó con un mechón del cabello de Ale mientras hablaba.
—Quería contarte algo... A veces Ángela viene a verme, ¿sabías?

Ale arqueó las cejas con curiosidad.
—¿De verdad? ¿Y qué hacen cuando viene?

—Me enseña cosas. A veces toca conmigo. —Hizo una pausa y bajó un poco la voz—. Pero... Pau dice que estoy un poco triste porque ya no quiero tocar la batería.

Ale miró a Pau, quien asintió desde su asiento con un gesto preocupado. Luego volvió su atención a Olivia.
—¿Y por qué ya no quieres tocar?

Olivia se encogió de hombros y bajó la mirada.
—Porque... quiero el bajo.

Ale abrió los ojos sorprendida y luego soltó una pequeña carcajada.
—¿El bajo? ¿Y eso?

Olivia levantó la vista, con un brillo especial en sus ojos.
—Porque tú tocas el bajo, y quiero ser como tú.

El corazón de Ale se derritió al instante. Acarició la mejilla de Olivia con ternura y le dio un beso en la frente.
—Eso es lo más bonito que me han dicho en mucho tiempo, Olivia.

Pau intervino desde su lugar, tratando de contener una sonrisa.
—Te lo dijo en serio, ¿eh? Lleva semanas pidiéndome que le compre uno, pero le dije que mejor te lo pidiera a ti, porque eres la experta.

Belén, que estaba escuchando con atención, miró a Ale con una sonrisa suave.
—Bueno, parece que tienes una pequeña aprendiz. ¿Qué dices, amor?

Ale asintió con entusiasmo.
—Digo que le voy a conseguir un bajo a esta pequeñita. Y también que le voy a enseñar a tocarlo, si quiere.

Olivia sonrió de oreja a oreja y abrazó a Ale con todas sus fuerzas.
—¡Gracias, Ale! ¡Gracias, gracias, gracias!

—De nada, chiquita. Pero... tienes que prometerme algo.

Olivia la miró con curiosidad.
—¿Qué cosa?

—Que vas a practicar mucho y que no te vas a rendir, ¿ok? Tocar el bajo no es fácil, pero si le pones ganas, te prometo que serás increíble.

Olivia asintió con entusiasmo.
—¡Lo prometo!

Pau observó la escena con una sonrisa mientras se cruzaba de brazos.
—Nunca pensé que mi hija iba a dejar la batería por el bajo, pero si alguien podía convencerla, era Ale.

Dany se unió a la conversación, bromeando.
—Yo diría que ahora tienes una mini-fan que te va a seguir a todas partes.

Ale abrazó a Olivia con cariño, mirando a sus hermanas con una sonrisa.
—Y yo encantada de que lo haga. Además, no hay nada mejor que compartir la música con alguien que la ama.

Olivia, feliz como nunca, comenzó a hablar emocionada sobre cómo quería aprender a tocar las canciones de la banda de Ale. La noche continuó con risas, planes musicales y el inicio de una nueva conexión entre Ale y su pequeña admiradora.

El ambiente estaba lleno de risas y emoción cuando el teléfono de Ale comenzó a sonar. Al mirar la pantalla, su expresión cambió; era Sofía. Tragó saliva, se levantó despacio y se alejó unos pasos mientras todos la observaban con curiosidad.

Belén, notando su tensión, quiso acompañarla, pero Ale le hizo un gesto para que se quedara. Contestó la llamada con un "¿Sofía?" algo temeroso, y al instante, del otro lado de la línea, se escuchó la voz fría y llena de desdén de su ex.

—Acepto lo del régimen de visitas —dijo Sofía, casi escupiendo las palabras—. Pero escucha bien, Alejandra, no me pienso aguantar tus condiciones ni tus amenazas. Lunes, miércoles, viernes y domingos. Y más te vale que no me molestes fuera de esos días.

Ale respiró profundo, cerrando los ojos mientras trataba de contenerse.
—Acepto esos días. Pero que te quede algo claro, Sofía: si me entero de que no estás cuidando a Isabella como debes, si la veo volver al hospital o si noto algo fuera de lugar, no voy a dudar ni un segundo en denunciarte.

—No me amenaces, Alejandra —respondió Sofía con un tono venenoso.

—No es una amenaza. Es una promesa —respondió Ale con firmeza antes de colgar sin esperar respuesta.

Se quedó unos segundos mirando el teléfono, tratando de calmarse. Cerró los ojos, respiró profundamente y regresó con los demás, intentando mostrar tranquilidad.

Belén fue la primera en notar su expresión y la recibió con una mirada inquisitiva.
—¿Todo bien?

Ale asintió y se sentó a su lado, tomando su mano como si fuera su ancla.
—Era Sofía... aceptó lo del régimen de visitas. Lunes, miércoles, viernes y domingos. —Hizo una pausa antes de añadir con una sonrisa tensa—. Pero me insultó bastante en el proceso.

Pau, Dany y Valentín la miraron con sorpresa.
—¿En serio aceptó? —preguntó Dany, incrédula.

—Sí. Aunque me lo dejó muy claro, lo hizo más por obligación que por otra cosa. Pero bueno, es un avance.

Belén apretó suavemente la mano de Ale, dándole apoyo.
—Eso es lo importante, amor. Ahora tendrás tiempo para estar con Isabella.

—Sí, pero... —Ale suspiró, todavía algo tensa—. No me voy a confiar. Si veo que Sofía no cumple, voy a hacer todo lo que sea necesario para proteger a mi hija.

—Y estaremos aquí para ayudarte —intervino Valentín con seriedad—. No estás sola en esto, Ale.

La conversación se fue relajando poco a poco, y aunque Ale aún sentía el peso de la llamada, el apoyo de su familia y Belén le dio fuerzas. Ahora tenía claro que iba a luchar con todo por Isabella, y con su gente a su lado, estaba más decidida que nunca.

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Holaa

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